Brad Meltzer - Los Pasadizos Del Poder

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Sombra es el nombre en clave que el Servicio Secreto ha dado a Nora Hartson, la hija del Presidente de Estados Unidos, una de las mujeres más vigiladas del mundo. Michael Garrick, un joven abogado del Departamento de Presidencia, empieza a salir con Nora sin tener en cuenta que ella también es Sombra y que mil ojos se posan sobre ambos. Una noche presencian algo que no deberían haber visto y quedan atrapados en una trama secreta urdida por alguien muy poderoso. Ambos jóvenes se convierten en un estorbo para quienes han hecho de la corrupción política el medio habitual para conseguir sus fines.

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– ¿Sabe usted cuánto dinero fotocopiaron antes de la última redada contra la droga? Casi cien mil pavos. A cuatro billetes por página, me llevará varios días comprobar que los números de serie de sus billetes no coinciden con los de los nuestros.

– No pretendía molestarle, pero es que…

– Escuche, cuando hayamos terminado, lo llamaremos. Hasta entonces, déjelo estar. Y mientras tanto, salude al Presidente de mi parte.

– ¿Cómo sabe dónde trabajo?

Se oye un clic al otro lado de la línea y luego todo queda en silencio.

– ¿Eso es todo lo que dijo? -pregunta Pam, sentada delante de mi ordenador.

Miro la mesa mientras jugueteo con el tirador del cajón del medio que se balancea. Lo pongo para arriba, pero sigue cayéndose.

– Tal vez tendrías que contarle al FBI lo del dinero -añade, estudiando mi reacción-. Sólo por estar a salvo.

– No puedo -insisto.

– Por supuesto que puedes.

– Piénsalo un momento, Pam: no es sólo decírselo al FBI… y no sería sólo a ellos, en primer lugar. Además, ya sabes lo que opinan de Hartson. De Hoover a Freeh, tienen odio a cualquier jefe del ejecutivo… la eterna lucha por el poder. Y si Nora anda involucrada… se lo pasarían a la prensa en un abrir y cerrar de ojos. Es lo mismo que hicieron con el expediente médico del Presidente.

– Pero por lo menos tú estarías…

– Yo estaría muerto, eso es lo que estaría. Si empiezo a jugar con el FBI, Simon pondría a todo el mundo detrás de mí. Y en un juego de él dijo/yo dije, pierdo yo. Cuando busquen pruebas, lo único que verán son los billetes de numeración consecutiva. Los primeros treinta mil en la caja fuerte de Caroline y los últimos diez en mi poder. Hasta yo mismo empiezo a pensar que el dinero es mío.

– ¿Así que vas a quedarte ahí sentado, bien calladito, y vas a ser el chico de Simon?

Cojo un papel de la bandeja y lo agito delante de su cara.

– ¿Sabes lo que es esto?

– Un árbol asesinado por la cruel máquina caníbal de muerte que llamamos sociedad moderna.

– Muy bien, Thoreau, en realidad es una solicitud oficial a la Oficina de Ética Gubernamental. Les pedí copias de las declaraciones de bienes de Simon, que hay que presentar todos los años.

– De acuerdo, ya dominas los archivos públicos. Y eso lo único que te da es la lista de sus acciones y algunas cuentas corrientes.

– Claro, pero cuando tenga su expediente, tendremos un sitio completamente nuevo donde buscar. No se sacan cuarenta mil dólares de la nada. O bien liquidó alguna inversión importante, o tiene un asiento deudor en alguna cuenta. Si encuentro ese asiento tendré el camino perfecto para demostrar que el dinero es suyo.

– Déjame que te explique un camino todavía más fácil: haz que Nora corrobore que…

– Ya te he dicho que eso no lo voy a hacer. Ya lo hemos discutido: en el momento en que ella aparezca, salimos en primera página. Mi carrera está muerta; la elección, acabada.

– Eso no es…

– ¿Quieres ser tú Linda Tripp? -le desafío.

No me contesta.

– Eso pensaba. Además, lo que Nora vio sólo cubre la primera noche. En cuanto llegamos a la muerte de Caroline, incluso aunque fuera un infarto, sigo estando solo.

Pam mueve la cabeza a los lados y el teléfono empieza a sonar. Negándome a meterme en lo otro, me decido por el teléfono.

– Aquí Michael.

– Hola, Michael, soy Ellen Sherman. ¿Te cojo en mal momento? ¿Estás hablando con el Presidente o algo así?

– No, señora Sherman, no estoy hablando con el Presidente.

La señora Sherman es la profesora de Sociales de sexto grado de mi pueblo, Arcana, Michigan. También se ocupa del viaje de estudios anual a Washington, y cuando supo lo de mi trabajo añadió una nueva parada en el itinerario: visita privada al Ala Oeste.

– Estoy segura de que sabes por qué te llamo -dice con celo de escuela elemental y voz aguda-. Sólo quería asegurarme de que no te has olvidado de nosotros.

– Yo nunca me olvido de usted, señora Sherman.

– ¿Entonces estamos todos apuntados para fin de mes? ¿Has dado todos los nombres a los de seguridad?

– Ayer lo hice -le miento mientras busco por mi mesa la lista de nombres.

– ¿Y qué pasa con Janie Lewis? ¿Están de acuerdo? Su familia son mormones, ya sabes. De Utah.

– La Casa Blanca está abierta para todas las religiones, señora Sherman. Utah incluido. Si no quiere usted nada más, es que realmente tengo mucha prisa.

– Mientras hayas pasado los nombres…

– Todo está en orden -digo mirando cómo Pam continúa hirviendo-. Y ahora, que pase usted un buen día, señora Sherman. Yo la veré en…

– No intentes librarte de mí por teléfono, jovencito. Puede que seas grande y famoso, pero para mí seguirás siendo Mickey G.

– Sí, señora Sherman. Perdone. -El Medio Oeste no cambia.

– ¿Qué tal está tu padre? ¿Alguna noticia suya?

Me quedo mirando la solicitud de las declaraciones de bienes de Simon.

– Lo normal. No hay mucho que contar.

– Bueno, dale recuerdos de mi parte cuando lo veas -me dice-. Ah, otra cosa más, Michael…

– ¿Sí?

– Aquí estamos muy orgullosos de ti.

Es fácil, pero ese cumplido sigue haciéndome sonreír.

– Gracias, señora Sherman. -Cuelgo el teléfono y me vuelvo hacia la pantalla del ordenador.

– ¿Quién era? -pregunta Pam.

– El pasado -le explico mientras encuentro la lista de la señora Sherman. La primera vez en mi vida que salí de Michigan fue en viaje de estudios. Sólo el viaje en avión ya hizo del mundo un sitio más grande para mí.

– ¿Y no puedes dejarlo para más tar…?

– No -insisto-. Voy a hacerlo ahora.

Hago doble clic en la carpeta SETV, abro un formulario en blanco para solicitar un Sistema para Entradas de Trabajadores y Visitantes. Para que a un visitante se le permita la entrada tanto en el EAOE como en la Casa Blanca, primero tiene que ser autorizado por el sistema. Voy escribiendo uno a uno los nombres, fechas de nacimiento y números de la seguridad social de la señora Sherman y sus alumnos de sexto grado. Cuando termino, añado la fecha, la hora y el lugar de reunión, y hago clic en el botón de Enviar. En mi pantalla aparece una ventana rectangular: «Su solicitud de visita al SETV ha sido remitida al Servicio Secreto de los Estados Unidos para ser procesada.»

– ¿Listo para reanudar la conversación? -pregunta Pam.

Miro el reloj y me doy cuenta de que se me hace tarde. Me levanto de un salto y le replico:

– Cuando vuelva.

– ¿Adonde vas?

– Adenauer quiere verme. -¿Ese tío del FBI? ¿Qué quiere?

– No lo sé -le digo, ya camino de la puerta-. Pero si el FBI descubre lo que está pasando y esto sale a la luz pública, Edgar Simon será la menor de mis preocupaciones.

Entro en el Ala Oeste con el pensamiento ocupado por el viaje escolar de la señora Sherman. Es un regateo mental que confío que me preservará del pánico de pensar en Adenauer y en si es o no un ataque al corazón. El problema estriba en que cuanto más pienso en los escolares, más me angustia no poder estar aquí para dirigir la visita. Me acerco al puesto de guardia del primer control de seguridad, ansioso por encontrar una cara amiga.

– Hola, Phil.

Levanta la vista y me hace un gesto con la cabeza. Nada que decir.

Lo miro al pasar pero sigue sin decirme ni palabra. Es como el guardia a la entrada del aparcamiento. Cuanto más metido está el FBI, más miradas raras cosecho. Trato de no pensar en eso, paso junto a Phil, giro a la derecha bruscamente y me dirijo al pequeño tramo de escaleras. Otro giro brusco a la derecha y me encuentro ante la Sala de Situación, donde controlan la situación del mundo.

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