Brad Meltzer - Los Pasadizos Del Poder

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Sombra es el nombre en clave que el Servicio Secreto ha dado a Nora Hartson, la hija del Presidente de Estados Unidos, una de las mujeres más vigiladas del mundo. Michael Garrick, un joven abogado del Departamento de Presidencia, empieza a salir con Nora sin tener en cuenta que ella también es Sombra y que mil ojos se posan sobre ambos. Una noche presencian algo que no deberían haber visto y quedan atrapados en una trama secreta urdida por alguien muy poderoso. Ambos jóvenes se convierten en un estorbo para quienes han hecho de la corrupción política el medio habitual para conseguir sus fines.

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– Podéis iros los dos a la mierda.

– Aguda respuesta.

– Bien elaborada.

Se vuelve, airado, y regresa a la cola. Pam y yo vamos hacia la puerta. Al salir echo una mirada hacia atrás y pillo a Simon volviéndose rápidamente. ¿Estaba mirándonos? No, no hagas interpretaciones. Si lo supiera, yo lo sabría. Necesariamente.

Evitamos la cola del ascensor, cogemos la escalera y nos vamos de vuelta al EAOE. En cuanto estamos solos veo que Pam cambia de humor. Camina mirando al suelo sin decir una palabra.

– No te machaques con ese tema -le digo-. Gimbel no te informó y tú no podías saberlo.-No me importa qué me dijera; mi trabajo es saberlo. Si no, no tengo nada que hacer aquí. Quiero decir, según están las cosas, apenas puedo figurarme qué más puedo hacer.

Ya estamos -el Yin de su propio Yang-, dureza contra sí misma. Al contrario de Nora, cuando Pam se enfrenta a las críticas su primera reacción es atacarse a sí misma. Es el clásico mecanismo de defensa de las personas con éxito… y el modo más sencillo de disminuir sus propias expectativas.

– Venga, Pam, sabes que tu sitio está aquí.

– Según Simon, no.

– Pero si incluso Caroline dijo…

– Olvídate de la lógica. Nunca funciona. Y quiero enfadarme conmigo misma un rato. Si quieres alegrarme el ánimo, cambia de tema.

Ya estamos otra vez, sinceridad guerrillera.

– Muy bien, qué te parece un poco de cotilleo de oficina: ¿quién crees tú que filtró lo de la fiesta de cumpleaños?

– Nadie -dice cuando entramos de nuevo en los pasillos estériles del EAOE-. Sólo lo decía para marcarse un tanto.

– Pero el Herald…

– Abre los ojos, muchacho. Era una fiesta para Lawrence Lamb, el Primer Amigo. En cuanto corrió la voz, el edificio entero vino corriendo. Nadie se pierde una función social con el Presidente. O con Nora.

Me paro justo delante de la sala 170. Nuestra oficina.

– ¿Piensas que yo fui por eso?

– ¿Me vas a dar otra razón?

– Tal vez.

– Ni siquiera sabes mentir, ¿verdad? -se ríe Pam-. Hasta eso es demasiado.

– ¿De qué hablas?

– Estoy hablando de tu disposición inquebrantable a ser siempre un boy scout.

– ¡Oh, y tú eres la hiper cool !

– Chica de la gran ciudad -dice, sacudiéndose orgullosamente alguna mota invisible del hombro.

– Pam, tú eres de Ohio.

– Pero he vivido en…

– No me cuentes otra vez lo de Nueva York. Estabas en la facultad, te pasabas la mitad del tiempo en tu habitación y el resto en la biblioteca. Además, tres años no dan para fabricar un hiper cool. -Pero sí para estar segura de no ser un boy scout.

– ¿Quieres dejar eso ya? -Antes de que pueda terminar, suena mi busca. Miro la pantallita digital pero no reconozco el número de teléfono. Me lo saco del cinturón y leo el mensaje: «Llama. Nora.»

Mis ojos no muestran reacción. Mi voz es supersuave.

– Tengo que contestar -le digo a Pam.

– ¿Qué quiere?

Me niego a responder. Ella vuelve a reírse.

– ¿También vendes galletitas o eso es sólo cosa de las girl scouts?

– Que te follen, paleta.

– Tú, ni el mejor día de tu vida -responde, mientras me dirijo a la puerta.

Abro la pesada hoja de roble de nuestra oficina y penetro en la antesala que conduce a otros tres despachos. Tres puertas: una a la derecha, una en el medio, otra a la izquierda. Le he puesto el nombre de Sala del Tigre o la Dama, pero nadie pilla nunca la referencia. La antesala es apenas lo bastante grande para albergar un escritorio pequeño, la fotocopiadora y la máquina de café que hemos metido, pero sigue siendo un buen sitio para un último momento de descompresión.

– De acuerdo, muy bien -dice Pam, yendo hacia la puerta de la derecha-. Si con eso te sientes mejor, puedes reservarme dos cajas de las finitas de menta.

He de admitir que esta última es divertida, pero no pienso darle la satisfacción de ninguna de las maneras. Sin volverme, irrumpo en el despacho de la izquierda. Al cerrar la puerta con fuerza tras de mí oigo exclamar a Pam:

– Dale recuerdos.

Para el nivel del EAOE, mi despacho es bueno. No es enorme, pero tiene dos ventanas. Y una de los cientos de chimeneas del edificio. Las chimeneas no funcionan, por supuesto, pero eso no quiere decir que tener una no sea una muesca en la culata. Aparte de eso, es típicamente Casa Blanca: mesa de despacho antigua que tienes la esperanza de que haya pertenecido a alguien famoso, lámpara de mesa comprada durante la administración Bush, silla comprada durante la administración Clinton, y un sofá de plástico que parece que lo hubieran comprado durante la administración Truman. El resto del despacho lo hace mío: archivadores ignífugos y caja fuerte industrial, por cortesía de la Oficina de Consejeros; sobre la chimenea, un retrato hecho por un dibujante de juzgados donde estoy sentado ante el tribunal de prácticas finales, cortesía de la Facultad de Derecho de Michigan; y en la pared sobre mi mesa, el estándar Casa Blanca, cortesía de mi ego: una fotografía dedicada en la que estoy con el presidente Hartson después de uno de sus discursos por radio, y donde me agradece mis servicios.

Arrojo la cartera sobre el sofá y me voy a la mesa. Una pantalla digital conectada al teléfono dice que tengo veintidós llamadas nuevas. Voy repasando la lista y voy viendo los nombres y números de teléfono de todos los que llamaron. Nada que no pueda esperar. Ansioso por volver a Nora, echo un vistazo a la tostadora, un pequeño aparato electrónico que tiene una extraña semejanza con su nombre y que dejó aquí mi antecesor en el despacho. Una pequeña pantalla muestra lo siguiente con letras verdes digitales:

Potus: Despacho Oval

Flotus: EAOE

Vpotus: Ala Oeste

Nora: Residencia Segunda Planta

Christopher: Academia Milton

Aquí están: los cinco grandes. El Presidente, el vicepresidente y la Primera Familia. Los principales. Como el Gran Hermano, compruebo por instinto todas las ubicaciones. La tostadora está ahí para casos de emergencia, y el Servicio Secreto la actualiza a cada movimiento de los principales. Jamás he oído que nadie la haya usado, pero eso no significa que no sea el juguete favorito de todos. La cuestión es que no me intereso por el Presidente de los Estados Unidos ni por la Primera Dama ni por el Vicepresidente. Lo que realmente miro es Nora. Cojo el teléfono y marco su número. Contesta al primer timbrazo.

– ¿Has dormido bien esta noche?

Está claro que tiene el mismo identificador de llamadas que nosotros.

– Bastante bien. ¿Por qué?

– Por ninguna razón… sólo quería comprobar que estabas bien. Te pido perdón otra vez por haberte puesto en aquella situación.

Aunque sea triste admitirlo, me encanta notar la preocupación en su voz.-Te agradezco que lo digas. -Me vuelvo hacia la tostadora y añado-: Por cierto, ¿dónde te estoy llamando?

– Dímelo tú, tú eres el que está mirando la tostadora.

– No, no la miro -digo, sonriendo para mis adentros.

– Ya te lo dije anoche, no sabes mentir, Michael.

– ¿Por eso tenías tanto interés en limpiarme la boca?

– Si de lo que hablas es de que te metiera la lengua en la garganta, sólo era para que tuvieras algo excitante en lo que pensar.

– ¿Ésa es tu idea de lo excitante?

– No, excitación sería si ese aparatito que estás mirando te enseñase exactamente lo que estoy haciendo con las manos.

Esta mujer es una bruta.

– ¿Así que este chisme funciona?

– No lo sé. Sólo se lo dan a los funcionarios.

– ¿Conque ésas tenemos, eh? ¿Ahora no soy más que un funcionario?

– Ya sabes lo que quiero decir. Normalmente… funciona como… Yo nunca he tenido oportunidad de verlo -tartamudea.

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