Brad Meltzer - Los Pasadizos Del Poder

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Sombra es el nombre en clave que el Servicio Secreto ha dado a Nora Hartson, la hija del Presidente de Estados Unidos, una de las mujeres más vigiladas del mundo. Michael Garrick, un joven abogado del Departamento de Presidencia, empieza a salir con Nora sin tener en cuenta que ella también es Sombra y que mil ojos se posan sobre ambos. Una noche presencian algo que no deberían haber visto y quedan atrapados en una trama secreta urdida por alguien muy poderoso. Ambos jóvenes se convierten en un estorbo para quienes han hecho de la corrupción política el medio habitual para conseguir sus fines.

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– ¿Todo bien, Michael? -me pregunta.

La sala entera se vuelve y espera mi respuesta.

– S-sí -tartamudeo-. Esperando para empezar.

– Bien, entonces vamos a ello.

Hace unos pocos anuncios generales mientras yo intento borrar mi asombro de mi rostro lo mejor que puedo. Si no lo hubiera mirado directamente a los ojos, no lo hubiera creído. Ni siquiera echó una segunda mirada a la herida de mi frente. Pasase lo que pasase anoche, Simon no sabe que yo estuve allí.

– Hay una última cosa que quiero comentarles y después pasaremos a un asunto nuevo -expone Simon-. En el Herald de esta mañana, un artículo hacía referencia a la fiesta de cumpleaños que hicimos para nuestro adjunto del Presidente favorito. -Todos los ojos se dirigen a Lawrence Lamb, que se niega a darse por enterado con un mínimo gesto de atención-. El artículo seguía hablando de que en la lista de invitados era notoria la ausencia del vicepresidente y que todo era un bullir de rumores de por qué no estaba. Así que, para el caso de que ya se hayan olvidado, además del Presidente y la Primera Familia, la única otra gente que había en aquella sala eran unos pocos miembros del Gabinete y aproximadamente catorce representantes de esta oficina.

Apoya las manos de plano sobre la mesa y deja que el silencio haga su efecto. No hay duda de que nos ha pillado. Puede que nunca vuelva a mirarlo del mismo modo, pero cuando se pone a ello, Edgar Simon es un abogado increíble. Como maestro de decir sin decir, va haciendo un rápido examen de cuantos estamos aquí.

– Quienquiera que fuese… esto debe terminar. Esas preguntas no las hacen para dar una buena imagen de nosotros, y estando tan cerca de la reelección, tendrían ustedes que ser un poco más espabilados. ¿Me explico con suficiente claridad?

Lentamente, un murmullo de asentimiento crece por la sala. A nadie le gusta que le atribuyan filtraciones. Miro a Simon, sabiendo que éste es un problema que le preocupa poco.

– Estupendo, entonces dejemos esto y continuemos. Es hora de algunos asuntos nuevos. Alrededor de la sala; empezamos por Zane.

Julian Zane levanta los ojos de su cuaderno con una amplia sonrisa. Es la tercera reunión consecutiva en la que lo llaman el primero. Lamentable. Como si ninguno de los demás contase.

– Sigo regateando con los de la Comisión de Cambio y Bolsa para la reforma -dice Julian, dándose una importancia que es como una bofetada en la cara de todos nosotros-. Hoy tengo que reunirme con el asesor del portavoz para fijar unas cuantas cuestiones… Le interesa tanto que se salta el receso. Después de eso, creo que ya podré presentar el informe de decisión.

Me encojo cuando Julian pronuncia las últimas sílabas. El informe de decisión es la recomendación política oficial de nuestra oficina sobre un tema. Y aunque nosotros hacemos la investigación y lo escribimos, el producto final suele ser presentado por Simon al Presidente. De tanto en cuanto, también nos dejan hacer la presentación. «Señor Presidente, esto es lo que opinamos de…» Es la zanahoria definitiva en la Casa Blanca… algo que llevo dos años esperando.

La semana pasada, Simon anunció que Julian haría la presentación. No son noticias nuevas. Aun así, Julian no puede evitar mencionarlo. Entrecerrando los ojos para comprobar su agenda, Simon muestra la misma silueta que le vi en el coche. Intento olvidarlo, pero no puedo. Todo lo que veo son aquellos cuarenta mil, diez mil de los cuales están ahora relacionados conmigo. Simon me lanza una mirada y un reflujo de bilis me sube del estómago. Si lo sabe, está jugando conmigo. Y si no… si no, no me importa. En cuanto salgamos de aquí pediré algunos favores.

Tras una rápida indicación de cabeza, pasamos a la persona que está a la derecha de Julian. Daniel L. Serota. Una sonrisa compartida engloba el resto de la sala. Aquí está Danny L.

Cada una de las personas empleadas en la Oficina del Consejero aporta sus cualidades personales al despacho. Algunos somos listos, otros tienen conexiones políticas, algunos saben tratar con la prensa, y otros trabajar bajo presión.

¿Danny L.? Es bueno para manejar documentos grandes.

Rasca el frente de sus gafas con las uñas, tratando de quitar una mota. Como siempre, su pelo oscuro está alborotado.

– Los israelíes estaban en lo cierto. He repasado hasta el último MemCon que tenemos archivado -explica, refiriéndose a las notas de las conversaciones que toman los ayudantes cuando el Presidente se reúne con algún jefe de Estado-. El Presidente y el primer ministro nunca dijeron nada, ni siquiera sobre cómo llegó allí el material. Y desde luego, nunca mencionaron interferencias de las Naciones Unidas.

– ¿Y repasó también todas las notas que había en Gestión de Archivos? -pregunta Simon.

– Sí. ¿Por qué?

– Había más de quince mil páginas allí.

Danny L. ni siquiera pestañea.

– ¿Y?

Simon mueve la cabeza mientras Pam se inclina para dar una palmadita a Danny L. en la espalda.

– Eres mi héroe -le dice-. Mi auténtico héroe.

Cuando se apagan las risas, continúo luchando contra el pánico. Simon lo está pasando demasiado bien. Esto no casa bien con lo que hacía en el bosque. Al principio quería pensar que era la víctima. Ahora no estoy tan seguro.

Mi mente va sopesando las posibilidades cuando le llega el turno a Pam. Como encargada de comprobar los currículums para los nombramientos judiciales, Pam conoce toda la porquería que pueden esconder los futuros jueces del país.

– Tenemos unos tres que pueden estar a punto para anunciarlos al final de la semana -explica-, incluyendo a Stone para el noveno turno.

– ¿Y qué hay de Gimbel? -pregunta Simon.-¿El del DC? Es uno de la terna. Estoy esperando el final de un papel…

– ¿Así que todo está en orden? ¿No hay problemas? -interrumpe Simon con escepticismo.

Algo va mal. Está llamando al orden a Pam.

– Que yo sepa, no hay problemas -dice Pam en tono de duda-. ¿Por qué?

– Porque en la reunión del Gabinete presidencial de esta mañana, alguien me dijo que flotan rumores de que Gimbel tuvo un hijo ilegítimo con una de sus antiguas secretarias. Al parecer, les ha estado pasando dinero durante años.

Las consecuencias se imponen rápidamente. La sala queda en absoluto silencio y todos los ojos se vuelven hacia Pam. Simon va a machacarla por esto.

– Tenemos una elección de aquí a dos meses -empieza a decir con un tono mesurado y sin nervios-, y un presidente que acaba de refrendar unas leyes importantes en favor de la investigación de la paternidad. ¿Y qué hacemos para que nos pidan un bis? Decirle al mundo que el actual candidato judicial de Hartson tiene un íntimo conocimiento de nuestra ley más reciente.

– Veo a Julian y a unos pocos más reírse al otro lado de la sala-.

No es para reírse -advierte Simon-. En todo el tiempo que llevo aquí, no recuerdo la última vez que vi un conflicto tan embarazoso entre los tres poderes del Estado.

– Lo siento -dice Pam-. Pero él nunca mencionó nada sobre…

– Por supuesto que no lo mencionó. Por eso a este trabajo lo llamamos comprobación de currículums -la voz de Simon permanece tranquila, pero está perdiendo la paciencia. Debe de haber habido barullo en el Gabinete con esto, y con la campaña de Bartlett acercándose poco a poco, todos los jefazos están al límite-. ¿No es ése su trabajo, señorita Cooper? ¿No se trata de…

– Tranquilo, Edgar -interrumpe una voz femenina. Me giro hacia la derecha y veo a Caroline Penzler agitando un dedo desde el canapé. Vestida con un blazer de lana barato a pesar del calor, Caroline es un peso pesado y la supervisora de Pam en los nombramientos. Es también una de las pocas personas de esta sala que no le tiene miedo a Simon-. Si Gimbel lo mantuvo en silencio y no hay pruebas por escrito, para nosotros es casi imposible saberlo.

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