Brad Meltzer - Los Pasadizos Del Poder

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Sombra es el nombre en clave que el Servicio Secreto ha dado a Nora Hartson, la hija del Presidente de Estados Unidos, una de las mujeres más vigiladas del mundo. Michael Garrick, un joven abogado del Departamento de Presidencia, empieza a salir con Nora sin tener en cuenta que ella también es Sombra y que mil ojos se posan sobre ambos. Una noche presencian algo que no deberían haber visto y quedan atrapados en una trama secreta urdida por alguien muy poderoso. Ambos jóvenes se convierten en un estorbo para quienes han hecho de la corrupción política el medio habitual para conseguir sus fines.

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No puedo creerlo: ¡está realmente incómoda!

– Está bien -le digo-. Es una broma.

– No, ya sé que… sólo… no quiero que pienses que soy una esnob caprichosa.

Hago una pausa, perdido en la curiosidad casi científica por saber qué encuentra ella importante.

– Quítatelo de la cabeza -acabo diciendo-. Si pensara que eres una esnob, no habría salido contigo, en primer lugar.

– Eso no es verdad -me provoca.

Tiene razón. Pero su tono juguetón me dice que le ha gustado el intento. Como es Nora, su recuperación es inmediata-. ¿Dónde dice que estoy, pues? -añade, devolviendo mi atención a la tostadora.

– Residencia segunda planta.

– ¿Y qué te dice eso?

– No tengo ni idea… nunca he estado ahí.

– ¿Nunca has estado aquí? Pues tendrías que venir.

– Entonces tendrías que invitarme -me siento satisfecho de ésta. La invitación tiene que estar a la vuelta de la esquina.

– Ya veremos -dice.

– Oh, ¿todavía no he pasado el examen? ¿Qué tengo que hacer? ¿Fingir interés? ¿Mostrar un interés permanente? ¿Ir a alguna cena en grupo para que me examinen tus amigas?

– ¿Eh?- No te hagas la tímida, ya sé cómo sois las mujeres, hoy en día todo son decisiones en equipo.

– Las mías, no.

– ¿Y esperas que me crea eso? -le pregunto con una carcajada-. Venga, Nora, tú tienes amigas, ¿o no?

Por primera vez, no responde. No hay más que aire quieto. Mi sonrisa cae hasta ser una línea plana.

– Yo no… no quería decir…

– Naturalmente que tengo amigas -tartamudea finalmente-. Por cierto, ¿has visto ya a Simon?

Estoy tentado de volver a lo de antes, pero esto es más importante.

– En la reunión de esta mañana. Entré y el mundo entero empezó a moverse en cámara lenta. La cuestión es que, observando su reacción, no creo que nos viera. Lo hubiera notado en sus ojos.

– ¿De repente eres el arbitro de la verdad?

– Recuerda mis palabras, no se enteró de que estábamos allí.

– ¿Y has decidido lo que vamos a hacer?

– ¿Qué hay que decidir? Tengo que informar.

– Pero ve con cuidado en lo de… -dice después de pensar un momento.

– No te preocupes, no voy a decirle a nadie que tú estabas allí.

– Eso no es lo que me preocupa -me replica, molesta-. Iba a decir que tuvieras cuidado a quién se lo dices. Teniendo en cuenta el tiempo y la persona involucrada, este asunto irá a Hin denburg.

– ¿Crees que debería esperar hasta después de las elecciones?

Al otro lado de la línea se produce una larga pausa. Sigue siendo su padre. Finalmente dice:

– A eso no puedo responderte. Estoy demasiado cerca -lo noto en su voz. La ventaja es sólo de doce puntos, y ella sabe qué podría pasar-. ¿Hay alguna manera de mantenerlo al margen de la prensa? -me pregunta.

– No pienso darle esto a la prensa de ninguna de las maneras, créeme. Nos comerían vivos para almorzar.

– ¿Entonces a quién acudirás?

– No estoy seguro, pero creo que debería ser alguien de aquí.

– Si quieres, puedes decírselo a papá. Ya estamos otra vez. Papá. Cada vez que lo dice suena mucho más ridículo.

– Excesivo -digo-. Antes de que llegue a él, me gustaría que alguien investigara un poco más.

– ¿Sólo para que estemos seguros de que tenemos razón?

– Eso es lo que me preocupa. En cuanto esto se sepa, destrozaremos la carrera de Simon. Y no es cosa que me tome a la ligera. Aquí dentro, en cuanto te señalan con el dedo, estás listo.

Nora lleva demasiado tiempo del lado del receptor. Sabe que tengo razón.

– ¿Estás pensando en alguien? -me pregunta.

– En Caroline Penzler. Ella está al cargo de las cuestiones éticas en la Casa Blanca.

– ¿Y es de fiar?

Cojo un lápiz que está al lado y doy golpecitos con la goma contra la mesa.

– No estoy seguro… Pero sé exactamente a quién preguntárselo.

CAPÍTULO 5

Salgo de mi oficina, cruzo la antesala y voy directo a la de Pam. La puerta está siempre abierta, pero aun así doy unos golpecitos de cortesía antes de entrar.

– ¿Hay alguien en casa?

Cuando dice «pasa», ya estoy plantado ante su mesa. La decoración de su despacho es como el reflejo del mío en un espejo, incluida la chimenea inútil. Como siempre, las diferencias están en las paredes, en las que Pam ha sustituido mis objetos de ego con dos efectos personales: encima del sofá, una fotografía ampliada del Presidente cuando habló en el Salón de Famosos del Rock and Roll en Cleveland, de donde es ella; y sobre el escritorio, una enorme bandera norteamericana, regalo de su madre cuando le dieron este trabajo. Típico de Pam, pienso. Pastel de manzana en el fondo.

Frente a la mesa del ordenador perpendicular a la de despacho, Pam teclea con furia dándome la espalda. Es su modo de trabajar, con el pelo rubio y fino recogido atrás con un clip rojo.

– ¿Qué hay? -pregunta sin volverse.

– Tengo que hacerte una pregunta.

Hojea una pila de papeles buscando algo en particular. Cuando lo encuentra, dice:

– Te escucho.

– ¿Tú te fías de Caroline?

Pam deja de teclear inmediatamente y se vuelve hacia mí.

– ¿Algo va mal? -pregunta, levantando una ceja-. ¿Es Nora?

– No, no es Nora. No tiene nada que ver con Nora. Sólo es que tengo una cuestión sobre este asunto en el que estoy trabajando.-¿Y esperas que me crea eso?

Soy demasiado listo para discutir con ella.

__Limítate a contestarme lo de Caroline.

Se muerde la mejilla por dentro y me observa atentamente.

– Por favor -añado-. Es importante.

Mueve la cabeza y sé que lo he logrado.

– ¿Qué quieres saber?

– ¿Es leal?

– La Primera Dama piensa que sí.

Asiento al oír la referencia. Caroline es una vieja amiga de la Primera Dama, a la que conoció en la Fundación Nacional del Parkinson en Miami, de la que la señora Hartson era consejera, y la animó a ir a las clases nocturnas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Miami. De allí, la Primera Dama se la llevó al Fondo para la Defensa Legal de los Niños, después a la campaña y, finalmente, a la Casa Blanca. Las batallas largas forjan los lazos más fuertes. Yo sólo quiero saber cómo de fuertes.

– De manera que si le cuento algo de vital importancia, ¿puedo fiarme de que guardará el secreto?

– Dame alguna pista de qué quieres decir con vital.

Me siento en la silla delante de su mesa.

– Algo gordo.

– ¿Gordo de primera página o gordo de portada de Newsweek?

Newsweek.

Pam no afloja.

– Caroline se ocupa de controlar a todos los peces gordos: miembros del Gabinete, embajadores, ministro de Sanidad… Les abre los armarios y se asegura de que podamos vivir con los cadáveres que tienen.

– ¿Entonces crees que es leal?

– Conoce los trapos sucios de prácticamente todos los peces gordos del poder ejecutivo. Por eso la ha puesto aquí la Primera Dama. Si no es leal, estamos muertos.

Me quedo en silencio, me inclino hacia adelante y apoyo los codos en la rodilla. Es verdad. Antes de que alguien sea nominado, tiene que confesarse por lo menos una vez con Caroline. Sabe lo peor de todo el mundo: quién bebe, quién ha tomado drogas, quién ha tenido un aborto y quién le esconde a su mujer una casa de vacaciones. Todo el mundo tiene secretos, yo incluido. Lo que significa que, si esperas que se haga algo, no puedes descalificar a todo el mundo.

– ¿Así que no tengo que preocuparme? -pregunto.

Pam se pone en pie y se viene al otro lado de la mesa. Se sienta en el asiento al lado de mí y me mira a los ojos.

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