Brad Meltzer - Los Pasadizos Del Poder

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Sombra es el nombre en clave que el Servicio Secreto ha dado a Nora Hartson, la hija del Presidente de Estados Unidos, una de las mujeres más vigiladas del mundo. Michael Garrick, un joven abogado del Departamento de Presidencia, empieza a salir con Nora sin tener en cuenta que ella también es Sombra y que mil ojos se posan sobre ambos. Una noche presencian algo que no deberían haber visto y quedan atrapados en una trama secreta urdida por alguien muy poderoso. Ambos jóvenes se convierten en un estorbo para quienes han hecho de la corrupción política el medio habitual para conseguir sus fines.

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– Cinturón -le digo al guardia del Servicio Secreto uniformado.

Me pasa el detector de metales manual por el cinturón y confirma la explicación. Lo hacemos todos los días, y todos los días lo comprueba. Normalmente ni siquiera me mira otra vez; hoy, su mirada se mantiene unos segundos más de la cuenta.

– ¿Todo en orden? -pregunto.

– Sí… sí.

No me gusta cómo suena eso. ¿Sabrá algo? ¿Habrán corrido la voz los escoltas de Nora? No, esta gente no. Con sus uniformes blancos de guardias de seguridad, abotonados hasta abajo, los guardias del Servicio Secreto de la puerta principal del EAOE son distintos de los agentes de paisano que custodian a Nora y a la Primera Familia. En la jerarquía de los agentes, esos dos mundos raramente se mezclan. Me repito esto mientras recojo la cartera de la cinta transportadora y pongo rumbo a mi despacho.

En el momento de abrir la puerta de la sala 170, veo que Pam corre directamente hacia mí.

– Da la vuelta… vamos adelantados -exclama, con el fino pelo rubio remolineando tras ella.

– ¿Cuándo…?

– Ahora mismo. -Me coge por el brazo y me da la vuelta-. El Gabinete acabó temprano, así que Simon nos metió prisa. Al parecer, tiene algo que hacer. -Antes de que yo pueda decir una palabra, añade-: ¿Qué te ha pasado en la frente?

– Nada -digo mirando el reloj-. ¿A qué hora lo han convocado?

– Hace tres minutos -me responde.

Corremos al unísono por el pasillo. Por suerte para nosotros, tenemos despachos en la primera planta, lo que significa que también tenemos el recorrido más corto hasta el Ala Oeste. Y el Oval. Para alguien de fuera, eso puede parecer una minucia, pero para nosotros los del EAOE, importa. La proximidad lo es todo.

Mientras los tacones de nuestros zapatos resuenan sobre el suelo de mármol de cuadros blancos y negros, voy viendo al frente la salida a la West Exec. Abrimos una de las puertas dobles, salimos y cruzamos la calle interior que separa el EAOE y la Casa Blanca. Al otro lado de ese estrecho paso, nos dirigimos al arco que conduce al Ala Oeste y atravesamos otros dos juegos de puertas. Frente a nosotros, un guardia del Servicio Secreto de pelo negro rizado está sentado ante una mesa y comprueba las tarjetas que llevamos colgadas del cuello. Si nuestras tarjetas tuvieran un fondo naranja, sabría que sólo teníamos acceso al EAOE y tendría que habernos detenido. El fondo azul significa que podemos ir casi a cualquier parte, incluyendo el Ala Oeste.

– ¿Qué hay, Phil? -digo, reduciendo instintivamente la marcha. Ésta es la prueba de la verdad: si se sabe algo, no podré entrar.

Phil echa una mirada a la tarjeta azul y sonríe.-¿Por qué tanta prisa?

– Reuniones importantes, reuniones importantes -le respondo, tranquilo. Si supiera algo, no estaría sonriendo.

– Alguien tiene que salvar el mundo -dice, asintiendo con la cabeza-. Que vaya todo bien.

En este punto, su trabajo ha terminado. Una vez que hemos pasado por él, ha de dejarnos seguir. En cambio, nos hace el mayor de los cumplidos. Cuando nos dirigimos hacia el ascensor aprieta un botón que tiene bajo la mesa y abre la puerta del ascensor que está a mi izquierda. Cuando entramos, aprieta alguna otra cosa y se enciende el botón del segundo piso. No es algo que haga por cualquiera, sólo por la gente que le cae bien. Lo que significa que por fin sabe quién soy.

– ¡Gracias! -le grito mientras se cierran las puertas. Me derrumbo contra la pared trasera del ascensor y tengo que sonreír. Si Simon vio algo, está claro que no ha abierto la boca. O aún mejor, tal vez nunca supiera que estuvimos allí.

Pam observa la alegría de mi cara y dice:

– Te encanta que Phil haga esto, ¿verdad?

– ¿Y a quién no? -le sigo el juego.

– No sé… a la gente con las prioridades bien definidas…

– Lo que pasa es que estás celosa porque a ti no te lo abre.

– ¿Celosa? -Pam se ríe-. Es un portero con pistola, ¿crees que tiene algún enlace con tu puesto en la cadena alimentaria?

– Si lo tiene, ya sé hacia dónde voy: hacia adelante y hacia arriba, cariño -suelto ese «cariño» sólo para picar a Pam. Es demasiado lista para caer.

– Hablando de esfuerzos infructuosos hacia lo alto, ¿qué tal tu cita de anoche?

Ésta es la auténtica belleza de Pam. Guerrilla sincera. Echo una ojeada a la minúscula cámara de vídeo del rincón y le replico:

– Ya te lo contaré después.

Levanta la vista y se queda callada. Un segundo después se abren las puertas del ascensor.

La segunda planta del Ala Oeste alberga a varios de los despachos de mayor poder, incluido el despacho personal de la Primera Dama y el que tengo inmediatamente a mi derecha, el último sitio en el que quisiera estar en estos momentos: nuestro destino, el despacho de Edgar Simon, asesor legal del Presidente.

CAPÍTULO 4

Pasamos corriendo por la puerta doble ya abierta y la zona de espera donde está la secretaria de Simon, y doblamos una esquina a la derecha hacia su despacho. Con la esperanza de colarnos sin llamar la atención, compruebo si… Maldición, ya están todos esperando. Apretados en torno a una mesa de juntas de nogal que más parece de un comedor antiguo, seis abogados están ya sentados con plumas y cuadernos preparados. En una de las cabeceras de la mesa, en su silla reclinable favorita, está Lawrence Lamb, el adjunto de Simon. En el otro extremo, un asiento vacío. Nadie lo ocupa. Es el de Simon. Como consejero, Simon asesora al Presidente en todas las cuestiones legales que surgen en la Casa Blanca. ¿Podemos exigir análisis de sangre para pillar a los que niegan la paternidad? ¿Es correcto limitar el derecho de las compañías tabaqueras de anunciar cigarrillos en las revistas juveniles? ¿El Presidente tiene que pagar su plaza en el avión presidencial si lo utiliza para ir a un acto de recogida de fondos electorales? Desde inspeccionar la nueva legislación hasta investigar los nuevos nombramientos judiciales, el consejero y los diecisiete miembros asociados que trabajan con él, incluidos Pam y yo, somos el bufete de la Presidencia. Por supuesto, la mayor parte de nuestro trabajo es por reacción: el Gabinete de la Presidencia decide en el Ala Oeste qué ideas debe acometer el Presidente, y entonces nos convocan a nosotros para poner los cómos y los síes. Pero como bien sabe cualquier abogado, hay mucho poder escondido en los cómos y en los síes. En el rincón de la sala revestida de madera oscura, recostado en el todopoderoso canapé, el consejero del vicepresidente habla en voz baja con el consejero de la Oficina de Administración, y el asesor legal del Consejo de Seguridad Nacional con el consejero legal adjunto de la Oficina de Gestión y Presupuesto. Peces gordos hablando con peces gordos. En la Casa Blanca hay cosas que nunca cambian. Pam y yo nos abrimos paso hacia el fondo de la sala y nos quedamos de pie con el resto del personal sin asiento y esperamos a que llegue Simon. Al cabo de unos minutos entra y ocupa su asiento en la cabecera de la mesa.

Mis ojos se clavan en el suelo tan rápido como pueden.

– ¿Qué pasa? -me pregunta Pam.

– Nada.

Sigo con la cabeza baja, pero lanzo una rápida ojeada furtiva a Simon. Lo único que quiero saber es si anoche nos vio. Doy por hecho que se le notará en la cara. Para mi sorpresa, no se le nota. Si oculta algo, no se sabe. Su pelo sal y pimienta está tan perfectamente peinado como lo estaba en el camino del parque de Rock Creek. No parece cansado y sus hombros están firmes. Y que yo pueda decir, ni siquiera me ha mirado.

– ¿Seguro que no pasa nada? -insiste Pam.

– Seguro -respondo. Levanto la cabeza lentamente. Entonces hace la cosa más increíble de todas. Me mira directamente y sonríe.

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