Emma-Jane bebió otro sorbo de espuma.
– Las mismas iniciales -dijo Branson-. Pero ¿qué demuestra eso?
– Muchos timadores mantienen las iniciales cuando se cambian de nombre -dijo ella-. Leí sobre el tema en la escuela de formación de la policía. En sí mismo, no demuestra nada; pero ahora viene lo mejor.
Tecleó algo en su ordenador y apareció una fotografía de periódico en blanco y negro de una joven de pelo negro cortísimo. La cara era la de Ashley Harper -o la de su doble.
– Es del artículo del Evening Standard sobre la muerte de Julian Warner -dijo Emma-Jane.
Hubo un largo silencio mientras Grace y Branson examinaban la fotografía.
– Mierda -dijo Branson-. No hay duda de que se parece a ella.
Sin decir nada, la detective volvió a teclear algo en su ordenador. Apareció otra fotografía, también en blanco y negro. Esta mostraba a una mujer de pelo rubio, cuya melena le caía por los hombros. Su cara aún se parecía más a la de Ashley Harper.
– Es del Toronto Star, hace cuatro años, del artículo sobre la muerte de Joe Kerwin.
Grace y Branson no dijeron nada. Estaban atónitos.
– La siguiente es del Cheshire Evening Post, hace dieciocho meses, de un artículo sobre la muerte de Richard Wonnash. Abigail Harrington era la hermosa y afligida viuda.
Tecleó en su ordenador y apareció una nueva fotografía, a color. El pelo era pelirrojo y llevaba un peinado corto y elegante. Una vez más, la cara era, casi sin lugar a dudas, la de Ashley Harper.
– ¡La madre que me parió! -exclamó Branson.
Grace se quedó mirando el rostro, pensativo, un buen rato.
– Emma-Jane, bien hecho -dijo entonces.
– Gracias, Roy.
Grace se volvió hacia Glenn Branson.
– Bueno -le dijo-. Son la una menos veinte. ¿A qué juez tienes la valentía de despertar?
– ¿Para solicitar una orden de registro?
– Has llegado a la conclusión tú sólito, ¿verdad? -Haciendo caso omiso a la mueca de Branson, Grace se levantó-. Emma-Jane, vete a casa. Duerme un poco.
Branson bostezó.
– ¿Y yo qué? ¿Me voy a dormir?
Grace le dio una palmada en el hombro.
– Me temo, amigo mío, que tu día acaba justo de comenzar.
Al cabo de unos minutos, Grace estaba hablando por teléfono con una funcionaría judicial con voz de dormida que le preguntó si aquello no podía esperar a mañana.
– Estamos investigando un posible secuestro y es una situación potencialmente de vida o muerte -le informó Grace-. Necesito una orden y me temo que no puede esperar en absoluto.
– De acuerdo -dijo la mujer a regañadientes-. La juez de guardia es la señora Quentin.
Grace sonrió para sí. Hermione Quentin era una juez que le caía especialmente mal, puesto que había tenido un roce con ella hacía unos meses en el juzgado por un sospechoso al que Grace quería retener; ella se lo había denegado. En su opinión, era el peor tipo de juez: casada con un adinerado agente de bolsa, vivía en una casa ostentosa y vulgar y era una reina del glamour de mediana edad que no sabía nada del mundo real y tenía una especie de cruzada personal entusiasta para cambiar la forma en la que la policía, por lo general, veía a los delincuentes. Sería todo un placer sacarla de la cama para firmar una orden a las tantas de la madrugada.
Luego, Grace y Branson pasaron diez minutos más al teléfono organizando un equipo que se reuniera en Sussex House a las cinco de la mañana. Después, apiadándose de Branson, Grace lo mandó a casa para que durmiera un par de horitas.
Más tarde, llamó al detective Nicholl, se disculpó por molestarle y le dijo que fuera a casa de Ashley Harper y vigilara cualquier movimiento que se produjera en ella.
A las dos de la madrugada, con la orden firmada en la mano, Grace llegó a su casa, programó el despertador para las cuatro y cuarto y se quedó dormido.
Cuando apagó el despertador de un manotazo y saltó automáticamente de la cama en la habitación oscura, oyó los primeros gorjeos de los pájaros, lo cual le recordó mientras se metía en la ducha que, aunque el verano aún no había llegado, faltaba menos de un mes para el día más largo, el 21 de junio.
A las cinco estaba de regreso en Sussex House, sintiéndose lleno de vida tras dos horas y pico de sueño. Bella y Emma-Jane ya habían llegado, también Ben Farr, un sargento de casi cincuenta años de cara redonda y con barba que iba a ser el agente encargado de las pruebas, y Joe Tindall. Glenn Branson llegó unos minutos después.
Mientras bebía café, Grace les informó. Luego, poco después de las cinco y media, todos con chalecos antibalas, partieron en una furgoneta Ford Transit de la policía y un coche patrulla, que conducía Branson con Grace en el asiento del copiloto.
Al llegar a la calle de Ashley, Grace le dijo a Branson que se detuviera junto al Astra camuflado de Nick y bajó su ventanilla.
– Todo tranquilo -informó Nicholl.
– Buen chico -dijo Grace al ver el Audi TT de Ashley Harper en su lugar habitual delante de su casa.
Le ordenó a Nicholl que cubriera la calle por detrás y arrancaron de nuevo.
No había sitio para aparcar en la calle, así que estacionaron en doble fila junto al Audi. Grace le dio un par de minutos a Nick Nicholl para situarse; luego, encabezando el grupo, se dirigió hacia la puerta, ya era de día, y llamó al timbre. No contestaron.
Volvió a llamar y, luego, al cabo de un minuto, una vez más. A continuación, hizo un gesto con la cabeza a Ben Farr, que fue a la Transit y cogió el ariete, del tamaño de un extintor grande. Lo llevó hasta la puerta, lo balanceó con fuerza y la puerta se abrió.
Grace entró primero.
– ¡Policía! -gritó-. ¿Hola? ¡Policía!
Las luces silenciosas y parpadeantes del equipo de música lo saludaron. Seguido del resto del equipo, subió las escaleras y se detuvo en el descansillo del primer piso.
– ¡Hola! -volvió a gritar-. ¿Señorita Harper?
Silencio.
Abrió una puerta: daba a un baño pequeño. La siguiente puerta correspondía a un pequeño dormitorio soso y austero que no parecía que nadie hubiera utilizado nunca. Dudó, luego empujó la puerta que quedaba, que era la del dormitorio principal, con una cama de matrimonio sin deshacer. Las cortinas estaban corridas. Encontró el interruptor de la luz y la encendió y varios puntos en el techo iluminaron el cuarto.
El lugar tenía un ambiente desierto, como una habitación de hotel que espera a su próximo ocupante. Vio un edredón inmaculado sobre la cama de metro sesenta, un televisor de pantalla plana, un radiodespertador y un par de reproducciones de las piscinas de Hockney colgadas en la pared.
Ni rastro de Ashley Harper.
¿Dónde diablos estaba?
Sintiendo una punzada de pánico, Grace y Glenn Branson se miraron. Los dos sabían que, en algún momento, los habían burlado, pero ¿dónde y cuándo? Por unos instantes, lo único en lo que pudo pensar fue en la bronca que le caería de Alison Vosper si al final resultaba que habían despertado a una juez en mitad de la noche para conseguir una orden de registro sin motivo.
Y podía haber muchos motivos para que Ashley Harper no estuviera allí esta noche. Por un momento, se enfadó con su amigo. Todo esto era culpa de Glenn. Le había embaucado para que se involucrara en este maldito caso. No tenía nada que ver con él, no era problema suyo. Ahora el puto problema le pertenecía y era cada vez peor.
Intentó recapitular, pensar en cómo podía salvar el culo si Número 27 le pedía explicaciones. Estaba la muerte de Mark Warren. La nota. El dedo en la nevera. Lo que había descubierto Emma-Jane. Había un montón de cosas que no encajaban. Mark Warren, tan beligerante en el banquete. Bradley Cunningham, tan afable, tan elegante para la boda.
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