Ashley se ablandó, miró a su alrededor, luego se inclinó hacia delante, le cogió la mano, se la llevó a los labios y la besó.
– Cariño -dijo, en voz baja-. Te quiero muchísimo, pero estoy horrorizada.
– Yo también.
– Supongo que todos sobrellevamos el horror, el estrés, ya sabes, de formas distintas.
Mark asintió, acercó la mano de Ashley a su boca y la besó con ternura.
– Tenemos que hacer algo por Michael.
Ella negó con la cabeza.
– Es perfecto, ¿no lo ves? ¡No hacemos nada! Este hombre, Vic, va a pensar que Michael te importa porque es tu socio. -Sonrió-. ¡Es una situación increíble!
– No lo es. No te lo he contado todo.
Apuró la cerveza y miró a su alrededor, preguntándose si el vino estaba de camino. Luego, le contó la llamada que había recibido de Vic y los gritos de Michael.
Ashley lo escuchó en silencio.
– Dios santo, pobre Michael… Él… -Se mordió el labio y una lágrima resbaló por su mejilla-. Quiero decir… Mierda, mierda. -Cerró los ojos unos momentos, luego volvió a abrirlos y miró fijamente a Mark-. ¿Cómo…, cómo coño…, cómo ha encontrado ese hombre a Michael?
Mark decidió no mencionar la visita de Grace en este punto. Ashley ya estaba muy abatida.
– Lo único que se me ocurre es que tropezara con la tumba por casualidad. No es que estuviera muy bien oculta precisamente. Joder, los chicos sólo pensaban estar fuera una hora o dos como máximo. Yo la camuflé un poco, pero no habría sido difícil… Un excursionista podría haberla visto sin muchos problemas.
– Un excursionista es una cosa -dijo Ashley sombríamente-. Este tipo no es un excursionista.
– Quizá sea un oportunista. Encuentra a Michael, se imagina por toda la cobertura informativa que es el tipo rico al que está buscando todo el mundo… Es la oportunidad de su vida. Se lo lleva a otro sitio y nos manda una nota exigiendo un rescate; además de una prueba de que tiene a Michael.
– ¿Cómo…, cómo… sabes…, sabemos…, quiero decir…, cómo sabemos que es el dedo de Michael? -dijo Ashley titubeando.
– Hará unas tres semanas, Michael y yo estuvimos en el barco, haciendo trabajos de mantenimiento, un sábado por la tarde. ¿Te acuerdas?
– Vagamente.
– La puerta del lavabo se cerró y Michael se pilló el dedo índice. Empezó a pegar botes y soltar tacos. Lo puso debajo de un chorro de agua fría. Unos días después me lo enseñó y tenía una mancha negra en la uña. -Hizo una pausa-. El dedo que llegó tiene una mancha negra. ¿De acuerdo?
Llegó un plato abundante de aguacate, mozarela y tomates para Ashley; Mark recibió un enorme cuenco de minestrone.
– ¿Quieres llamar a la policía, Mark? ¿Contárselo a ese comisario? -dijo Ashley cuando el camarero volvió a marcharse.
Mark le dio vueltas a aquello y dejó que la sopa se enfriara mientras Ashley comenzaba a comer. Si se lo contaban a la policía y el hombre cumplía con su amenaza de matar a Michael, sería una salida elegante a la situación. Excepto que el grito de dolor de su socio le había dejado afectado. Antes, nada de aquello parecía del todo real. Los chicos muertos en el accidente. Ir a la tumba y sacar el tubo para respirar. Ni siquiera oír a Michael gritar desde dentro del ataúd le había afectado, en realidad no. No del mismo modo en el que le estaba afectando su grito de dolor.
– Michael debe de tener su Palm encima. Si sale con vida de ésta, va a saber que yo sabía dónde iban a enterrarlo.
– Desde que ocurrió el accidente, no nos hemos planteado ni una sola vez que saliera vivo -dijo ella. Luego, tras dudar un momento, añadió irritada-: ¿Verdad?
Mark se quedó callado. En estos momentos, tenía la cabeza, normalmente tan bien amueblada y centrada, hecha un lío. Nunca habían tenido la intención de hacer daño a Michael con la broma de la despedida de soltero; sólo era una venganza por todas sus jugarretas. En el plan original que había urdido con Ashley tampoco había entrado nunca hacer daño a Michael, ¿no? Ashley iba a casarse con él y quedarse con la mitad de sus acciones en Inmobiliaria Doble M. Cuando la tinta de los certificados estuviera seca, Mark y ella tendrían entre los dos los votos suficientes para asumir el control de la empresa. Echarían a Michael del consejo de administración y éste pasaría a ser sólo un accionista minoritario, con lo cual no le quedaría más remedio que aceptar que le compraran sus acciones a bajo precio.
¿Por qué coño se había quedado callado la noche que llegó a casa de Leeds y se enteró del accidente? ¿Por qué? ¿Por qué?
Pero sí conocía el verdadero motivo, por supuesto. Por puros celos. Porque nunca había soportado la idea de que Ashley se fuera de luna de miel con Michael… y la solución le había caído del cielo.
– ¿Verdad, Mark? -La voz insistente de Ashley interrumpió sus pensamientos.
– ¿Verdad, qué?
– ¡Eh! ¡Hola! ¿Alguna vez nos hemos planteado que saliera vivo de ésta?
– No, claro que no.
Ashley lo miró, fijamente, con firmeza.
Él le devolvió la mirada, reproduciendo una y otra vez los horribles gritos de dolor en su cabeza, mientras pensaba: «Ashley, tú no los has escuchado».
Michael estaba tumbado en una oscuridad negra como el carbón; el corazón le palpitaba con fuerza, la cabeza le estallaba, el dedo índice le latía y picos de un dolor atroz le salían disparados desde los testículos hasta la barriga. Había pasado no sabía cuánto tiempo: quizás una hora, quizá más, quizá menos, desde que ese cabrón encapuchado le había enganchado unos electrodos a las pelotas y aplicado descargas eléctricas.
De todos modos, el dolor no era nada comparado con el miedo oscuro, frío, que asediaba su mente. Recordaba la película El silencio de los corderos, que había visto hacía algunos años y vuelto a ver hacía poco en la tele con Ashley. Un asesino en serie que despelleja a sus víctimas retiene a una chica, la hija de una senadora, en un pozo. No pudo evitarlo, estaba temblando, intentando concentrarse, decidido a sobrevivir como fuera.
Regresar con Ashley. Llevarla al altar. Era lo único que quería.
¡Dios mío, cuánto la echaba de menos!
No podía mover los brazos ni las piernas. Después de darle de comer estofado de lata y pan, su captor le había tapado la boca de nuevo con cinta adhesiva y tenía que respirar sólo por la nariz, que tenía medio taponada. Inhaló, de repente aterrorizado de que se le hubiera taponado del todo. Volvió a inhalar, más fuerte, más hondo, inhalaciones rápidas, lo cual hizo que se le acelerara el corazón.
Intentó imaginar dónde podría estar. El lugar olía a moho y a humedad y percibía un ligero hedor a aceite de motor. Estaba tumbado sobre una superficie dura y algo afilado se le clavaba en la base de la columna vertebral y le dolía muchísimo, a cada minuto más.
Se sentía más fuerte, a pesar del dolor, mucho más fuerte que antes. La comida tenía su efecto. «No voy a morirme aquí, joder. No he hecho todo lo que he hecho en la vida para acabar aquí. De ningún modo. No, me niego, me niego. No, no, no, me niego.»
Luchó por desatarse. Respiró hondo, intentando encoger su cuerpo, y luego soltó el aire, intentando expandirlo. Y notó que algo cedía. La cuerda se aflojó un poquitín. Volvió a respirar hondo, pegó los brazos al cuerpo con fuerza, con fuerza, con fuerza, y espiró, inspiró, espiró. Dios bendito, podía mover el brazo derecho. Sólo un poquitín, pero ¡podía moverlo! Volvió a empujar la cuerda hacia fuera y se encogió, empujó y se encogió. Más espacio para su brazo derecho.
¡Luego más aún!
Rodó hacia un lado, luego sobre su estómago. Ahora se le llenó la nariz de hedor a aceite de motor; estaba boca abajo sobre la sustancia viscosa, pero no le importaba porque al menos ya no sentía el dolor en la base de la columna vertebral.
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