Peter James - Una Muerte Sencilla

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A Michael Harrison pretenden gastarle una broma inolvidable en su despedida de soltero; algo que jamás pueda olvidar: enterrarlo vivo durante unas horas. Todo se complicará cuando sus amigos, que son los únicos que conocen el verdadero paradero de Michael, mueran esa misma noche en un accidente de tráfico. Abandonado a su suerte, el único enlace con el exterior será Davey, un chico retrasado mental que recogerá del lugar del accidente el watkie-tatkie con el que los amigos de Michael pretendían seguir en contacto con él. A la cabeza de las investigaciones sobre la desaparición se pondrá Roy Grace, un policía experto en desaparecidos. Paulatinamente, las pistas se irán entrelazando de forma confusa unas con otras: historias de amor y de celos, identidades falsas… Así pues, poco a poco, se va descubriendo que lo que, en principio, era una broma estúpida, puede que, en el fondo, tal vez, sea un plan tejido por oscuros motivos.
Peter James nos presenta en Una muerte sencilla a Roy Grace, un personaje brillante y atormentado, experto en resolver crímenes pero incapaz de enfrentarse a su propio pasado.

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Capítulo 67

A las siete y veinte de la mañana siguiente, Grace llegó a Sussex House. El cielo estaba azul oscuro, con estelas tenues de nubes que parecían tiras de harapos. Un poli con el que había patrullado hacía años era experto en la formación de las nubes y podía predecir el tiempo mirándolas. Por lo que recordaba, las nubes que había esta mañana en el cielo eran cumulonimbos. Tiempo seco. Bueno para la búsqueda de hoy.

En la mayoría de las comisarías, podría haber comido una buena fritanga, que era lo que necesitaba para recuperar energías, pensó mientras recorría el pasillo hacia la hilera de máquinas expendedoras. Metió una moneda en la máquina de bebidas calientes y esperó a que la taza de plástico se llenara de café con leche. Mientras volvía a su despacho, se dio cuenta de lo cansado que estaba. Se había pasado toda la noche dando vueltas en la cama; había encendido la luz, escrito una nota, apagado la luz, vuelto a encenderla. La operación Salsa le alimentó con sus hechos y anomalías incansablemente, gota a gota, hasta que la luz gris comenzó a filtrarse por entre las cortinas y se oyeron los primeros trinos indecisos de los pájaros del alba.

El brazalete. El BMW volviendo tan tarde al aparcamiento, cubierto de barro. Mark Warren trabajando en su despacho hasta medianoche un domingo. El tío canadiense de Ashley Harper, Bradley Cunningham. La expresión y comportamiento de Ashley Harper en el depósito. Los resultados de las pruebas forenses de la tierra que llegarían hoy. Los resultados de las cámaras de circuito cerrado, posiblemente.

Miró la bandeja de entrada, repleta de cartas de la semana anterior de las que aún no se había ocupado. Luego, encendió el ordenador y miró una lista aún más larga de mensajes en el buzón del correo electrónico. Entonces se abrió la puerta y oyó un alegre «Buenos días, Roy».

Era Eleanor Hodgson, su ayudante de gestión, a quien le había pedido que hoy llegara especialmente pronto. Llevaba una hoja en la mano.

– ¿Qué tal el fin de semana? -le preguntó él.

– Muy bien, fui a la boda de mi nieta el sábado y ayer tuve la casa llena de parientes. ¿Y tú?

– Ayer conseguí ir al campo.

– ¡Bien! -dijo-. Necesitabas un descanso y respirar aire fresco. -Lo miró con más detenimiento-. Estás muy pálido, ¿sabes?

– Dímelo a mí.

Cogió la hoja, sabiendo de antemano qué era: su agenda de la semana. Se la llevaba todos los lunes por la mañana, desde que tenía memoria.

Grace se sentó, el olor del café le tentaba, pero el brebaje aún estaba demasiado caliente para bebérselo. Se puso a examinar la agenda, puesto que necesitaba liberarla de todo aquello que no fuera esencial ahora que era el investigador jefe.

Esta mañana a las diez debía ir al juzgado para la reanudación del juicio contra Suresh Hossain y no podía faltar. A la una, tenía hora con el dentista en Lewes, visita que tendría que cancelar. Mañana a las tres, tenía programada una reunión con el jefe de policía de Gales del Sur para intercambiar información sobre un maleante de Swansea al que habían hallado muerto en un vertedero cerca de Newhaven con un taco de billar clavado en el ojo. Tendría que cambiar la cita. El miércoles debía ir a la escuela de policía de Bramshill para un curso de reciclaje sobre huellas de ADN. Lo más destacado del jueves era el equipo de criquet de la comisaría central de la policía de Sussex -del cual se había buscado el inoportuno quebradero de cabeza de ser el secretario honorario en su reunión anual. Por el momento, tenía el viernes desocupado; el sábado había un ejercicio de entrenamiento ante un ataque terrorista en el puerto de Shoreham -en el que él no participaba.

Habría sido una semana vacía de no haber sido por el juicio contra Hossain y ahora por la operación Salsa. Aunque, por experiencia, sabía que pocas semanas acababan como había esperado.

Le dijo a Eleanor que cambiara la hora de todo excepto de sus comparecencias en el juzgado, luego revisó el correo y dictó respuestas a las cartas más urgentes del montón. Repasó los mensajes de correo electrónico y, como iba justo de tiempo y era mal mecanógrafo, también dictó las respuestas a éstos. Luego recorrió el laberinto de pasillos hasta el centro de investigaciones, en el que ya comenzaba a sentirse como en casa.

La sesión informativa de las ocho y media sobre la operación Salsa fue breve. Durante la noche anterior, no se había producido ninguna novedad -aparte de lo que había averiguado por Max Candille, que se guardó para sí, y de la visita a las oficinas de Doble M. Esperaba que para la siguiente reunión, a las seis y media de la tarde, hubiera alguna noticia.

Grace se dirigió a Lewes, deteniéndose por el camino en una gasolinera para comprarse un sándwich de huevo y beicon, que aún masticaba cuando subió las escaleras del juzgado a las diez menos diez. El día ya se le estaba haciendo demasiado largo.

Las diligencias de la mañana comenzaron con los alegatos a puerta cerrada del fiscal al juez y lo único que Grace pudo hacer fue pasearse por la sala de espera, mientras dictaba unas cosas a Eleanor por teléfono y hablaba con Glenn Branson un par de veces. No tenía tiempo de ir a su despacho y volver durante el receso del almuerzo, así que acabó yendo al dentista, a la revisión de los seis meses y, para su alivio, tenía los dientes bien, aunque el odontólogo le reprendió por no cepillarse las encías con el esmero suficiente; pero al menos no tenía caries: les tenía pavor, siempre se lo había tenido.

Al regresar al juzgado a las dos, supo que no iban a necesitarle para el resto del día y volvió a su despacho. Como la operación Salsa le absorbía ahora mucho tiempo, se estaba retrasando con el resto del papeleo e hizo lo que pudo para ocuparse de lo más urgente.

Tuvo una tarde tranquila, justo hasta las seis, cuando llegó a la reunión en el centro de investigaciones. Supo al instante por las caras de los miembros del equipo que había novedades. Fue Bella Moy quien le dio la noticia.

– Acaba de llamarme Phil Wheeler, Roy, el padre del chico asesinado que encontramos ayer por la tarde.

– Cuéntame.

– Me ha dicho que no sabía si era importante, pero que al parecer su hijo le dijo que había estado hablando con Michael Harrison por walkie-talkie… desde… el jueves.

Capítulo 68

Ashley se acercó por detrás a Mark, que estaba encorvado sobre su mesa delante de la pantalla del ordenador, intentando ponerse al día con su trabajo. Debía desde hacía tiempo al arquitecto, al verificador de cantidad y a la empresa de construcción respuestas a un montón de mensajes de correo electrónico sobre problemas planteados por el Departamento de Urbanismo acerca del proyecto más ambicioso de la empresa hasta la fecha: la nueva urbanización de veinte casas de Ashdown.

Ashley deslizó los brazos alrededor de su cuello, se inclinó hacia delante y le acarició la mejilla con la nariz. Él aspiró el perfume embriagador de su colonia fresca y veraniega y el ligero olor cítrico de su pelo.

Con los ojos cansados, Mark levantó los brazos y le puso las manos en las mejillas.

– Todo va a salir bien -le dijo.

– Claro que sí. A nosotros todo nos sale bien, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

Inclinándose más hacia delante, Ashley le dio un beso en la frente.

Mark lanzó una mirada al despacho, hacia la puerta abierta, receloso todos los segundos del día y de la noche de que alguien pudiera entrar.

Ella volvió a besarle.

– Te quiero -le dijo.

– Yo también te quiero, Ashley.

– ¿Sí? No me has demostrado mucho cariño estos últimos días -le reprendió ella.

– Ya, claro, ni que tú me hubieras estado comiendo a besos.

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