– Lo dudo -respondió Clarke.
– Lo que significa que usted lo heredará, Siobhan.
– No me importa, señor.
Macrae la miró.
– ¿Cree que vale la pena seguir unos días más con esa corazonada de Rebus?
– Es algo más que una corazonada -insistió Clarke-. Todorov aparece relacionado con una serie de personas y es cuestión de descartarlas más que de establecer una hipótesis.
– ¿Y si al final es menos de lo que parece? No es la primera vez que esto ocurre con John.
– John ha resuelto muchos casos durante su carrera -replicó Clarke.
– Interpreta muy bien su papel de testigo favorable, Siobhan -comentó Macrae con una sonrisa cansina-. Ya sé que Rebus es su superior, pero quiero que se encargue usted del homicidio de Todorov. Eso simplifica las cosas, como él mismo tendrá que admitir.
Clarke asintió despacio con la cabeza, en silencio.
– Tiene dos o tres días… a ver qué averigua. Dispone de Hawes y Tibbet… ¿A quién más piensa incorporar?
– Ya se lo comunicaré.
Macrae volvió a hacer un gesto reflexivo.
– La embajada rusa ha llamado a Scotland Yard… concretamente a nuestro querido Jefe de Policía -añadió con un suspiro-. Si él se enterara de que consiento que John Rebus intervenga en el caso le daría un ataque de nervios. Por eso la hago responsable a usted, Siobhan, y no a John. ¿Está claro?
– Sí, señor.
– Me imagino que estará al acecho en cualquier parte esperando que usted le dé noticias.
– Le conoce bien, señor.
Macrae puso fin a la entrevista con un leve gesto de la mano. Ella cruzó la sala del DIC y bajó a recepción, donde vio una cara conocida. Todd Goodyear había acabado su servicio o trabajaba de secreta, pues iba vestido con vaqueros negros y una cazadora negra acolchonada. Clarke puso cara de intrigada.
– ¿Viene del escenario del crimen de Todorov, agente Goodyear?
Él asintió con la cabeza y miró la carpeta que llevaba ella.
– ¿Leyó mi informe? -preguntó.
– En efecto… -respondió ella haciendo tiempo para intentar explicarse la presencia de su compañero allí.
– ¿Le pareció bien?
– Muy bien.
Él parecía esperar una calificación mejor, pero ella repitió « bien » y le preguntó qué hacía allí.
– La esperaba a usted -dijo-. Me dijeron que se quedaba a trabajar hasta tarde.
– En realidad, he llegado hace veinte minutos.
Goodyear asintió con la cabeza.
– Estaba fuera, en el coche -añadió, mirando por encima del hombro-. ¿No está con usted el inspector Rebus?
– Escuche, Todd, ¿qué demonios quiere?
Goodyear se humedeció los labios.
– Pensaba que se lo habría dicho el agente Dyson… Quiero un período de prueba en el DIC.
– Me parece muy bien.
– Y había pensado que quizás usted necesitaba a alguien…
– ¿En el caso Todorov?
– Así tendría oportunidad de aprender. Ha sido el primer escenario de un crimen para mí… Me encantaría ver cómo se hacen las pesquisas.
– La investigación consiste en mucho trabajo que básicamente no sirve para nada.
– Fantástico -replicó él con una sonrisa triste-. He hecho un buen informe, sargento Clarke… Se me escapan pocos detalles y creo que podría desarrollar más trabajo.
– Es perseverante, ¿verdad?
– Déjeme convencerla invitándole a una copa.
– He quedado con una persona.
– En ese caso, ¿mañana? La invito a un café.
– Mañana es sábado y el inspector jefe Macrae no ha establecido aún el presupuesto del caso.
– ¿Quiere decir que no hay horas extra? -Goodyear asintió comprensivo con la cabeza. Clarke reflexionó un instante.
– ¿Por qué me lo pide a mí en vez de a Rebus? Él es mi superior.
– Tal vez porque pensé que usted me haría más caso.
– ¿Quiere decir que sería más crédula?
– Quiero decir lo que he dicho.
Clarke se concedió otro momento de reflexión.
– En realidad, la encargada del caso soy yo; así que tomemos ese café el lunes por la mañana. En Broughton Street hay un lugar al que voy a veces.
Clarke le dijo el nombre y le citó a una hora.
– Gracias, sargento Clarke -dijo Goodyear-. No se arrepentirá -añadió tendiéndole la mano que ella estrechó.
Lunes, 20 de noviembre de 2006
Siobhan Clarke llegó diez minutos antes de la hora, pero Goodyear ya estaba en el lugar de la cita. Vestía de uniforme pero con la misma cazadora acolchada del viernes por la tarde con la cremallera cerrada hasta arriba.
– ¿Le preocupa que la vean aquí? -preguntó Clarke.
– Bueno, ya sabe lo que ocurre…
Ella lo sabía. Hacía mucho tiempo que no llevaba uniforme, pero el trabajo seguía siendo algo que uno no deseaba que se supiera a simple vista. Había acudido a fiestas en las que la gente se sentía algo incómoda cuando se enteraba de cómo se ganaba la vida. Y lo mismo sucedía en las salidas nocturnas; los chicos perdían interés o gastaban bromas como: «¿ Vas a esposarme a la cabecera de la cama? Pues ya verás mi porra. No te preocupes por los vecinos, agente, me correré sin gritos …».
Goodyear se puso en pie y le preguntó qué tomaba.
– Ya lo saben -respondió ella.
Estaban ya preparando su café con leche y Goodyear no tuvo más que pagarlo y traerlo a la mesa. Ocupaban dos taburetes en una mesa junto a la ventana y, como era un sótano, sólo veían las piernas de los peatones. Del mar del Norte llegaban ráfagas de lluvia y la gente caminaba deprisa a sus asuntos. Clarke rehusó el azúcar que él le ofrecía y le dijo que se relajase.
– No es una entrevista de trabajo -añadió.
– Yo pensé que sí -replicó él con una risita nerviosa, mostrando unos dientes ligeramente torcidos. Tenía un poco orejas de soplillo y pestañas rubias. Ante él, una taza de café de filtro y unas migas en el plato delataban el consumo de un croissant-. ¿Ha pasado un buen fin de semana? -preguntó.
– Un gran fin de semana -replicó ella-. El Hibs ganó por seis a uno y el Hearts perdió con el Rangers.
– Es seguidora del Hibs -dijo él asintiendo despacio con la cabeza, tomando nota del dato-. ¿Fue al partido?
Ella negó con la cabeza.
– Jugaban en Motherwell. Tuve que contentarme con una película.
– ¿Casino Royale 7.
Clarke negó con la cabeza.
– Infiltrados -guardaron silencio hasta que a Clarke se le ocurrió una pregunta-: ¿Hacía mucho que esperaba?
– No mucho. Esta mañana me levanté temprano y pensé que ya que… -aspiró hondo-. La verdad, no estaba seguro de encontrar el sitio y vine con bastante antelación. Siempre me paso de prudente.
– Ya lo he observado, agente Goodyear. Bueno, hábleme de usted.
– ¿Qué quiere que le cuente?
– Lo que sea.
– Bueno, supongo que sabrá quién era mi abuelo… -dijo alzando la vista, y ella asintió con la cabeza-. Mucha gente parece saberlo, aunque no me lo digan en la cara.
– Usted era pequeño cuando él murió -añadió Clarke.
– Tenía cuatro años, pero hacía casi un año que no le veía. Mis padres no me llevaban a visitarle.
– ¿A la cárcel?
Goodyear asintió con la cabeza.
– A mi madre le afectó bastante… Ella era muy nerviosa y sus padres pensaban que pertenecía a una clase superior a la de mi padre, por lo que cuando mi abuelo acabó en la cárcel fue como si el hecho les diera la razón. Aparte de que a mi padre le gustaba ahogar las penas en la bebida -añadió con una sonrisa de tristeza-. Hay gente que haría mejor en no casarse.
– Entonces, no habría un Todd Goodyear.
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