Debió de leerme el pensamiento. Hizo un gesto de impotencia mientras encendía el cigarrillo y frunció el entrecejo.
– Ni se le ocurra preguntarme nada, Cole. No me pregunte si vi luces blancas o puertas resplandecientes. Estoy harta de escuchar siempre lo mismo.
– Todo eso me da igual, y no iba a preguntarle nada. Lo único que me importa es encontrar a Ben.
– Perfecto. Lo mismo digo. Lo de los artificieros ya es agua pasada. Ahora me dedico a esto.
– Me alegro, Starkey, pero todo eso ocurrió hace sólo un par de meses. ¿Tiene alguna idea de lo que hay que hacer para encontrar a un niño que ha desaparecido?
Soltó un géiser de humo, indignada.
– ¿Qué es lo que pregunta? ¿Si estoy capacitada para hacer mi trabajo?
Yo también estaba exasperado. La noche anterior me había puesto furioso, y a cada segundo que pasaba me enfurecía más.
– Pues sí, es exactamente lo que pregunto.
– He reconstruido bombas y escenarios de estallidos de bombas, y he rastreado restos de explosivos por los paisajes más desolados que pueda imaginarse. He levantado acusaciones contra los gilipollas que preparaban las bombas y contra los cabrones que venden el material que utilizan esos gilipollas. Y además he acabado con Mister Red. Así que no hace falta que se preocupe usted, señor Cole, sé investigar, y puede apostarse la licencia de detective privado a que vaya encontrar al crío.
El sol ya había llegado a lo alto del cielo. La ladera estaba bien iluminada. Starkey arrojó el cigarrillo por encima de la barandilla de un papirotazo. Miré para ver adónde había ido a parar.
– Oiga, que aquí hay peligro de incendio.
Starkey me miró como si la montaña ya estuviera en llamas y el incendio no pudiera ser peor.
– Tenemos suficiente luz. Indíqueme dónde encontró el juguete.
Tiempo desde la desaparición: 15 horas, 32 minutos
Starkey fue al coche a cambiarse de zapatos y después se reunió conmigo en un costado de la casa. Llevaba unas zapatillas Asics de cross y los pantalones subidos hasta las rodillas. Tenía las pantorrillas blancas. Contempló la colina con recelo.
– Es empinada.
– ¿Tiene vértigo?
– Por Dios, Cole, sólo era un comentario. Por aquí el terreno se desprende con facilidad y veo que la zona es bastante irregular. Todo eso complica las cosas. Me gustaría que fuera con cuidado para no contaminar todo esto aún más, así que lo que le pido es que se limite a enseñarme dónde encontró el Game Freak y después se quite de en medio de una vez. ¿Queda claro?
– De acuerdo, quizás antes me haya pasado, pero a mí también se me da bien esto, Starkey. Puedo ayudar.
– Eso está por verse. Venga, enséñeme el sitio.
Cuando empecé a descender por la ladera me siguió, pero la noté incómoda, algo violenta.
Ben jugaba tan a menudo por allí que a fuerza de pasar había abierto senderos estrechos que discurrían por los altibajos de la cuesta como chorros de agua. Guié a Starkey pisando junto a los senderos, para que ninguno de los dos borrara las huellas de Ben. El terreno era accidentado y virgen, y advertí que ella iba por el sendero.
– Está pisando sus huellas. Vaya detrás de mí.
Se miró los pies y dijo:
– Yo sólo veo tierra.
– Vaya por donde voy yo. Acérquese.
El rastro de Ben era fácil de seguir hasta que llegamos a la base de los árboles, donde había más piedras. Daba igual, porque recordaba el camino del día anterior. Atajamos por la ladera. Starkey resbaló por dos veces y en ambas soltó una palabrota.
– Ponga los pies donde me vea ponerlos a mí -indiqué-. Ya casi hemos llegado.
– No me gusta nada la montaña -dijo.
– Se nota.
Señalé los arbustos de romero donde había encontrado el Game Freak y algunas huellas de Ben. Starkey se puso en cuclillas y lo miró todo como si intentase memorizar cada piedra y cada hoja de romero. Después de tanto resbalón y tanta palabrota, una vez en el escenario anduvo con mucho cuidado.
Me miró los pies.
– ¿Ayer llevaba esas zapatillas?
– Sí. Son New Balance. Se ven las huellas que dejé.
Se las señalé y después levanté un pie para que viera la suela. El dibujo estaba formado por una serie de triángulos en relieve y una gran ene en cada tacón. En algunas de mis huellas los triángulos y la ene se observaban muy claramente. Starkey estudió el dibujo en la suela, luego observó detenidamente un par de mis pisadas y a continuación me miró con cara de pocos amigos.
– Vamos a ver, Cole, ya sé lo que he dicho arriba en la casa, pero la verdad es que soy bastante de ciudad, ¿sabe? Para mí un escenario al aire libre es un aparcamiento. Me da la impresión de que usted sabe lo que hace, así que voy a dejar que me ayude. Eso sí, no me joda nada, ¿vale?
– Lo intentaré.
– Lo que queremos saber es qué sucedió. Luego ya vendrán los de la DIC.
Los forenses de la División de Investigaciones Científicas del Departamento de Policía de Los Ángeles serían los responsables de encontrar y recoger cualquier prueba del delito.
Starkey marcó la zona con una cuadrícula hecha bastante a ojo, para que pudiéramos analizar el terreno casilla por casilla. Se movía con lentitud debido a lo difícil que era mantener el equilibrio, pero fue metódica y profesional. Dos de las huellas de Ben podían indicar que había dado media vuelta para volver a casa, pero no se veían con claridad y de hecho podían haber revelado cualquier cosa. A partir de ahí las pisadas descendían por la ladera.
– ¿Adónde va? -me preguntó Starkey.
– Sigo el rastro de Ben.
– Joder, yo casi ni veo las marcas. ¿Es usted cazador o qué?
– Tengo experiencia.
– ¿De cuando era pequeño?
– De cuando estaba en el ejército.
Me miró como si no supiera muy bien qué significaba lo que acababa de decirle.
Las huellas de Ben avanzaban por la hierba aproximadamente dos metros y medio más, pero a partir de ahí el rastro se perdía. Regresé hasta su última pisada y desde ese punto fui alejándome trazando una espiral, pero no encontré más huellas ni ningún otro indicio de que hubiera pasado por allí. Era como si le hubieran salido alas y hubiese echado a volar.
– ¿Qué ve? -quiso saber Starkey.
– Si alguien se hubiera llevado a Ben por la fuerza, debería haber indicios de lucha, o al menos las huellas de otra persona, pero no veo nada.
– Habrá que mirar mejor, Cole.
– No hay nada que ver. Las pisadas de Ben terminan repentinamente y por aquí el terreno no muestra las marcas ni las huellas superpuestas que cabría esperar si se hubiera producido un forcejeo.
Starkey descendió un poco con mucho cuidado, con la vista fija en el suelo. Permaneció callada unos minutos, y cuando habló su voz apenas era audible.
– A lo mejor Gittamon tenía razón y lo ha organizado el chico. A lo mejor no hay señales de lucha porque se ha escapado de casa.
– No se ha escapado de casa.
– Si no lo han raptado es que…
– Mire sus huellas. Llegan hasta aquí y luego se detienen. No volvió a subir, ni bajó, ni siguió por la ladera a la misma altura: las pisadas desaparecen sin más. No puede haberse desvanecido. Si se hubiera escapado de casa, habría dejado huellas, pero no hay nada; desde aquí no se marchó a pie. Alguien se lo llevó.
– Y entonces ¿dónde están las pisadas de la otra persona? Me quedé mirando la tierra y meneé la cabeza.
– Ni idea.
– Eso es una tontería, Cole. Ya encontraremos algo. Siga buscando.
Starkey repetía mis movimientos algo más abajo. Estaba a tres o cuatro metros de mí cuando se detuvo para observar el terreno.
– Eh, ¿esto es de la zapatilla del niño o de la suya?
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