Ian Rankin - Una cuestión de sangre

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Un antiguo miembro de las Fuerzas Especiales del Ejército irrumpe en un acto de locura en un colegio privado del norte de Edimburgo, mata a dos alumnos de diecisiete años y acto seguido se suicida. Tal como dice el inspector Rebus «No hay misterio» salvo en el móvil. Interrogante que le conduce al corazón de una pequeña localidad conmocionada por la tragedia. Rebus, que también ha servido en el Ejército, fascinado por la figura del asesino, comprueba que una investigación militar del caso entorpece la suya. Al ex comando no le faltaban amigos ni enemigos: desde personajes públicos hasta jóvenes góticos de atuendo negro y oscuros habitantes de la pequeña localidad cuyas vidas transcurren en un trasfondo de secretos y mentiras. Pero Rebus tiene que hacer también frente a sus propios apuros. Un malhechor, que acosa a su amiga y colega Siobhan Clarke, aparece muerto en su casa tras un incendio cuando el mismo Rebus acaba de salir del hospital con las manos totalmente quemadas.

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– Sí.

– ¿Has hablado con ella?

– Intercambiamos unos cumplidos.

– ¿Dijo algo sobre Johnson Pavo Real y si su pelea con Fairstone tenía algo que ver con ella?

– Se me olvidó preguntarle.

– ¿Se te olvidó…?

– El asunto se complicó y pensé que era mejor interrogar a su hermano.

– ¿Crees que él sabrá si ella tenía relaciones con Pavo Real?

– No lo sabré hasta que no se lo pregunte.

– ¿Quieres que nos encontremos? Yo tenía pensado ir al puerto deportivo.

– ¿Quieres ir primero allí?

– Luego podemos concluir la jornada con una copa bien merecida.

– Bien, nos vemos en el puerto.

Siobhan cortó y tomó la última salida antes del puente del Forth. Cuando después de descender hacia South Queensferry doblaba a la izquierda en Shore Road, volvió a sonar su teléfono.

– ¿Has cambiado de plan? -preguntó por el micrófono.

– No hasta que no tengamos un plan que cambiar. La llamo por eso.

Reconoció la voz de Doug Brimson.

– Perdone; creí que era otra persona. ¿Qué quiere?

– Pensaba en si estaría lista para usar el cielo otra vez.

– Tal vez -contestó Siobhan sonriendo mentalmente.

– Estupendo. ¿Qué le parece mañana?

Ella reflexionó un instante.

– Sí, podría escaparme una hora.

– ¿Por la tarde, antes de que se ponga el sol?

– De acuerdo.

– ¿Y esta vez cogerá los mandos?

– Es posible que me deje convencer.

– Magnífico. ¿Qué le parece a las dieciséis horas?

– Suena a las cuatro de la tarde.

Él se echó a reír.

– Nos vemos, Siobhan.

– Adiós, Doug.

Dejó el móvil en el asiento del pasajero y miró al cielo a través del parabrisas imaginándose en un avión; imaginándose… presa de un ataque de pánico. No, no creía que le entrara el pánico. Además, llevaría a Doug Brimson a su lado. No había por qué preocuparse.

Aparcó delante de la cafetería del puerto deportivo, entró y salió con una chocolatina. Estaba desenvolviéndola cuando llegó Rebus en el Saab. Pasó por delante de ella y lo dejó al fondo del aparcamiento a cincuenta metros del cobertizo de Herdman. Cuando ella llegó a su altura, él cerraba la portezuela.

– Bien, ¿qué hacemos aquí? -preguntó Siobhan deglutiendo el último trozo de chocolatina.

– ¿Aparte de destruirnos la dentadura? -replicó él-. Quiero echar un último vistazo al cobertizo.

– ¿Por qué?

– Porque sí.

Las puertas estaban cerradas pero no con llave. Rebus las abrió y vio, en cuclillas sobre la lancha neumática, a Simms, que levantó la vista mientras Rebus señalaba con la cabeza la palanca que tenía en la mano.

– ¿Qué hace, destrozar el chiringuito? -dijo.

– Nunca se sabe lo que se puede encontrar -respondió Simms-. En ese aspecto, nosotros decididamente les hemos ganado la partida.

Whiteread, al oír voces, salió de la oficina con un montón de papeles en la mano.

– De pronto hay prisas, ¿verdad? -dijo Rebus acercándose a ella-. Claverhouse está a punto de cerrar el caso y no debe de hacerles mucha gracia, ¿eh?

Whiteread esbozó una leve sonrisa despectiva. Rebus, pensando qué podría hacer para desconcertarla, tuvo una idea.

– Supongo que fue usted quien nos echó encima al periodista -dijo ella-. Quería saber datos sobre el helicóptero que se estrelló en Jura, lo que me hizo pensar…

– Vamos, dígalo -dijo Rebus provocador.

– Esta mañana he tenido una charla muy interesante -añadió ella pausadamente- con un tal Douglas Brimson. Por lo visto, los tres hicieron un pequeño viaje juntos -espetó ella mirando a Siobhan.

– No me diga -replicó Rebus deteniéndose.

Pero ella siguió caminando y se le acercó hasta pegar prácticamente la cara a la de él.

– Les llevó a la isla y luego fueron al lugar del accidente -añadió sin dejar de mirarle a la cara para observar un signo de debilidad. Rebus dirigió una mirada a Siobhan. «¡Ese cabrón no tenía por qué decírselo!» Ella se ruborizó.

– ¿Ah, sí? -fue todo cuanto se le ocurrió como réplica a Rebus.

Whiteread se puso de puntillas, la cara a la misma altura que la de Rebus.

– La cuestión es, inspector Rebus, cómo sabía usted eso.

– ¿Qué?

– El único medio de saberlo es tener acceso a documentación confidencial.

– ¿Ah, sí? -replicó Rebus viendo que Simms bajaba de la lancha con la palanca en la mano. Se encogió de hombros-. Bien, si esa documentación de que habla es confidencial, es imposible que yo la haya visto, ¿no le parece?

– No sin un allanamiento… sin mencionar que lo han fotocopiado -añadió Whiteread mirando ahora a Siobhan e inclinando inquisitivamente la cabeza-. ¿Ha tomado mucho el sol, sargento Clarke? Veo sus mejillas tan encendidas… -Siobhan no dijo nada-. ¿Le ha comido la lengua el gato?

Simms sonreía con cara de satisfacción viendo la turbación de Siobhan.

– Me han dicho que tiene usted miedo a la oscuridad -dijo Rebus mirándole.

– ¿Cómo? -inquirió Simms con el ceño fruncido.

– Lo que explicaría que deje la puerta del dormitorio abierta -añadió Rebus con un guiño antes de volverse hacia Whiteread-. No creo que vaya con esto a ninguna parte. A menos que desee que cuantos intervienen en el caso se enteren de por qué han venido aquí en realidad.

– Según tengo entendido, usted está suspendido del servicio activo y quizá no tarde en enfrentarse a una acusación de homicidio -dijo Whiteread clavando en él una mirada de odio-. A lo que se suma que la psicóloga de Carbrae dice que examinó unos documentos privados sin permiso. -Hizo una pausa-. Me da la impresión de que ya está con el agua al cuello, Rebus. No creo que le interese buscarse más problemas de los que tiene. Y, no obstante, se presenta aquí dispuesto a provocar un enfrentamiento. Déjeme que le diga una cosa a ver si la entiende -añadió acercándole la boca al oído-: No tiene salvación.

Se apartó de él despacio, calibrando su reacción. Rebus alzó la mano enguantada. Ella frunció el ceño insegura del significado del ademán, y de inmediato vio lo que sostenía entre el pulgar y el anular. Lo vio destellar y brillar a la luz.

Era un diamante.

– ¿Qué diablos…? -masculló Simms.

Rebus cerró el puño sobre el diamante.

– Quien lo encuentra se lo queda -dijo dándose la vuelta y caminando hacia la salida seguido de Siobhan, que aguardó a estar fuera para hablar.

– ¿Qué ha sido ese numerito?

– Una operación de sondeo.

– Pero ¿de qué se trata? ¿De dónde has sacado ese diamante?

– De un amigo que tiene una joyería en Queensferry Street -respondió Rebus sonriendo.

– ¿Y?

– Le convencí para que me lo prestara -añadió él guardándose el diamante en el bolsillo-. Pero esos dos no lo saben.

– Pero a mí vas a explicármelo, ¿verdad?

Rebus asintió despacio con la cabeza.

– En cuanto averigüe lo que he recogido con el anzuelo.

– John… -añadió ella medio suplicante y medio agresiva.

– ¿Vamos a tomar esa copa? -preguntó Rebus.

Ella no contestó, pero no dejó de mirarle camino del coche y siguió con los ojos clavados en él mientras abría la portezuela, subía al Saab, ponía el motor en marcha y bajaba el cristal de la ventanilla.

– Nos vemos en el Boatman's -dijo él arrancando.

Siobhan se quedó allí, él apenas la saludó con la mano. Maldiciendo para sus adentros, fue hacia su coche.

Capítulo 21

Rebus estaba sentado en el bar a una mesa junto a la cristalera, leyendo un mensaje de texto de Steve Holly.

«¿Qué tiene para mí? Si no colabora haré una segunda entrega de la freidora.»

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