Ian Rankin - Una cuestión de sangre

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Un antiguo miembro de las Fuerzas Especiales del Ejército irrumpe en un acto de locura en un colegio privado del norte de Edimburgo, mata a dos alumnos de diecisiete años y acto seguido se suicida. Tal como dice el inspector Rebus «No hay misterio» salvo en el móvil. Interrogante que le conduce al corazón de una pequeña localidad conmocionada por la tragedia. Rebus, que también ha servido en el Ejército, fascinado por la figura del asesino, comprueba que una investigación militar del caso entorpece la suya. Al ex comando no le faltaban amigos ni enemigos: desde personajes públicos hasta jóvenes góticos de atuendo negro y oscuros habitantes de la pequeña localidad cuyas vidas transcurren en un trasfondo de secretos y mentiras. Pero Rebus tiene que hacer también frente a sus propios apuros. Un malhechor, que acosa a su amiga y colega Siobhan Clarke, aparece muerto en su casa tras un incendio cuando el mismo Rebus acaba de salir del hospital con las manos totalmente quemadas.

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Teri le miró. Llevaba todos sus atavíos de gótica y unas botas hasta la rodilla con múltiples hebillas relucientes.

– Tal como lo plantea -dijo el señor Cotter-, quizás habría sido mejor que hubiera venido con mi abogado.

Claverhouse se encogió de hombros.

– Lo he preguntado simplemente porque no quiero que su hija se sienta violenta en su presencia -dijo mirando a la muchacha.

– ¿Violenta? -repitió el señor Cotter mirando a su hija, por lo que no pudo ver el ademán que hacía Claverhouse fingiendo teclear ante una pantalla; Teri sí que lo vio y comprendió al instante.

– Papá, quizá sea mejor que esperes fuera -dijo.

– Verdaderamente, no sé…

– Papá -dijo ella poniéndole la mano en el brazo-. No te preocupes. Luego te lo explico. De verdad -añadió taladrándole con la mirada.

– Bueno, no sé… -protestó Cotter mirando a su alrededor.

– No se preocupe, señor -dijo Claverhouse para tranquilizarle, recostándose en la silla y cruzando las piernas-. No se alarme, se trata simplemente de ciertos datos que queremos verificar con Teri. El sargento Ormiston le acompañará a la cantina -añadió señalando con la cabeza a Ormiston- y mientras usted toma algo habremos terminado.

Ormiston puso mala cara y miró a Rebus y a Hogan como si preguntara a su compañero por qué no podía ir uno de los dos. Cotter miró otra vez a su hija.

– No acaba de convencerme dejarte aquí sola -protestó de nuevo pero ya dándose por vencido, y Rebus pensó si se atrevería alguna vez a oponerse a su mujer o a su hija.

Era un hombre feliz en su mundo de cifras y movimientos de bolsa, datos que consideraba previsibles y controlables. Tal vez el accidente de coche y la pérdida del hijo le habían hecho perder la confianza en sí mismo, al verse como un ser vulnerable frente al azar y la adversidad. Se levantó y Ormiston, que aguardaba en la puerta, le siguió. Rebus pensó de pronto en Allan Renshaw y en las secuelas que deja en un padre la pérdida de un hijo.

Claverhouse dirigió una sonrisa de oreja a oreja a Teri Cotter, quien correspondió cruzando los brazos a la defensiva.

– Teri, sabes de qué se trata, ¿verdad?

– ¿Ah, sí?

– Esto sí que sabes lo que significa, ¿no? -añadió Claverhouse repitiendo el movimiento de dedos sobre el teclado.

– ¿Por qué no me lo explica?

– Significa que tienes una página en internet: Señorita Teri. Significa que la gente puede observar tu dormitorio a cualquier hora del día o de la noche. El inspector Rebus aquí presente es uno de tus admiradores -añadió Claverhouse señalándole con la cabeza-. Y Lee Herdman era otro. -Hizo una pausa mirándola fijamente-. No parece sorprenderte.

La muchacha se encogió de hombros.

– Por lo visto, el señor Herdman era un gran voyeur -añadió

Claverhouse fijando brevemente la vista en Rebus, como si se preguntara si podía clasificarle también como tal-. Le gustaba entrar en muchos sitios, casi todos de pago con tarjeta de crédito.

– ¿Y qué?

– Tú, sin embargo, te ofreces gratis.

– ¡Lo mío no es igual que esos sitios que dice! -exclamó enfurecida.

– Entonces ¿qué clase de sitio es el tuyo?

Teri Cotter estuvo a punto de responder, pero se contuvo.

– ¿Te gusta que te miren? -dijo Claverhouse-. A Herdman le gustaba mirar. Parece que los dos os complementabais.

– Me folló unas cuantas veces, si se refiere a eso -dijo ella fríamente.

– Yo no habría utilizado esas palabras.

– Teri -terció Rebus-, hay un ordenador que compró Lee y que no encontramos… ¿No será el que tienes en tu dormitorio?

– Puede.

– ¿Lo compró para ti y te lo instaló él?

– Si usted lo dice…

– ¿Y te enseñó a diseñar la página y a instalar la cámara?

– ¿Por qué me lo pregunta si ya lo saben? -replicó ella irascible.

– ¿Tus padres no preguntaron nada?

– Yo tengo mi dinero -replicó ella mirándole.

– ¿Pensaron que lo habías comprado tú? ¿No sabían nada de lo tuyo con Lee?

La muchacha le dirigió una mirada que hacía ver lo estúpidas que eran sus preguntas.

– Le gustaba observarte -añadió Claverhouse-. Quería saber dónde estabas y lo que hacías. ¿Por eso colgaste ese sitio en la Red?

Teri Cotter negó con la cabeza.

– Entrada a la Oscuridad es para todo el que quiera mirar -dijo.

– ¿Fue idea de él o tuya? -preguntó Hogan.

Ella se encogió de hombros.

– ¿Se supone que soy Caperucita Roja? ¿Y Lee el lobo malvado? -Lanzó un suspiro-. Lee me regaló el ordenador y me dijo que quizá podríamos estar en contacto a través de la cámara. Pero Entrada a la Oscuridad fue idea mía, exclusivamente mía -añadió señalándose con el dedo entre los senos; la puntilla negra dejaba ver un trozo de piel sobre el que reposaba la cadenita de oro con el diamante, con el que se puso a juguetear.

– ¿Eso te lo regaló él también? -preguntó Rebus.

La muchacha bajó la vista a la cadenita, asintió con la cabeza y cruzó otra vez los brazos.

– Teri -añadió Rebus despacio-, ¿sabías quién más accedía a tu sitio?

Ella negó con la cabeza.

– El anonimato forma parte de la gracia del juego -respondió.

– Tu página no es anónima, hay muchos datos que explican quién eres.

Teri reflexionó un instante y se encogió de hombros.

– ¿Lo sabía alguien más del colegio? -preguntó Rebus.

La muchacha volvió a encogerse de hombros.

– Te diré alguien que sí lo sabía: Derek Renshaw.

Teri Cotter abrió los ojos y la boca, sorprendida.

– Probablemente Derek se lo diría a su buen amigo Anthony Jarvies -añadió Rebus.

Claverhouse se enderezó en la silla y levantó una mano.

– Un momento -dijo mirando a Hogan, que se encogió de hombros, y luego a Rebus-. Esto es nuevo para mí.

– Derek Renshaw tenía guardada en su ordenador la dirección del sitio de Teri -dijo Rebus.

– ¿Y el otro chico también lo sabía? ¿El que mató Herdman?

Rebus se encogió de hombros.

– He dicho probablemente -contestó.

Claverhouse se puso en pie y se restregó el mentón.

– Teri, ¿Lee Herdman era del tipo celoso? -preguntó.

– No lo sé.

– Pero lo del sitio lo sabía… Se lo dijiste, por supuesto -añadió Claverhouse de pie junto a ella.

– Sí -contestó Teri Cotter.

– ¿Y a él qué le pareció? Me refiero al hecho de que cualquiera pudiera verte en tu dormitorio a cualquier hora de la noche.

– ¿Cree en que los mató por eso? -dijo Teri casi en un susurro.

Claverhouse se inclinó con el rostro casi pegado al de ella.

– ¿A ti qué te parece, Teri? ¿Lo crees posible?

No esperó la respuesta, giró sobre sus talones y dio una palmada.

Rebus sabía qué estaba pensando: que él, el inspector Charlie Claverhouse, acababa de desentrañar el misterio el primer día que se hacía cargo del caso. Y ya estaba deseando lanzar al vuelo las campanas de su triunfo para que se enteraran los jefes. Se acercó a la puerta, la abrió y le decepcionó ver que no había nadie en el pasillo. Rebus aprovechó la ocasión para levantarse de la silla y sentarse en la de Claverhouse. Teri se miraba el regazo y jugueteaba de nuevo con la cadenita.

– Teri -dijo Rebus en voz queda para llamar su atención. La muchacha le miró y, al advertir, a pesar del rímel, que tenía los ojos húmedos, añadió-: ¿Te encuentras bien? -Ella asintió despacio con la cabeza-. ¿Seguro? ¿Quieres que te traiga algo?

– Estoy bien.

Rebus asintió con la cabeza tratando de convencerse. Hogan también se había cambiado de sitio y estaba al lado de Claverhouse en la puerta poniéndole una mano en el hombro para calmar su excitación. Rebus no oía lo que decían, ni le importaba.

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