Ian Rankin - Una cuestión de sangre

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Un antiguo miembro de las Fuerzas Especiales del Ejército irrumpe en un acto de locura en un colegio privado del norte de Edimburgo, mata a dos alumnos de diecisiete años y acto seguido se suicida. Tal como dice el inspector Rebus «No hay misterio» salvo en el móvil. Interrogante que le conduce al corazón de una pequeña localidad conmocionada por la tragedia. Rebus, que también ha servido en el Ejército, fascinado por la figura del asesino, comprueba que una investigación militar del caso entorpece la suya. Al ex comando no le faltaban amigos ni enemigos: desde personajes públicos hasta jóvenes góticos de atuendo negro y oscuros habitantes de la pequeña localidad cuyas vidas transcurren en un trasfondo de secretos y mentiras. Pero Rebus tiene que hacer también frente a sus propios apuros. Un malhechor, que acosa a su amiga y colega Siobhan Clarke, aparece muerto en su casa tras un incendio cuando el mismo Rebus acaba de salir del hospital con las manos totalmente quemadas.

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– Puede que mencionara que tenía ganas de comer algo… No estoy seguro -dijo Rebus enderezándose en la silla y notando que le crujían las vértebras-. Escuche, señor Mullen, me consta que dispone de bastante evidencia circunstancial -añadió dando unos golpecitos en el sobre marrón casi tan voluminoso como el del cuarto de Simms- indicativa de que fui yo la última persona que vio a Martin Fairstone con vida. -Hizo una pausa-. Pero eso es todo lo que demuestra, ¿está de acuerdo? Y yo no niego el hecho -espetó recostándose en la silla.

– Aparte del asesino -dijo Mullen en voz tan baja como si hablara consigo mismo-. Lo que habría debido decir es: «Fui la última persona que lo vio con vida aparte del asesino» -replicó alzando sus pesados párpados.

– Es lo que quise decir.

– Pero no es lo que ha dicho, inspector Rebus.

– En ese caso discúlpeme. No me encuentro del todo…

– ¿Ha tomado algún medicamento?

– Sí, analgésicos -contestó Rebus levantando las manos para recordárselo a Mullen.

– ¿Y cuándo tomó la última dosis?

– Un minuto antes de verle a usted. Tal vez habría debido decírselo… -añadió Rebus abriendo mucho los ojos.

– ¡Naturalmente! -exclamó Mullen golpeando la mesa con las palmas de las manos.

Ya no hablaba para su chaleco. Se levantó tan bruscamente, que la silla cayó al suelo. Carswell se puso también en pie.

– No sé por qué…

Mullen se inclinó sobre la mesa para desconectar la grabadora.

– No se puede interrogar a nadie que esté bajo los efectos de un medicamento -añadió mirando al subdirector-. Creí que todo el mundo lo sabía.

Carswell musitó una especie de disculpa por haberlo olvidado. Mullen miró furioso a Rebus y éste le hizo un guiño.

– Volveremos a hablar, inspector.

– ¿Cuándo me hayan suprimido la medicación? -dijo Rebus con cara de inocente.

– Deme el nombre de su médico para que yo le consulte previamente -dijo Mullen abriendo el expediente y preparando el bolígrafo sobre una página en blanco.

– La cura me la hicieron en el hospital Infirmary, pero no recuerdo el nombre del médico -dijo Rebus risueño.

– Bien, tendré que averiguarlo -replicó Mullen cerrando la carpeta.

– Mientras tanto -terció Carswell-, supongo que no tendré que repetirle que presente disculpas tal como le dije y que continúa usted suspendido de servicio.

– No, señor -dijo Rebus.

– Cuestión que nos lleva a la pregunta -añadió Mullen despacio- de por qué le encontré en compañía de una colega en casa de Jack Bell.

– La sargento Clarke simplemente me llevaba en su coche, pero tuvo que parar en casa de Bell para hablar con el hijo -alegó Rebus encogiéndose de hombros, mientras Carswell expulsaba más aire.

– Llegaremos al fondo de este asunto, Rebus. Puede estar seguro.

– No lo dudo, señor. -Rebus fue el último en levantarse-. Lo dejo en sus manos. Que disfruten cuando lleguen al fondo.

Tal como esperaba, Siobhan estaba fuera en el coche.

– Qué sincronización -comentó ella, que había llenado el asiento trasero de bolsas de compra-. Estuve esperando diez minutos a ver si se lo decías al principio.

– ¿Y después te fuiste a comprar?

– Sí, al supermercado del final de la calle. Te iba a preguntar si te apetece venir a cenar a casa esta noche.

– Esperemos a ver cómo se desarrolla el resto de la jornada.

Siobhan asintió con la cabeza.

– Bueno, ¿cuándo surgió la pregunta sobre la medicación?

– Hace unos cinco minutos.

– Sí que tardaste.

– Quería saber si tenían algo nuevo.

– ¿Lo tienen?

Rebus negó con la cabeza.

– No, no creo que respecto a ti abriguen sospechas -dijo.

– ¿Sospechas de mí? ¿Por qué?

– Porque era a ti a quien acosaba Fairstone y porque todos los polis conocen el viejo truco de la freidora -dijo él encogiéndose de hombros.

– Si sigues por ese camino, la cena queda anulada -comentó ella saliendo del aparcamiento-. ¿La próxima parada es Turnhouse? -preguntó.

– ¿Piensas que debería coger el primer avión que salga del país?

– Vamos a hablar con Doug Brimson.

Rebus negó con la cabeza.

– Habla tú con él. A mí déjame donde te parezca.

– ¿Dónde? -preguntó ella mirándole.

– Déjame en George Street, por ejemplo.

– Sospechosamente en los aledaños del Oxford -comentó ella sin dejar de mirarle.

– No lo había pensado, pero ya que lo dices…

– No mezcles alcohol con analgésicos, John.

– Hace ya una hora y media que me tomé la pastilla. Además, ¿no sabes que estoy suspendido del servicio? Puedo portarme mal.

Rebus esperaba a Steve Holly en el salón de atrás del Oxford.

Era uno de los pubs más pequeños de Edimburgo, tenía dos salones de tamaño similar al del cuarto de estar de una casa corriente. El primero solía animarlo la simple presencia de tres o cuatro amigos y en el de atrás había mesas y sillas. Rebus se sentó en el rincón del fondo lejos de la ventana. Las paredes conservaban el mismo color ictericia de cuando él había ido por primera vez al local hacía treinta años. El interior austero y anticuado ejercía cierta intimidación sobre los clientes ocasionales, pero no creía que fuera así con el periodista. Le había llamado a la delegación del tabloide en Edimburgo que distaba apenas diez minutos del bar a pie. El mensaje había sido escueto: «Quiero hablarle. Ahora mismo, en el Bar Oxford» y sabía que acudiría porque le habría intrigado. Acudiría por la historia que había desvelado. Vendría porque era su trabajo.

Oyó abrir y cerrarse la puerta. No le preocupaban los clientes de las otras mesas. Los del salón de atrás no comentarían nada si oían algo de la conversación. Levantó lo que quedaba de la pinta. Podía agarrar mejor las cosas, era capaz de levantar un vaso con la mano y flexionar la muñeca sin que le hiciera tanto daño. No tomaría whisky, seguiría el buen consejo de Siobhan y le haría caso por una vez. Además, tendría que aplicarse con cinco sentidos a lo que dijera, porque Steve Holly no iba a morder tan fácilmente el anzuelo.

Oyó pasos en la escalerilla y una sombra precedió la entrada del periodista, quien, después de escrutar las mesas en la penumbra del atardecer, se dirigió hacia él. Holly traía en la mano un vaso que parecía de gaseosa, tal vez con su buena porción de vodka. Le saludó con una inclinación de cabeza y aguardó hasta que Rebus se sentase. Lo hizo mirando a derecha e izquierda, no muy conforme con quedar de espaldas a los otros clientes.

– No van a atizarle ningún golpe a traición -dijo Rebus.

– Supongo que debo darle la enhorabuena. Me he enterado que le está tocando las narices a Jack Bell -dijo Holly.

– Y yo he visto que su periódico apoya su campaña.

Holly torció el gesto.

– Eso no quiere decir que no sea un gilipollas. Cuando le sorprendieron con esa prostituta deberían haber continuado con la investigación. Mejor aún: habrían debido llamar a mi periódico y hubiéramos ido a hacerle unas fotos in fraganti. ¿Conoce a su esposa? -Rebus asintió con la cabeza-. Está chalada y tiene los nervios deshechos.

– Pero ella salió en su defensa.

– Claro, como buena esposa de diputado -replicó Holly despectivo-. Bien -añadió-, ¿a qué debo el honor? ¿Ha decidido darme su versión?

– Necesito un favor -dijo Rebus poniendo las manos enguantadas encima de la mesa.

– ¿Un favor? -Rebus asintió con la cabeza-. ¿A cambio de qué exactamente?

– A cambio de un compromiso de relación especial.

– Eso significa… -dijo Holly llevándose el vaso a los labios.

– Que tendrá la primicia de lo que averigüe en el caso Herdman.

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