Algunos días después, decía estar curado y se quitó el cabestrillo, en contra del consejo médico. Rick estaba de guardia y no estaba allí para discutir con él. Yo no entré en la discusión, ni siquiera cuando pillé a Milo con un gesto de dolor al levantar una taza de café.
Prefería no discutir con él.
Me encontraba con Tanya a diario, a veces hasta cuatro veces al día. Cuando me llamaban, Kyle asistía.
Acabar con la terapia satisfactoriamente conllevaba empezar con una mentira: Patty no había matado a nadie, simplemente se había referido a la muerte de un amigo narcotraficante de Blaise de Paine, de manos de De Paine. Aquello tan terrible de lo que hablaba era la propia culpa por no informar del crimen.
Construí la justificación de Patty para mantenerse callada. Otras personas ya habían hablado con la Policía y no habían obtenido ningún resultado; se sintió obligada a escapar para asegurar la seguridad de Tanya.
Algunos años después, encontró por casualidad a De Paine y él le dedicó una sonrisita, amenazó a Tanya. Antes de que Patty pudiera hacer algo al respecto, cayó enferma y se vio obligada a cantar como un pajarillo.
Su confesión en el lecho de muerte, confusa por la fase terminal de su enfermedad, tenía la intención de advertir a Tanya.
– Estoy seguro -le dije- de que si hubiera vivido habría intentado darte más detalles.
Tanya se sentó.
– Te quería tanto -continué-. Todo se resume a eso.
– Sí -contestó-. Lo sé. Gracias.
Siguiente tema: el hecho de que matara a un hombre.
La reconstrucción del crimen confirmó la escena que yo me había imaginado.
De Paine disparó en primer lugar a Milo desde lo alto de la escalera. Milo, herido, corre hacía atrás en la oscuridad, agarrándose el brazo y buscando a tientas su arma de servicio.
De Paine baja varios escalones, intentando localizar a su presa. Oye algo por detrás de él, o imagina oírlo. Se gira y dispara a través de la puerta desde un punto cada vez menos ventajoso, rompe la madera, pero deja la ventana superior intacta.
Tanya, al oír el ruido, coge la semiautomática de nueve balas Walter que había cogido prestada de la sala de armas del coronel Bedard e ignorando los consejos de Kyle, corre hacia la cocina.
Cuando oye el tercer disparo de De Paine y Milo responde con fuego, apunta temblorosa a través de la puerta destrozada y dispara las nueve balas.
Una bala que se incrusta en la jamba de la puerta fue extraída por el equipo de reconstrucción. Otras cinco pasan sigilosamente junto a De Paine, alcanzando varios escalones de hormigón y ruedan, deformadas, hasta la parte baja de la escalera.
Una alcanza a De Paine en la mano izquierda, una herida superficial no mortal.
Dos le perforan el intestino, le destrozan el bazo y el hígado.
Un caso claro de legítima defensa. Tanya dijo que no le parecía mal lo que había hecho. Puede que finalmente llegara a creerlo de verdad.
Kyle Bedard se mudó al dúplex en Canfield. Iona Bedard protestó, pero la ignoraron. Myron Bedard siguió en Europa, pero llamó dos veces para asegurarse de que Kyle estaba bien. Myron le envió a Kyle cincuenta mil dólares y le aconsejó llevar a su bombón a unas lindas vacaciones sin decírselo a su madre.
Kyle ingresó el dinero en el banco y volvió a trabajar en su tesis doctoral.
Tanya me contó que lo quería, pero que necesitaba arreglar un poco las cosas antes de meter a alguien en su cama. Desde el tiroteo, Kyle pasaba las noches sin descansar.
– Se sienta, medio dormido, pero parece aterrorizado, doctor Delaware. Lo abrazo y le digo que todo está bien, a la mañana siguiente no se acuerda de nada. ¿Qué es eso?, ¿una fase profunda de terror nocturno?
– Puede ser -respondí.
– Si no se aclara, quizá pueda venir a verle.
– ¿Cómo estás durmiendo tú, Tanya?
– ¿Yo? Genial.
Las preguntas sucesivas revelaron que cada vez que se iba a la cama realizaba una serie de rituales compulsivos durante al menos una hora. A veces la rutina se alargaba hasta los noventa minutos.
– Pero eso fue una excepción. Casi siempre termino a los sesenta minutos o incluso antes.
– Controlas tus tiempos.
– Para encontrarle el truco -contestó-. Claro que es posible que controlar el tiempo haya pasado a formar parte de la rutina. Pero puedo vivir con ello; por cierto, ¿le comenté que había cambiado de opinión en cuanto a la psiquiatría? Demasiado ambigua, estoy pensando en medicina de urgencias.
***
Durante el siguiente mes, sus hábitos compulsivos se intensificaron. Me concentré en los puntos principales hasta que tres semanas más tarde, estaba preparada para trabajar en los síntomas. La hipnosis y la terapia cognitiva de comportamiento resultaron útiles, pero no suficientes. Completé la terapia con medicación. Quizá ella se dio cuenta, porque dedicó media sesión a un escrito que había hecho sobre los efectos colaterales de los inhibidores de respuesta con serotonina selectiva. Opinaba que nunca tontearía con su cerebro, a no ser que estuviera realmente psicótica.
– Al fin y al cabo, es tu elección -contesté.
– ¿Porque soy adulta?
Sonreí.
– La edad adulta es una especie de concepto estúpido, ¿verdad? Las personas crecen de forma tan diferente… -replicó.
Justo antes de que el brazo de Milo recuperara su funcionamiento completo, una mujer llamada Barb Smith llamó a mi consulta para pedir una cita para su hijo. Acepto pocos casos de terapia; además, con lo de Tanya y media docena de casos del juzgado, tenía ganas de pasar más tiempo con Robin, así que decidí dar instrucciones al personal para que transmitiera ese mensaje como norma.
– Lo intenté, doctor. Pero no aceptó un no como respuesta, volvió a llamar tres veces- dijo Lorraine, la telefonista.
– ¿De forma prepotente?
– No, en realidad, fue bastante amable.
– ¿Como diciendo que debería parar de hacerme el interesante y llamarla?
– Usted es el médico, doctor.
– Deme el número de teléfono.
– Estoy orgullosa de usted -respondió Lorraine.
***
Uno de esos prefijos de móvil sin sentido. Barb Smith lo cogió al primer toque. Una voz joven, de locutora sensual.
– Muchísimas gracias por llamar, doctor Delaware.
Le solté mi discursito.
– Se lo agradezco -respondió-, pero puede que cambie de opinión si le digo mi anterior nombre de casada.
– ¿Cuál es?
– Fortuno.
– ¡Oh! -exclamé-. Philip.
– Felipe -corrigió-. Ese es su nombre legal, pero Mario no lo utiliza nunca, solo por sacarme de quicio. Usted lo ha conocido.
– Dominante.
– Intenta serlo -afirmó con suavidad-. Me ordenó llamarle hace varios meses. Yo pienso que Felipe es un chico maravilloso, el problema está únicamente en Mario, pero hablemos de esto en persona. Sé que cobra por su tiempo y no quiero ser una aprovechada. ¿Estaría bien si voy yo sola, sin Felipe? Luego, si usted considera que hay algún problema, ¿podría ver a Felipe?
– Claro. Ustedes viven en Santa Barbara.
Dudó por un instante.
– Vivía.
– Se han mudado.
Otra pausa.
– Esta llamada… no está siendo grabada, ¿verdad?
– No que yo sepa.
– Bien -contestó-, no es que sea importante, la gente cree saberlo. ¿Qué tal si nos encontramos a medio camino? Entre Los Ángeles y Santa Barbara.
– Claro. ¿Dónde?
– Oxnard. Hay una bodega, alejada de la playa, en una zona industrial por la avenida Rice. Hay una cafetería agradable en la que hacen un Zinfandel estupendo, si le gusta el vino.
– No cuando trabajo.
Читать дальше