Jonathan Kellerman - Obsesión

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Patty Bigelow pensaba que por fin había conseguido enderezar su vida, pero de repente, su rebelde hermana Leila abandona a su hija, Tanya, en la puerta de su casa. Tía y sobrina aprenden con dificultad a vivir juntas con la ayuda profesional del doctor Alex Delaware, psiquiatra. Ahora, quince años después, Tanya acude de nuevo a la consulta de Alex porque la única madre que ha tenido, Patty Bigelow, ha fallecido dejando a la joven un extraño legado: le confesó, en su lecho de muerte, haber matado a un hombre años atrás. Este acto de barbarie abrirá inevitablemente un túnel al pasado en el que los secretos, junto con los cadáveres, han sido profundamente enterrados.

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– ¡Dios mío! ¡Mi espalda! Se movió para pedir ayuda. Los dos conductores de la ambulancia que habían llegado junto con el coche blanco se enfundaron los guantes y los tres juntos acabaron de darle la vuelta.

El chándal de terciopelo verde salvia de Grant combinaba con los arbustos y los eucaliptos jóvenes. Los miembros de una brigada de limpieza de matorrales de la cárcel del condado lo habían encontrado. Ya se habían ido, conducidos de vuelta a la comodidad de la cárcel. La rampa estaba bloqueada por un coche patrulla, pero la autopista seguía abierta y el rugido de los autos era constante.

– Una aquí -dijo Johanson, apuntando a una herida pequeña, pero limpia en la frente de Grant. Sus manos se movieron hacia la turgencia del torso de Grant-. Dos, tres, cuatro, cinco… y una aquí. -Indicando un desgarrón en el terciopelo justo en el centro de la ingle-. Alguien odiaba a este pobre desgraciado.

– ¿Heridas de defensa? -preguntó Petra.

– No, nada. -Comprobó Johanson.

– El que le disparó le miraba de frente y él le dejó hacerlo -apuntó Milo.

– Cualquier persona que le disparara debía ser más baja que Grant -añadió David Saunders. El disparo en la entrepierna o el de las abdominales podrían haber sido los primeros. Grant cayó y el asesino siguió disparando.

– Un tiro en la entrepierna me hace pensar en un ajuste de cuentas -dijo Kevin Bouleau-. ¿Se buscó problemas con algún marido?

– No que nosotros sepamos -respondió Petra.

– Hace tiempo que le buscan, ¿verdad?

– Es una historia muy larga.

– No tengo tiempo -intervino Bouleau.

– Déjenme volver a comprobar las piernas… no, parece lo que es, chicos -dijo Johanson-. Por el tamaño del orificio de entrada, apostaría por una veintidós, seguro que no mucho mayor. No hay mucha sangre, así que no fue este el disparo mortal. No van a poder encontrar el casquillo salvo alguno alojado en algún lugar del cuerpo o que cayera.

Se puso de rodillas para agacharse todavía más y miró por debajo del chándal.

– Esta cosa no tiene ningún bolsillo… ah sí, aquí hay uno. -Metió la mano en el bolsillo de cremallera, sacó del interior una cartera-. No lleva identificación, mala suerte, chicos.

– Sabemos quién es -replicó Raul Biro.

– Gracias a ti -dijo Petra-. Buen trabajo.

Biro se permitió una sonrisa por un segundo. Se había pasado horas sentado tras su escritorio pegado al teléfono mientras comprobaba al mismo tiempo las llamadas entrantes de homicidios en el escáner. Al oír que habían encontrado un cuerpo abandonado en el centro, preguntó por la raza y la altura de la víctima, fue rápidamente al escenario y ayudó a establecer el perímetro de seguridad.

– ¡Alabado sea Dios! -exclamó Saunders-. Y su fiel servidor, el detective Biro.

Todo el mundo sabía a qué se refería. Sin poder identificar a la víctima, podían perderse días y días.

– ¿Qué quieres que haga ahora? -preguntó Biro.

– Lo que digan los chicos -contestó ella.

– ¿Saben si el señor Grant tenía familia por el lugar? -dijo Saunders.

– Hemos localizado su residencia de hace un año y vivía solo en Valley. Nos interesaba encontrarlo como compinche de nuestro sospechoso, pero nada hacía parecer que fuera un mal tipo por sí solo.

– Lo que es seguro es que alguien sí lo creía.

Crac, crac, me estoy haciendo demasiado vieja para este trabajo -protestó Johanson.

Yo le echaba unos treinta y cinco.

Agarró la cámara y giró alrededor del cuerpo. Daba pequeños pasos, haciendo multitud de fotos.

– Está bien, es todo vuestro. ¿Dónde están vuestros especialistas?

– De camino hacia aquí -contestó Saunders.

– Estamos listos para oír esa historia, Petra -añadió Kevin Bouleau.

– ¿Alguna idea de cuándo podremos irnos? -preguntó uno de los conductores de la ambulancia.

***

Petra resumió lo que sabíamos sobre Grant. Saunders y Bouleau la escucharon hasta que acabó, Luego, Saunders dijo:

– Ese tío, Fisk, es el primer candidato, dado que ya ha matado a alguien por algo que la víctima sabía. Grant se movía con esos tipos, seguramente acabó sabiendo demasiado. El único punto en contra es que Fisk estranguló a vuestra víctima.

– Eso ocurrió en un edificio lleno de gente -argumentó Petra-, el ruido podría haber sido un factor. Y Grant era todavía más grande que Bowland, quizá demasiado grande para estrangularlo.

– Entonces, puede que le dispararan en algún lugar apartado. ¿No tienen idea de dónde vivía?

– De Paine y Fisk compartían casa en Hollywood Hills. Nadie vio a Grant en la casa, pero es posible que estuviese allí. Pero aun así, eso fue hace meses.

– Compañeros de juergas -dijo Bouleau-. Hay mucha actividad en los garitos por esta zona, en los edificios abandonados al este del centro cívico. Es principalmente industrial, por la noche está muerta. Los tíos de los garitos llegaron, piratearon la electricidad, organizaban fiestas, pasaban droga, cogieron el dinero y se largaron. Cuando la fiesta se acaba, todo se queda tranquilo y en calma.

– Hay algunos sitios que podemos comprobar -añadió Saunders-, podemos ver si hay abundantes fluidos corporales.

– Ese sitio de Santa Fe, para empezar -apuntó Bouleau.

Saunders asintió con la cabeza.

– Era un almacén textil; resulta sorprendente lo que uno puede encontrar en esos sitios.

– El único sitio donde los tres fueron vistos juntos es el Rattlesnake -mencionó Petra.

– Ese hace tiempo que cerró -dijo Saunders-. Esto tiene pinta de que pasaremos algunas noches despiertos, Kev. Tú ya lo haces, de todos modos, pero mi vida social va a resentirse.

– No te la mereces -respondió Bouleau-. Haz como todos y sufre.

Saunders hizo una mueca y dijo:

– La mujer de Kev acaba de tener un hijo.

– Enhorabuena -dijo Milo.

– Es estupendo, Kev. ¿Niño o niña? -preguntó Petra.

– Niña, Trina Louella. El bebé más hermoso del universo, pero no le gusta dormir.

– Si puede pasarse treinta seis horas sin dormir podrá seguir los pasos de su papá.

– Eso no va a pasar -dijo Bouleau-. Trina va a ser médico.

***

Las bromas se acabaron y los detectives de la central comenzaron a caminar alrededor del lugar donde dejaron el cuerpo, buscando casquillos que no aparecían. La furgoneta de atestados del Departamento de Policía llegó y salieron dos técnicos con cajas negras.

Cuando empezaron a trabajar, Petra acorraló a Raul Biro y le pidió que vigilara el dúplex de Mary Whitbread.

– Puedo hacerlo -contestó.

– ¿Estás libre esta noche?

– Puedo estarlo.

Se giró hacia nosotros y dijo:

– ¿Todo este derramamiento de sangre para acallar cierta información? Sea lo que sea lo que resucitó Patty, debía ser de alta importancia. Estoy convencida de que no fue menos de un asesinato. Quizá Isaac no encontró nada simplemente porque no fue comunicado, como tú dijiste. Lo que no es muy esperanzador.

Miró cómo los especialistas se ponían en cuclillas cerca del cuerpo.

– Ya no hay nada aquí que podamos hacer.

– Sé que las veintidós son comunes -dije-, pero quizá deberías comparar las balas de Grant con las de Leland Armbruster.

– ¿De Paine dispara a Armbruster hace trece años y guarda el arma? -preguntó Milo.

– Hace trece años De Paine tenía quince. Si Armbruster era el primero, la pistola podía tener un valor simbólico.

– Un valor sentimental.

– Más -añadió Petra-, consiguió salir de casa con ella, así que ¿por qué tirar un arma que le trajo tanta suerte? Estoy de acuerdo, mejor intentarlo. La autopsia de Grant no tendrá prioridad porque seis agujeros de bala no nos dirán quién lo hizo. Pero iré otra vez a hablar con Saunders y Bouleau para ver si ellos pueden agilizarlo un poco. En cuanto tengan fuera las balas, lo arreglaré con balística. Raul, ven conmigo y hablaremos con ellos hoy. Nos vemos más tarde, chicos.

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