Unos minutos más tarde:
– El señor Grant llegó a nuestra puerta casi inconsciente a las cuatro y cuarenta de la madrugada de una noche de sábado. Yo estaba fuera, el médico que le atendió fue Pete Berger. Busquemos las notas de las enfermeras… vaya, chico, son de Patty. Uno de sus turnos dobles.
– ¿Qué escribió?
– Material de consumo básico… bien, menciona que a Grant lo trajeron unos amigos, sin nombres… uno de ellos le dijo a la enfermera encargada que Grant había tomado una dosis de insulina poco antes de sentirse débil y que casi se había desmayado. Le suministramos un poco de azúcar, controlamos sus constantes vitales, encontramos algo raro con la ondas R de su EEG y le recomendamos que se quedara en observación. Grant se negó, cogió el alta en contra del consejo de los médicos, nunca le volvimos a ver.
– ¿Lo recordará Pete Berger?
– ¿Después de miles de pacientes desde entonces? En absoluto. Y el residente rotó del Olive View. Déjame que hable con ellos dos de todos modos, quédate ahí.
Diez minutos más tarde:
– Ninguno de ellos se acuerda de Grant y menos de sus amigos. Estoy seguro de que Patty se habría acordado, tenía una memoria sorprendente.
– Lo que podría ser el punto clave -dije-. Ella vio algo mientras cuidaba de Grant que la alteró. Poco después, cae enferma, pero no puede quitárselo de la cabeza.
– Supongo, pero ¿qué pudo irritarla tanto? Te comenté que parecía agotada dos semanas antes del diagnóstico. Di por sentado que se trataba de la enfermedad, que se la estaba comiendo. ¿Quieres decir que podía ser estrés emocional?
– Ahora mismo es solo una teoría, pero establecería otro vínculo entre Patty y Lester Jordan. Ella cuidó de él y de un colaborador del tipo que lo mató.
– Hablando de él -replicó-, Milo me explicó tus sospechas sobre si Patty robaba drogas. He vuelto a comprobar los inventarios por catálogo y no noto nada raro en el último año. Siempre he tenido un cuidado muy especial con esas cosas, Alex. No me engaño a mí mismo pensando que todo es perfecto y un control después de doce meses no puede aclarar nada sobre un hurto de drogas hace años, pero insisto en seguir pensando que si hubiera pasado algo, me habría dado cuenta. Además, me cuesta imaginarme a Patty involucrada con algo así.
– A mi también.
– Y eso de que Tanya tiene un fondo de inversión ha estado carcomiéndome.
– ¿No te ha contado Milo la nueva teoría sobre eso?
– No. He tenido turno los últimos dos días, no lo he visto.
Le conté lo de los pagos en efectivo de Myron Bedard a Patty más los cinco años de alquiler gratuito.
– Eso me hace sentir un poco mejor -añadió-. Ves, ¿qué te dije de ser muy eficiente? Pero tengo que serte sincero, cuando yo no comprobaba el armario de los medicamentos, le mandaba hacerlo a Patty.
– No hay ninguna prueba de que robara drogas, Rick.
– Creo que solo quería oírtelo decir. ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?
– No -respondí-. Gracias por ayudarme con lo de Grant.
– Claro. Escucha, quizá sea mejor que el chicarrón no sepa hasta que punto estoy metido en esto. Le gusta tenerme apartado de los asuntos turbios.
La reunión tuvo lugar al día siguiente. A las nueve de la noche en mi casa; Petra fue la primera en aparecer, a menos diez, a pesar de que venía en coche desde San Diego.
– Un camión de los grandes ha volcado cerca de Irvine, un caos de tráfico en todo el trayecto hasta Newport y la batería de mi móvil se ha muerto. Gracias a Dios que había salido pronto y me he cambiado de ropa en el coche.
Eso iba por la camiseta de cuello vuelto negra, el pantalón de chándal color carboncillo y las zapatillas de deporte blancas. Después de pasarse por el baño, aceptó una batería para el móvil y una taza de café, y empezó a hablar con Robin. Cuando regresé, estaban hablando de bolsos y Blanche estaba en el regazo de Petra.
– Mírala -dijo Petra-, nacida para ser una estrella.
– Ya sé que la piel de pata de avestruz suena gore, pero la prefiero a la de la propia avestruz.
– ¿Es esa que tiene un estampado más ancho en vez de puntos? -preguntó Petra-. ¿Un poco como la piel de cocodrilo, pero con las esquinas más suaves?
– Exacto.
– ¡Pues sí! Es bonita. Pobre pajarito, aunque dicen que los avestruces son malos, así que si uno quiere racionalizar, ahí tiene una vía escapatoria.
– La de vaca también es bonita -replicó Robin-. No es que yo me limite exclusivamente al cáñamo.
Me fui para servirme yo mismo una taza.
Milo llegó con un trozo de pizza colgando de una mano y manchas de salsa de tomate sobre el labio. Los hombros y la espalda de su abrigo estaban cubiertos de un fino polvo gris y algunas bolitas de papel dispersadas. Sus pantalones de tweed eran demasiado abrigados para una noche tan cálida.
Cogió un bote de medio litro de leche de la nevera, abrió la boquilla y chupó.
– ¿Quieres una galleta? -preguntó Robin.
– ¿Son caseras?
– Milanos de menta.
– Muy amable, jovencita, pero no me conformo con cualquier cosa.
Robin se rió y llevó a Blanche al dormitorio.
Milo, Petra y yo nos sentamos alrededor de la mesa de la cocina.
– Así que habéis encontrado las balas -dijo Petra.
– Después de dos días rebuscando. Algún genio de la sala de pruebas escribió un cinco en lugar de un tres y luego otro genio lo confundió con un ocho e introdujo el código del año incorrecto. También lo habían guardado en la otra parte de la sala, con cajas del sesenta y dos -contestó Milo.
– Quizá esperaban que resolvieras un par de casos abiertos mientras estabas por allí. -Petra se inclinó y le sacudió el polvo de la chaqueta.
– He hablado con Bob Deal de balística y ha aceptado hacer unas pruebas comparativas mañana. ¿Algo nuevo con las compañías de vuelo?
– Ojalá -dijo Petra-, el nombre de Fisk no aparece en ningún vuelo de salida desde el día de la muerte de Jordan y tampoco el de Moses Grant. Muchas huellas en el Mustang de Fisk, pero las únicas que han dado una equivalencia en el SAID son las suyas. Stu ha conseguido que San Diego lo examine al detalle, por el tiempo. Han estudiado el interior y el maletero, no han encontrado fluidos corporales. Yo he conseguido un extenso requerimiento para todos los registros de teléfono de Fisk, pero no he encontrado ninguna línea fija y si utiliza un móvil, es de tarjeta.
– Costumbres de chicos malos -dijo Milo-. ¿Algún documento en el coche?
– La antigua inscripción en el registro y algunos envoltorios de barritas energéticas. Bastante limpio, pero no extrañamente limpio, como si lo hubiera limpiado hace poco. Volvamos a nuestra víctima por un momento, Lester Jordan solo tenía una línea fija de teléfono, pero tampoco parecía tener una gran vida social, unas veinte llamadas al mes. Las únicas llamadas no metropolitanas eran a Iona Bedard en Atherton y de la última hacía ya setenta y cuatro días.
– Una familia muy unida -intervino Milo.
– Típico de esta gente. Los otros teléfonos a los que Jordan llamaba eran restaurantes de comida para llevar y teléfonos públicos. Las llamadas a cabinas eran normalmente bastante tarde, por la noche, lo que concuerda con que Jordan vendía droga. Raul ha barrido el edificio de arriba abajo, la mayoría de los inquilinos ni siquiera sabía quién era Jordan, no es uno de esos lugares en lo que te apetece saludar a tus vecinos por el pasillo. Y nadie sabía nada de que Jordan fuera el administrador, así que si Iona quiere endosárselo por el tema del pago de impuestos, es solo un chanchullo de ella. Pero algunos sí dijeron que habían notado un ir y venir de gente de bajos fondos en el apartamento de Jordan a altas horas de la madrugada. Pero la heroína que dejaron sigue sin indicar que Jordan muriera porque era un camello. O quizá Fisk realmente no aguanta las drogas.
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