Jonathan Kellerman - Obsesión

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Patty Bigelow pensaba que por fin había conseguido enderezar su vida, pero de repente, su rebelde hermana Leila abandona a su hija, Tanya, en la puerta de su casa. Tía y sobrina aprenden con dificultad a vivir juntas con la ayuda profesional del doctor Alex Delaware, psiquiatra. Ahora, quince años después, Tanya acude de nuevo a la consulta de Alex porque la única madre que ha tenido, Patty Bigelow, ha fallecido dejando a la joven un extraño legado: le confesó, en su lecho de muerte, haber matado a un hombre años atrás. Este acto de barbarie abrirá inevitablemente un túnel al pasado en el que los secretos, junto con los cadáveres, han sido profundamente enterrados.

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– Aun así -replicó Milo-, habría un móvil económico.

– Quizá -contestó ella-, Fisk o quien fuera, entró sin problemas. Dejaron la ventana abierta. En cuanto a Moses Grant, no tiene ningún antecedente criminal. Bassett Bowland vio a Grant en el Rattlesnake con Fisk y De Paine, pero no observó ningún comportamiento sospechoso. Salvo que haya alguna nueva información, no creo que valga la pena dedicarle mucho tiempo a Grant.

– Pues aquí va una nueva información -dije-, un par de semanas antes de que Patty enfermera, trató a Grant en el Cedars.

– ¿De qué?

– Nivel bajo de azúcar. Es diabético.

– Él está enfermo, ella es enfermera y el Cedars es el centro de urgencias de la parte occidental. Miles de personas van por allí, Alex.

– Grant llegó con amigos.

Petra se pasó el pelo por detrás de una oreja y se frotó la sien con el dedo pulgar.

– Una complicación más -dijo-. Bien, ¿qué más sabemos sobre Grant?

– Según su casera en Woodland Hills -adelantó Milo-, era un inquilino modelo. No hacía ruido, no tenía visitas, hasta utilizaba auriculares para tocar la guitarra. De repente, hace seis meses, dejó de pagar el alquiler sin avisar. La casera le puso varias demandas y ganó, pero aún no ha cobrado, porque no pueden encontrarlo.

– Hace seis meses Robert Fisk dejó de pagar su alquiler -dije.

– ¿Se mudaron juntos, los dos? -preguntó Petra-. Está bien, buscaremos a Grant, aunque hasta ahora no nos haya dado muy buen resultado.

Sacó una hoja de papel y la deslizó sobre la mesa. Una hoja de fax del Departamento de Policía de San Diego, una ampliación del permiso de conducir de Grant ocupaba el centro de la hoja.

– Es todo un osito, este grandullón.

Milo miró detenidamente la foto. Los músculos de su cuello se marcaron cuando me pasó el papel.

Moses Grant sonreía a la cámara del DMV. Cara redonda y oscura. Cabeza afeitada, bigote recortado y perilla.

Dos metros, unos ciento catorce kilos por lo menos.

El gigante que salió del Hummer en casa de Mary Whitbread:

«Ha llegado mi hijo», nos dijo.

«¿Ese es su hijo? Adoro esta ciudad.»

Milo se lo contó a Petra.

– ¿La madre de Grant era la casera de Patty? -preguntó-. ¿Por qué allá donde vaya esta mujer, hay algún tipo de significado oculto?

– Dimos por sentado que Grant era el hijo de Mary porque fue el único en salir del coche -expliqué-. ¿Y si conducía el coche porque estaba llevando a alguien que prefirió permanecer oculto? Las ventanillas del Hummer estaban tintadas de negro, no había forma de saber quién podía estar dentro.

– En aquel momento, Lester Jordan todavía estaba vivo, pero no por mucho tiempo -añadió Milo-. Mary Whitbread fue la última persona con la que hablamos sobre Patty. Poco después, Jordan estaba muerto.

Petra volvió a coger la hoja.

– ¿El hijo de Whitbread es Fisk? -preguntó-. Grant va con Fisk participa en el incidente de la discoteca, conduce para él. La madre de Fisk le cuenta algo sobre Patty que le preocupa y se encarga del asunto… Lo que significaría que el segundo hombre del apartamento sería Grant. Sin embargo, aún no sé por qué Jordan lo dejó entrar. A menos que Grant no fuera en realidad un inocente osito.

Petra soltó una carcajada y preguntó:

– ¿Conoces a algún juez que firme una orden de arresto basándose en eso? Pero al menos tengo un lugar donde empezar a buscar.

– Hay otro candidato a hijo de Whitbread -apunté-. Blaise de Paine el mezclador de música. He encontrado fotos suyas en Internet. Es rubio como Whitbread. Se viste de forma extravagante y sale con gente guapa lo que encaja con un coche llamativo.

– Vayamos a echarle un vistazo al pequeñín -resolvió Petra.

Nos dirigimos a mi despacho. Descargué las imágenes.

– Parece un niño jugando a disfrazarse -comentó Petra-, uno de esos nostálgicos… Mary-Whit-bread, vaya… Pan… «Pain» es «Bread» en francés.

Silencio.

Milo examinó la pose de Blaise de Paine.

– Este tipo no va vestido -dijo-, va disfrazado… va de interesante ¿Cómo se dice en francés artista de mierda?

– Un ladrón pretencioso -contesté-. Me pregunto que más nos está ocultando.

Capítulo 24

Petra utilizó su contraseña del Departamento de Policía de Los Ángeles para acceder a la base de datos del Centro Nacional de Información Criminal.

El sistema obtuvo dos tipos con el apellido Whitbread. Francis Arthur, varón blanco, veintiocho años, en libertad condicional por sentencia por el atraco a un banco cuarenta y nueve meses antes y con domicilio en Lawrence, Kansas. Jerry Lee, varón amerindio, cincuenta y dos años, cumpliendo la segunda parte de una condena de dieciocho años por robo armado en el centro penitenciario de Dakota del Norte.

Una comprobación del coche dio como resultado el permiso de conducir de Mary Whitbread y el de Peterson Ewan Whitbread, emitido hace cuatro años y con domicilio en la misma dirección: calle Cuarta. La ficha de Peterson le adjudicaba veintiocho años. Un metro setenta y cuatro, cincuenta y nueve kilos, rubio con ojos azules.

Cuatro años antes, llevaba el pelo largo y liso. Sus ojos entrecerrados denotaban aburrimiento. Menos sombra de ojos, botas remachadas y ropa descuidada de discoteca, una cara de niño del montón soñando en la oscuridad.

– Peterson Whitbread no resulta ideal como nombre artístico, ahora entiendo por qué se lo inventó -dijo Petra-. Vivir con veinticuatro añitos en casa de mamá, tampoco debía ser bueno para su imagen.

– Una de las fuentes de Robin creía que él vivía en una de las calles de los pájaros -argumenté yo.

– Los negocios debían irle bien. ¿Qué calle?

– No lo sé.

– ¿Quién es la fuente?

– Nadie importante. -Les conté los detalles.

Petra se inclinó para acercarse a la pantalla.

– Lleva sombra de ojos… parece que lleve esmalte de uñas también. «El Michael Jackson albino.» -Se reclinó-. Un chavalín fanfarrón como este seguro que utilizaría a un matón de alquiler. Pero si pagó para que asesinaran a Jordan Lester por algo relacionado con Patty, el móvil debe remontarse a cuando Patty estaba al cuidado de Jordan. Eso situaría a Whitbread entre los diez y los dieciséis años.

– La adolescencia es una psicopatía temporal, ¿no? -preguntó Milo.

– A veces es permanente -contestó Petra-. ¿Qué tipo de vínculo puede haber entre un adolescente malo y una cívica enfermera legal por el que valga la pena matar a una persona?

– En mi opinión, lo único que pueda relacionar a un jovencito gamberro, a un yonqui y a una enfermera es lo que ya sabéis.

– Si Patty estuvo metida en el tráfico de drogas con ese gamberro -añadió Petra-, ¿por qué alquilaría un apartamento, años después, a la madre del chico?

– Quizá ese algo tan terrible ocurrió después de que se mudara a la calle Cuarta -respondí.

– Entonces, ¿cuál es la conexión con Jordan?

– Que dejara de ser vecina de Jordan no significa que perdiera el contacto con él.

– ¿Una relación duradera? De acuerdo, está bien. Pero no olvidemos que Isaac no encontró ningún caso de homicidio en la calle Cuarta o sus alrededores durante la época en que Patty vivió allí.

– Isaac ha estado dándole vueltas.

Entré en mi cuenta de correo y descargué el correo electrónico de Bangkok.

Petra lo leyó y dijo:

– Así es un superdotado, nunca está satisfecho. Pero pensémoslo por un segundo, aceptemos que la iniquidad de Patty sucediera en la calle Cuarta o cerca de allí, pero que no llegó a cometerse un asesinato. ¿Qué pasó? ¿Y si exageró delante de Tanya porque estaba en fase terminal, afectada por la enfermedad? ¿Y cómo puede conducir a la muerte de Jordan el conocimiento de un crimen no capital?

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