Michael Connelly - Luna Funesta

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C. Black desea cerrar su historial delictivo para siempre. Trabaja en un concesionario de automóviles de Los Ángeles, pero un hecho inesperado le obliga a jugárselo todo a una carta. Necesita dar un golpe final que le permita realizar el último sueño. Para ello recurre a Leo Renfro, un amigo de los viejos tiempos que le propone participar en un gran robo en Las Vegas. Cassie cree que con su experiencia como ladrona de guante blanco logrará salir airosa de la operación.

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El conserje cogió uno del estante y fue al mostrador anunciando en un tono tan agudo como un relincho que Karch debía cincuenta y dos centavos. Karch pagó con el importe exacto.

– Bonito sombrero -dijo el conserje.

– Gracias.

Karch se llevó el sobre hasta el mostrador situado junto a la puerta. Se le ocurrió que el conserje quizá se estaba burlando de su sombrero, pero lo dejó pasar.

De espaldas al conserje para que éste no viera lo que estaba haciendo, Karch hurgó en el bolsillo de su traje y sacó el sobre que contenía el as de corazones que había encontrado en el suelo mientras registraba la habitación 2015 del Cleo. Sacó la carta y la deslizó en el sobre que acababa de comprar. Luego lo cerró.

Utilizando el rotulador más grande que encontró en los vasos de plástico, dirigió el sobre a Leo Renfro y escribió la dirección postal y el número. En letras grandes agregó: URGENTE en ambos lados. En las líneas del remite escribió 773 y en la parte de atrás el número de móvil de Leo Renfro.

Volvió al mostrador y vio que el empleado estaba cerrando la caja del suelo. Tampoco esta vez levantó la cabeza. Ni siquiera preguntó qué deseaba. Karch vio que la etiqueta enganchada a la camisa ponía «Stephen».

– Perdona, Steve, ¿te importa echar esto en el buzón que corresponda?

El joven dejó el precinto de forma hosca y se acercó al mostrador. Cogió el sobre que le ofrecían y lo miró como si dudase de si tenía que cumplir con la petición.

– Necesito que lo meta ahora, porque este hombre siempre comprueba el correo a primera hora de la mañana.

El chico decidió por fin que podía asumir el pedido y se dirigió a la partición que conducía a la sala de los buzones.

– Y me llamo Stephen -le gritó a Karch.

Karch se alejó del mostrador, dobló la esquina y se dirigió al buzón 520. Miró a través de la ventanita de cristal cómo el sobre que acababa de entregarle al empleado era depositado en el buzón, encima del otro sobre que esperaba a Leo Renfro.

Karch ya se había ido de la tienda antes de que el empleado volviese al mostrador. Mientras caminaba hacia el coche, dijo en voz alta: «Son cincuenta y dos centavos…, y me llamo Stephen».

Una vez en el Lincoln lo repitió una y otra vez, imitando el timbre de voz similar a un relincho y el tono hosco. Cuando estuvo satisfecho de su imitación, puso en marcha el coche y se alejó.

No podía utilizar un teléfono público con ruido de tráfico de fondo para realizar su llamada, de manera que condujo por Burbank durante diez minutos en busca del escenario adecuado para su actuación. Finalmente localizó un restaurante llamado Bob’s Big Boy y aparcó en la parte de atrás, junto a un Dumpster.

En el restaurante encontró un teléfono público en la antesala de los lavabos. Echó monedas y llamó a Leo Renfro. Era consciente del riesgo que corría. Aunque obviamente el nombre de Renfro estaba en el buzón, Karch no podía saber si los empleados del servicio tendrían su número de móvil, sin embargo, había previsto un plan de emergencia para esa eventualidad.

Alguien levantó el teléfono al otro lado de la línea al segundo timbrazo, pero no dijo nada.

– ¿Hola? -dijo Karch por fin, imitando lo mejor posible el relincho de Stephen.

– ¿Quién es?

– ¿Señor Renfro? Soy Stephen, de Warner Post and Packlt.

– ¿De dónde ha sacado este número?

– Está en el sobre.

– ¿Qué sobre?

Karch se concentró en su voz.

– Por eso le llamo. Ha recibido un sobre hoy. Está marcado urgente. Su teléfono está en el sobre. No sé, pensé que debía llamarle. Vamos a cerrar y como no ha venido, pensé que debería llamarle por si estaba esperando algún…

– ¿Lleva remite?

– Sí, quiero decir no. Lo único que pone es siete siete tres.

– Muy bien, gracias. Y hágame un favor, no vuelva a llamarme aquí nunca más.

Renfro colgó de golpe. Karch mantuvo el teléfono pegado a la oreja, como si pensara darle a Renfro la oportunidad de descolgar de nuevo y formularle más preguntas. Finalmente colgó. Pensó que había funcionado, se sentía seguro de sí mismo. La conversación le había dejado con la impresión de que Renfro era un tipo cauteloso, y eso significaba que tenía por delante una larga noche.

De vuelta en el restaurante fue a la barra y pidió dos hamburguesas bien pasadas, con ketchup y dos cafés para llevar. Mientras se las preparaban caminó hasta el aparcamiento. Sacó las placas de matrícula robadas y sustituyó la de atrás con una de ellas. El Dumpster le sirvió de escudo mientras lo hacía. Luego sacó el Lincoln y volvió a meterlo de cara.

Cambió la placa delantera. Con el destornillador eléctrico de Cassie Black fue coser y cantar. Decidió que se lo quedaría cuando concluyera el trabajo. El taladro y unas cuantas cosas más.

Capítulo 28

Un nuevo miedo se añadió a un día pavoroso. Cassie estaba sentada en el Boxster, con el motor al ralentí, enfrente de la casa de Lookout Mountain Road. La familia había dejado abierta la cortina de la ventana más grande, dejando a la vista la sala de estar y la cocina iluminada donde los tres estaban comiendo. Cassie no lo apreciaba desde el ángulo en que se hallaba, pero recordaba del día de su visita que la silla en la que la niña se sentaba tenía un listín telefónico. Probablemente se consideraba demasiado mayor para una silla alta, pero aun así necesitaba unos centímetros suplementarios.

La mirada de Cassie vagó desde la ventana hasta el cartel. Habían colgado un pequeño listón de madera en la parte inferior de éste, debajo del nombre de la inmobiliaria:

RESERVADO

La casa se vendía y la familia se mudaría pronto. Se aferró con fuerza al volante, y eso le causó un intenso dolor en el codo y el hombro. Pensó en el plan de Leo para devolver el dinero. Sabía que quizá no habría tiempo para otro golpe y que ningún trabajo le proporcionaría la cantidad de dinero que había en aquel maletín. Se sorprendió a sí misma deseando que los esfuerzos de Leo fracasasen. No podía evitarlo. Quería el dinero ya. Quería huir.

Sonó su teléfono móvil. Lo sacó de la mochila y contestó. Era Leo, pero no dijo su nombre. La conexión era horrorosa, aunque a ella le sorprendió incluso que hubiese cobertura en las colinas.

– ¿Cómo estás? -preguntó él.

– Igual.

– Bueno, ¿sabes esos… estabas esperando? Acabo de recibir una llamada. Parece que… los recogeré esta noche.

Ella escuchó lo suficiente para entender.

– Bien. Pero no me servirán de nada si no tengo el dinero.

– … estoy trabajando en eso. Quiero contac… Quizá mañana sepa algo. De un modo u o…

– ¿Qué se supone que tengo que hacer mientras tanto?

– No te he entendido.

– ¿Qué se supone que tengo que hacer mientras tanto? -preguntó ella en voz alta, como si la fuerza de su voz fuese a mejorar la frágil conexión.

– Ya hemos discutido eso, Cass. Tú ve a traba… Actúa con normalidad hasta que arregle…

– Es igual. Esta conexión da pena. Quiero largarme. -Sonó hosca, pero no le importó.

– Mira, cielo, ya casi lo tenemos. Sólo espero que…

– No quiero devolverlo, Leo. Estamos cometiendo un error. Tú estás cometiéndolo. Tengo un mal presagio con esto. Tenemos que irnos. Ahora.

Leo se quedó un rato en silencio. Ni siquiera se molestó en recordarle que no pronunciase su nombre. Ella ya estaba pensando que se había interrumpido la conexión cuando él habló por fin.

– Mira, Cassie -dijo en un tono demasiado calmado-. Yo también tengo malas… braciones. Más de lo habitual. Pero tenemos que… y considerar todas las posibilidades. Es la única manera de que…

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