El anuncio, claro está, no mencionaba este problema potencial. Cassie bajó la mirada y lo leyó otra vez:
SE ESTUDIAN TODAS LAS OFERTAS
California Craftsman Clásico de 1931
2 habitaciones y 2 salones espaciosos
¡Urge venta!
¡Precio rebajado!
Cassie se había fijado en el letrero de «En venta» tres semanas antes, en uno de sus paseos de rutina. Este hecho había sembrado su vida de desconcierto, un desconcierto que se traducía en insomnio y falta de atención en el trabajo. No había vendido ni un solo automóvil en las tres semanas, un hecho insólito.
Por lo que sabía, se trataba del primer día de visita, así que el texto del anuncio le resultó curioso. Se preguntó por qué los propietarios estarían tan ansiosos por vender, hasta el punto de haber rebajado el precio después de sólo tres semanas en el mercado. Le extrañaba.
Tres minutos después de la hora señalada para el inicio de las visitas, un coche que Cassie no reconoció, un sedán granate marca Volvo aparcó en la entrada de la casa. Una mujer delgada y rubia, de cuarenta y tantos años, salió del vehículo. Iba bien vestida, aunque de modo informal. Abrió el maletero y sacó un letrero que cargó hasta la acera: «Día de visita». Cassie se miró el peinado en el retrovisor y se ajustó la peluca. Salió del Porsche y se aproximó a la mujer mientras ésta enderezaba el cartel.
– ¿Es usted Laura LeValley? -preguntó Cassie, leyendo el nombre del cartel de «En venta».
– La misma. ¿Ha venido a ver la casa?
– Sí, me gustaría.
– Bueno, déjeme abrir y empezamos. Bonito coche, ¿es nuevo?
La mujer señaló la placa en blanco del concesionario en la parte delantera del Porsche. Cassie había quitado las matrículas en el garaje de su casa antes de salir como medida de precaución. No sabía si los vendedores de casas anotaban las matrículas como forma de seguir la pista o pedir informes de potenciales compradores. Ella no quería que le siguieran la pista. Por ese mismo motivo llevaba peluca.
– Ah, sí-dijo-. Me lo acabo de comprar, pero tiene un año.
– Es muy bonito.
El Boxster tenía un aspecto prístino por fuera, pero en realidad había sido recuperado por el concesionario por falta de pago. Ya había superado los cincuenta mil kilómetros, entraba agua por el techo descapotable y los cedés saltaban en el equipo a la primera que el conductor pillaba el menor bache de la carretera. El jefe de Cassie, Ray Morales, le dejaba usarlo hasta final de mes, mientras vencía el plazo que había dado al propietario para que cancelase la deuda, antes de ponerlo en venta definitivamente. Cassie suponía que nunca verían ni un centavo del tipo. Era un aprovechado de tomo y lomo. Ella había leído en el expediente que el comprador se había retrasado en el pago de las seis primeras cuotas y luego se había saltado las seis siguientes. Ray había cometido el error de financiarle él mismo el coche después de que el individuo no obtuviera un préstamo. Eso ya era un claro indicio. Sin embargo, el tipo había convencido a Ray para que le financiara y le diera las llaves. Luego Ray se había sentido tan molesto por haberse dejado engañar que salió personalmente con la grúa cuando localizaron el Boxster en la puerta de la casa del aprovechado, en la colina que daba a Sunset Plaza.
La mujer de la inmobiliaria fue a buscar un maletín a su coche y acompañó a Cassie por el sendero de piedra que conducía al porche.
– ¿Están en casa los propietarios? -preguntó Cassie.
– No, es mejor que no haya nadie, así la gente mira lo que quiere y dice lo que le parece sin que nadie se sienta ofendido. Ya sabe que sobre gustos no hay nada escrito. Una persona piensa que algo es precioso y a otra le parece espantoso.
Cassie sonrió por educación. Llegaron a la puerta de entrada y LeValley sacó un sobrecito blanco del maletín y extrajo una llave. Mientras abría la puerta continuó con la charla.
– ¿Tiene un agente inmobiliario?
– No, de momento sólo estoy mirando.
– Bueno, ayuda saber qué hay en el mercado. ¿Es propietaria actualmente?
– ¿Perdón?
– Si es propietaria, si va a vender algo.
– Ah, no. Yo alquilo, pero tengo intención de comprar algo pequeño, como esto.
– ¿Tiene hijos?
– Vivo sola.
LeValley abrió la puerta y gritó un hola para asegurarse de que la casa estaba vacía. Al no recibir respuesta invitó a Cassie a entrar.
– Entonces, esta casa es ideal. Sólo tiene dos dormitorios, pero las salas de estar son grandes y muy abiertas. A mí me parece encantadora, ya verá.
Entraron en la casa. LeValley dejó el maletín, extendió la mano y se presentó.
– Karen Palty -mintió Cassie al saludar a la agente inmobiliaria.
LeValley llevó a cabo una breve descripción de las características y virtudes de la casa. Sacó del maletín una pila de folletos con información de la propiedad y le dio uno a Cassie sin dejar de hablar. Cassie asintió varias veces, aunque apenas prestaba atención a las explicaciones. Se concentraba en la cuidadosa observación de los muebles y otras pertenencias de la familia que habitaba la casa. Echó varias miradas furtivas a las fotos de las paredes, los arcones y las mesas. LeValley la invitó a continuar sola mientras ella preparaba la hoja de visita en la mesa del comedor.
La casa estaba muy bien cuidada, y Cassie se preguntó hasta qué punto se debía al hecho de que iba a ser mostrada a potenciales compradores. Entró en una salita y luego subió la escalera que conducía al piso superior, ocupado por los dos dormitorios y el baño. Se adentró en la habitación de matrimonio y echó un vistazo. El cuarto tenía una ventana en saliente con vistas a la escarpada colina de la parte de atrás de la casa. LeValley habló desde abajo, creyendo adivinar lo que Cassie miraba y pensaba.
– No tema por los corrimientos de tierra. La colina es de granito de extrusión. Probablemente está ahí desde hace diez mil años y, créame, no se va a ir a ninguna parte. Aunque si de verdad le interesa la casa, le sugiero que pida un informe geológico. Si compra le ayudará a dormir mejor por la noche.
– Buena idea -gritó Cassie.
Cassie ya había visto bastante. Salió de la habitación y cruzó el pasillo hasta el dormitorio de la niña. También estaba ordenado, pero lleno de animales de peluche, muñecas Barbie y otros juguetes. En una esquina había un caballete de pintor con un dibujo hecho con lápices de colores de un autobús escolar con muchas figuras de palotes pegadas a las ventanillas. El autobús se había detenido junto a un edificio donde un camión rojo estaba estacionado en el garaje: un parque de bomberos. La niña dibujaba bien.
Cassie salió al pasillo para asegurarse de que LeVa-lley aún no había subido y se acercó al caballete. Hojeó algunos dibujos anteriores. Uno de ellos mostraba una casa con un gran jardín delantero. Había un letrero de «En venta» al frente y, junto a él, la figura de palotes de una niña. Un bocadillo que salía de los labios de la niña decía: «¡Búa!». Cassie examinó un buen rato el dibujo antes de dejarlo y mirar el resto de la habitación.
En la pared de la izquierda había un cartel enmarcado de la película La sirenita y unas letras grandes de madera, cada una pintada de un color diferente del arco iris, que formaban el nombre de la niña: «Jodie Shaw». Cassie, de pie y en silencio en medio de la habitación, trató de aprehender todos los detalles. Una foto enmarcada, en el escritorio blanco de la pequeña, captó su atención. Mostraba a una niña sonriente junto a Mickey Mouse en medio de una muchedumbre en Disneylandia.
– Es la habitación de la niña.
Cassie casi dio un brinco al oír la voz tras ella.
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