– Y también vacía de curso.
– ¿Qué?
– No importa, sigue.
– Te estaba diciendo que con que haya un poco de luz de luna en la zona en la que grabas, te basta para que la cámara funcione.
– Genial, suena bien.
Cassie sólo necesitaba ver lo suficiente para ubicar al objetivo en la habitación a oscuras. La ALI parecía idónea.
– Bueno, sigo, puedes usar cualquiera de estas placas en cualquiera de las cubiertas que tengo aquí.
Sacó un falso detector de humos con un agujerito practicado con un taladro en la tapa y le mostró cómo encajar la placa alineando la lente con el agujero.
– Ahora, si necesitas un ángulo más bajo…
Le mostró un enchufe falso, tras cuya ranura superior podía instalarse la placa de la cámara. Se la tendió a Cassie, y ella se maravilló de lo pequeña que era.
– Es fantástico.
– Pero un poco arriesgado. El tipo podría intentar conectar algo y descubrir la puta cámara en su habitación. Así que si usas ésta piensa en un lugar en el que no vaya a conectar su portátil o su máquina de afeitar o lo que sea.
– Entendido.
– Muy bien. De manera que lo que necesitas es conectar las cámaras a las pilas, así. -Paltz puso tres pilas de botón en su receptáculo, conectado con cables a las cámaras de placa-. Entonces lo instalas. Luego has de conectar las cámaras al transmisor. Va a ser una distancia corta, ¿verdad?
Cassie asintió.
– Sí, dos metros y medio o tres como mucho, probablemente menos.
Él sacó un rollo de lo que parecía celo y lo levantó.
– Cinta conductora. Ya la habías usado, ¿no?
– Sí, hacia el final, en algunos trabajos.
Paltz continuó con su explicación como si Cassie le hubiera dicho lo contrario.
– Es tu cinta mágica, tía. Tiene dos conductores, uno es para vídeo y el otro, la toma de tierra. Lo conectas de la cámara al transmisor. Pero no olvides que la conexión tiene que ser corta; cuanto más larga es la distancia, más distorsión. Y eso no te va a gustar si tienes que leer números.
– Sí, lo recuerdo.
Empezaba a formarse sudor en el nacimiento del pelo de Paltz y le corría por ambas mejillas. A Cassie no le parecía que hiciera tanto calor en el interior de la furgoneta para semejante reacción. Observó que levantaba un brazo y se secaba la cara.
– ¿Te pasa algo?
– Nada -dijo Paltz mientras rebuscaba en la maleta-. Es que esto parece un horno. Esto es un transmisor de cuatro canales.
Sacó un caja plana del tamaño de un teléfono móvil de su correspondiente lugar en la espuma. Incorporaba una antena de quince centímetros.
– Es omnidireccional; da lo mismo en qué ángulo la sitúes, sólo importa que esté cerca de las cámaras para que la señal sea clara. Ya ves que no tiene ningún disfraz. Como no es una cámara, puedes esconderla donde quieras: debajo de la cama o en un armario, por ejemplo. También lleva una pila que dura lo mismo que las de las cámaras. ¿De acuerdo?
– Entendido.
– Pues bien, lo que este transmisor hace es enviar las imágenes capturadas al remoto. Esta preciosidad.
Sacó del maletín el elemento más grande del equipo, que parecía un ordenador portátil o quizás una fiambrera de la era espacial. Paltz abrió una pantalla y desplegó otro cabo de antena.
– Esto es tu receptor-grabador de microondas. En función de las interferencias puede llegar a tener un alcance de doscientos metros, y dar una imagen decente.
– ¿Qué provoca las interferencias?
– Nada por lo que tengas que preocuparte. El agua, sobre todo. La savia de los árboles también provoca caídas de línea. No vas a trabajar cerca de un bosque, ¿verdad?
– ¿Hay algún bosque en Las Vegas, Jersey?
– Yo no lo he visto nunca.
– Así que no hay bosque, ni árboles, ni savia.
La actitud y el nerviosismo de Jersey empezaban a impacientar a Cassie, como si de algo contagioso se tratara. Se dio cuenta de que al no haber ventanas en la parte trasera de la furgoneta, ella no podía saber si habría alguien esperándolos -o esperándola- cuando abrieran la puerta. La cita había sido un error.
– ¿Y la piscina? -preguntó Paltz.
La pregunta pilló a Cassie desprevenida. Pensó un momento y recordó que la piscina del Cleopatra estaba al nivel del suelo.
– No hay piscina.
– Bien. El acero y el hormigón no son problema. Si te quedas dentro, debería funcionar a la perfección.
Paltz empezó a toquetear los botones del receptor-grabador. Lo encendió y la pantalla apareció llena de electricidad estática; pulsó un botón rojo situado en la parte derecha del miniteclado.
– Éste es el botón de grabación. Puedes grabarlo todo, o limitarte a mirarlo. Puedes dividir la cámara en cuatro y controlar cuatro cámaras al mismo tiempo.
Pulsó una serie de botones y la pantalla se dividió en dos ocasiones, pero seguía mostrando cuatro vistas de nieve.
– No vamos a ver nada porque no tenemos las cámaras conectadas, pero las he probado antes y funciona perfectamente.
– Vale, Jersey, es un equipo fantástico. ¿Tienes que enseñarme algo más? He de irme.
– Es todo. Ahora si me pagas lo que acordamos, puedes irte y yo podré volver a mi chile, aunque ya se habrá enfriado.
Cassie se puso la mochila en el regazo.
– ¿Trabajas sola en esto, Cassie?
– Sí -contestó ella sin pensar.
Ella abrió la mochila, justo cuando Paltz cerró la maleta y levantó su otra mano, revelando que estaba empuñando una pistola con la que apuntaba al pecho de Cassie.
– ¿Qué estás haciendo?
– Estúpida -dijo.
Cassie empezó a levantarse, pero él le hizo una señal con la pistola para que volviera a sentarse.
– Mira, tío. Voy a pagarte. Tengo el dinero aquí, ¿qué te pasa?
Paltz se cambió la pistola de mano y dejó la maleta en el suelo de la furgoneta. Entonces alcanzó la mochila.
– Yo lo cogeré.
Le arrebató la mochila sin contemplaciones.
– Jersey, hemos hecho un trato. Hemos…
– Cierra la puta boca.
Cassie trató de mantener la calma mientras observaba cómo él buscaba el dinero. Sin mover un músculo quitó todo el peso de la pierna izquierda y empezó a levantarla lentamente. Paltz estaba sentado justo enfrente de ella, con las rodillas separadas treinta centímetros. Ella habló con voz queda y mesurada.
– ¿Qué estás haciendo, Jersey? ¿Por qué has juntado todo el equipo si sólo pretendías robarme?
– Tenía que asegurarme de que estabas sola en esto, no fuera cosa de que hubieras conseguido un sustituto para Max.
Cassie sintió que la rabia crecía en su interior. El tipo le había tomado el pelo, la había contemplado como una víctima desde el primer momento, como alguien a quien podía robar si iba sola.
– ¿Y sabes qué? -dijo Paltz, casi mareado después de hacerse con la mochila con el dinero-. Ahora que lo pienso, podría llevarme una buena mamada de regalo. Dame algo de eso que le reservabas a Max. Después de cinco años en la trena no te vendrá mal un poco de práctica en comer pollas. -Hizo una mueca.
– Te estás equivocando, Jersey. Estoy aquí sola, pero trabajo para gente. ¿Crees que he venido a la ciudad y he elegido un objetivo al azar? Si me jodes a mí, los jodes a ellos, y no les va a gustar, así que ¿por qué no cerramos el trato y lo dejamos así? Tú te llevas el dinero, y yo me llevo el equipo. Me olvido de esa pistola y de lo que acabas de hacer y decir.
Sin quitarle ojo a Cassie, Paltz empezó a hurgar en la mochila en busca del dinero. Inmediatamente sonó un zumbido electrónico y Paltz dejó escapar un aullido. Su mano retrocedió y Cassie aprovechó la ocasión para lanzar su pierna izquierda y pegarle una patada en la entrepierna con la gruesa suela de sus Doc Marten. Paltz se dobló en dos dejando escapar un sonoro gruñido y apretó el gatillo.
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