Cassie asintió con gravedad.
– Lo recuerdo.
Se instaló una pausa de incómodo silencio y recuerdos tristes. Cassie miró hacia la piscina y se acordó de una noche en la que se echó a nadar con Max después de que creyeran que Leo dormía. Entonces la luz de la piscina se encendió e iluminó sus cuerpos desnudos.
Por fin miró a Leo, que había abierto la carpeta. Había un fajo de billetes de cien dólares de más de medio centímetro de grosor, junto con una página de notas indescifrables garabateadas en hojas arrancadas de un bloc. Una de las precauciones de Leo consistía en tomar notas en un lenguaje codificado que sólo él conocía.
– Bueno, ¿por dónde empiezo? -se preguntó a sí mismo.
– ¿Qué tal si empiezas por el motivo por el cual no me iba a gustar?
Leo se reclinó en su silla y miró a Cassie durante unos segundos.
– Bueno -dijo Cassie al cabo-, ¿vas a decírmelo o está escrito en las estrellas para que yo lo lea?
Leo no hizo caso de la burla.
– Éste es el trato. Como te avisé, es en Las Vegas y me han dicho que se trata de mucho dinero en efectivo. Pero es un encargo y…
– ¿De quién?
– Una gente, es todo lo que necesitas saber. Todo el mundo tiene su parte, y nadie se conoce entre sí. Ni siquiera yo los conozco. Tenemos a un tipo vigilando al objetivo ahora mismo y para mí es sólo una voz en el teléfono que me cuenta cosas. No tengo ni idea de quién es. A mí me conoce por teléfono y no sabe nada de ti, ¿entiendes? De esta manera es más seguro. Los diferentes participantes tienen piezas distintas del puzzle, pero nadie ve el puzzle completo, sólo la pieza que tiene que colocar.
– Está bien, Leo, pero no me refiero a los pequeños participantes. Tú conoces a las personas que han encargado esto, ¿verdad?
– Sí, los conozco. He hecho negocios con ellos en el pasado. Son gente de fiar, de hecho, son inversores. -Señaló a las cajas de champaña de la pared.
– De acuerdo -dijo Cassie-, mientras tú respondas por ellos. ¿Qué más no iba a gustarme de esta historia?
– ¿Qué más? Lo principal es que es en el Cleo.
– ¡Joder!
– Lo sé, lo sé.
Leo levantó las manos como para dar a entender que se rendía, luego se reclinó en la silla y se quitó las gafas. Se puso una de las patillas en la comisura de los labios y dejó que las gafas colgarán de su boca.
– Leo, ¿esperas que no sólo vuelva a Las Vegas, sino que vuelva a ese sitio después de lo que pasó?
– Ya sé.
– No pienso volver a poner los pies en ese maldito lugar nunca más.
– Ya sé.
Cassie se levantó y se quedó de pie con la cara a pocos centímetros de una puerta corredera. Volvió a mirar hacia la piscina, donde la aspiradora seguía trabajando. El constante movimiento adelante y atrás le recordó su propia existencia.
Leo volvió a ponerse las gafas y le habló con voz calma y mesurada.
– ¿Puedo decir algo?
Ella le dio permiso para continuar con un ademán, pero siguió sin mirarle a la cara.
– Muy bien, recordemos algo. Fuiste tú quien llamó, no yo. Me pediste que te preparase un trabajo y me dijiste que querías que fuera algo gordo y pronto. Y querías que fuera efectivo. Te he conseguido todo eso, ¿no es cierto? -Esperó una respuesta, pero ésta no llegó-. Tomaré tu silencio como un sí. Bueno, Cass, éste es el trabajo.
Ella se volvió para mirarle.
– Pero no dije que…
Leo levantó la mano para interrumpirla.
– Déjame terminar. Lo único que estoy diciendo es que te lo ofrezco para que lo consideres. Si no te interesa, no pasa nada. Haré algunas llamadas y conseguiré a alguien. Pero, chiquilla, tú eras la mejor que he conocido en este oficio. Si alguna vez he conocido a una auténtica artista, ésa eres tú. Incluso Max habría estado de acuerdo. Él era el maestro, pero la alumna salió aventajada. Por eso, cuando esos tipos vinieron a hablarme de este asunto, empecé a pensar que tú eras la persona adecuada. Pero yo no te fuerzo a hacer nada, ya surgirá otra cosa y te llamaré. No sé cuándo será, pero tú seguirás siendo la primera de mi lista. Siempre serás la primera, Cassie. Siempre.
Ella regresó despacio a su silla y tomó asiento.
– Tú eres el artista, Leo. Un gran artista de la mentira. Este discursito es tu manera de decir que debería hacerlo, ¿verdad?
– Yo no he dicho eso.
– No hace falta. Es sólo que, Leo, tú crees en tus astros, en tus monedas del I Ching y en todo eso. Lo único en lo que yo tengo que creer es que aquella noche…, que allí había un fantasma o algo. Una maldición. Y estaba en nosotros o en el lugar. Durante seis años me he estado convenciendo de que el problema no era nuestro, sino del lugar. Y ahora tú…, tú quieres que vuelva allí.
Leo cerró la carpeta. Cassie vio que el fajo de billetes desaparecía.
– No quiero que hagas nada contra tu voluntad. Pero ahora tengo que hacer algunas llamadas, Cass. Necesito preparar esto con alguien, porque el trabajo hay que hacerlo mañana por la noche. Se supone que el objetivo se va el jueves por la mañana.
Cassie tuvo la extraña sensación de que si dejaba pasar ese trabajo no habría ningún otro, y no sabía bien si era porque Leo no iba a confiar en ella o por otro motivo. Era una especie de premonición. Por su cabeza pasó la escena de una playa y de una ola que rompía y borraba las letras escritas en la arena. Antes de que Cassie las hubiera leído ya no estaban, pero conocía el mensaje: acepta el trabajo.
– ¿Cuál es mi parte si acepto?
Leo la miró y vaciló.
– ¿Estás segura de que quieres saberlo?
Ella asintió. Leo abrió de nuevo la carpeta y extrajo la hoja de debajo del fajo de billetes. Habló mientras revisaba sus notas.
– Muy bien, éste es el trato. Nos quedamos los primeros cien y el cuarenta por ciento del resto. Ellos han estado vigilándolo. Creen que lleva quinientos mil en un maletín, todo en efectivo. Si es así, nos corresponden doscientos sesenta. Lo reparto sesenta cuarenta, para ti la mejor parte. Más de ciento cincuenta mil para ti. No sé si es lo bastante para desaparecer permanentemente, pero es un punto de partida de puta madre y no está nada mal para una noche de trabajo. -Leo miró a Cassie.
– Tampoco está nada mal para ellos -dijo ella-. Doscientos cuarenta por el morro.
– Por el morro no. Ellos encontraron al objetivo. Eso es lo más importante, y también tienen a alguien dentro que te facilitará las cosas. -Hizo una pausa para que ella asimilara los detalles del caso y las cantidades de las que estaban hablando-. ¿Te interesa ahora?
Cassie pensó un momento.
– No sabes cuándo tendrás otra cosa, ¿no?
– Nunca lo sé. Ahora mismo es todo lo que tengo, pero para ser sincero no contaría con que el próximo sea tan gordo como éste. Probablemente harán falta dos o tres acciones para juntar tanto dinero. Este es el gordo, éste es el que querías.
Leo se recostó en la silla, la miró por encima de las gafas y aguardó. Ella comprendió que Leo había sabido jugar sus cartas. Le había dejado alejarse, pero estaba tirando de nuevo de la cuerda. Estaba atrapada y él lo sabía. Un trabajo con un beneficio potencial de ciento cincuenta mil no se presentaba a menudo. Lo máximo que ella y Max habían sacado fueron sesenta mil dólares que le robaron al ayudante de un sultán de Brunei. Para el sultán era calderilla, pero ella y Max lo habían celebrado hasta el amanecer en el Aces and Eights de North Las Vegas.
– De acuerdo -dijo ella por fin-. Me interesa. Hablemos de ello.
Leo se inclinó sobre la encimera y habló sin mirar ni las notas ni a Cassie.
– La víctima está registrada con el nombre de Diego Hernández. Es un profesional, un tex-mex de Houston. Lo suyo es el bacará, y por lo que se sabe juega limpio. Simplemente es bueno. Pasa unos días en cada casino y sigue su rumbo, así nunca saca demasiado de un mismo sitio y no llama demasiado la atención. Lo siguen desde el Nugget. De allí pasó al Stardusty ahora al Cleo. Limpia todos los sitios por los que pasa.
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