– Bueno, eras muy joven.
– Siete ese verano. -Se mordió el labio y miró por la ventana-. Cuando tuve la edad suficiente para comprender las cosas un poco mejor -que no fue hasta que estuve en la universidad- me sorprendió haber sobrevivido a todo. Sencillamente no te das cuenta de cuánto dolor el espíritu humano puede soportar.
– Parece que resultó bien. -Él se acercó más y tomó su mano-. Mejor que bien. Quizás seas la mujer más fuerte que he conocido. Y he conocido algunas mujeres realmente fuertes.
– No tuve una elección.
– Todos tienes una opción. Te metes en situaciones que odias, lugares que no quieres estar, tienes una elección. Vas con ella y la haces propia, o luchas sin tregua contra ella. El listo sabe cuándo dejar de luchar. El fuerte sabe cuándo dejar ir el pasado, tomar lo que tiene y convertirlo en algo con lo que puede vivir.
– Es más fácil para unos que para otros.
– No te engañes, Cass. No es fácil para nadie.
Como no tenía respuesta, giró su rostro a la ventana una vez más, y miró los árboles pasar zumbando mientras el coche iba a gran velocidad. Le había revelado más de ella misma a él que a nadie en mucho tiempo, y no estaba segura del por qué.
Ella se inclinó hacia delante y subió el volumen en la radio. Por ahora, no tenía nada más que decir.
***
– Entonces, ¿qué tenemos hasta aquí? -Mitch preguntó mientras seguía a Regan a su oficina-. ¿Entró algo nuevo desde que me fui anoche?
– El fax no ha parado, -le dijo-. Me está comiendo todo lo que tengo en casa. Bueno, de papel, de todos modos.
Ella señaló los montones ordenadamente arreglados encima del escritorio.
– Estos entraron tarde anoche, este otro montón estuvo en la bandeja esta mañana. Los que todavía están en la bandeja han llegado desde el momento que me levanté a las seis, vacié la bandeja, y desayuné. -Se detuvo-. Hablando de eso, ¿has comido?
– Sí, gracias por preguntar. El restaurante al lado del motel hace una tortilla decente. Pero si hay café…
– Siempre hay café. Creo que ya sabes dónde encontrarlo. -Ella le señaló la cocina.
– ¿Necesitas una recarga? -le preguntó desde la puerta.
– Sí. Gracias. -Le entregó su taza.
La máquina de fax sonó, señalando más entrante.
– Se desató una inundación aquí, creo, -murmuró entre sí mientas grapaba las páginas del último fax.
Mitch regresó con dos tazas en la mano.
– ¿Qué fue eso?
– Dije, hemos abierto las compuertas. No puedo creer la cantidad de asesinatos sin resolver hay. -Sacudió su cabeza-. Y estos son sólo los que mejor se ajustan a nuestro perfil.
– Bueno, echemos un vistazo y veamos cuantos realmente lo son.
Ella le entregó una pila de papeles.
– Estos ya están separados. Son de todo el país.
Él se sentó en una de las sillas de cuero cerca de la esquina del escritorio y hojeó los faxes.
– Este parece auténtico, es de Texas. Podría ser nuestro tipo. -Continuó la lectura, su rostro un estudio de concentración-. Este, el de Idaho, no estoy tan seguro. Veamos si hay ADN que podamos comparar con el perfil de ADN que ya tenemos.
Él se inclinó sobre las páginas, volteándolas pensativamente.
– Me gusta este de Kentucky, -susurró-. Vamos a ver qué otra cosa tienen de él…
– Antes de que te ensimismes demasiado, hay otro fax que necesitas ver antes de que Rick llegue. -Ella le entregó una carpeta-. Esto entró de tu Oficina temprano esta mañana. Lo guardé separado de los otros faxes.
Él lo abrió y lo hojeó.
– Los datos sobre los cuatro nombres que Rick me dio. Cristo, cualquiera de estos podría ser nuestro tipo… ¿lo miraste?
Ella asintió.
– Ese fue mi primer pensamiento, también. Todos están en condiciones de desplazarse.
El sonido de la puerta de un coche la hizo acercarse a la ventana.
– Rick y Cass están aquí. -Ella desapareció del cuarto, el sonido de sus pasos yendo a la puerta delantera. Regresó en un momento, en compañía de Rick y Cass.
– Es una casa increíble, -Cass estaba diciendo-. Los jardines son hermosos.
– Gracias. Es obra de mi padre… temo que no contribuí nada a la decoración, ni con la jardinería. -Regan sonrió y acercó una silla al enorme escritorio.
– Cass, toma asiento. Rick, si traes es silla, podemos hacerte espacio.
Regan ocupó la silla detrás del escritorio, y se reclinó, haciéndole señas a Mitch para que comenzara.
– En primer lugar, hemos tenido una respuesta extraordinaria a nuestras solicitudes de información a los organismos de todo el país. Todavía los estoy revisando, pero hasta ahora tengo un montón pasmoso de sesenta y siete asesinatos no resueltos que encajan con nuestro asesino perfectamente.
– ¿Sesenta y siete? -Cass jadeó.
– Sesenta y siete que merecen una mirada más de cerca, sí. No hay ninguna garantía de que sea él, pero parecen condenadamente buenos. Hay otras varias docenas que son posibilidades remotas, pero en general, pienso que este tipo ha estado más ocupado de lo que cualquiera de nosotros podría haber imaginado.
– Bueno, si tomamos los sesenta y siete y los ordenamos por fecha, deberíamos tener una idea bastante precisa de donde estuvo en qué año, -dijo Cass pensativamente-. Si comparamos esto con donde los cuatro sospechosos principales estaban en esas épocas, deberíamos ser capaces de determinar cuál es nuestro hombre. O si ninguno de ellos lo es.
Mitch asintió.
– Ya estamos en eso. John tiene a alguien de la Oficina introduciendo los datos en el ordenador mientras hablamos. Debería tener algo para nosotros pronto.
– El Jefe Denver necesita saber todo esto, – le dijo Cass-. Él debe tener toda la información que tú tienes.
– Ya lo sabe, -le aseguró Mitch-. Hablé con él ayer por la tarde, enviándole por fax los detalles esenciales. No llegué a mandarlo todo porque su máquina de fax se atascó.
– Maldita cosa. -Cass sacudió su cabeza-. Hemos estado teniendo problemas con él durante meses. Simplemente no nos hemos hecho un tiempo para sustituirlo. Dame copias de lo que no se envió, y se las entregaré esta tarde.
– Estoy un paso delante de ti. -Regan sonrió y le entregó un sobre marrón-. Todo copiado y listo para marchar.
– Gracias. -Cass deslizó el sobre en el suelo entre las sillas de ella y de Rick.
– Bueno, echemos una mirada a lo que tienes sobre estos cuatro, -dijo Rick-. Vamos a ver lo que han estado haciendo desde que se fueron del antiguo Bowers High.
– Bayshore Regional, -Cass corrigió.
– Como sea. Echemos un vistazo.
– Regan, ¿puedes pasar estos por la fotocopiadora detrás de ti? Vamos a dar a cada uno su propio conjunto. -Mitch le dio la pila de papeles que él había retirado de la carpeta, y ella los apiló en la fotocopiadora a su derecha y apretó inicio. La máquina imprimió y recopiló cuatro juegos en poco más de un minuto. Regan los recogió, los grapó y pasó los paquetes.
– Bueno, echemos un vistazo a William Calhoun. Edad cuarenta y cinco, actualmente separado de su esposa. Reside en un pequeño pueblo fuera de Alburquerque, Nuevo México. William es un piloto que ha apuntado muchas millas con Universal Airways.
– Él se ve bien, -dijo Rick.
– Se ve aún mejor cuando se sabe que hay un gran número de asesinatos sin resolver a lo largo de la frontera, no muy lejos de donde vive, -dijo Regan.
– Antes de que te alegres demasiado con Calhoun, échale un vistazo a Jonathan Wainwright. El hijo del jefe de policía que investigó los asesinatos en el '79, -les recordó Mitch-. Viudo, cuya esposa murió bajo circunstancias dudosas. Al igual que Calhoun, vive actualmente en el suroeste. Dejó la universidad después de dos años para unirse al ejército. Fuerzas Especiales durante nueve años, luego dejó el ejército para trabajar en una empresa de seguridad privada.
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