Una sonrisa satisfecha cruzó sus labios. No estaba muy seguro de lo que haría con la información que ahora disponía, pero estaba seguro de que le resultaría útil. Tal vez un viaje rápido a la segunda planta -simplemente para ver si la configuración del terreno- estaba en orden.
– Discúlpenme, -dijo a sus compañeros-. Voy al baño. Ordenen pez azul para mí si la camarera vuelve, ¿está bien?
Él caminó por el cuarto, que se había llenado mucho desde que había llegado antes. Saludó a un viejo conocido o dos en su camino hacia el vestíbulo. Una vez allí, entró en el hueco de la escalera vacío y subió tranquilo al segundo piso.
La habitación 212 estaba al final del pasillo. Conveniente. ¿Pero en cuál lado del edificio estaba él? No podía recordarlo. Habían pasado demasiados años.
Caminó hacia el extremo opuesto del pasillo y miró por la ventana para orientarse. La habitación daba a la calle.
Nada bueno.
Nada insuperable, pero no era bueno.
Un vistazo a las cerraduras resultó alentador, sin embargo. Había franqueado cerraduras más difíciles con los ojos cerrados.
Silbó todo el camino hacia las escaleras, y todo el camino hacia abajo, hasta el vestíbulo. Tal vez necesitaría cambiar sus planes un poco, pero ¿y qué? Los planes deben ser flexibles, ¿verdad?
Uno de sus compañeros levantó la mirada cuando se acercó a la mesa.
– Estás en buena forma esta noche. Te ves como el viejo gato que se comió el canario.
– Siempre he odiado ese cliché, -uno de los otros dijo.
– Bueno, este gato no es tan viejo. -Él se dejó caer de nuevo en su asiento-. Que dicen ¿ordenamos otra botella de champaña?
– ¿Tú la compras? -El amigo a su izquierda preguntó.
– Claro. ¿Por qué no?
Todavía sonreía, no podía controlarse. Tenía el resto de la noche todo calculado en su cabeza -el Plan B, estaba empezando a pensar en él- y se sentía bien.
Se tardó en el vestíbulo después de que los demás salieron, con el pretexto de hacer reservaciones para la noche del sábado.
– Es el aniversario de matrimonio de mi hermano, -explicó cuando los dejó en la puerta-. Estoy seguro de que a él y a su esposa les encantaría celebrar aquí.
Se detuvo en el mostrador para hacer alguna pregunta tonta a la mujer joven y poco atenta de turno. Había tanta gente apiñándose en el vestíbulo y el porche delantero, por lo que le pareció mejor hacer un rápido reconocimiento del exterior de la Posada. Las ventanas de la habitación 212 serían bastante fáciles de encontrar.
Deambuló por la parte trasera del edificio, y como había previsto, no tuvo problemas para localizar el cuarto, que, para su sorpresa, tenía un pequeño balcón. Ahora bien, había posibilidades que era necesario tener en cuenta. Dio unos pasos más acercándose, pensando que tal vez ese era el modo de hacerlo. Pero no había nada debajo del balcón por donde subir. Frunció el ceño, disgustado. Habría querido haberlo hecho así.
Estaba medio escondido en las sombras, recordando un tiempo cuando quizás había podido hacer el salto desde el suelo hasta el balcón, pero esos días, tristemente, habían quedado atrás ahora.
Ah, la juventud…
– Oye, amigo, ¿te estás alojando aquí? -La voz traspasó su conciencia como el vidrio fragmentado.
Asustado, se volvió para encontrar a un compañero de clase de pie en el sendero ni a diez pies de distancia.
– Ah, no. Sólo estaba… -¿Sólo qué? Mierda. ¿Sólo que estaba haciendo él ahí?
– ¿Estás aquí para la fiesta en la sala de baile en el segundo piso? ¿Todd Lennin?
– Ah, sí. De hecho, sí. -Curvó la boca en una sonrisa y dio un paso hacia el sendero. Su cerebro casi sufrió un derrame. Grandioso. Iremos a una fiesta en el segundo piso con un montón de gente invitada que me han conocido toda mi vida. Y Todd Lennin, de todas las personas. Primero muerto que agarrado en cualquier fiesta que Todd Lennin tendría.
Dio un rápido vistazo alrededor para ver si el hombre -¿Carl algo así?- estaba solo. Parecía estarlo.
– Tomaste el mismo atajo que nosotros tomamos. -¿Carl-Cal?- Gesticuló hacia el final de la propiedad.
– ¿Nosotros?
– Mi esposa y los Davis. ¿Recuerdas a George Davis? -Carl/Cal fue zigzagueando un poco. Por lo que veía, había comenzado la fiesta un poco temprano.
Carl Sellers. Eso era.
– Claro, recuerdo a George. -El imbécil de George Davis. ¿Quién no lo recordaba? Sólo el tipo en la clase más idiota que George era Carl-. ¿Viene él, entonces?
– Ellos ya entraron, me detuve por un paquete de cigarrillos… no puede creer que todavía fume. No es que no sepa. -Carl sacudió la cabeza parcialmente calva y tocó el bolsillo de chaqueta-. Sencillamente parece que no puedo detenerme.
– Sé lo que quieres decir.
– ¿Fumas?
– Me avergüenza admitirlo, pero sí, lo hago. De hecho, cuando llegaste, estaba en realidad buscando mi encendedor. Creo que se me cayó por aquí. -Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y trató de parecer acongojado-. No me preocuparía, pero perteneció a mi padre.
– Oh, oye, eso es duro. Y los buenos encendedores son difíciles de encontrar, ¿no? -Carl metió la mano en su bolsillo-. Yo, uso estos Bics. Pero si tuviera uno de esos antiguos encendedores, lo usaría. Me encantan esas cosas. Mi papá tenía uno, también. -Él se balanceó ligeramente otra vez-. Oye, me encantaría ayudarte a buscarlo. ¿Dónde crees que se te cayó, en algún sitio cerca del sendero?
– Ese es el único lugar que puedo imaginar. Tú sabes lo que es, quieres fumar en un lugar así, y sientes que tienes que ir a donde no te vean.
– Esa es una verdad indiscutible, hombre. -Su voz tuvo un toque de indignación-. Somos como parias o algo así.
– Exactamente.
– Te ayudaré a buscarlo y luego podemos subir juntos.
– Vaya, gracias. Sería genial. Podemos ponernos al día sobre los viejos tiempos. -Como si tuvieran algunos viejos tiempos, para ponerse al día. Carl nunca fue parte de su grupo.
Carl lo siguió a la vuelta de la esquina del edificio, con su cabeza hacia abajo.
– Que oscuro está aquí atrás, no sé cómo vas a encontrar nada. Tal vez deberíamos esperar hasta la m…
Un golpe en la nuca y Carl había caído. Una torcedura rápida y experta del cuello le aseguró que Carl que se había desplomado de forma permanente.
Mirando alrededor para cerciorarse que nadie se había acercado al camino, levantó el cuerpo de Carl y llevó al contenedor en la parte trasera del edificio. Con un gruñido, lo lanzó bruscamente por un lado. A continuación, se inclinó por la cintura, puso sus manos en las rodillas mientras luchaba por recobrar el aliento.
Condenación. En su apogeo, podía sacudir un cuerpo sobre su cabeza sin romper el paso.
Sí, bueno, esos eran los días. Había cumplido cuarenta y cinco en febrero. No exactamente su mejor hora, no para ese tipo de cosas.
Se limpió las manos mientras regresaba al estacionamiento, preguntando si realmente había sido necesario.
Sí, maldita sea. Lo era.
Hubo tanta ira quemando dentro de él en ese preciso momento, sentía fundirse la sangre en sus venas. La presión llegaba a ser intolerable.
Carl había arruinado su noche, apareciendo cuando lo hizo, y viendo donde había estado parado. Si en algún momento en el futuro una mujer era encontrada muerta en la habitación 212 -y con la maldita la habitación justo allí-, sin duda Carl recordaría a quien había visto en el estacionamiento y recordaría donde él había estado mirando.
Especialmente si la mujer era Cass Burke.
Además, se sentía irritado. Más que irritado. La noche había empezado de forma prometedora, pero con una fiesta a tres puertas de su habitación, tendría que esperar. No podía aprovechar la oportunidad por si era visto. Maldijo entre sí.
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