– Cuando quieras. -Ella moduló la palabra, para no perturbar su conversación.
– ¿Eso es a la derecha o la izquierda de la Ruta Uno? -Le indicó a Cass que podía hablar y caminaron al elevador al mismo tiempo. Una vez dentro de él, sin embargo, cortó su teléfono.
– Diablos -murmuró-, estuve casi allí.
– ¿Casi dónde? -Cass preguntó.
– Casi en Plainsville.
– ¿Qué pasa allí?
– Una reunión que yo -nosotros- tenemos mañana por la mañana. Te contaré cuando salgamos, -le dijo, ya que el ascensor se llenó cuando llegaron a la tercera planta-. Mientras tanto, ¿te gustaría ir directamente a la Posada para cenar? ¿O hay algo más que prefieras hacer?
– Por mucho que me encantaría un paseo por la playa, creo que me gustaría volver a la Posada.
Ella lo siguió fuera del ascensor cuando éste se detuvo en el vestíbulo.
– Y puedes ponerme al tanto sobre esa reunión.
Él tomó su brazo y la condujo en dirección del estacionamiento. Ninguno de los dos notó que de las siete personas que salieron del ascensor después que ellos lo hicieron, uno los siguió, todo el camino hasta el nivel B.
Él condujo sin prisa, sólo otro coche que se había detenido en Maple Avenue, cerca del edificio municipal. Podría haber venido de la biblioteca pública, que se encontraba en tres habitaciones en el segundo piso. O podía haber salido de la comisaría, después de haber pagado una multa… o haber estado en la oficina municipal, después de haber adquirido nuevas placas para su perro.
Por supuesto, no había estado haciendo ninguna de esas cosas. Pero, para el observador casual, el hombre que conducía un Chrysler sedán era un ciudadano, pasando la tarde ocupándose de sus asuntos.
Permaneció varios coches detrás del Camaro negro que llevaba a su presa, lo suficientemente lejos para permanecer bajo el radar del conductor, que tenía que ser un Federal. Dios sabía que había conocido bastantes en su día. Él sabía cómo mejor seguirlos sin ser notado.
El Camaro giró a la derecha en Brighton, y siguió indiferente. Pero cuando el conductor entró en el estacionamiento del Inn Brighton, siguió derecho, al mismo ritmo estable que había mantenido desde que inició su vigilancia. Vaciló sólo brevemente antes de tomar su teléfono móvil. Marcó el número y esperó, y sólo se sintió levemente molesto cuando el correo de voz saltó en lugar de una voz en vivo.
– Hey, hola, soy yo. Escucha, acabo de tener una idea. Sé que todos estuvimos de acuerdo en reunirnos en Bowers Diner para cenar, pero tengo unas ganas de comer mariscos desde que me levanté esta mañana, y no va a desaparecer. Me preguntaba si podríamos cambiar nuestros planes para cenar y reunirnos en la Posada Brighton. En los viejos tiempos, tenían el mejor pescado azul al horno en la costa de Jersey. Y yo trabajé allí unos veranos, sabes, así que estaba pensando que podría ser bueno pasar, y ver cómo el viejo lugar se ha mantenido. Piénsalo, y si te parece bien, llámame y me pondré en contacto con los demás. Tienes mi número… espero noticias tuyas.
Cortó la llamada y volteó en la zona de aparcamiento justo frente a la playa. No tenía sentido ir a alguna parte hasta que volviera a saber de sus amigos. No creyó que hubiera algún problema con el cambio de planes. Los chicos querían reunirse y hablar sobre los viejos tiempos, sin importar dónde.
Días de gloria, de hecho.
Si sólo supieran.
No que cualquiera de sus viejos amigos sospechara alguna vez. Una sonrisa curvó las comisuras de su boca, imaginando sus reacciones en caso de que la verdad alguna vez saliera a la luz. Casi podía oír sus palabras horrorizadas.
No, no, no lo creo. Ni una palabra… No voy a creerlo hasta que lo escuche de sus propios labios. Lo he conocido toda mi vida… fui a la escuela con él desde el jodido jardín de infancia… No, no, tiene que haber algún error. Él es como un hermano para mí…
Una sacudida firme de cabeza seguiría como negación sin cambiar de opinión. No, nunca lo creeré…
Créelo, amigo. Créelo…
Se quitó sus zapatos y calcetines y se guardó el teléfono en su bolsillo antes de cerrar con llave la puerta y encaminarse a lo largo de la duna. A última hora de la tarde, a principios de la temporada, había niños sobre todo mayores en la playa, los pequeños habían regresado a casa con sus madres para preparar la cena. Los niños -adolescentes, en todo caso- no le molestaban. No les interesaba para nada. Rodeó una red de voleibol y caminó hasta que llegó a las olas. En la marea baja, la arena tenía una gruesa capa de conchas rotas, lo que obligaba a caminar por encima del nivel del agua. Sin embargo, las perneras de sus pantalones se mojaron con el agua, y tendría que cambiarse antes de la cena. Él no hizo caso. Después de todos los años que había estado lejos, un rápido viaje de regreso a su cabaña alquilada para cambiarse de ropa era un pequeño precio a pagar por un paseo a lo largo de la playa. Su pensamiento nunca había sido más claro, su enfoque nunca más agudo, que cuando hacía precisamente eso.
Como hoy. Todo había caído en su lugar con su primer paseo a las dunas.
Ahora, volviendo atrás, sabía exactamente lo que necesitaba hacer, y cómo llevaría a cabo su objetivo. ¿No había aprendido esa lección hace mucho tiempo, repetida en la cabeza una y otra vez por su padre?
– No se puede lograr nada sin un maldito objetivo, -el viejo lo había sermoneado una y otra vez-. Si quieres tener éxito en algo, fija el objetivo, y síguelo con todo lo que tienes.
Bueno, eso fue probablemente lo único que el viejo había dicho que había tenido mucho sentido para él, y además había valido la pena recordar.
El timbre del teléfono lo sacudió de nuevo al presente y la situación entre manos. Contestó al segundo timbrazo. Por supuesto que podrían encontrarse en la Posada Brighton. Los otros ya habían sido contactados y estaban todos de acuerdo. Nos encontramos a las siete, el primero que llegue consigue una mesa, ordena y paga la primera ronda. Igual que en los viejos tiempos.
Ahora él tenía su objetivo, tenía su plan. Alentado por el optimismo, se volvió y caminó a través de la playa hasta que llegó a las dunas. Sin ni siquiera una mirada hacia atrás al océano que había extrañado tanto durante tantos años, regresó a su automóvil y se quitó la arena de sus pies. Tenía menos de treinta minutos para correr a casa y cambiarse antes de reunirse con los chicos para cenar.
Él esperaba con algo más que interés una buena comida.
***
– Me alegra que decidieras unirte a mí, -dijo Rick después de la camarera había servido sus entradas-. Te ves un poco agotada. Mi abuela siempre solía decir que la mejor cura para ese tipo de cansancio era una buena comida y una buena noche de sueño.
– Bueno, con suerte, esta noche tendré ambos. -Cass volvió a arreglar su servilleta en el regazo por la que Rick pensó podría ser la quinta o sexta vez.
– No deberías tomar en cuenta la suerte. Ordenaste una cena abundante, y tan pronto como hayas terminado de comer, puedes subir al segundo piso y desplomarte durante el tiempo que necesites. -Recordó su conversación con Mitch-. O al menos hasta que llegue la hora de levantarse mañana por la mañana para nuestra reunión a las diez.
Ella frunció el ceño.
– ¿Estás seguro de que me necesitas?
– ¿Preferirías que te dejara aquí sola?
– He estado cuidando de mí misma durante mucho tiempo, Rick.
– Y si Dios quiere, el día cuando te cuides por ti misma de nuevo está cerca al alcance de la mano. -Bajó su voz-. Pero hasta que no tengamos a este tipo en la cárcel o sobre una mesa en la oficina del forense, mi tiempo es tu tiempo.
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