Michael Connelly - El Observatorio

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Una noche aparece un cadáver en un observatorio de las colinas de Hollywood. Aparentemente, se trata de un asesinato común, por lo que el detective de policía Harry Bosch se hace cargo del caso. No obstante, pronto se descubrirá que la víctima, Stanley Kent, trabajaba en el sector clínico y tenía acceso a sustancias radiactivas. Esto convierte un simple homicidio en un asunto de terrorismo. El FBI toma las riendas y empieza una carrera contrarreloj para encontrar a los culpables, pues saben que tienen sustancias peligrosas en su poder y pueden hacer uso de ellas -y provocar una masacre- en cualquier momento. Rachel Walling, agente del FBI y ex pareja de Harry Bosch, pondrá las cosas muy difíciles al detective, pero éste seguirá su instinto y se dará cuenta de que en este caso absolutamente nada es lo que parece.

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Bosch dejó la cartera al lado del teléfono, se levantó y cogió su propio móvil. Revisó el directorio hasta que encontró el número de Walling.

Respondió inmediatamente.

– He mirado su ropa. No hay cesio.

No hubo respuesta.

– Rachel, ¿has…?

– Sí, lo he oído. Sólo deseaba que lo hubieras encontrado, Harry. Quería que hubiera terminado.

– Yo también. ¿Ha surgido algo del nombre?

– ¿Qué nombre?

– Gonzalves. ¿Lo has comprobado, no?

– Ah, claro, sí. No, nada. Y quiero decir nada, ni siquiera un carnet de conducir. Creo que debe de ser un alias.

– Tengo aquí un carnet de conducir mexicano. Creo que el tipo es ilegal.

Walling reflexionó antes de responder.

– Bueno, creo que Nassar y El-Fayed llegaron a través de la frontera mexicana. Quizás ésa es la conexión. Quizás el tipo estaba trabajando con ellos.

– No lo sé, Rachel. Tengo aquí ropa de trabajo. Botas de trabajo. Creo que este tipo…

– Harry, he de colgar. Mi equipo está aquí.

– Muy bien. Vuelvo para allá.

Bosch reunió la ropa y las botas y volvió a ponerlo todo en el bidón. Dejó la cartera, las llaves y el móvil encima de la ropa y se llevó el bidón consigo. En el largo pasillo que llevaba a la escalera, sacó el teléfono y llamó al centro de comunicaciones de la ciudad. Solicitó los detalles de la llamada a la ambulancia que había llevado a Gonzalves al Queen of Angels y lo pusieron en espera.

Subió todas las escaleras y llegó a la sala de Urgencias antes de que el operador volviera al aparato.

– La llamada que ha pedido se recibió a las diez cero cinco de un teléfono registrado a nombre de Easy Print en el número 930 de Cahuenga Boulevard. Hombre caído en el aparcamiento. Enviaron una ambulancia desde la estación 54 del Departamento de Bomberos. Tiempo de respuesta 6 minutos 19 segundos. ¿Algo más?

– ¿Cuál es el cruce más cercano?

Al cabo de un momento, el operador le comunicó que el cruce de la calle estaba en Lankershim Boulevard. Bosch le dio las gracias y colgó.

La dirección donde se derrumbó Gonzalves no estaba lejos del mirador de Mulholland. Bosch se dio cuenta que casi todas las ubicaciones relacionadas con el caso hasta entonces -desde el lugar del crimen a la casa de la víctima, el domicilio de Ramin Samir y ahora el lugar donde se había derrumbado Gonzalves- cabían en una misma página del plano de Thomas Brothers. Los casos de homicidio normalmente lo arrastraban por todo el plano de Los Ángeles, pero ése no tenía vocación viajera.

Bosch miró a su alrededor por la sala de Urgencias. Se fijó en que toda la gente que antes abarrotaba la sala de espera ya no estaba. Habían llevado a cabo una evacuación y los agentes ataviados con equipo de protección se movían por la zona con monitores de radiación. Localizó a Rachel Walling junto al puesto de enfermeras y se acercó a ella. Levantó el bidón.

– Aquí están las pertenencias del tipo.

Walling cogió el bidón y lo dejó en el suelo, luego llamó a uno de los hombres con equipo de protección y le pidió que se ocupara de él. Volvió a mirar a Bosch.

– Hay un teléfono móvil -le dijo Bosch a Walling-. Tal vez puedan sacar algo.

– Se lo diré.

– ¿Cómo está la víctima?

– ¿Víctima?

– Tanto si está implicado en el caso como si no, sigue siendo una víctima.

– Si tú lo dices… Sigue inconsciente. No sé si alguna vez tendremos ocasión de hablar con él.

– Entonces me voy.

– ¿Qué? ¿Adónde? Voy contigo.

– Pensaba que dirigías el puesto de mando.

– Lo he delegado. Si no hay cesio, no me quedo. Te acompañaré. Deja que diga a la gente que me voy a seguir una pista.

Bosch vaciló, aunque en el fondo sabía que quería a Rachel Walling con él.

– Te esperaré en la puerta con el coche.

– ¿Adónde vamos?

– No sé si Digoberto Gonzalves es terrorista o sólo una víctima, pero sé una cosa: conduce un Toyota. Y creo que sé dónde encontrarlo.

17

Harry Bosch sabía que la física del tráfico no funcionaría a su favor en el paso de Cahuenga. La autovía de Hollywood siempre avanzaba con lentitud en ambos sentidos a través del cuello de botella creado por la brecha en la cadena montañosa. Bosch decidió permanecer en las calles de superficie y tomar Highland Avenue, más allá del Hollywood Bowl, y subir hacia el paso. Informó a Rachel Walling por el camino.

– La llamada a la ambulancia se recibió desde una imprenta en Cahuenga, cerca de Lankershim. Gonzalves debía de estar en la zona cuando se derrumbó. La llamada inicial informó de un hombre caído en el aparcamiento. Cuento con que el Toyota que estaba conduciendo estuviera allí. Apuesto a que si lo encontramos, encontraremos el cesio. El misterio es por qué lo tenía.

– Y por qué fue lo bastante tonto para dejarlo desprotegido en su bolsillo -añadió Walling.

– Te basas en que él sabía lo que tenía. Quizá no lo sabía. Quizás esto no es lo que creemos que es.

– Hay una conexión, Bosch, entre Gonzalves y Nassar y El-Fayed. Tuvo que pasarlos por la frontera.

Bosch casi sonrió. Sabía que ella había usado su apellido como nota cariñosa. Recordó cómo solía usarlo.

– Y no te olvides de Ramin Samir -dijo.

Walling negó con la cabeza.

– Sigo pensando que es una pista falsa -dijo ella-, un desvío.

– Y buena -respondió Bosch-. Ha sacado de escena al capitán Done Badly. Ella rio.

– ¿Es así como lo llaman?

Bosch asintió.

– No delante de él, claro.

– ¿Y a ti cómo te llaman? Algo duro y cabezón, seguro.

La miró y se encogió de hombros. Pensó en decirle que su apodo en Vietnam era Hari Kari, pero eso requeriría una explicación posterior y no era ni el lugar ni el momento apropiado.

Cogió la rampa para acceder a Cahuenga desde Highland. Cahuenga Boulevard discurría en paralelo a la autovía y en cuanto miró vio que había acertado. La autovía estaba colapsa-da en ambos sentidos.

– ¿Sabes?, todavía tengo tu número en mi directorio del móvil -dijo-. Supongo que no quiero borrarlo.

– Me lo estuve preguntando cuando me dejaste ese mensaje amenazante respecto a la ceniza del cigarrillo.

– No esperaba que guardaras el mío, Rachel.

Ella hizo una pausa antes de decir:

– Creo que también estás todavía en mi móvil, Harry.

Esta vez tuvo que sonreír, aunque ella había vuelto a llamarlo Harry. «Al fin y al cabo, hay esperanza», pensó.

Se estaban acercando a Lankershim Boulevard. A la derecha la calle descendía a un túnel que pasaba por debajo de la autovía. A la izquierda terminaba en un centro comercial que incluía la franquicia de Easy Print desde la cual se había originado la llamada a Urgencias. Bosch escrutó los vehículos del pequeño aparcamiento, buscando un Toyota.

Se situó en el carril de giro y esperó la ocasión para doblar a la izquierda y meterse en el aparcamiento. Se movió en su asiento y estudió el aparcamiento a ambos lados de Cahuenga.

En el primer examen no localizó ningún Toyota, pero sabía que la marca fabricaba muchos modelos diferentes de coches y furgonetas. Si no encontraban el coche en el aparcamiento de la imprenta, tendrían que buscar entre los vehículos aparcados junto a la acera.

– ¿Tienes una matrícula o descripción? -preguntó Walling-. ¿Y color?

– No, no y no.

Bosch recordó entonces que Walling tenía la costumbre de hacer varias preguntas a la vez.

Giró en ámbar y se metió en el aparcamiento. No había plazas disponibles, pero no estaba interesado en aparcar. Circuló con lentitud, verificando cada coche. No había ningún Toyota.

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