Bosch asintió y de repente se sintió estúpido por los movimientos que había estado haciendo, la información que había retenido.
– Pusimos al testigo en el Mark Twain Hotel de Wilcox -dijo-. Habitación 303, bajo el nombre de Charles Dickens.
– Bien.
– Y Rachel…
– ¿Qué?
– Nos dijo que oyó al asesino invocar a Alá antes de apretar el gatillo.
Walling lo juzgó con la mirada mientras volvía a abrir el teléfono. Pulsó un solo botón y habló con Bosch mientras esperaba la conexión.
– Reza porque cojamos a esta gente antes de que…
Se cortó cuando contestaron la llamada. Proporcionó la información sin identificarse ni saludar en modo alguno.
– Ésta en el Mark Twain de Wilcox. Habitación 303. Ve a cogerlo.
Walling cerró el teléfono y miró a Bosch. Peor que el juicio, Harry vio decepción y desprecio en los ojos de Rachel en esta ocasión.
– He de irme -dijo ella-. Yo me mantendría apartado de aeropuertos, metros y centros comerciales hasta que encontremos el cesio.
Walling se volvió y lo dejó allí. Bosch estaba observando cómo se alejaba cuando su teléfono empezó a sonar otra vez y él respondió sin apartar la mirada de Rachel. Era Joseph Felton, ayudante del forense.
– Harry, he estado tratando de encontrarte.
– ¿Qué pasa, Joe?
– Acabamos de pasarnos por el Queen of Angels para recoger un cadáver, un pandillero al que conectaron a la máquina después de un tiroteo ayer en Hollywood.
Bosch recordó el caso que había mencionado Jerry Edgar.
– ¿Sí?
Bosch sabía que el forense no había llamado para perder el tiempo. Había una razón.
– Así que estamos aquí, entro en la sala de descanso para tomar un café y oigo a un par de camilleros hablando de una recogida que acaban de hacer. Dijeron que acababan de ingresar en Urgencias a un tipo con SRA, y eso me hizo pensar que podría estar relacionado con el tipo del mirador. No sé, porque llevaba los anillos de alerta de radiación.
Bosch calmó la voz.
– Joe, ¿qué es SRA?
– Síndrome de Radiación Agudo. Los médicos dijeron que no sabían lo que tenía el tipo. Estaba quemado y vomitando por todas partes. Ellos lo transportaron y la doctora de Urgencias dijo que era un caso muy grave de exposición, Harry. Ahora los médicos están esperando para ver si ellos estuvieron expuestos.
Bosch empezó a caminar hacia Rachel Walling.
– ¿Dónde encontraron a este tipo?
– No pregunté, pero supongo que estaba en algún sitio de Hollywood si lo llevaron allí.
Bosch empezó a coger velocidad.
– Joe, quiero que cuelgues y consigas a alguien de seguridad del hospital para vigilar a este tipo. Voy de camino.
Bosch cerró de golpe el teléfono y empezó a correr hacia Rachel lo más deprisa que podía.
El tráfico en la autovía de Hollywood discurría lentamente hacia el centro. Según las leyes de la física del tráfico -que para cada acción había una reacción igual opuesta-, Harry Bosch tenía el camino despejado en los carriles de dirección norte. Por supuesto, contaba con la ayuda de la sirena y las luces destellantes en su coche, haciendo que los pocos vehículos que circulaban por delante se apartaran rápidamente de su camino. La fuerza aplicada era otra ley que Bosch conocía bien. Conducía un viejo Crown Vic a ciento cuarenta y tenía los nudillos blancos de agarrar el volante.
– ¿Adónde vamos? -gritó Rachel Walling por encima del sonido de la sirena.
– Te lo he dicho. Te voy a llevar al cesio.
– ¿Qué significa eso?
– Significa que una ambulancia acaba de ingresar a un hombre con un síndrome de radiación agudo en la sala de Urgencias del Queen of Angels. Llegaremos en cuatro minutos.
– ¡Maldita sea! ¿Por qué no me lo has dicho?
La respuesta era que quería contar con una ventaja, pero no se lo dijo. Permaneció en silencio mientras Walling abría su teléfono móvil y marcaba un número. Entonces ella sacó el brazo por la ventanilla y apagó la sirena del techo.
– ¿Qué estás haciendo? -exclamó Bosch-. Necesito…
– ¡Tengo que hablar!
Bosch levantó el pie del pedal y redujo a ciento veinte por seguridad. Al cabo de un momento, la llamada de Walling se conectó y Bosch la escuchó gritando órdenes. Esperaba que fuera a Brenner y no a Maxwell.
– Desvía al equipo del Mark Twain al Queen of Angels. Reúne un equipo de contaminación y llévalo también allí. Envía unidades de refuerzo y un equipo de valoración de riesgos. Tenemos un caso de exposición que podría llevarnos al material robado. Hazlo y vuelve a llamarme. Estaré allí en tres minutos.
Walling cerró el teléfono y Bosch colocó la sirena.
– ¡He dicho cuatro minutos! -gritó.
– ¡Impresióname! -gritó ella.
Bosch volvió a pisar el acelerador, aunque no lo necesitaba. Estaba seguro de que serían los primeros en llegar al hospital. Ya habían pasado Silver Lake en la autovía y se acercaba a Hollywood, pero lo cierto era que cada vez que podía ir a ciento cuarenta legítimamente en la autovía de Hollywood no desaprovechaba la ocasión. En la ciudad pocos podían presumir de haberlo hecho en las horas diurnas.
– ¿Quién es la víctima? -gritó Rachel.
– Ni idea.
Se quedaron en silencio durante un rato largo. Bosch se concentró en conducir y en sus pensamientos. Había muchas cosas que le inquietaban del caso. Enseguida tuvo que compartirlas.
– ¿Cómo crees que lo eligieron como objetivo? -dijo.
– ¿Qué? -replicó Walling, saliendo de sus pensamientos.
– Moby y El-Fayed. ¿Por qué escogieron a Stanley Kent?
– No lo sé. Quizá si es uno de ellos el que está en el hospital podremos preguntárselo.
Bosch dejó que pasara cierto tiempo. Estaba cansado de hablar a gritos, pero gritó otra pregunta.
– ¿No te inquieta que todo saliera de esa casa?
– ¿De qué estás hablando?
– La pistola, la cámara, el ordenador que utilizaron, lodo. Hay botellas de litro de Coca-Cola en la despensa y ataron a Alicia Kent con las mismas bridas que usa para cultivar las rosas en su jardín trasero. ¿No te inquieta eso? No tenían nada más que un cuchillo y pasamontañas cuando entraron por esa puerta. ¿Eso no te parece extraño?
– Has de recordar que son gente ingeniosa. Les enseñan en los campamentos. El-Fayed se entrenó en un campamento de al-Qaeda en Afganistán, y él a su vez enseñó a Nassar. Usan lo que tienen a mano. Podrías decir que derribaron el World Trade Center con un par de aviones comerciales y un par de cutres, todo depende de cómo lo mires. Más importante que las herramientas que utilizan es su implacabilidad, una cualidad que estoy segura que sabes apreciar.
Bosch iba a responder, pero estaban en la salida y tenía que concentrarse en esquivar el tráfico en las calles. Al cabo de dos minutos apagó finalmente la sirena y aparcó en la entrada de ambulancias del Queen of Angels.
Felton los recibió en la sala de Urgencias abarrotada y los condujo a la sala de tratamiento, donde había seis boxes. Un agente de seguridad privada estaba de pie fuera de uno de los boxes. Bosch avanzó, mostrando su placa. Sin apenas saludar al vigilante, abrió la cortina y se metió en el box.
El paciente estaba solo. Un hombre bajo, de pelo oscuro y piel morena, yacía bajo una telaraña de tubos y cables que se extendían por encima de la maquinaria médica hasta sus extremidades, pecho, boca y nariz. La cama de hospital estaba encajada en una tienda de plástico. El hombre apenas ocupaba la mitad del espacio de la cama y en cierto modo parecía una víctima atacada por los aparatos que le rodeaban.
Tenía los ojos entrecerrados e inmóviles. La mayor parte de su cuerpo estaba expuesto. Le habían colocado una toalla para cubrirle los genitales, pero tenía las piernas y el torso al descubierto. El lado derecho del abdomen y la cadera estaban cubiertos de quemaduras térmicas. Su mano derecha exhibía las mismas quemaduras: dolorosos anillos rojos rodeados de erupciones violáceas y húmedas. Le habían aplicado algún tipo de gel claro por encima de las quemaduras, pero no parecía estar sirviendo de mucho.
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