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John Katzenbach: Un Asunto Pendiente

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Megan y Duncan Richards son gente normal. Él es banquero; ella, agente inmobiliaria. Tienen dos hijas adolescentes y un hijo. Viven en una casa preciosa. Todo indica que sus días de activistas políticos, allá por 1968, han quedado muy atrás. Después de todo, cualquiera que fuera joven en 1968 tiene un pasado activista. Pero Megan y Duncan son distintos. Ellos fueron un poco más lejos. Empujados por una hermosa mujer que se hacía llamar Tania y que dirigía un grupo radical llamado la Brigada de Phoenix, tomaron parte en un robo que, según Tania, sería sencillo y sin derramamiento de sangre, pero no fue así. Desde entonces han pasado 18 años. Y ahora, cuando los Richards disfrutan de su tranquilidad familiar, Tania está a punto de salir de la cárcel. Lleva 18 años planeando cómo vengarse de las dos personas a las que culpa de lo que ocurrió aquel día. Su venganza será dulce, será perversa. Empezará por su hijo…

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– ¡Tommy! -llamó.

Entonces lo vio, acuclillado en el borde como un pájaro, preparándose para saltar.

– ¡Tommy! -llamó de nuevo-. ¡Estoy aquí!

El niño se volvió al escuchar la voz de su madre y gritó:

– ¡Estoy aquí!

Megan vio la luz de felicidad que iluminaba los ojos de su hijo y tiró frenéticamente del picaporte de la ventana, que no cedía. Buscó una silla, la levantó y la estrelló contra el vidrio y la madera mientras seguía gritando con toda la fuerza de sus pulmones.

– ¡Estoy aquí, Tommy! ¡Estoy aquí!

El vidrio estalló en mil pedazos. Arrancó los que quedaban pegados al marco cortándose las manos, que empezaron a sangrar abundantemente. No les prestó atención, pues ninguna clase de dolor podría penetrar la emoción que sentía al ver a su hijo arrastrándose por el tejado hacia ella y alargó los brazos gritando con inmenso alivio:

– ¡Aquí, Tommy, aquí!

Y entonces vio a Olivia detrás del niño, de pie junto a la puerta trasera y mirándolo.

Un miedo negro la envolvió.

– ¡No! -gritó extendiendo los brazos hacia su hijo.

Mientras escapaba por la puerta trasera Olivia había oído las pisadas de Tommy arañando el tejado. El ruido la hizo detenerse y mirar atrás con curiosidad. Vio al niño prácticamente al mismo tiempo que Megan, a quien vio lanzar la silla por la ventana y alargar los brazos en dirección a su hijo. Retrocedió unos pasos para tener mejor ángulo para disparar, empuñó la ametralladora y apuntó cuidadosamente a las dos figuras del tejado.

***

Duncan se había arrastrado alrededor de la casa esforzándose por soportar el dolor. Se sentía como un perro herido demasiado estúpido y asustado para darse cuenta de que tenía las patas destrozadas y luchaba por escapar del dolor, muriendo en el intento.

Dos veces había estado a punto de desmayarse, de sucumbir al deseo de cerrar los ojos y dejarse llevar.

Cuando vio a Tommy en el tejado trató de llamarlo pero su voz apenas era audible. Avanzó con gran esfuerzo y consiguió gritar:

– ¡Tommy, estoy aquí!

Esta vez su voz sonó fuerte y firme, lo que lo sorprendió. Se sintió más animado y con energía para salir adelante, aunque las piernas le temblaban. Entonces se detuvo en seco, presa del pánico, al ver lo que estaba a punto de suceder:

– ¡No! ¡No! -gritó aterrado, mientras levantaba el rifle y disparaba en dirección a Olivia. Disparó una y otra vez mientras seguía gritando, ciego de cólera y dolor.

En el preciso instante en que Olivia se disponía a apretar el gatillo, el primero de los disparos de Duncan le pasó rozando la cabeza, el segundo silbando milímetros debajo de su nariz. Por un momento pensó que le había dado y estuvo a punto de caer de espaldas, disparando una ráfaga de metralla que se perdió en el aire. Gritó de ira y miedo y giró hasta quedar frente a él. Podía verlo estirado sobre el suelo, parcialmente oculto por la pared de la casa y apuntando con su rifle; sería difícil dispararle. Otra bala silbó sobre su cabeza.

Disparó en dirección a Duncan salpicando de metralla la tierra a su alrededor hasta que el cargador estuvo vacío. Tiró la ametralladora furiosa y tomó la bolsa roja, de donde sacó la pistola. Miró de nuevo hacia donde estaba Duncan y vio que casi la mayoría de sus balas se habían incrustado en la pared, justo por encima de su cabeza. Empezó a maldecir, frustrada y volvió la vista al tejado, donde Tommy acababa de llegar hasta Megan y le daba la mano. Los dos parecían moverse en cámara lenta y Olivia vaciló un instante. Entonces, cuando se preparaba para apuntar y disparar, comenzaron a moverse a la velocidad de un relámpago y antes de que pudiera reaccionar el niño había desaparecido del tejado y sólo se vieron sus pies pataleando un instante en el aire como un nadador saltando a un estanque antes de desvanecerse ante sus ojos.

Entonces sintió un gran vacío y giró en dirección a Duncan.

Debe de estar muerto, pensó. Se agachó y dio un paso en su dirección, pero entonces vio que su rifle se alzaba de nuevo, apuntándole. Bajó la cabeza rápidamente y la bala se incrustó en la pared.

***

Megan tiró de Tommy hacia sí con las fuerzas que le quedaban, gimiendo por el esfuerzo y una vez que éste estuvo adentro los dos cayeron de espaldas al suelo. Megan rodó rápidamente hasta cubrir el cuerpo del niño con el suyo y protegerlo así de nuevos disparos. Entonces lo oyó gruñir y empujarla hacia un lado. Ambos se sentaron y Megan lo abrazó con fuerza, dándose cuenta de que lloraba diciendo su nombre, abrumada por la alegría y el alivio que sentía. Notó las lágrimas de su hijo en la cara pero entonces éste la alejó suavemente de sí. Megan le tomó la cara con ambas manos, incapaz de hablar, sus labios temblando de felicidad.

Tommy se limpió las lágrimas y adoptó el aire de un niño mayor:

– Vamos, mamá. Estoy bien.

Megan asintió agradecida.

***

Duncan había visto a Tommy desaparecer tras la ventana en brazos de su madre y la sensación de alegría le hizo olvidar el dolor de las piernas. Lo conseguimos, pensó. Dios mío, lo hemos conseguido.

Entonces vio a Olivia, de pie frente a él. Había tirado la ametralladora y ahora empuñaba una pistola. Disparó en su dirección y la vio volverse y echar a correr, dándole la espalda. Inspiró hondo y se dispuso a apuntar de nuevo. Durante una milésima de segundo la espalda desnuda de Olivia bailó ante sus ojos, precisamente en su radio de alcance; apretó el gatillo pero no ocurrió nada. También él se había quedado sin munición.

Ya no importa, pensó. Lo conseguimos. Estamos todos vivos y lo conseguimos. Ganamos.

Rodó sobre su espalda y se incorporó hasta sentarse apoyado en la pared de la casa. Entonces tomó aire y se obligó a ponerse de pie ignorando el dolor que lo invadía. Levantó el arma haciendo una señal a Megan de que estaba bien, lo cual era dudoso y se miró las piernas ensangrentadas. Tienen solución, pensó, todo lo que se rompe puede arreglarse. Cerró los ojos y, reclinando la cabeza, se dispuso a descansar. No pensaba en el banco ni en el dinero ni en el pasado o el futuro. Se sentía completamente satisfecho y quería dormir. No se fijó siquiera hacia dónde iba Olivia.

***

Olivia corría. Desnuda, ensangrentada y con los cabellos al viento, sus largas piernas ganando terreno y dándose impulso con los brazos como un corredor a punto de alcanzar la meta, atravesó a toda velocidad el prado trasero de la casa en dirección al bosque. Sus pies descalzos levantaban pequeñas nubes de escarcha conforme avanzaba, ajena al frío y huyendo de los rayos de sol, hacia la oscuridad de los árboles, que le proporcionarían refugio y una vía de escape. En una mano llevaba la pistola, en la otra la bolsa con el dinero. Tenía la boca abierta de par en par e inhalaba grandes bocanadas de aire helado, que la llenaban de una fuerza salvaje: Soy libre, gritaba interiormente, y se veía ya en el coche, en el aeropuerto, volando hacia el sur, por siempre liberada. Se sentía triunfal y desafiante y ganó velocidad aprovechando la inclinación natural del terreno, sus pies descalzos resonando entre la tierra dura y el cielo gris.

***

Karen y Lauren habían visto a Tommy luchando por mantener el equilibrio en el tejado, después a Olivia apuntar en su dirección y por último de nuevo a Tommy entrar por la ventana y ponerse a salvo. Se prepararon para salir, pero entonces algo las hizo detenerse y ocultarse de nuevo tras la valla. Vieron a Olivia disparar su ametralladora contra su padre y habían gritado aterradas. Pero habían visto también que los disparos no lo habían alcanzado y que su padre, mientras Olivia corría hacia ellas, agitaba el arma en dirección adonde se encontraban Megan y Tommy.

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