Olivia estaba totalmente confundida y se gritaba órdenes a sí misma: ¡Piensa! ¡Haz algo! Entonces tomó una ametralladora que estaba apoyada en la mesita de luz y de pronto sintió una gran calma, maravillosa, casi infantil, como si estuviera de nuevo en el sueño. Tenía la sensación de que su cuerpo desnudo se ruborizaba y brillaba con un repentino calor.
– ¿Qué está pasando? -chilló Bill.
– Vamos -contestó Olivia con voz serena-. Esto está a punto de acabar.
Cruzó el cuarto de baño hasta la ventana y miró afuera, mientras Bill tropezaba detrás de ella luchando por ponerse los pantalones vaqueros entre maldiciones y pensó en lo estúpido, lo absurdo que resultaba todo aquello y rio en voz alta.
***
El ruido del disparo también arrancó al juez de un sueño. Estaba en una playa rodeado de sus nietos y jugando en la arena. El sol lo calentaba y parpadeaba por la luz mientras veía a Megan y a Duncan saltando las olas de un mar azul verdoso. Después se había girado y hablado a su mujer, que estaba sentada a su lado. «Pero… estás muerta», le había dicho, «y yo estoy solo». Ella le había sonreído negando con la cabeza y le había contestado: «Nadie muere realmente y nadie está verdaderamente solo». Sin embargo, al darse la vuelta de nuevo su familia había desaparecido y la playa era ahora de tierra roja de Tarawa y él era de nuevo un muchacho asustado. Escuchó un solo disparo sobre su cabeza y enterró la cara en la arena mientras la bala silbaba en el aire. Entonces se irguió y dijo, aún en sueños: «Eso ha sido real».
Se despertó y se giró inmediatamente hacia Tommy, que estaba sentado muy tieso en el catre.
– ¡Abuelo!
– ¡Tommy, ha llegado el momento! ¡Dios mío, vienen a buscarnos!
– ¡Abuelo! -repitió Tommy saltando a los brazos del juez.
Éste lo abrazó fuerte y luego lo soltó.
– ¡Rápido, Tommy! ¡Tenemos que ayudar!
Tommy tragó saliva y asintió. El juez saltó de la cama y tomó el muelle metálico.
– ¡Ahora! -dijo-. ¡Ayúdame!
Entonces escucharon un segundo disparo.
– ¡Vamos, Tommy! ¡Hay que hacer lo que dijimos!
Se sentía lleno de energía y determinación, recordando cientos de momentos terroríficos en combate en los que, a pesar de la muerte y el horror que lo rodeaban, había actuado. Era como si sus músculos y sus huesos hubieran perdido años por arte de magia y se sentía lleno de la arrogancia de su juventud. Levantó uno de los catres y lo arrastró por la habitación hasta dejarlo caer con gran estrépito por las escaleras que conducían a la entrada del ático. Después corrió hacia el catre de Tommy.
– ¡Ahora el tuyo!
Hizo lo mismo, bloqueando así la puerta. Para entonces Tommy ya estaba vestido y golpeaba la parte de la pared que habían debilitado con el muelle de la cama. El juez corrió a su lado, tomó el muelle y aporreó con todas sus fuerzas uno de los tablones una y otra vez. Hubo un crujido y el primer tablón cedió como un hueso roto. El juez soltó un aullido cuando una astilla se le clavó en el pulgar, pero ignoró el dolor y siguió golpeando la capa de escayola, que pronto explotó en una nube de polvo. Siguió golpeando una, dos, tres veces. Entonces se detuvo para tomar aliento y escuchó a Tommy gritar:
– ¡Abuelo, lo hemos conseguido! ¡Puedo ver el cielo!
El juez apretó los dientes; todas sus dudas, el peso de la edad y la inseguridad se habían desvanecido. Siguió atacando la pared, golpeando y arrancando la escayola y la madera podrida con un grito de victoria.
***
El primer disparo de Duncan había acertado de pleno en el pecho de Ramón, como un tremendo puñetazo, haciéndolo caer de espaldas y chocar contra la puerta de la casa, donde pareció quedarse clavado. Se retorció como una marioneta espasmódica y a continuación se deslizó hasta quedarse sentado, casi relajado. Miró hacia el jardín aun sin ver nada y preguntándose qué había ocurrido. También se preguntaba por qué había dejado de sentir frío. Ése fue su último pensamiento antes de que una segunda bala le explotara en la cara.
***
Megan se levantó tras el segundo disparo y miró aterrada el cuerpo destrozado de Ramón cubierto de sangre y de sesos. Dio un paso atrás y sintió deseos de gritar. Duncan estaba de espaldas al muro de piedra. Durante un momento el silencio llenó de nuevo la gélida mañana.
Duncan sentía la garganta seca mientras miraba a su mujer, inmóvil. Después soltó un graznido:
– ¡Vamos, Megan, vamos! ¡Ahora!
Tropezó con una piedra del muro y se le cayó el rifle. Lo recogió y echó a correr gritando:
– ¡Vamos, Megan! ¡Ahora!
Ésta se volvió hacia él y lo miró mientras gesticulaba frenéticamente señalando la puerta de la casa. Sus miradas se cruzaron y él la vio asentir. Megan se volvió hacia el cadáver de Ramón y soltó un grito mezcla de rabia, miedo y determinación. Con el arma en la mano, subió las escaleras del porche y, tras pasar sobre el cuerpo de Ramón, entró en la casa.
***
– ¡Son ellos! -gritó Olivia, con un bramido que más parecía una carcajada.
– ¿Quiénes? -chilló Bill agarrando su pistola.
– ¿Quién crees? -replicó Olivia mientras quitaba el seguro a su arma, preparándola para disparar. Rompió el vidrio de la ventana con la culata y vio a Duncan corriendo en dirección a la casa.
– ¡Cubre la escalera! -gritó a Bill, quien no reaccionó.
– ¡Ahora, imbécil! ¡Antes de que se acerquen más!
***
Karen y Lauren escucharon los disparos atónitas.
En el silencio que siguió, a ambas las invadió una oleada de pánico, como cuando un coche patina sobre el asfalto mojado, fuera de control.
– ¡Oh, Dios mío! -susurró Lauren-. ¿Qué está pasando?
– No lo sé -contestó Karen-. No lo sé.
– ¡Estarán bien?
– No lo sé.
– ¿Qué hacemos?
– No lo sé.
– ¡Pero tenemos que hacer algo!
– ¿Qué?
– ¡No lo sé!
Víctimas del miedo y las ganas de salir corriendo, las dos siguieron paralizadas, incapaces de reaccionar.
***
Megan tropezó de nuevo al entrar en el vestíbulo y se dio de bruces con el suelo. El golpe la aturdió momentáneamente, pero no tardó en reaccionar y ponerse de rodillas empuñando la pistola, dispuesta a disparar al mínimo ruido o movimiento, fuera real o imaginado. Escuchaba su propia respiración, fuerte y áspera. Se levantó y se dirigió hacia las escaleras, que estaban justo enfrente.
Oyó pisadas procedentes del piso de arriba y se pegó contra la pared, la mirada fija en las escaleras. Levantó el arma y entonces vio la cara de Bill asomándose por la barandilla. Por una milésima de segundo ambos permanecieron inmóviles, y entonces Megan vio la pistola en la mano de Bill. Ambos gritaron algo incomprensible, Megan disparó una vez y se escondió detrás de una puerta mientras Bill también abría fuego. Ese instante de vacilación lo había situado en desventaja y sus balas estallaron contra la pared de escayola y madera, haciendo saltar nubes de polvo y esquirlas.
Una de éstas se clavó en el brazo de Megan, que dejó escapar un grito y retrocedió al ver la sangre que le corría por la manga. Una astilla de madera le sobresalía por la chaqueta. Gritó de dolor y se la arrancó mientras la sangre se deslizaba por los dedos de la mano. Entonces avanzó levantando la pistola y disparó varias veces al azar. El mundo a su alrededor pareció volar en mil pedazos.
Bill perdió el equilibrio mientras las balas chocaban en el techo sobre su cabeza y se protegió la cara con las manos. Disparó de nuevo, desesperado, sembrando de muerte el aire a su alrededor.
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