El recuerdo lo hizo sentirse mejor. Nunca había entendido cómo Megan pudo sentirse atraída hacia él, pues encontraba que ella era cien veces más interesante mientras que su trabajo, sus estudios y su obstinación resultaban inmensamente aburridos. Él siempre tenía la cabeza llena de cifras y teoremas; ella en cambio, de colores y atrevidas pinceladas; ella siempre estaba segura de sí misma, él dudaba todo el tiempo. Nunca llegó a creer del todo que ella pudiera estar enamorada, que lo siguiera por su deambular universitario, inmutable en su amor, mientras él buscaba algo, que no sabía exactamente qué era.
Yo nunca me habría atrevido a quitarme la ropa delante de una clase entera, nunca me he sentido tan libre. Algo me faltaba y tenía que encontrarlo. Respiró hondo. Y a quien encontré fue a Olivia.
Se recostó de nuevo en la cama. En una cosa tiene razón: esto es una deuda de la que pensé que podría escapar, pero me equivoqué, nunca lo he hecho. Una parte de mí lleva dieciocho años esperando este momento.
De acuerdo Olivia, dijo en silencio. Has vuelto por tu desquite. Robaré para ti y entonces todo habrá terminado.
Entonces comprendió que, a partir de aquella noche nada volvería a ser igual y, también, que no le importaba tanto como había pensado.
Se levantó, impulsado por un deseo repentino de ver a las gemelas y avanzó a oscuras hasta la puerta de su dormitorio, se asomó y las vio tiradas sobre sus camas. El suelo estaba cubierto de ropas y por la ventana entraba la tenue luz del amanecer, suficiente para permitirle ver sus caras. Durante unos segundos se limitó a admirar sus cabellos esparcidos sobre las almohadas y cómo sus cuerpos parecían flexibles y relajados. Se preguntó si tenían alguna idea de la alegría que habían traído a su vida. Probablemente no. Los niños no entienden lo que significan hasta que crecen y se convierten en padres. Alegría, terror, preocupación y felicidad, todo ello junto en un nudo imposible de emociones. Movió la cabeza y miró por última vez a las figuras que dormían y las recordó, de golpe, de bebés, de niñas pequeñas y ahora casi adultas. Caminó a tientas hasta el dormitorio y vio a su mujer en la misma postura en que la había dejado unas horas antes. Se acercó y le tocó el brazo. Megan parpadeó, abrió los ojos y extendió el brazo hacia él, aún medio dormida. Se abrazaron y ella se despertó del todo. No dijo nada, pero se sorprendió a sí misma atrayéndolo hacia sí, olvidándose, sólo por unos segundos, de todo lo que había ocurrido y de todo lo que podía ocurrir.
***
En el desayuno Duncan anunció que ese día sería como todos los demás. Las gemelas irían al colegio, Megan a su agencia inmobiliaria y él al banco. Las protestas de Karen y Lauren no se hicieron esperar.
– ¡Pero, papá! ¡Y si pasa algo? -dijo Karen.
– ¡No habrá nadie en casa!
– De eso se trata -dijo Duncan-. Vayan al instituto, charlen con sus amigos, actúen como si nada hubiera pasado y vuelvan a casa a la hora de siempre. Hagan todo exactamente igual que si fuera un viernes normal y corriente.
– Eso va a ser imposible -murmuró Lauren.
– No -intervino Megan una vez que se recuperó de la sorpresa inicial ante las palabras de su marido-. Su padre tiene razón, hoy debemos actuar como si no pasara nada. Yo iré a trabajar y a sonreír y a comportarme como si no tuviera una sola preocupación. Tenemos que mantener esto en secreto y la mejor forma es no hacer nada extraordinario.
Las chicas parecían consternadas y Duncan trató de animarlas:
– Escuchen, pronto habrá terminado todo. Sé que son capaces de representar su papel un día, a mí me han engañado más de una vez…
– ¡Pero no en algo así! -protestó Lauren.
– No sé qué tiene que ver esto con actuar -añadió Karen.
– Tiene todo que ver -contestó Megan-. Aquí todos somos actores, hasta ahora hemos hecho de víctimas pero a partir de hoy vamos a empezar a comportarnos de una forma diferente. Vamos a hacer algo, ¡por el amor de dios! Hasta aquí hemos llegado.
Las gemelas asintieron despacio.
– ¿Saben? -dijo Lauren repentinamente contenta-. Esta noche hay un baile en el gimnasio; es el baile anual de la llegada del invierno… creo que Teddy Leonard me estará esperando. Y sé que Will Freeman ha estado persiguiendo a Karen.
– ¡De eso nada, Lauren! Es sólo que nos interesaba un problema de física y empezamos a hablar.
– Vamos -dijo Lauren-. Está en el equipo de básquet y es guapo y te sigue a todas partes y te llama cada vez que tiene una excusa, así que debo estar complemente equivocada si digo que le interesas…
– ¿Y qué pasa con Teddy, que te espera para llevarte a casa en coche todos los días? ¿Eh?
Las gemelas no estaban realmente peleándose sino bromeando y Megan las dejó continuar mientras sonreía a Duncan, que movió la cabeza simulando estar consternado. Cuando por fin se callaron Megan habló:
– Karen, Lauren, no creo que ir a un baile sea una buena idea ahora mismo.
– Pero, mamá, no lo decía en serio. Sólo estaba…
– Siendo un pelmazo -interrumpió Karen sacándole la lengua a su hermana, que le hizo una mueca.
– Bueno, está bien. Pueden decirles a esos chicos que están castigadas.
– Se lo creerán -dijo Lauren.
– Y recuerden: tengan cuidado.
– ¿Cómo?
– No lo sé -contestó Megan-. Simplemente estén alerta a cualquier cosa fuera de lo normal, por pequeña que sea. Y permanezcan juntas y pendientes de lo que ocurre a su alrededor.
Duncan intervino:
– Si tienen miedo se vienen a casa, o me llaman a mí o a su madre. O quédense con sus amigos, pero sin contarles lo que pasa. Lo que les dicte el sentido común.
Las chicas asintieron y Megan se preguntó por un instante si no estarían cometiendo una equivocación. Tuvo que controlarse para no pedirle a Duncan que dejara quedarse a las gemelas donde ella pudiera verlas, pero entendía lo importante que era hacer lo que él había sugerido y se obligó a sí misma a colaborar.
Las vio prepararse para salir y sus dudas la impulsaron a seguirlas hasta la puerta. Esperó en el frío mientras subían al coche y salían de la rampa y continuó mirándolas hasta que desaparecieron tras doblar la esquina. Vio a Lauren saludar con el brazo y luego desaparecieron.
***
Olivia Barrow estaba sentada en una butaca gruesamente tapizada y llena de nudos del pequeño cuarto de estar de la granja intentando sin éxito ponerse cómoda. Durante un segundo o dos permaneció mirando por la ventana, al prado que había en la parte trasera y hasta la línea del bosque, en la dirección en que había estacionado el coche del juez, justo fuera de su campo de visión. Decidió que tendría que acercarse hasta allí y poner el motor en marcha unas cuantas veces para asegurarse de que funcionaba. Un rayo de sol entró por la ventana y la bañó en una luz cálida que la hizo cerrar los ojos con placer y recrearse en sus planes. Por un momento sintió el calor de la satisfacción pero después, conforme el rayo de sol desaparecía bajo una nube gris, también se esfumó su sensación de triunfo y la asaltaron las dudas. Se preguntó qué había hecho mal y repasó mentalmente su conversación con Megan. No eran las palabras en sí lo que le molestaba, pues Megan había respondido tal y como ella había previsto; el exceso de emotividad siempre había sido su principal flaqueza, pensó Olivia. Siempre ha dado demasiada importancia a cosas como la honestidad y la lealtad, y eso supone una gran debilidad. Pero había algo… No era arrogancia, Olivia la detectaba enseguida, sino algo en el tono de voz de Megan que la inquietaba, algo que sugería un matiz no previsto, un enfoque no calculado.
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