– Ah, por favor -murmuró Quentin-. Otra vez esa historia, no.
Terry se sentó en un taburete, ante la barra, e hizo una señal a Shannon para que le sirviera otra cerveza.
– Creo que no la he oído. Cuenta.
– Bueno -prosiguió Spencer-, parece que mi hermano mayor no estudió lo suficiente y suspendió la asignatura.
– La situación pintaba mal -añadió Percy-. Adiós a la graduación. Clases de verano. Papá dándole una patada en el trasero. Todo eso.
Terry bostezó.
– ¿Y cómo termina la historia?
Los dos hermanos sonrieron con sorna.
– Según se rumoreó -explicó Spencer-, después de un par de reuniones privadas con la guapa señorita Davis, el suspenso se convirtió en un notable. Como por arte de magia.
– Y vaya magia. Utilizó su diabólica sonrisa para encandilarla. Esa sonrisa que…
– ¿Diabólica sonrisa? Venga ya -Quentin puso los ojos en blanco.
Haciendo caso omiso de Quentin, Spencer siguió por donde Percy lo había dejado.
– Aunque se niegue a admitirlo, hizo algo más que sonreírle, amigos míos.
– ¿Es eso cierto, compañero? -Terry enarcó las cejas-. ¿Te ganaste un diploma con palabritas dulces?
Quentin puso mal gesto, irritado con sus hermanos por haber sacado a colación aquella historia.
– No sé cuándo vais a madurar de una vez, muchachos.
Los otros tres soltaron una risotada.
Conforme avanzaba la noche, aumentaba el empeño de Terry en ligarse a la pelirroja, así como la inaccesibilidad de ella.
Quentin tenía la impresión de que la mujer se divertía provocando a Terry. Bailaba con todos los tipos que se lo pedían, en ocasiones con dos a la vez…
Con todos, salvo con su compañero. Parecía como si quisiera comprobar el límite de su paciencia.
Al poco rato, Quentin se dio cuenta de que el humor de su amigo había cambiado, pasando de la presunción a la irritabilidad.
Intuyó que se avecinaban problemas.
– ¿Perdona? -dijo la pelirroja en voz alta, girándose hacia Terry-. ¿Tienes algún problema?
– Sí, nena -respondió él con voz estropajosa-. Tengo un problema. El tipo con el que estás bailando es un muermo. Ven aquí y verás lo que es un hombre de verdad.
Quentin se tensó al ver cómo el otro hombre enrojecía de ira y apretaba los puños. La pelirroja posó la mano en el brazo de su compañero y miró a Terry de arriba abajo.
– Ni lo sueñes, desgraciado. ¿Te enteras? Ni ahora, ni nunca. Piérdete.
La boca de Terry se curvó en una sonrisa de mofa y Quentin maldijo entre dientes. Le dio un leve codazo a su hermano, que estaba charlando con Shannon.
– Puede que haya problemas. Busca a Percy -dijo mientras se encaminaba hacia la pista de baile.
– Ya has oído a la señorita -masculló el compañero de la pelirroja, dando un paso adelante-. No está interesada. Lárgate.
Terry no le hizo caso. Toda su atención y su furia se centraban en la mujer.
– ¿Qué es lo que me has dicho? -preguntó alzando la voz hasta el punto de que lo oyeron en todo el local.
– Ya lo has oído, polizonte -la pelirroja alzó las manos, formando con los dedos la letra D-. Desgraciado. Con mayúscula.
Encolerizado, Terry se abalanzó hacia el compañero de la mujer. Quentin, que había previsto su reacción, se adelantó para colocarse entre ambos.
Cegado por la ira, Terry lanzó un puñetazo, que aterrizó en el hombro de Quentin. Percy y Spencer sujetaron a Terry. Éste forcejeó, maldiciéndolos, y golpeó a Percy cuando se hubo soltado en parte. Al final, los tres hermanos Malone tuvieron que aunar sus fuerzas para arrastrar a Terry hasta el callejón situado detrás del local.
El frío aire nocturno pareció aplacarlo. Se derrumbó sobre la pared del callejón. Quentin hizo un gesto a sus hermanos para que volvieran al bar. Luego se enfrentó a su compañero.
– Contrólate, Terry. Estamos en el local de Shannon, por el amor de Dios. Y tú eres policía. ¿En qué estabas pensando?
– No pensaba en nada -Terry se pasó la mano por la cara-. Es por esa chica. Me ha dado fuerte.
– Eso no es excusa, amigo. Olvídala. No merece la pena.
Los ojos de Terry se empañaron de pronto. Desvió la mirada.
– Ahí dentro, cuando me…, cuando me llamó desgraciado. Me acordé de Penny. De cómo me dejó. Me llamó… me llamó desgra… -se tragó la palabra y musitó una maldición.
– Es duro, Terry. Lo sé -Quentin le puso una mano en el hombro-. ¿Qué te parece si nos vamos de aquí?
– ¿Y qué hago, entonces? ¿Volver a casa? Ya no tengo casa, ¿recuerdas? Penny me la quitó. Me quitó a mis hijos.
– Penny no es tu enemiga, Terry. Y no la recuperaras tratándola como si lo fuera. Deseas recuperarla, ¿verdad?
Su compañero lo miró.
– ¿Tú qué crees? Pues claro que deseo recuperarla. La quiero.
– Entonces, demuéstraselo. Prueba con algo romántico. Con flores o bombones. Llévala a cenar. O a ver una de esas estúpidas películas sentimentales. Finge que te gusta. Por ella.
– Claro -musitó Terry con una sonrisita burlona-, el gran Malone lo sabe todo acerca de las mujeres. Y parece que también lo sabe todo acerca de mi mujer.
Quentin pasó por alto el sarcasmo.
– En absoluto. Pero bufando como un toro y lanzando insultos no se ablanda el corazón de ninguna mujer. ¿Recuerdas lo que decía la canción? Prueba con un poco de ternura.
La expresión de Terry se contrajo con amargura.
– ¿Qué está pasando aquí, compañero? Todas esas veces que mi mujer te invitó a cenar, ¿qué os traíais entre manos? -se inclinó hacia Quentin con los ojos inflamados de furia.
Quentin refrenó su genio.
– Mañana lamentarás haber hecho ese comentario -dijo con absoluta frialdad-. Dado que estás atravesando momentos difíciles, lo dejaré pasar. Por esta vez. Pero, como se repita, no seré tan indulgente. ¿Está claro?
Terry se derrumbó.
– Soy un desastre, tío. Un desastre total. Un desgraciado, como dijo esa nena. Como siempre me dijo mi vieja. Un donnadie.
– Eso es una bobada y lo sabes. Estás borracho y te compadeces de ti mismo. Pero no lo pagues conmigo, compañero. Yo estoy de tu parte.
Terry se incorporó.
– Voy a volver ahí dentro. No quiero que esa calientapollas crea que se ha salido con la suya.
El resto de la noche transcurrió con normalidad. Por lo visto, la pelirroja había acabado aburriéndose y se había ido con sus encantos a otra parte. Todo el mundo parecía haber olvidado su altercado con Terry. El bar estaba abarrotado. Quentin perdió de vista a su compañero y no volvió a encontrarse con él hasta el final de la noche.
– Shannon -dijo Terry mientras el propietario cerraba las puertas del local, a las dos de la madrugada-. Lo siento, amigo. No debí haber… -se tambaleó. Shannon lo agarró del brazo para sujetarlo-. No debí haber iniciado una pelea en tu local.
– No te preocupes, Ter -Shannon hizo un gesto para restar importancia al asunto-. Estás atravesando una mala racha. Necesitabas desfogarte un poco, simplemente.
– Eso no es excusa, tío -Terry flexionó los hombros para zafarse de Shannon, cimbreándose peligrosamente. Se rebuscó en el bolsillo del pantalón y sacó un billete. Luego se lo puso a Shannon en la mano-. Acéptalo. Es mi disculpa.
Quentin se fijó en el billete y miró a Terry con sorpresa.
¿Un billete de cincuenta dólares? ¿De dónde demonios lo había sacado?
Shannon debía de preguntarse lo mismo, puesto que enarcó las cejas inquisitivamente antes de guardarse el billete en el bolsillo del delantal.
Quentin se giró hacia sus hermanos, que se habían quedado para ayudarle a llevar a Terry a su casa.
– ¿Y si nos llevamos ya al futuro Bello Durmiente?
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