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Erica Spindler: Frío En El Alma

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Erica Spindler Frío En El Alma

Frío En El Alma: краткое содержание, описание и аннотация

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Veintitrés años antes, Anna North había sobrevivido a una pesadilla. Un loco la había secuestrado y le había cortado el dedo meñique. En la actualidad, Anna vivía en Nueva Orleans, escribiendo novelas de suspense bajo seudónimo. Por fin se sentía a salvo. Pero, súbitamente, la vida de Anna dio un giro aterrador. La novelista empezó a recibir cartas misteriosas. Una amiga suya desapareció de pronto. Allanaron su apartamento. Alguien había comenzado a acosarla… Desesperada, Anna acudió al inspector Quentin Malone, pero el policía estaba más preocupado por los recientes asesinatos de dos mujeres en el Barrio Francés. Sin embargo, tras el hallazgo de una tercera víctima, pelirroja como Anna y con el meñique amputado, Malone comprendió que la novelista era el nexo de unión entre los asesinatos y que podía ser la siguiente víctima…

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Dalton sorbió por la nariz con expresión dolida.

– Sólo intentaba ayudar. La próxima vez no lo haré.

– No le hagas ningún caso -murmuró Anna mientras tomaba la carta y dirigía a Bill una mirada de advertencia-. Ya sabes cuánto le gusta chinchar. Te agradezco que pensaras en mí.

Bill señaló el sobre. Como el anterior, estaba decorado con corazones, margaritas y firmado con un beso.

– Llegó directamente a La Rosa Perfecta, Anna, no a través de tu agente…

– Directamente a la… -Anna comprendió su error y, por un momento, se quedó sin respiración. En su entusiasmo al contestar a la niña, olvidó toda precaución. Había utilizado papel de escribir de La Rosa Perfecta para garabatear rápidamente una respuesta y luego había echado la carta al buzón.

¿Cómo pudo haber sido tan estúpida? ¿Tan descuidada?

– Ábrela -urgió Bill-. Seguro que tienes curiosidad.

Sí, Anna sentía curiosidad. Adoraba saber cuando un lector disfrutaba con sus historias. Era lo más gratificante que había en su vida. Sin embargo, una parte de ella también rechazaba aquella suerte de conexión física con personas desconocidas, sabiendo que, a través de su obra, los extraños podían tener acceso a su mente y a su corazón.

Sus libros les proporcionaban un modo de entrar en su vida.

Anna abrió el sobre, extrajo la carta y empezó a leerla. Bill y Dalton también la leyeron, inclinándose sobre ella.

Estimada señorita North

¡Me emocioné muchísimo al recibir su carta! Es usted mi escritora favorita, ¡en serio! Mi gatita también piensa que es la mejor. Es blanca y canela, y tiene los ojos azules. Es mi mejor amiga.

Nuestras comidas favoritas son la pizza y las patatas al queso, pero él no nos deja tomarlas muy a menudo. Una vez, compré una bolsa a escondidas y Tabitha y yo nos la comimos entera. Mi grupo favorito son los Backstreet Boys y, cuando él me deja salir, veo Dawson crece.

Me alegro mucho de que quiera ser mi amiga. A veces me siento muy sola aquí. Aunque me sentí un poco mal cuando usted dijo que soy demasiado joven para leer sus libros. Supongo que tiene razón. Y, si no quiere que los lea, no lo haré. Le doy mi palabra. Al fin y al cabo, él no sabe que los leo y se enfadaría mucho si se enterara. Algunas veces me da mucho miedo.

Su amiga,

Minnie

Anna releyó las últimas líneas tres veces sintiendo un escalofrío. Él le daba mucho miedo. Él no le permitía comer pizza ni patatas al queso.

– ¿Quién crees que será «él»? -inquirió Dalton-. ¿Su padre?

– No lo sé -murmuró Anna-. Podría ser su abuelo o su tío. Está claro que vive con él.

– Resulta escalofriante -Bill hizo una mueca-. ¿A que se referirá con eso de que ve Dawson crece cuando él la deja salir? Ni que estuviera prisionera o algo así.

Los tres se miraron durante largos instantes. Anna carraspeó y se obligó a sonreír.

– Vamos, chicos, que la escritora soy yo. Vosotros sois, en teoría, mi ancla con la realidad.

– Eso es verdad -Dalton sonrió con desgana-. ¿Qué niño se cansa de consumir comida basura? A los trece años, yo creía que mis padres eran un par de ogros. Me sentía maltratado.

– Dalton tiene razón -convino Bill-. Además, si ese tipo fuera tan malvado, no dejaría que Minnie se carteara contigo.

– Cierto -Anna emitió un suspiro de alivio, dobló la carta y volvió a guardarla en el sobre-. Son las dos de la madrugada y estamos exagerando. Creo que necesitamos dormir.

– Estoy de acuerdo -Bill se levantó-. Pese a todo, Anna, preferiría que no le hubieras escrito en papel de La Rosa Perfecta . Teniendo en cuenta los libros que escribes, ¿quién sabe qué clase de chalados podrían intentar seguirte la pista?

– No pasa nada -murmuró ella, frotándose los brazos al notar que se le ponía la carne de gallina-. ¿Qué peligro puede haber en que una niña de once años sepa dónde vivo?

Jueves,11 de enero

– ¿Qué dices, Anna? -preguntó Jaye Arcenaux mientras apuraba con la pajita el resto del batido-. ¿Crees que esa niña puede estar acechándote o algo parecido? Sería la bomba.

Jaye, la «hermana pequeña» de Anna, acababa de cumplir quince años y para ella todo era «la bomba» o bien «un muermo».

Anna arqueó una ceja, divertida.

– ¿La bomba? A mí no me lo parece.

– Tú ya me entiendes -dijo Jaye acercándose más-. Bueno, ¿eso es lo que crees?

– Naturalmente que no. Sólo he dicho que había algo extraño en su carta, y no sé si debo contestarle.

– ¿Extraño en qué sentido? -Jaye alargó el brazo para pellizcar el bizcocho de chocolate de Anna-. Dalton dice que a los tres se os puso el vello de punta.

– Exagera. Era tarde y todos estábamos muy cansados. Pero sí, parece haber algo raro en su entorno familiar. Estoy un poco preocupada.

– En eso sí que tengo experiencia. He visto entornos familiares raros de todas clases.

Era cierto, un hecho que a Anna le partía el corazón. Sin embargo, no dejó traslucir sus sentimientos. Jaye no deseaba la compasión de nadie. Aceptaba su pasado tal como era y esperaba que los demás hicieran lo mismo.

– En realidad, me interesaba oír tu opinión -Anna rebuscó en su bolso, sacó la carta y se la pasó a Jaye-. Quizá esté leyendo entre líneas algo que no existe. Al fin y al cabo, me dedico a imaginar problemas.

Mientras Jaye leía la carta, Anna la observó. Era increíblemente atractiva pese a su poca edad, con sus finos rasgos y sus ojos negros y grandes. Hasta hacía una semana, cuando sorprendió a Anna con su cabello teñido de pelirrojo, había sido castaña.

Lo único que deslucía la belleza física de Jaye era la brutal cicatriz que surcaba su boca en diagonal. Un último regalo de su abusivo padre. Ebrio, en un arranque de ira, le había arrojado una botella de cerveza, rajándole los labios. El muy bastardo ni siquiera le había procurado atención médica. Cuando la enfermera del colegio le inspeccionó la herida, a la mañana siguiente, ya era demasiado tarde para darle puntos.

Pero no para avisar a los Servicios Sociales. Jaye había emprendido el camino hacia una vida mejor, mientras su padre iba a la cárcel.

Anna notó un nudo en la garganta y desvió la mirada. Se había involucrado activamente en «Hermanos y Hermanas Mayores de América» tras acudir a la organización para reunir datos para su segunda novela. Había entrevistado a algunas chicas mayores del programa y se había sentido profundamente conmovida con sus historias.

Aquellas chicas le habían recordado a sí misma cuando tenía esa edad. Ella también se había sentido angustiada y sola, también había necesitado desesperadamente un ancla en una época de desequilibrio emocional.

Anna decidió convertirse en una «Hermana Mayor», pensando que nada tenía que perder.

Jaye y ella llevaban dos años siendo «hermanas».

Y, en el transcurso de aquellos dos años, se habían hecho amigas íntimas. No había sido fácil. Al principio, Jaye, resentida y desconfiada tras una vida de mentiras y malos tratos, no había querido saber nada de Anna. Pero esta perseveró. Durante aquellos dos años, jamás dejó de cumplir ni una sola de sus promesas; escuchó atentamente, en vez de dar sermones; ofreció consejo sólo cuando se le pedía; hasta que, por fin, Jaye empezó a confiar en ella. El afecto no tardó en llegar.

Se trataba de un afecto mutuo. Algo que Anna no había esperado cuando se inscribió en el programa. Había deseado simplemente ayudar a un semejante. Pero, a cambio, había forjado una amistad que llenó un lugar, en su vida y en su corazón, que ni siquiera había sabido que estaba vacío.

Jaye alzó la mirada.

– No estás imaginando cosas. Ese tipo no es trigo limpio.

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