Erica Spindler - Frío En El Alma

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Veintitrés años antes, Anna North había sobrevivido a una pesadilla. Un loco la había secuestrado y le había cortado el dedo meñique. En la actualidad, Anna vivía en Nueva Orleans, escribiendo novelas de suspense bajo seudónimo. Por fin se sentía a salvo. Pero, súbitamente, la vida de Anna dio un giro aterrador. La novelista empezó a recibir cartas misteriosas. Una amiga suya desapareció de pronto. Allanaron su apartamento. Alguien había comenzado a acosarla…
Desesperada, Anna acudió al inspector Quentin Malone, pero el policía estaba más preocupado por los recientes asesinatos de dos mujeres en el Barrio Francés. Sin embargo, tras el hallazgo de una tercera víctima, pelirroja como Anna y con el meñique amputado, Malone comprendió que la novelista era el nexo de unión entre los asesinatos y que podía ser la siguiente víctima…

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Pero, tal como Quentin lo veía, Terry lo había apoyado en innumerables ocasiones y ahora era su turno. Los compañeros debían ayudarse mutuamente.

Quentin atravesó el salón, aún despejado, pero Louanne Price lo detuvo, interponiéndose en su camino. Louanne tenía cara de ángel y un cuerpo imponente, y muchos hombres habían caído rendidos a sus pies. Lo malo era qué cualquiera que se hallara cerca de los pies de Louanne corría el riesgo de recibir un puntapié en el vientre. O más abajo.

Así era Louanne. Y la vida era demasiado corta como para permitir que a uno le patearan la entrepierna. Aunque la patada estuviese precedida de un viaje al paraíso.

Siguió acercándose a Quentin y sólo se detuvo cuando estuvo pegada a él. Luego se puso de puntillas y le colocó las manos en los hombros.

– Malone, cielo, ¿qué tendré que hacer para conseguir que compartas conmigo ese delicioso azúcar irlandés?

Quentin le dirigió una breve sonrisa.

– Ah, vamos, Louanne -dijo arrastrando la voz-. Ya sabes que Dickey me daría una patada en el trasero si tontease contigo -Dickey era el padre de Louanne y sargento del Departamento de policía de Nueva Orleans.

– Él no tendría por qué enterarse -Louanne le pasó los dedos por el cabello-. Sería nuestro pequeño secreto.

Quentin la apartó de sí, simulando pesar. Le gustaban las mujeres agresivas, y había tenido relaciones con varias, pero el perverso descaro de Louanne le repelía.

– Lo siento, nena. Pero ya sabes que no guardamos secretos en el Departamento. Nos vemos.

Quentin se alejó sin mirar atrás. Encontró a Terry donde había dicho Shannon, con un taco de billar en la mano y un cigarrillo entre los labios. Alzó la cabeza para mirar a Quentin con los ojos nublados por el alcohol.

Terry llevaba allí bastante rato.

– Ya era hora de que asomaras el trasero. Te has perdido la mitad de la noche.

Quentin retiró una silla de una de las mesas, le dio media vuelta y se sentó.

– Te he cubierto las espaldas con el capitán.

Terry calculó la tirada, hizo retroceder el taco y consumó la maniobra. La bola entró en la tronera.

– ¿Dónde me metí esta vez? ¿En el meadero?

– Fuiste a ver a Penny. A hablar con ella.

– ¿Con esa zorra? No; gracias.

Quentin hizo una mueca. Conocía a Penny Landry desde hacía diez años y podía ser muchas cosas, pero no una zorra. Terry estaba dolido, furioso y amargado, pero Quentin no pudo dejar pasar aquello. Tomó un trago de cerveza, intentado mostrar la mayor naturalidad posible.

– Yo creo que ella está haciendo lo que considera correcto. Por sí misma y por los críos.

Terry falló el tiro y maldijo en voz alta. Su oponente sonrió y se dispuso a tirar.

Terry apuró el resto de su cerveza antes de mirar a Quentin con rabia.

– ¿De parte de quién estás, compañero?

– No sabía que tuviera que ponerme de parte de nadie.

– Pues tienes que hacerlo, joder.

– Penny es una amiga -Quentin sostuvo la mirada de su amigo-. No sé si podría hacer semejante cosa.

El rostro de Terry se congestionó.

– Esto es jodidamente maravilloso. Genial. Mi mejor amigo me está diciendo que…

– Bola ocho en la esquina.

Ambos se giraron y vieron cómo el otro jugador acertaba el tiro.

– ¿Quieres la revancha? -preguntó.

– A la mierda. La partida es tuya -Terry miró a Quentin-. Necesito un trago.

Lo que menos necesitaba su compañero era otro trago, se dijo Quentin. Pero señalando lo obvio sólo conseguiría enfurecerlo aún más. Salieron de la sala de billares y regresaron a la barra.

En cuestión de unos veinte minutos, la clientela del bar se había duplicado. Quentin vio a varios colegas, entre ellos sus hermanos, Percy y Spencer. Al verlo, se acercaron.

– ¿Qué te parece si salimos a comer algo? Les diré a Percy y Spencer que nos acompañen.

– Diablos, no -respondió Terry con voz estropajosa-. La noche es joven. Y llena de posibili… Eh, mira, ¿qué tenemos aquí?

Quentin desvió la mirada hacia donde indicaba Terry. Una mujer, vestida con un traje corto ajustado, estaba bailando. Tenía una larga melena teñida de pelirrojo. Mientras bailaba, se hundía los dedos en el cabello, haciendo tintinear los brazaletes de oro que llevaba en las muñecas. No estaba claro si bailaba con algún hombre o, simplemente, ofreciendo un espectáculo a los presentes.

Y menudo espectáculo. Varios clientes del local se habían apiñado a su alrededor para mirar. Quentin y Terry se unieron a ellos.

Al cabo de un momento, Quentin miró de reojo a su compañero.

– No sé, Terry, tiene pinta de…

– Tiene una pinta estupenda. Jodidamente estupenda.

Quentin había querido decir que no parecía una mujer fácil, sino una de esas mujeres que valoraban el prestigio, la posición y los trajes de Armani. Elegiría al tipo que pudiera brindarle tales cosas, y no a un vulgar policía.

En ese momento se acercaron sus hermanos.

– ¿Qué pasa aquí, hermanito mayor? -preguntó Percy-. Hola, Terry.

Quentin miró de soslayo a sus hermanos. El parecido entre ambos era muy pronunciado. Los dos poseían los ojos azules y el pelo negro rizado de los Malone.

– Intento impedir que mi compañero haga el ridículo.

Los Malone más jóvenes siguieron la mirada de Quentin. Percy esbozó una sonrisita burlona.

– Está buenísima, desde luego. ¿Quieres que te den calabazas, Terror? -inquirió, utilizando el apodo que Terry se había ganado durante su primer año en el Cuerpo-. A Spencer se las dieron hace diez minutos.

– Sin comentarios -musitó Spencer mirando a su hermano con irritación.

Terry se alisó el pelo.

– Observad cómo trabaja un profesional, colegas.

Los tres hermanos Malone emitieron un silbido.

– No sé -dijo Quentin tras él-. Llevas algún tiempo fuera de la circulación.

Terry giró la cabeza para mirarlos con una sonrisa presuntuosa.

– Donjuán una vez, donjuán siempre.

Aun estando como una cuba, Terry era, en efecto, todo un donjuán. Alto y esbelto, con el pelo negro, los ojos y la labia de sus antepasados cajún, tenía un porte indudablemente gallardo. Quentin le daba un cincuenta por ciento de posibilidades.

Su amigo se situó al lado de la mujer y empezó a mecerse con ella al ritmo de la música, acercándose. Ella le dio la espalda, sin dejar de bailar.

Terry miró a sus amigos. Quentin sonrió burlón e imitó con la mano derecha un avión estrellándose. Percy y Spencer soltaron una risita.

Pero Terry no se dio por vencido, volvió a intentarlo. De nuevo, ella dejó claro que no estaba interesada.

La tercera vez, la mujer no perdió el tiempo con sutilezas. Dejó de bailar, lo miró directamente a los ojos y le dijo que se perdiera. A continuación, mientras se alejaba dando vueltas, contoneó las caderas, como provocando a Terry con algo que jamás conseguiría.

Lejos de desanimarse, Terry regresó con calma junto a sus amigos.

– Me desea. Está clarísimo.

Los otros tres hombres emitieron un aullido. Spencer se inclinó hacia Terry.

– Primer asalto: Mujer 1, Terror 0.

Quentin meneó la cabeza.

– Déjalo, compañero. La señorita no está interesada.

Terry se echó a reír.

– Sólo se está haciendo la estrecha. Ya verás cómo vuelve.

– Sí, claro que volverá. Para abofetearte los morros -Percy miró a Quentin-. ¿Porqué no lo intentas tú, hermanito? Usa tu legendaria sonrisa con ella.

– No, gracias -Quentin tomó un trago de cerveza-. Prefiero conservar mi ego intacto.

– Sí, ya -Spencer miró a Terry-. ¿Has oído la historia de la encantadora señorita Davis? Era la profesora de inglés de Quentin durante su último año de secundaria.

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