– ¿Qué clase de problema? -preguntó ella.
– A fin de cuentas, no creo que represente ningún obstáculo. La cuestión es que, debido a que el señor Brown era relativamente joven, han decidido investigar el caso.
– ¿Quiénes?
– Los de la oficina central de Chicago. Ellos mueven todos los hilos.
– ¿Y usted no tiene nada que decir?
– No mucho, en este caso. Como ya le he dicho, el señor Brown contrató su póliza en nuestra división corporativa, que está administrada por la oficina central. Sin embargo, este servicio se basa en la proximidad con el cliente. Es decir, que de no ser por la investigación en curso, sería yo quien se encargaría del asunto.
– Entonces, si no lo hace usted, ¿quién va a hacerlo?
– Aún no he sido informado, pero apostaría que será John O’Hara.
– ¿Le conoce?
– De oídas.
– Oh, oh…
– ¿Qué?
– Al decir eso ha fruncido el ceño.
– No, no hay de qué preocuparse. Dicen que O’Hara es un cabrón, y perdone la expresión, pero eso es normal tratándose del investigador de una compañía de seguros. Por lo que sé, no será más que una investigación rutinaria.
Cuando Craig Reynolds volvió a coger su taza de café, Nora tomó otro apunte mental: no llevaba anillo de casado.
– ¿Qué le parece la vainilla con avellanas? -le preguntó.
– Sabe aún mejor de lo que huele.
Ella se recostó en su silla. Enjugadas ya todas sus lágrimas, le dedicó a Reynolds una agradable sonrisa. Parecía ser un tipo considerado y afectuoso. Y lo mejor era que, al sonreír, se le formaban unos graciosos hoyuelos en las mejillas. «Qué lástima que no tenga dinero.» Aunque Nora no se quejaba. Desde su posición, el agente de seguros Craig Reynolds valía 1,9 millones de dólares. Era un golpe de suerte que no pensaba dejar escapar. La única pega era la investigación. Parecía rutinaria, pero no dejaba de inquietarla, aunque tampoco más de lo debido. Tenía un buen plan, concebido para resistir cualquier indagación. De la policía, de la oficina forense o de todo aquel o aquello que pudiera interponerse en su camino. Y, por supuesto, eso incluía a la compañía de seguros.
Sin embargo, aquella noche, después de que Craig Reynolds se hubo marchado, decidió que tal vez fuese una buena idea desaparecer unos días. De todos modos, se suponía que debía ver a Jeffrey ese fin de semana. Tal vez se marchara un día antes para darle una sorpresa.
Al fin y al cabo, era su marido.
A la mañana siguiente, el viernes, Nora salió de la casa de Westchester y abrió el maletero de su Mercedes descapotable, que estaba estacionado enfrente. Metió su maleta dentro. El hombre del tiempo había anunciado un día soleado y apacible, con temperaturas de hasta veinticinco grados. Un día perfecto para conducir sin capota.
Nora apretó el botón del control remoto y observó cómo el techo del coche empezaba a retroceder. En ese instante, otro coche llamó su atención. «¿Qué diablos…?»
En Central Avenue, aparcado bajo un arce y un roble altísimos, estaba el mismo BMW del día anterior. Y sentado delante con las gafas de sol puestas estaba Craig Reynolds, el agente de seguros. ¿Qué hacía otra vez allí?
Sólo había un modo de averiguarlo. Nora comenzó a caminar hacia el coche. Le había parecido muy simpático cuando se conocieron, pero ahora, vigilándola desde el coche… era escalofriante. O peor aún, era sospechoso. Razón por la que se recordó a sí misma que había que mantener la calma.
Cuando Craig la vio acercarse, salió rápidamente de su BMW y se dirigió hacia ella, vestido con su traje claro de verano, mientras le dedicaba un gesto amistoso. Se encontraron a medio camino.
Nora inclinó la cabeza y sonrió.
– Si no supiera lo que sé, creería que me está espiando.
– Si fuera ése el caso, habría elegido un escondite mejor, ¿no cree? -Él le devolvió la sonrisa-. Le pido disculpas, esto no es lo que parece. En realidad, si hay que culpar a alguien es a los Mets.
– ¿A todo el equipo de béisbol?
– Sí, incluido el director general. Estaba a punto de entrar en su casa cuando El Fan ha dado paso a la publicidad anunciando que el club está a punto de entrar en negociaciones con Houston. Así que estaba esperando oírlo.
Ella le miró sin comprender nada.
– ¿El Fan?
– Es una emisora de radio donde sólo dan deportes.
– Ya veo. ¿Así que no estaba espiando?
– Pues no. No soy James Bond, sólo un sufrido y antiguo socio de los Mets.
Nora asintió. Consideró que Craig Reynolds decía la verdad, a menos que fuese un mentiroso nato.
– ¿Para qué quería verme? -preguntó.
– Le traigo buenas noticias. A John O’Hara, el tipo de la oficina central del que le hablé, le han encargado la investigación sobre la muerte del señor Brown.
– Creía que eso no era precisamente bueno.
– No, pero esta parte sí lo es: he hablado con él esta mañana temprano y me ha dicho que no cree que haya ningún problema.
– Eso está bien.
– Mejor aún: he conseguido que me asegure que será una investigación rápida. Me ha soltado su sermón sobre no dar tratos especiales a nadie, pero se lo he pedido como favor personal. En cualquier caso, pensé que le gustaría saberlo.
– Se lo agradezco, señor Reynolds. Es una agradable sorpresa.
– Por favor, llámeme Craig.
– En ese caso, llámeme Nora.
– De acuerdo, Nora. -Miró hacia el descapotable rojo que estaba en la entrada de la casa, con el maletero aún abierto-. ¿Te vas de viaje?
– Sí, la verdad es que sí.
– ¿A algún lugar interesante?
– Eso depende de lo que opines del sur de Florida.
– Como se suele decir, es un buen lugar para ir de visita, pero no me gustaría votar allí.
Ella se rió entre dientes.
– Tendré que usar esa frase con mi cliente de Palm Beach. O tal vez no.
– ¿A qué te dedicas? Si no te importa que te lo pregunte,…
– Soy decoradora de interiores.
– ¿Estás bromeando? Debe de ser divertido. Quiero decir que no hay muchos trabajos en los que uno pueda gastarse el dinero de los demás, ¿verdad que no?
– No, supongo que no. -Ella miró su reloj-. Vaya, alguien llegará tarde al aeropuerto.
– Es culpa mía. No quiero entretenerte más.
– En fin, gracias de nuevo, señor Reyn… -se corrigió a sí misma-. Craig. Gracias por venir, ha sido muy agradable.
– De nada. Te avisaré cuando haya alguna novedad sobre la investigación.
– Te lo agradeceré.
Se dieron la mano y Craig se dispuso a marcharse.
– Ah, espera… -dijo-. Acabo de caer en la cuenta: si te vas de viaje, quizá deberías dejarme el número de tu móvil.
Nora dudó durante medio segundo. Aunque darle su número era una de las últimas cosas que quería hacer, no deseaba que el agente de seguros sospechara de ella.
– Claro -dijo-. ¿Tienes un bolígrafo?
Llamé a Susan en cuanto volví al coche. Mis dos primeros encuentros con Nora merecían que informara a mi jefa.
– ¿Es igual de guapa en persona?
– ¿Eso es lo que más te interesa?
– Por supuesto -dijo Susan-. Esa chica no podría hacer lo que está haciendo si no fuese una belleza. ¿Lo es?
– ¿Hay alguna forma de contestar a eso y parecer profesional al mismo tiempo?
– Sí. Se le llama ser honesto.
– En ese caso, sí -dije-. Nora Sinclair es una mujer muy atractiva. No exageraría si dijera que es impresionante.
– Eres un cerdo. -Me reí-. ¿Qué impresión te ha dado?
– Aún es demasiado pronto para decirlo. O no tiene nada que ocultar o es una mentirosa nata.
Читать дальше