David Baldacci - Buena Suerte

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Creo que con este es el tercer libro que leo de David Baldacci. Hasta ahora los libros que he leído suyos eran de intriga, pero este es totalmente distinto. En este caso es una novela que describe el cambio de vida que tienen que llevar a cabo dos hermanos, que se trasladan con su abuela a las montañas de Virginia. La novela transcurre en la época de la guerra mundial y refleja de una manera bastante realista lo dura que es la vida en las montañas, tanto para los agricultores y ganaderos como la gente que explotaba las minas de carbón.
La novela está bien escrita y disfrutas de la historia, en la que es importante meterse en la piel de los protagonistas. Como unos niños viven las circunstancias que les han tocado vivir y como se adaptan a una vida tan distinta a la que llevaban hasta ese momento en la ciudad.
Un libro entrañable, en el que las relaciones familiares tienen gran importancia. No comento nada del final para no chafar la novela.
Buen libro para descansar de la traca de novelas negras que os estaba metiendo ultimamente.

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Se oía la música procedente del exterior y la luz se fundía en la oscuridad. Durante un momento maravilloso todo en la casa pareció rezumar felicidad y seguridad.

La pequeña mina de carbón de la finca de Louisa se encontraba a unos tres kilómetros de la casa. Había un sendero tortuoso que conducía hasta la misma y que enlazaba con una pista polvorienta que serpenteaba de regreso a la granja. La abertura de la mina era ancha y lo bastante alta para que la mula y la rastra entraran con facilidad, lo cual hacían cada año para extraer el carbón que les proporcionaría calor durante el invierno. Ahora que la luna quedaba oculta detrás de las nubes altas, la entrada de la mina resultaba invisible a primera vista.

A lo lejos se veía una luz parpadeante, como una luciérnaga. Luego se vio otro destello, y otro más. El grupo de hombres surgió lentamente de la oscuridad y se dirigió a la mina, los parpadeos de luz se materializaron entonces en lámparas de queroseno. Los hombres llevaban cascos provistos de luces de carburo. Para entrar en la mina se quitaron el casco, llenaron la lámpara con bolitas de carburo humedecidas, hicieron girar el tirador que ajustaba la mecha, encendieron una cerilla y una docena de lámparas se iluminaron a la vez.

El hombre más corpulento del grupo llamó a los otros para que se congregaran y formaron una buena piña. Se llamaba Judd Wheeler y había pasado la mayor parte de su vida adulta buscando entre la suciedad y las piedras en busca de objetos de valor. En una de las manazas llevaba un rollo de papel largo que extendió y uno de los hombres lo enfocó con una linterna. En el papel había unas marcas detalladas, escritos y dibujos. En la parte superior del mismo se veía un título escrito con trazos vigorosos: «ESTUDIO GEOLÓGICO DE SOUTHERN VALLEY COAL AND GAS.»

Mientras Wheeler daba órdenes a sus hombres sobre las labores de la noche se les unió otro hombre surgido de la oscuridad. Llevaba el mismo casco y ropa vieja. George Davis también sostenía una lámpara de queroseno y parecía emocionado por la actividad. Davis charló animadamente con Wheeler durante unos minutos y luego todos entraron en la mina.

25

A la mañana siguiente Lou se levantó temprano. El sonido de la música había permanecido en su cabeza a lo largo de la noche, sumiéndola en un sueño placentero. Se desperezó, tocó el suelo con cuidado y fue a mirar por la ventana. El sol ya había iniciado su ascenso y Lou sabía que tenía que ir al establo a ordeñar, tarea que ya había asumido como propia, porque había acabado gustándole el frescor del establo por la mañana, así como el olor de las vacas y el heno. A veces subía al pajar, abría las puertas para el heno y se sentaba en el hueco para contemplar las tierras desde aquella posición privilegiada, escuchar los sonidos de los pájaros y pequeños animales que correteaban entre los árboles, los cultivos y la hierba alta y disfrutar de la brisa que siempre parecía soplar allí.

Aquélla era otra mañana de cielo despejado, montañas inquietantes, el vuelo juguetón de los pájaros, las actividades eficientes de los animales, árboles y flores. Sin embargo, Lou no estaba preparada para ver a Diamond y a Jeb saliendo del establo y dirigiéndose a la carretera.

Lou se vistió rápidamente y bajó las escaleras. Louisa había preparado el desayuno, aunque Oz aún no había aparecido.

– Anoche lo pasamos bien -comentó Lou al tiempo que se sentaba a la mesa.

– Ahora seguro que te ríes, pero cuando era joven se me daba muy bien bailar -apuntó Louisa mientras dejaba un bollo untado con mermelada y un vaso de leche en la mesa para Lou.

– Diamond debe de haber dormido en el establo -dijo Lou al tiempo que daba un bocado al bollo-. ¿Sus padres no se preocupan por él? -Miró a Louisa de soslayo y añadió-: Supongo que antes debería preguntar si tiene padres.

Louisa exhaló un suspiro y luego miró a su biznieta.

– Su madre murió cuando él nació. Aquí arriba sucede a menudo. Demasiado a menudo, en realidad. Su padre murió hace cuatro años.

Lou soltó el bollo.

– ¿Cómo murió su padre?

– No es asunto tuyo, Lou.

– ¿Tiene alguna relación con lo que Diamond le hizo al coche de ese hombre?

Louisa se sentó y tamborileó sobre la mesa con los dedos.

– Por favor -rogó Lou-, quiero saberlo. Diamond me preocupa. Es mi amigo.

– Dinamitando una de las minas -explicó Louisa sin rodeos-. Cayó por una ladera. Una ladera que Donovan Skinner estaba cultivando.

– Entonces, ¿con quién vive Diamond?

– Es como un pájaro salvaje. Si lo metieras en una jaula moriría. Si necesita algo, sabe que puede pedírmelo.

– ¿La compañía minera le pagó algo por el accidente?

Louisa negó con la cabeza.

– Utilizaron artimañas legales. Cotton intentó ayudar, pero no podía hacer gran cosa. Aquí Southern Valley es una empresa muy poderosa.

– Pobre Diamond.

– Seguro que el chico protestó -apuntó Louisa-. En una ocasión las ruedas del coche de un maquinista se cayeron cuando salía de la mina. Y luego un volquete no se abría

y tuvieron que ir a buscar a gente de Roanoke. Encontraron una piedra atascada en el engranaje. Ese mismo jefe de la mina de carbón estaba una vez en un retrete que volcó. La puerta no se abría y pasó una hora terrible en el interior. Hasta hoy nadie ha sido capaz de imaginar quién lo hizo o cómo pudieron rodearlo con una cuerda.

– ¿Diamond se ha metido alguna vez en problemas?

– Henry Atkins, el juez, es buen hombre; sabe qué tiene entre manos y nunca le ha procesado. Pero Cotton siguió hablando con Diamond y al final el chico dejó de hacer trastadas. -Hizo una pausa-. Por lo menos hasta que el estiércol de caballo apareció en el coche del hombre.

Louisa se volvió, pero Lou ya había visto la amplia sonrisa de la mujer.

Lou y Oz montaban a Sue todos los días y habían conseguido que Louisa dijera que eran jinetes buenos y competentes. A Lou le encantaba montar a la yegua. Le daba la impresión de que desde esa posición privilegiada podía ver hasta el infinito y Sue tenía el lomo tan ancho que le parecía imposible caer.

Después de las tareas matutinas, iban a nadar con Diamond al estanque de Scott, que según Diamond no tenía fondo. A medida que avanzaba el verano Lou y Oz se broncearon mientras que a Diamond le salieron más pecas.

Eugene les acompañaba siempre que podía, y Lou se sorprendió al enterarse de que sólo tenía veintiún años. No sabía nadar, pero los niños le enseñaron y enseguida practicó distintos estilos, ya que la pierna lisiada no le impedía realizar ningún tipo de movimiento en el agua.

Jugaban al béisbol en un campo que habían segado. Eugene había hecho un bate con la rama de un roble. Utilizaban la pelota sin revestimiento de Diamond y otra hecha con una bola de caucho envuelta en lana de oveja y cordel. Las bases eran trozos de pizarra dispuestos en línea recta, pues según Diamond así era como se hacía. Lou, que era seguidora de los New York Yankees, se guardaba su opinión al respecto y dejaba que el muchacho se divirtiese. Jugaban de tal forma que ninguno de ellos, ni siquiera Eugene, era capaz de golpear una pelota que hubiera lanzado Oz, por lo rápido y astuto que era lanzando.

Pasaron muchas tardes reviviendo las aventuras del Mago de Oz, inventando fragmentos que habían olvidado o que, con su desparpajo juvenil, consideraban que podían mejorar. Diamond sentía cierta debilidad por el espantapájaros; Oz, por supuesto, tenía que ser el león cobarde, y, por rebeldía, Lou era el hombre de hojalata sin corazón. Por unanimidad proclamaron a Eugene el gran y poderoso mago y él salía de detrás de una roca y cantaba a voz en cuello las estrofas que le habían enseñado y de forma tan airada que el León Cobarde preguntó a Eugene, el Mago Poderoso, si podía bajar un poco la voz. Libraron muchas batallas cuerpo a cuerpo contra monos voladores y brujas enternecedoras, y ayudados por un poco de ingenuidad y de suerte justo en los momentos adecuados, el bien siempre triunfaba sobre el mal en la maravillosa montaña de Virginia.

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