– Por detrás de las rodillas.
Liam se incorporó y la miró con curiosidad.
– ¿De veras?
– Sí.
Miró hacia delante con la mirada perdida y recorrió las heridas de su propio cuerpo, moviendo los labios y tocándose las piernas, los pies y finalmente las manos, como una pequeña reverencia.
– Son lugares en los que te pinchas -dijo.
– ¿Eh?
– Los yonquis, se inyectan la droga en las venas de los brazos, las manos, los pies y, un poco más tarde, detrás de las rodillas.
– Tal vez consumía.
– Puede. -Liam encendió un cigarro y se reclinó, rascándose la barriga hinchada-. Estaba delicioso.
– ¿Sabes quién me da pena? -dijo Maureen-. La novia de Hutton. Está embarazada.
Liam resopló.
– Yo no gastaría energía sintiendo pena por Maxine Parlain.
Maureen dejó caer el tenedor encima de la mesa.
– ¿Es una Parlain? ¿De Paisley? -dijo.
Liam asintió.
Maureen se incorporó, moviendo un dedo frente a su hermano.
– Su hermano está aquí, Tam Parlain me envió un mensaje por el busca para que fuera a verlo a su casa.
– No fuiste, ¿verdad?
– No sabía que era él hasta que lo tuve delante. Es un traficante…
– Baja la voz -dijo Liam entre dientes.
– Lo siento, lo siento -susurró Maureen-, pero está en Londres y tiene algo que ver con toda esta historia. Martha dice que trabaja para Toner.
– Bueno -dijo Liam, escéptico-. No trabajará para él, puede que pase droga para él.
– ¿Por qué no puede trabajar para él?
– Porque es un Parlain, y son como un equipo, así que Tam siempre trabajará para ellos. Puede que Toner acepte que trabaje para él pero sabe perfectamente que siempre será leal a su familia. Quizá sólo se le haya acercado para establecer contacto con ellos. Es como el hijo idiota al que contrata otra empresa en un gesto conciliador.
– ¿Así que Toner tendrá muchos contactos en Escocia?
– Sí.
– Ann debía de ser un correo de Toner, no de Hutton.
– Bueno, ya lo tienes, se la vendería a los Parlain. Ese Tam tiene la cara llena de cicatrices.
– Ya lo sé -dijo Maureen-. ¿Es muy duro?
– No, todos dicen que es un gilipollas. Lo acuchillaban por molestar a la gente. Posiblemente está en Londres para mantenerse a salvo.
Maureen le dio a Liam el resto de la cena como recompensa y se reclinó y lo observó mientras comía. Los Parlain podían haber pasado el billete de avión por debajo de la puerta de Jimmy. Senga podía haberle dado a Maxine las fotos y Toner debía de tener en Glasgow una legión de lacayos dispuestos a falsificar fotos para él. Se quedó pensando en Elizabeth, la de la camiseta de Las Vegas. Había ido a Escocia en tren, puede que ella también fuera un correo. Liam se terminó la carne y se reclinó, limpiándose los dientes con un palillo. Maureen fue al teléfono público que había al fondo del restaurante. Contestaron el móvil antes de que dieran la señal.
– Hola -dijo Maureen alegre.
– Maureen, por el amor de Dios, vuelve a casa -dijo Leslie.
– ¿Qué?
Leslie apoyó el teléfono en el bolsillo, pero Maureen pudo oír cómo pedía permiso para salir. Escuchó el ruido de una silla y Leslie le dijo «espera, no cuelgues» antes de salir a algún sitio y cerrar una puerta.
– ¿Estás bien?
– No. Van a detenerme. La policía no se cree lo de la Polaroid. -Respiraba rápido y parecía muy asustada-. Creen que le dije a Jimmy dónde estaba Ann y que le di el dinero para el avión a Londres. Encontraron las fotos de Navidad en casa de Jimmy, y creen que volvió a casa después de estar en el albergue.
– Pero tú tienes las de Ann.
– Ya se lo he dicho, pero no me creen. Incluso si no me detienen, si el comité se entera de esto perderé el trabajo. -Por la voz se adivinaba que estaba a punto de llorar. Leslie se apoyó el teléfono en el hombro para recuperar la compostura, y Maureen oyó un ruido extraño mientras Leslie se lo apretaba contra el abrigo. Se aclaró la garganta y volvió a hablar-. Estaba en Londres, Mauri, estaba en Londres cuando la mataron.
– No les has enseñado las fotos de la paliza, ¿verdad?
– ¿Estás loca? ¿Están a punto de detenerme y voy a hacer eso?
– Oye -dijo Maureen-, diles que el hermano de Maxine Parlain vive en Londres y que conocía a Ann.
– ¿Y eso qué tiene que ver?
– Tú díselo. Vuelvo mañana.
– No pierdas la Polaroid.
– No lo haré, te lo prometo. Quédate tranquila, todo saldrá bien, lo prometo.
– Si no me echan, nunca volverán a confiar en mí. Acabaré trabajando en esa asquerosa oficina contigo.
Maureen tosió y dudó un momento.
– No voy a volver a ese trabajo, Leslie. Voy a hacer otra cosa.
– Vale -dijo Leslie, mirando a su alrededor-, pues guárdame un sitio.
– Escucha -dijo Maureen, más aliviada-, ¿qué dice Jimmy de las fotos?
– Dice que se las dejaron por debajo de la puerta, igual que el billete. Pensó que habías sido tú.
– Esa imbécil de Senga Brolly.
– Eso mismo pensaba yo -añadió Leslie.
Volvieron al piso expresionista de Martha y pasaron una velada horrible cambiando de canal, buscando algo soportable que ver mientras escuchaban a Martha hablar de lo increíble que era y de cómo la gente la confundía con una modelo. Miraron un programa muy aburrido sobre JFK y Martha se puso a explicar anécdotas obscenas. Alex había salido por un par de días. De hecho, Alex y Martha no congeniaban demasiado bien y ella estaba pensando en separarse. Maureen fumó hasta que se le durmió la lengua. Quería marcharse, irse a Brixton, perderse en el mundo de Ann. Martha y Alex llevaban juntos más de seis años, eso era mucho tiempo, ¿verdad? La separación de Una y Alistair debió de ser más dura para Liam de lo que lo era para Maureen. Una habría ido a hablar con Liam, confiado en él y hecho que se pasara horas enteras en casa con Michael. A Martha le gustaría tener el pelo como el de Maureen y Liam, un pelo negro y rizado precioso. Se levantó y fue hasta Liam para tocárselo y comentar con ellos la textura. Le encantaría tener el pelo así. Maureen nunca se había tomado muy en serio el proyecto de un nuevo bebé en la familia, a pesar de que Una y Alistair lo habían estado intentando durante años. La magnitud de la situación empezó a tomar forma. Una iba a tener un hijo sin el sentido común ni la presencia protectora de Alistair. Durante todos los años que habían estado intentando tener un hijo ninguno de ellos se imaginó que Martha se iba a cortar el pelo, muy corto…
– ¡Martha! -dijo Maureen, bruscamente. Estaba a punto de empezar una pelea pero Liam la miró fijamente.
– ¿Qué? -dijo Martha, sonriendo a Liam.
– ¡No te lo cortes! -exclamó Maureen, manteniendo la misma cara de rabia por continuar con lo mismo-. ¡Déjatelo largo!
– ¿De verdad? -Martha estaba encantada. No se dio cuenta de que Liam se apartaba de su lado y sonreía mientras alargaba el brazo hasta el cenicero.
– ¡Sí! ¡Es precioso!
Liam expulsó el humo por la boca y empezó a toser.
Eran las doce y la mediocre programación era cada vez peor. Martha insistió en que Maureen durmiese en el sofá, porque le gustaba mucho, ¿no es cierto? Le dio un saco de dormir y una almohada y le dio a Maureen una camiseta y unos pantalones de pijama. Le dijo a Liam que podía dormir en el suelo de su habitación. Él intentó resistirse pero Martha insistió sin ninguna vergüenza.
– ¿Te doy miedo? -dijo ella, sonriéndole a Maureen para que se pusiera de su lado.
– No, Martha, no me das miedo pero prefiero dormir aquí.
Martha sonrió.
– Pero hay más espacio allí. No seas tonto, te haré la cama en el suelo -dijo, y salió del salón.
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