Martha se olvidó del delicioso té que le había prometido a Maureen, se olvidó de que Maureen sólo tenía una esponja de chocolate en el estómago vacío y revolucionado.
– Deshazte de ella -dijo Martha, echándola hacia atrás con los dedos como si fuera una rata muerla-. Joder, tírala a la basura. Deshazte de ella. ¿Tienes la más mínima idea de lo que significa esta foto?
– No.
– Es una amenaza. ¿De quién es el crío?
– De la mujer que desapareció.
Martha volvió a mirar la foto.
– En un patio. Joder, eso es completamente inhumano.
Maureen no sabía lo que era inhumano pero se hizo una idea.
– ¿Por qué es una amenaza?
Martha se inclinó y señaló la Polaroid.
– Sabe dónde está el crío. Ha estado cerca de él una vez y puede volver. Va a hacerle daño.
Volvieron y se sentaron en el seductor sofá del salón y Maureen se tomó su té y comió más rollitos de chocolate. Martha dijo que la Polaroid era una manera de hacer que Maureen saliera de su escondite y fuera hasta él. No se sorprendió cuando Maureen le dijo que Parlain quería la foto. Parlain trabajaba para Toner y cualquiera que tuviera tratos con Toner la querría: devolverle la foto sería una manera de congraciarse con él, quedársela les conferiría algún tipo de influencias. Le dijo que si Toner sabía que la tenía ella, ya se la tendría jurada. Maureen miró la foto, la sonrisa maliciosa de Toner y la presión en el brazo del niño cuando éste intentaba soltarse. Ann debió de asustarse mucho.
– ¿Qué había hecho para merecerse eso? -preguntó Martha.
– No estoy segura. Creo que pasaba drogas para él y perdió un lote o lo vendió, y entonces él le pegó y ella se largó. ¿Si pasaba drogas para él, a quién debía llevárselas?
Martha se movió incómoda en el sillón y bebió un trago de té.
– Tú lo sabes, ¿no? -dijo Maureen.
– No es ningún gran secreto ni nada por el estilo.
– ¿El qué?
– Toner está relacionado con alguna gente de Paisley.
– Los Parlain -dijo Maureen.
Martha esbozó una pequeña sonrisa.
– Liam se preocuparía mucho si le contara esto.
– Oh, Martha, por Dios, por favor no le digas nada. Se moriría.
Martha se encogió de hombros.
– No, por favor, Martha. De todos modos, me marcho a casa por la mañana.
Michael había entrado por la ventana en forma de vapor humeante y flotaba en el aire cerca de la cama, lo suficientemente cerca como para tocarla a ella si quisiera. Alguien le estaba dando golpes en el pie y la llamaban. Abrió, con gran esfuerzo, los ojos y lentamente reconoció la figura de Martha al otro lado de la habitación. Estaba sentada en una silla de mimbre y llevaba mucho maquillaje. Sonrió muy sexy a Maureen.
– Hola, dormilona -dijo, llevándose un porro a la boca pintada de rojo-. Papi ha llegado.
Maureen se levantó, con las piernas temblorosas, intentando quitarse el sueño de los ojos y averiguar quién era la persona que estaba inmóvil en la punta del sofá.
– Por Dios -dijo Liam.
– ¿Liam?
– ¿Estás bien?
– ¿Cómo has llegado hasta aquí?
– Cogí un avión. -Parecía muy preocupado-. ¿Estás bien?
– Me he asustado -dijo, señalando a Martha.
– Pero ahora ya está bien, ¿no, cielo? Antes estaba muy mal -dijo Martha, orgullosa de que Liam pensara que ella y Maureen se habían hecho amigas.
– Escucha, Mauri, hay un vuelo de vuelta esta noche -dijo Liam-, y he reservado dos billetes.
– No pienso volver a casa -dijo Maureen-. Todavía no he terminado.
– Maureen -dijo Liam, mirando de reojo a Martha-, he venido hasta aquí para evitarte problemas.
– Ahora no puedo volver.
Liam se sentó en el sofá, hundiéndose hasta pocos centímetros del suelo, y la miró.
– Ven aquí, ven y siéntate -dijo, golpeando con una mano el sofá.
– No quiero sentarme -dijo, como una adolescente maleducada.
Martha se levantó, fingiéndose incómoda, como si fuera tan de otro mundo que jamás hubiera visto una pelea entre hermanos.
– Iré a encender la tetera -dijo, y se fue a la cocina meneando las caderas.
Maureen se esperó hasta que Martha se hubo ido para volver a dejarse caer en el sofá. Liam se ofreció un cigarro pero ella no lo quiso.
– Mauri, ya no tiene sentido continuar -dijo Liam-. La policía ha encontrado cosas en la casa de Harris, su mujer había vuelto…
– ¿Qué cosas? -interrumpió Maureen.
– Unas fotos que eran de la mujer. En la casa de Leslie por Navidad.
– ¡Pero si las tiene Leslie! Es imposible que tuviera dos copias.
– Eh -gritó Liam, ofendido-. No me grites, yo no las dejé allí…
– ¡No te he gritado! -gritó ella.
– Mauri, escucha. Harris fue a Londres. Tienen pruebas de que estaba aquí cuando ella murió. ¿No basta con eso?
– No pienso volver a casa -dijo ella.
– Mauri -dijo él, suavemente-, no hace falta que nos enfademos por esto. Confía en mí, Frank Toner es un tipo muy peligroso. Si has enseñado la foto por ahí, tienes que volver a casa. ¿Se la has enseñado a alguien?
Ella se encogió de hombros.
– ¿Se la enseñaste a alguien que pueda seguirte la pista hasta casa?
Maureen recordaba vagamente habérsela enseñado a Mark Doyle, o a Tonsa, no se acordaba.
– ¿Tonsa? -dijo-. Creo que se la enseñé a Tonsa.
Liam estaba horrorizado.
– ¿A Tonsa? -dijo, dándole un manotazo en la pierna e inclinándose hacia ella-. Maureen, van a creer que trabajas para mí.
– Pero si tú ya no traficas.
– Nadie deja de traficar, idiota. Si Tonsa adivina quién eres y se lo dice a Toner, estoy jodido. Por Dios. -Se reclinó y la miró-. Tienes que volver a casa antes de hacerte daño de verdad.
Vagamente, muy vagamente, en un lugar lejano de su mente marchita, recordaba haberle dicho a Tonsa que era la hermana de Liam. Le había dicho su nombre a Tonsa, no a cualquiera, a ella. Levantó la mirada y observó el paraguas que estaba colgado de la pared. Liam le había pedido que no dijera su nombre. Se lo había dejado muy claro.
Liam le dio un suave codazo.
– Vamonos a casa.
– Necesito un día más para aclarar las cosas -dijo ella, aterrada-. Necesito volver a ver a su hermana. Es una señora mayor, no se encuentra demasiado bien. ¿Un día más? ¿Podemos quedarnos esta noche y coger el avión mañana?
Liam parecía preocupado.
– Prométeme que eso es todo lo que vas a hacer.
– Te lo prometo.
Martha estaba apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados a la altura de la cintura en una postura que ella creía que la hacía parecer más delgada. Sonrió hacia Liam.
– Parece que te quedas -dijo, y se rió alegre.
– No nos quedamos aquí -dijo él-. No hay espacio suficiente.
– Alex no volverá en un par de días -dijo Martha, despreocupada-. Hay espacio de sobras. Maureen está bien en el sofá, ¿verdad?
– Sí -dijo Maureen-. Sólo es una noche.
A regañadientes, Liam salió al vestíbulo y llamó a la línea aérea. Cambió los billetes para el día siguiente por la tarde. Maureen y Martha estaban sentadas en el sofá, escuchando, y se relajaron cuando oyeron que confirmaba los datos. Martha sonrió.
– Es cómodo, ¿no?
– ¿El qué?
– El sofá. Bonito y cómodo.
Maureen, confundida, le devolvió la sonrisa mientras Liam volvía al salón.
– Mañana por la noche -dijo-. Pero no podemos volver a cambiarlos, ¿vale?
Maureen asintió.
– Será mejor que vaya a casa de Sarah -dijo, mirando significativamente a Liam-, y le diga que me quedo aquí.
– De acuerdo. Vamos -dijo Liam, sin invitar a Martha a proposito.
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