– Klein no dejó caer aquella granada -interrumpió Turcotte.
– ¿Cómo dice? -Por un momento Von Seeckt se quedó fuera de su historia.
Desde la puerta Turcotte miraba la carretera, donde el camión de ganado era ya un punto que desaparecía en el horizonte.
– Klein tenía órdenes de matarlo a usted y destruir la caja.
– ¿Cómo puede saber eso? -preguntó Von Seeckt.
– Puede que ocurriera hace cincuenta años, pero hay muchas cosas que no cambian. Si no podían llevarse la caja con seguridad, no querían que el otro bando la consiguiera y se llevara además el conocimiento que usted tenía. Éste es el modo en que hubiera ido una misión como ésa. Los británicos hicieron lo mismo cuando enviaron especialistas a controlar los puntos de radar alemanes a lo largo de la costa francesa durante la guerra. Sus hombres tenían órdenes de matar a los especialistas antes de que fueran capturados por su conocimiento sobre los sistemas de radar británicos.
– ¿Sabe que después de tantos años no se me había ocurrido? -dijo Von Seeckt-.Y debería haberlo hecho después de todo lo que he visto desde entonces.
– Bueno, eso está muy bien -dijo Nabinger con impaciencia-, pero hasta ahora no es importante. Lo que importa es lo que había en la caja.
– La caja estaba sellada cuando la encontramos y Klein no me permitió abrirla. Como mi amigo el capitán Turcotte ha señalado tan acertadamente, Klein quería cumplir las normas a rajatabla. Así que los británicos nos cogieron, a mí y la caja, y nos sacaron de ahí rápidamente. Primero regresé al Cairo. Luego, en un avión… -Von Seeckt hizo una pausa-. Baste con decir que finalmente acabé en Inglaterra, en las manos del EOE.
– ¿EOE? -preguntó Nabinger.
– Ejecutivo de Operaciones Especiales -dijo Kelly.
– Así es -asintió Von Seeckt-. Me interrogaron y les dije lo que sabía, que no era mucho. Comprobaron también la caja para ver si era radiactiva. Tuvieron una lectura positiva. -Miró a Kelly y se dio cuenta de que su estado de ánimo cambiaba-. ¿Sabe algo del EOE?
– Como dije antes, mi padre estuvo en la OSS. La versión norteamericana del EOE.
– Esto es lo más curioso -dijo Von Seeckt frotándose la barba-. El EOE me cedió a la OSS. Por lo visto, la radiactividad era una especialidad norteamericana.
– ¿Los británicos tampoco abrieron la caja? -Nabinger se esforzaba por no perder la paciencia.
– No pudieron hacerlo -puntualizó Von Seeckt-. Así que, me enviaron a los Estados Unidos. La caja iba en el mismo avión. Al fin y al cabo, los británicos tenían una guerra en la que combatir y, por lo visto, había cosas más importantes que atender. Además, como luego se vería, la radiactividad era ciertamente la especialidad de los norteamericanos.
– ¿Se consiguió abrir alguna vez la caja? -gimió casi Nabinger.
– Sí, sí, se abrió -afirmó Von Seeckt-. Los norteamericanos lo consiguieron. Me retuvieron en un lugar a las afueras de Washington, en algún punto del campo. Todavía hoy no puedo decir dónde estuve. A la caja la enviaron a otro lugar y a mí me interrogaron. Luego pareció que se olvidaban de mí durante algunas semanas. Un día dos hombres aparecieron en la celda de mi prisión. Uno era un teniente coronel, y el otro, un civil. Me llevaron a otro lugar -Von Seeckt indicó hacia el noreste» a la carretera-. A Dulce.
– ¿Y la caja? -Nabinger estaba exhausto.
– En la caja había una pequeña arma nuclear -dijo Von Seeckt.
– ¡Oh mierda! -exclamó Turcotte-. ¿Dónde nos hemos metido?
– ¿Enterrada bajo la gran pirámide durante diez mil años? -preguntó Nabinger reclinándose lentamente en su asiento.
– Enterrada bajo la gran pirámide durante unos diez mil años -confirmó Von Seeckt-. Naturalmente, al principio sólo pudimos adivinar lo que era. Los norteamericanos estaban sólo al inicio del proyecto Manhattan, por lo que nuestros conocimientos eran bastante primitivos comparados con los de la actualidad. Diez años antes probablemente no habríamos sabido lo que había en la caja.
«Sacamos la bomba con mucho cuidado. -Von Seeckt soltó una risita-. Los norteamericanos pensaron siempre que yo sabía más de lo que en realidad sabía. Al fin y al cabo, me habían encontrado a mí con esa maldita cosa. La verdad es que a medida que trabajábamos, cuanto más estuve ahí, más aprendí. Sin embargo, aun con la tecnología de hoy no creo que seamos capaces de hacer una bomba tan pequeña, liviana y eficaz como la que estudiamos. Era extraña. Hay cosas que todavía hoy no entiendo. Pero fuimos capaces de aprender lo suficiente para, junto con el trabajo realizado en otros lugares, construir las bombas que empleamos para poner fin a aquella guerra.
– Así que, ¿la bomba de la pirámide era de la misma gente que construyó esos discos y la nave nodriza? -La pregunta de Nabinger era puramente retórica-. Esto resuelve muchas preguntas y problemas sobre la pirámide y el porqué de su construcción. Tal vez…
– Profesor. -La voz de Turcotte irrumpió igual que el viento frío que soplaba desde la puerta-. Esas preguntas pueden esperar. Ahora necesitamos avanzar por la carretera. No estamos lejos de Dulce y tenemos que esperar a que anochezca para intentar lo que sea, pero me gustaría echar un vistazo por ahí a la luz del día. Pueden continuar con esto durante el camino.
Mientras Von Seeckt y Nabinger subían a la parte trasera de la camioneta, Kelly agarró a Turcotte por el brazo y se acercó a él.
– ¿Viste alguna vez esa nave nodriza que tanto preocupa a Von Seeckt?
– No. Sólo vi los agitadores pequeños. -Turcotte la miró-. ¿Por qué?
– Porque sólo tenemos la palabra de Von Seeckt de que eso existe. Y esa historia en la que admite las cosas que hizo durante la Segunda Guerra Mundial no me ha conmovido. ¿Qué pasaría si hubiera algo más que no nos cuenta? ¡Por Dios, era de las SS!
– ¿Hay alguna cosa en concreto que te haga dudar de su historia y de lo que está ocurriendo ahora? -preguntó Turcotte.
– He aprendido a cuestionar las cosas. Mi razonamiento es: si la nave nodriza no existe, entonces tal vez todo esto sea una trampa. Y si existe, también todo esto puede ser una trampa.
– ¿Una trampa para qué? -preguntó Turcotte.
– Si lo supiera, sabría que es una trampa -repuso Kelly.
– Me gusta eso: pensamiento paranoico. -Una pequeña sonrisa asomó en los labios de Turcotte-. Me hace sentir casi cuerdo.
– En cuanto podamos, te contaré mi historia y entenderás el porqué de la paranoia.
EL CUBO, ÁREA 51.
– General. -El doctor Slayden inclinó su cabeza en dirección a Gullick y luego saludó a las demás personas que había en la sala-. Caballeros, señora.
Slayden era un hombre de edad avanzada, el segundo de mayor edad del comité después de Von Seeckt; en vista de la butaca desocupada en el lado derecho de la mesa, ahora era el más anciano. Calvo y con la frente llena de arrugas, su rasgo sobresaliente lo constituían sus cejas blancas y pobladas, que contrastaban con su cabeza despoblada.
El general Gullick siempre había considerado al doctor Slayden como un miembro sin valor de Majic12, pero la visita de la doctora Duncan lo había forzado a encontrar algún modo de ganar tiempo. Aquel psicólogo había sido la respuesta.
El doctor Slayden empezó.
– En el campo de la ciencia ficción se han hecho muchas películas y se han publicado muchos libros sobre la reacción de la gente de la Tierra ante los alienígenas, tanto si éstos nos visitaran aquí en la Tierra como si en el futuro nos expandiéramos hacia las estrellas. De hecho, en las últimas décadas ha habido varios grupos de trabajo del gobierno que se han dedicado a analizar posibles reacciones de la gente ante el contacto con formas de vida extraterrestre.
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