Salió y fue hacia la escalera sin esperar respuesta. Kelly lo seguía a dos pasos.
– No te librarás tan fácilmente. Hay algo que no cuentas. ¿Por qué ayudaste a Von Seeckt? Tú eras uno de los malos, ¿por qué cambiaste de bando?
Turcotte bajó la escalera y Kelly bajó a su lado.
– Ya te lo he dicho. Mi comandante me ordenó detener unos civiles en Nebraska. Eso no me gustó. Además intentaron matar a Von Seeckt. No estoy a favor de secuestros y asesinatos, incluso si el gobierno los autoriza.
– Sí, claro, y los cerdos tienen alas -dijo Kelly-. No me lo trago. Tú…
Turcotte se giró bruscamente y le clavó la mirada de tal forma que Kelly dio un paso atrás, sobrecogida.
– Me importa una mierda que te lo tragues o no, guapa -espetó-. Preguntas demasiado. Has permitido que Von Seeckt se guarde sus secretos. ¿Por qué no me dejas con los míos?
– Von Seeckt nos los contará en cuanto Nabinger esté aquí -replicó Kelly, acercándose a Turcotte-. Venga. No decidiste sin más ir en contra de tus órdenes y tu adiestramiento. Debes tener alguna razón. Yo tengo un motivo para preguntar. Una vez fui la cabeza de turco del gobierno y no voy a creerme que me estás diciendo la verdad. Sólo tenemos tu palabra sobre lo que ocurrió en Nebraska. Por lo que sé, podría no haber ocurrido.
Turcotte miró por detrás de ella, hacia el oeste, donde el sol estaba ya pendido del extremo del planeta.
– Vale. ¿Quieres información acerca de mí? No perderé nada y, si salimos de ésta, tal vez puedas publicarlo en algún sitio y la gente sepa la verdad. Bueno pues, antes de regresar a los Estados Unidos en mi última misión, estuve implicado en un incidente. Así es como lo llaman: incidente. Sin embargo, hubo gente que murió en él. -Bajó la vista hacia ella, su mirada no era agradable-. Eres periodista. Te va a gustar. Es una buena historia. Cuando esto ocurrió yo estaba asignado a una unidad antiterrorista en Berlín. Todo el mundo cree que desde que cayó el muro todo va bien por ahí, pero lo cierto es que todavía hay problemas con el terrorismo. El mismo que hubo en los setenta y a principios de los ochenta. En cierto modo es peor, porque ahora hay mayores y mejores armas para la delincuencia y proceden del arsenal del antiguo Pacto de Varsovia. En esos países hay mucha gente que vendería cualquier cosa por conseguir divisas occidentales.
»La única diferencia entre los ochenta y la actualidad es que aprendimos la lección de aquella época y ahora prevenimos el terrorismo. Por eso ahora no se oye hablar del tema, pero no es porque esos cabrones hayan desaparecido. La gente es muy inocente.
– ¿Prevenir? -preguntó Kelly.
– Sí -asintió Turcotte tras proferir una risotada-. En la época en que todo terrorista de tres al cuarto secuestraba a alguien o un chalado tiraba una bomba, alguien en las alturas de la OTAN tuvo la brillante idea de, en lugar de estar sentados y permitir que los terroristas nos atacaran, buscarlos antes y atacarlos primero. El único problema residía en que eso no era muy legal. -Miró hacia la calle y vio una cafetería-. Vamos a tomar un café.
Cruzaron la calle y tomaron un asiento en un rincón del local. Turcotte se sentó y se reclinó contra la pared mientras miraba la calle. En el local el constante chasquido de los platos y otros utensilios se sobreponía al murmullo de conversaciones procedentes de los demás clientes. Después de que la camarera les trajera una taza a cada uno, continuó hablando en voz baja.
– Así pues, combatimos el fuego con fuego. Para parar los pies a los delincuentes, nosotros nos convertimos en delincuentes. Yo formaba parte de un equipo conjunto norteamericano y alemán. Eran hombres escogidos de los cuerpos de élite DETA de los Estados Unidos de las afueras de Berlín y la fuerza antiterrorista alemana GSG9. -Turcotte, emocionado, vertió un montón de azúcar en el café-. ¿Has oído alguna vez el eslogan «Mataremos por la paz»? -Kelly asintió-. Bueno, pues eso era lo que hacíamos.
»A mí no me importaba gran cosa. Nos cargábamos personas que habían puesto una bomba en una estación de tren sin importarles quién resultaría afectado. En menos de seis meses nos habíamos cargado los restos de la banda BaaderMeinhof. Participé en seis operaciones. -La voz de Turcotte sonaba abatida-. En el transcurso de esas operaciones maté a cuatro personas.
»Entonces nos llegó el soplo de que algunos tipos del IRA estaban en la ciudad con la intención de comprar armamento procedente de la antigua Alemania del Este, que algunos ex miembros del ejército habían acumulado cuando el muro cayó por si algún día venían vacas flacas. Se decía que esos irlandeses intentaban conseguir misiles antiaéreos SAM7, que son unos que se disparan apoyándolos en el hombro.
»No sabíamos qué pensaban hacer con ellos, aunque era de suponer que se apostarían a las afueras de Heathrow y abatirían el Concorde en cuanto despegara. Sería un gran titular, que es lo único que esos cabronazos quieren. Ya sé que firmaron un acuerdo de paz, un alto al fuego y toda esa mierda, pero eso no detiene a los tipos que aprietan el gatillo. Tienen que estar al filo de la navaja. Mucha de esa gente hace lo que hace porque le gusta. Les importa una mierda lo que llaman objetivos, ellos disparan a las cámaras. Es sólo una excusa para ser un sociópata. -Cuando la camarera se acercó para tomar el pedido, se calló. Kelly pidió un bocadillo y, Turcotte, un zumo de naranja. Luego prosiguió-: En fin. El caso es que la misión tuvo que hacerse a toda prisa porque los agentes del servicio secreto llegaron tarde. Cuando fuimos alertados, el IRA ya había comprado los misiles y los llevaba en un coche en dirección a Francia. Nos transportaron en avión hasta un punto que quedaba por delante del camino que ellos seguían y tomamos algunos coches. Los terroristas circulaban por carreteras secundarias, siempre alejados de las autopistas alemanas, lo cual también nos convenía mucho. -La rabia interna se coló en la voz de Turcotte-. Lo que deberíamos haber hecho era simplemente detenerlos y ponerlos bajo custodia. Pero, verás, no pudo ser. Eso habría causado una gran controversia, el juicio y todo eso. Y eso dificulta el problema de meterlos en la cárcel, porque entonces cada pariente tiene un motivo para tomar algunos rehenes y solicitar la excarcelación. Y entonces comienza de nuevo el ciclo.
»Así que se suponía que había que matarlos. Hacer ver que éramos terroristas y así nadie, con excepción de los policías locales, pondría mala cara. -Turcotte cogió aire para calmar su voz-. Nos dispusimos a atacarlos a las afueras de una pequeña ciudad en el centro de Alemania. Los terroristas iban en dirección a Kiel para cargar las armas en un buque de carga y enviarlas a Inglaterra. Pero esos tipos del IRA, al fin y al cabo, eran irlandeses, tuvieron que parar en un hostal típico alemán para tomar unas cervezas y cenar antes de llevar eso al puerto. Yo era el oficial al mando del equipo. Mi comandante era alemán. Nos dirigimos a la parte norte de la ciudad, en la dirección hacia la que debían partir. Había una curva en la carretera desde la que teníamos una buena vista.
»Cuando, al cabo de una hora, el coche no apareció, mi comandante, llamémoslo Rolf, se puso nervioso. Los de vigilancia nos dijeron que se habían detenido en la ciudad. Era posible que se hubieran marchado por otro camino. Rolf me preguntó qué pensaba. ¿Cómo cono podía saberlo? Así que Rolf y yo fuimos a la ciudad y encontramos el coche esperando fuera del bar. Nos habían dicho que eran tres. Entonces Rolf me dijo: «Vamos, echémoslos de aquí ahora. Tú y yo». Le preocupaba que hubieran reconocido el equipo de vigilancia que los había estado siguiendo y que hubieran tomado una ruta distinta fuera de la ciudad para despistar y zafarse de la emboscada que nuestro equipo les había preparado. También podía ocurrir que se deshicieran de los misiles en la ciudad y que perdiésemos el rastro de la artillería.
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