– Sé que he cruzado una línea -contestó Von Seeckt después de reflexionar unos segundos en todo aquello-. Supongo que mucho de lo que siento no es más que costumbre. Estoy acostumbrado a permanecer quieto y callado. Desde que fui reclutado en mil novecientos cuarenta y dos, no he hablado con nadie ajeno al programa. Me resulta bastante extraño hablar de esto de un modo abierto. -Hizo una pausa y luego prosiguió-: Existen nueve agitadores atmosféricos. Sabemos que están relacionados con la nave nodriza por su tecnología, por el material de que están hechos y porque encontramos dos, que se conocen como agitador número uno y número dos, enterrados junto a la nave nodriza.
»También sabemos que los demás agitadores están relacionados con la nave nodriza porque gracias al material que descubrimos en el hangar de la nave nodriza pudimos encontrarlos otros siete agitadores. Cuando en mil novecientos cuarenta y dos se encontró la nave nodriza no sólo había los dos platillos primeros, también se hallaron algunas de las tablas de las que ya hemos hablado. A pesar de que la gente del programa no podía descifrar los símbolos que contenían, había también planos y mapas que sí podían entenderse.
– Un momento -lo interrumpió Kelly-. ¿Me está diciendo que los mejores cerebros que el gobierno consiguió reunir no pudieron descifrar esas runas superiores? Tenemos ordenadores capaces de descifrar códigos en segundos.
– En primer lugar -repuso Von Seeckt-, ha de saber que es extraordinariamente difícil descifrar un lenguaje o un sistema de escritura si se dispone de poco material con el que contrastar. Eso obliga a descartar el empleo de ordenadores, pues no hay suficientes datos. En segundo lugar, no necesariamente teníamos los mejores cerebros, como usted dice, trabajando en ello. Sólo había los que podían ser reclutados, pasaban una prueba de seguridad y firmaban además un juramento de confidencialidad. De hecho, eso hizo descartar a muchos de nuestros mejores cerebros. Por otra parte, a causa del secretismo del programa, esos científicos jamás accedieron por completo a la información. En tercer lugar, los que trabajaban en la descodificación de las runas estaban limitados por las convenciones de su disciplina. No entendían que las runas encontradas cerca de la nave nodriza pudieran estar relacionadas con las halladas en cualquier otro lugar. Por último, a causa del secretismo, la información con la que trabajaban estaba muy compartimentada. No tenían acceso a todos los datos disponibles.
– ¿Dónde había más runas de ésas? -preguntó Turcotte.
– Ya se lo explicaré en otro momento -contestó Von Seeckt-, mañana, cuando el profesor Nabinger se encuentre con nosotros.
Turcotte agarró el volante con tanta fuerza que en los nudillos se le vieron puntos blancos. Kelly se dio cuenta e intentó mantener el flujo de información.
– ¿Así que a pesar de no poder descifrar las runas -continuó Kelly-, sí lograron encontrar los demás agitadores?
– Sí-asintió Von Seeckt-. Como ya he dicho, había planos y mapas. No parecía haber duda de que se prestaba gran atención a la Antártica, a pesar de que no se indicaba un punto concreto. Era sólo una aproximación general al continente. No obstante, logramos definir un área de ochocientos kilómetros cuadrados. Desafortunadamente, las pocas expediciones a la Antártida que se hicieron durante los años de la guerra no pudieron ser equipadas por completo pues había otras necesidades más apremiantes para los hombres, además de los barcos necesarios para vencer a Alemania y también al Japón.
»En mil novecientos cuarenta y seis, en cuanto se dispuso de material y personal, el gobierno de los Estados Unidos montó lo que se dio en llamar Operación High Jump. Puede investigar sobre ella. Está muy bien documentada. Sin embargo, nadie se preguntó por qué en mil novecientos cuarenta y seis el gobierno se interesó tanto por la Antártida. ¿Por qué enviaban docenas de barcos y aviones al continente situado más al sur, inmediatamente después de la guerra? Fue una operación de gran alcance. La mayor en la historia de la humanidad dirigida hacia ese punto. High Jump hizo tantas fotografías de la Antártida que todavía hoy, al cabo de cincuenta años, no han podido verse todas. La expedición supervisó más del sesenta por ciento de la línea de la costa y miles de hectáreas de territorio que nunca antes había sido visto por el hombre.
»Pero el verdadero éxito de High Jump fue que se captaron señales de un objeto metálico enterrado bajo el hielo de una zona cuadrada de ciento treinta mil hectáreas a la que se otorgó especial atención, puesto que era lo que de forma secreta se estaba buscando en primer lugar. -Von Seeckt se inclinó hacia adelante-. ¿Saben cuál es el grosor del hielo allí? En algunos puntos alcanza los cinco kilómetros de profundidad. La línea de tierra que se encuentra debajo del hielo está, en realidad, debajo del nivel del mar, pero eso se debe a que el peso del hielo acumulado hunde el continente. Si se quitara el hielo, el terreno se elevaría kilómetros y kilómetros. Contando todas las expediciones habidas, incluida la de High Jump, el hombre sólo ha atravesado el uno por ciento de la superficie de ese continente.
»La Antártida contiene el noventa por ciento de todo el hielo y la nieve del mundo y es un temible enemigo, como pronto descubrieron los hombres que trabajaban en secreto amparados en la operación High Jump. Un avión equipado con esquís aterrizó en el lugar donde se había captado la señal metálica. Dicho sea de paso, a pesar de la ayuda de los planos de las tablas, fueron necesarios cinco meses de búsqueda por parte de miles y miles de hombres para encontrar dicho lugar.
»La climatología allí abajo es impredecible y brutal. Pues bien, se produjo una tormenta que destruyó el avión, y la tripulación murió congelada antes de poder ser rescatada. Se organizó una segunda misión en el lugar. Se determinó que la señal captada se encontraba a dos kilómetros y medio debajo del hielo. En ese momento no teníamos la tecnología para hacer ninguna de las dos cosas necesarias para continuar explorando: sobrevivir en el hielo el tiempo suficiente y hacer una perforación suficientemente profunda. Así pues, durante nueve años aprovechamos bien el tiempo y nos preparamos. Teníamos, además, los dos agitadores de Nevada en que trabajar. No estábamos seguros de lo que había allá abajo, en la Antártida, pero, por los símbolos de las tablas, parecía que serían más agitadores, así que la prioridad del esfuerzo de recuperarlos no era tan alta como podría haber sido.
– ¿Quiere decir que había otros lugares y otros símbolos y otros niveles de prioridad? -preguntó Kelly.
– Es usted muy astuta, jovencita -dijo Von Seeckt mirándola a los ojos-, pero dejemos ese tema a un lado. En mil novecientos cincuenta y cinco la Armada puso en marcha la Operación Deep Freeze, liderada por el almirante Byrd, un experto en la Antártida. Para aquella operación se establecieron cinco estaciones en la costa y tres en el interior. Por lo menos, eso fue lo que se dijo a la prensa y se registró en los libros de historia. Pues bien, también se creó una novena estación, secreta. Una que jamás se indicó en ningún mapa. A principios de lo que se considera verano en la Antártida de mil novecientos cincuenta y seis fui allí en avión. La estación Scorpion, éste era su nombre, se encontraba a más de mil trescientos kilómetros de la costa, en el centro de… -Von Seeckt iba a decir algo, pero luego se encogió de hombros-, bueno, en realidad, en el centro de nada. Sólo había kilómetros y kilómetros de hielo, una de las razones por la que fue tan difícil encontrar el punto. Me enseñaron el lugar en el mapa pero no importa. En aquel punto, la capa de hielo era de cuatro kilómetros.
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