– Esa referencia a un lugar de origen, ¿cree que es una referencia a un lugar al otro lado del Atlántico?
– Sí. Y por eso estoy aquí. Porque los alemanes, si es verdad que entraron en la cámara en mil novecientos cuarenta y dos, algo de lo que todavía no estoy convencido a pesar de la daga, tuvieron que obtener información sobre la cámara en algún lugar. Tal vez los alemanes encontraran un texto que les permitió llegar hasta esa cámara, si es que usted me sigue.
– Lo sigo. -Slater le devolvió el dibujo-. A principios de la Segunda Guerra Mundial, los submarinos alemanes tuvieron mucha actividad en la costa este de los Estados Unidos y también aquí, en mi isla. Hundieron algunos barcos pero también llevaron a cabo otras misiones. Igual que usted ha hablado con ese tal Kaji de Egipto, yo lo he hecho con algunos viejos pescadores de las islas, que conocen las aguas y la historia. Dicen que en mil novecientos cuarenta y uno hubo muchos avistamientos de submarinos alemanes moviéndose por las islas. No parecían interesados en cazar barcos, aquí estamos alejados de todas las rutas marítimas principales, sino más bien en encontrar algo en las aguas que rodean las islas. -Slater se volvió, buscó detrás de ella y recogió algunas fotografías-. Creo que encontraron esto.
Se las pasó. Parecían las mismas fotografías que había presentado en el congreso. Grandes bloques de piedra, muy bien ensamblados entre sí, situados a unos quince metros bajo el agua.
Slater siguió hablando a Nabinger mientras éste miraba las fotografías.
– Es posible que correspondan a la muralla exterior de una ciudad o a un trozo de muelle. No hay modo de saberlo, pues muchas zonas están cubiertas con coral y otras formas de vida submarina y el fondo del mar cercano se pierde en profundidades sin explorar. Esta zona de las piedras podría ser sólo una pequeñísima parte de un yacimiento antiguo mayor, o bien sólo un yacimiento construido hace miles de años, cuando la zona se encontraba sobre las aguas. Erigido por gentes de las que no sabemos nada por algún motivo que no podemos adivinar.
»El patrón general de las piedras es el de una "]" alargada, es decir, tiene forma de herradura con un extremo abierto hacia el noreste. Tiene una longitud aproximada de medio kilómetro y unos quince metros de profundidad. Se calcula que algunas de las piedras pesan casi quince toneladas; por lo tanto, no llegaron aquí por accidente, y quien fuera que las colocó allí tenía una capacidad de construcción notable. Apenas es posible insertar una punta de cuchillo entre las junturas de las piedras. -Al decir esto, Slater se levantó, se inclinó sobre el hombro de Nabinder y señaló con el dedo-Aquí.
Se veía una gran abolladura en una de las rocas.
– ¿Y esto? -preguntó Nabinger.
Slater buscó entre las fotografías.
– Aquí-dijo mostrándole una ampliación de la fisura en el bloque.
Nabinger lo miró detenidamente. En los bordes de la abolladura se distinguían otras señales de escritura, muy débiles y viejas. Eran muy parecidas a lo que tenía en el cuaderno de notas, pero la abolladura había destruido toda posibilidad de descifrarlas.
– ¿Qué pasó con esta piedra? -preguntó Nabinger.
– Por lo que sé -dijo Slater- fue un torpedo. -Tocó la fotografía, pasando los dedos sobre la runa superior-. He visto otras parecidas. Marcas antiguas destruidas en algún momento del siglo pasado por armas modernas.
– Son iguales a las que he descifrado en la cámara inferior -repuso Nabinger asintiendo con la cabeza-. No son jeroglíficos tradicionales, sino una escritura más antigua, una runa superior.
Slater fue hacia un escritorio oculto por pilas de carpetas y libros. Revolvió durante unos segundos y encontró lo que buscaba.
– Aquí -dijo mostrándole una carpeta a Nabinger-. Usted no es el único que se interesa por la runa superior.
La abrió. Estaba llena de fotografías de runas. Escritas en paredes, en tablillas de barro, grabadas en piedra, en casi todos los modos posibles en que las culturas antiguas dejaban constancia de sus acontecimientos.
– ¿Dónde ha tomado usted estas fotografías? -preguntó Nabinger mientras su corazón latía aprisa ante el potencial de información que tenía entre los dedos. Reconoció algunas fotografías, como aquel lugar de Centroamérica que lo había ayudado en el descifrado de la runa superior.
– En la carpeta hay un índice donde se detalla dónde se tomó cada fotografía. Están numeradas. Se obtuvieron en varios lugares. Aquí, bajo las olas. En México, cerca de Veracruz. En Perú, en Tucume. En la isla de Pascua. En algunas islas de Polinesia, algunas en Oriente Medio, en Egipto y la Mesopotámica.
– ¿Los mismos símbolos? -preguntó Nabinger mientras pasaba las fotografías. Muchas las había visto antes, pero había algunas que podría añadir a su base de datos sobre la runa superior.
– Hay algunas diferencias. De hecho, muchas -respondió Slater-. Pero, sí, creo que todas proceden de la misma lengua raíz y que están relacionadas entre sí. Es un lenguaje escrito que precede al idioma más antiguo conocido y aceptado por los historiadores.
– Llevo muchos años estudiando la runa superior -dijo Nabinger cerrando la carpeta-. Gran parte de lo que usted tiene ya lo había visto antes; de hecho, pude descifrar lo que hallé en la pared de la cámara en la gran pirámide utilizando para ello los símbolos de un lugar situado en Sudamérica. Pero la pregunta que me inquieta, y por la que nunca he dado a conocer mi descubrimiento, es ¿cómo es posible encontrar la misma escritura antigua en lugares tan separados?
– ¿Conoce la teoría difusionista de la civilización? -preguntó Slater mientras volvía a sentarse.
– Sí -asintió Nabinger.
Sabía a qué se refería Slater, aunque la corriente de pensamiento predominante en esa década se decantaba más por la teoría aislacionista. Los aislacionistas creían que las civilizaciones antiguas se habían desarrollado de forma independiente entre sí. Mesopotámica, China, Egipto… todas esas civilizaciones habían cruzado el umbral de la civilización a la vez: aproximadamente tres o cuatro siglos antes de Cristo.
Nabinger había oído ese argumento muchas veces. Los aislacionistas se servían de la teoría de la evolución natural para explicar esa sincronicidad. Atribuían las similitudes entre los hallazgos arqueológicos de esas civilizaciones a los puntos en común genéticos entre los hombres. Por consiguiente, el hecho de que hubiera pirámides en Perú, Egipto, Indochina y América del Norte, algunas de piedra, otras de tierra, otras de fango, pero todas notablemente parecidas entre sí dadas las distancias entre esos lugares, se debía a una tendencia natural de todas las sociedades a hacer las mismas cosas durante su desarrollo.
Para Nabinger aquello era rizar el rizo. Sería realmente una sorpresa genética que todas aquellas civilizaciones hubieran desarrollado también la misma escritura en forma de runa superior y que luego la hubieran abandonado, antes de que se pintaran los primeros jeroglíficos en papiro.
Los difusionistas sostenían la otra cara de esa moneda llamada civilización, y Nabinger sentía mayor afinidad por esa postura. Creían que esas civilizaciones habían surgido aproximadamente en el mismo momento a escala cósmica y que todas sus similitudes, incluida la runa superior, se debían a que habían sido fundadas por seres pertenecientes a la misma civilización, más antigua.
Sin embargo, la teoría difusionista planteaba muchos problemas, problemas serios, y por ello Nabinger mantenía para sí mismo su punto de vista sobre el tema. El argumento más fuerte contra la teoría difusionista era que las gentes de esos diversos lugares no tenían modo alguno de comunicarse entre sí ni de tener relación social o cultural alguna. Según la teoría difusionista, esos primeros pueblos habrían cruzado el Atlántico o el Pacífico. Si ya tenían serios problemas para navegar a vela por el Mediterráneo en esa época, qué decir sobre cruzar océanos.
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