«Naturalmente, Platón también dice algo que va contra el pensamiento convencional: que el océano fuera del Pilar de Hércules, es decir, el estrecho de Gibraltar, era navegable para las gentes de aquel tiempo. -Pasó otra página y leyó-"La isla de la Atlántida, como otras islas y países, estaba gobernada por una confederación de reyes muy poderosos. Aquí, desde los Pilares de Hércules, regían el norte de África hasta Egipto y en Europa hasta la Toscana. Los reyes de la Atlántida una vez intentaron someter a los pueblos griego y egipcio, pero los griegos, en una noble lucha, detuvieron a los invasores. Luego se produjeron terremotos e inundaciones y un día terrible toda la isla de la Atlántida fue engullida por el mar y desapareció". Ahora hay un dato especialmente interesante -dijo Slater, y reanudó la lectura-: "La Atlántida desapareció, y en aquel momento el océano se volvió infranqueable en aquel sitio pues resultó impedido por el fango que la isla dejó al quedar sumergida en el océano". -Slater sonrió-. Seguro que usted ha oído hablar sobre el mar de los Sargazos, que se halla situado al este de aquí. Y ocurre que en muchos puntos de dicho mar el agua alrededor de las islas es relativamente poco profunda. En caso de que el nivel del océano fuera un poco inferior, resultaría prácticamente impenetrable para muchos barcos.
– ¿Así que usted cree hallarse sobre el emplazamiento de la Atlántida? -preguntó Nabinger.
– No lo puedo afirmar con seguridad -admitió Slater con franqueza. Sacó un libro de una estantería.-. Tome, lléveselo, también las fotografías de las runas. Este libro habla sobre la leyenda de la Atlántida, posiblemente haya algo que le interese saber. Espero haberle dado toda la información que quería.
– Ésa y mucho más -le aseguró Nabinger, pese a que muy poco de lo que le había dicho le había resultado nuevo y ya tenía catalogadas la mayoría de las fotografías de runas superiores. Tenía el tiempo justo para llegar al aeropuerto, tomar el avión hacia Miami y continuar el viaje. Confiaba en que Von Seeckt tuviera más.
– Una cosa -dijo Slater mientras iban hacia la puerta-. ¿Qué cree que había en la caja negra que sacaron de la pirámide?
Nabinger se detuvo y dijo:
– Ni idea.
– Cuando le hablé de los datos de los campos de concentración, no lo hice porque sí. Ese hombre al que busca, ese alemán, Von Seeckt, si forma parte de lo que me imagino, usted debe ir con mucho cuidado de saber dónde se mete.
– ¿De qué se trata? -Nabinger sentía cómo pasaban los minutos para su vuelo.
– Pregúnteselo cuando lo vea -dijo Slater-. Si intenta evadir la respuesta, pregúntele específicamente sobre la Operación Paperclip.
– ¿Qué es eso?
– Algo de lo que yo sólo oí rumores cuando trabajaba en Washington.
– ¿Hay algo más que deba saber? -preguntó Nabinger apostado en la entrada.
– Sé que me ha estado complaciendo -dijo Slater-. Ya sabía casi todo lo que le he contado pero, de todos modos, ha pasado por aquí. ¿Por qué?
– Venía de camino -respondió Nabinger con sinceridad-. Además, esperaba que usted tuviera alguna información nueva, pues todavía está investigando este campo. Su información sobre Von Seeckt puede resultar útil.
Slater estaba a la sombra, protegida por el tejado en punta de la casa.
– Hace ocho meses, encontraron algo poco usual en el yacimiento de Jamiltepec en México.
Era una noticia para Nabinger.
– ¿Qué descubrió Jorgenson?
– No fue Jorgenson -repuso Slater-. Sólo he oído rumores. Jorgenson estaba dando conferencias lejos de allí. Su gente, que se encontraba a bastante profundidad debajo de la pirámide principal, encontró un pasillo que conducía hacia abajo. Al hacer los preparativos para abrirlo los obligaron a detener la investigación. El ejército mexicano tomó cartas en el asunto y alegó que aquello era un yacimiento histórico, pero, en realidad, cualquiera con dinero suficiente pudo haber conseguido que detuvieran las excavaciones.
– ¿Qué ocurrió? -preguntó Nabinger.
– Por lo que he oído, parece que el equipo de Jorgenson tenía un infiltrado. Unos dicen que era del gobierno mexicano, pues fue su ejército el que clausuró la excavación; otros dicen que era de la CÍA. Hay rumores de que, después de que el equipo de Jorgenson se hubiera marchado, los norteamericanos trabajaron en el yacimiento. Jorgenson armó un gran revuelo pero, como el gobierno mexicano le había retirado la autorización, no podía hacer mucho más.
– ¿Tiene alguna idea de lo que podía haber ahí dentro?
– Ni la más remota, hijito. Nada. Pero tal vez Von Seeckt lo sepa.
AFUERAS DE KINGMAN, ARIZONA. 207 horas, 15 minutos.
Turcotte conducía, Kelly llevaba los mapas y Von Seeckt estaba sentado en el asiento de atrás contemplando el paisaje. Iban en el coche alquilado por Kelly, hacia el suroeste de Las Vegas, en la dirección aproximada de Dulce, Nuevo México, con parada en Phoenix.
Como la única carretera de Las Vegas que iba en aquella dirección era la autopista 93 a Kingman, Arizona, la mente de Kelly no se ocupaba mucho del mapa que tenía en su regazo. Había unos ciento treinta kilómetros hasta Kingman, sin ningún desvío por el camino.
– Usted dijo que encontraron la nave nodriza en el hangar, pero no ha dicho si también encontraron los agitadores ahí-dijo Kelly volviéndose sobre el asiento y mirando a Von Seeckt.
– ¡Ah! ¡Los agitadores! -exclamó Von Seeckt-. Sí, la nave nodriza fue el primer hallazgo de los americanos. En la misma cámara que la nave nodriza se encontraron también dos agitadores.
– ¿Y los demás? -preguntó Kelly.
– No estaban ahí. Se encontraron y se transportaron al Área 51.
– ¿Dónde se encontraron? -quiso saber Kelly.
– En otro lugar. -La atención de Von Seeckt estaba centrada en el desierto que atravesaban.
En el asiento delantero Kelly cruzó una mirada con Turcotte y luego se volvió hacia el asiento trasero.
– ¿Otro lugar? ¿Dónde? Recuerde que usted me ha contratado y que el pago a cambio es información.
– Pensé que su pago a cambio era encontrar a su amigo -repuso Von Seeckt volviendo a centrar la atención en el interior del coche.
– Johnny Simmons no está en este coche -dijo Kelly-. Espero y rezo para que encontremos a Johnny en Dulce y que podamos sacarlo de ahí sin incidentes. Usted, en cambio, está en este coche, y cuanta más información tengamos, mayores serán las oportunidades de sacar a Johnny de ahí.
– Los agitadores están ahora en el Área 51 -repuso Von Seeckt-. ¿Por qué le interesa su historia?
– Usted dijo que íbamos a Dulce para encontrar unas tablas que están relacionadas con ellos -arguyó Kelly.
Kelly se sorprendió cuando Turcotte dio un golpe contra el volante.
– Mire, Von Seeckt. Yo no quiero estar aquí. Desde el principio no he querido esta mierda de misión. Pero estoy aquí y los estoy ayudando. Así que usted colabora. ¿Queda claro?
– ¿Una misión? -preguntó Kelly con su instinto de periodista aguzado. Los dos hombres hicieron caso omiso de la pregunta.
– Hice la promesa de guardar el secreto -dijo Von Seeckt a Turcotte-. Sólo violo esa promesa para impedir una catástrofe.
– Pues ahora es un poco tarde para eso -le advirtió Turcotte-. Y lo estamos ayudando. Yo también hice algunas promesas y he violado una de ellas cuando salvé su vida y la de esa pareja de Nebraska. Usted ha pasado una línea y no puede volverse atrás. Entiéndalo. Ahora estamos metidos en esto. Los tres. Le guste o no. Le garantizo que personalmente a mí no me hace una mierda de gracia, pero estoy aquí y acepto lo que ello significa.
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