Paul Doherty - Alejandro Magno En La Casa DeLa Muerte

Здесь есть возможность читать онлайн «Paul Doherty - Alejandro Magno En La Casa DeLa Muerte» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Alejandro Magno En La Casa DeLa Muerte: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Alejandro Magno En La Casa DeLa Muerte»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Alejandro Magno es uno de los personajes más fascinantes de nuestro pasado y algunos de los mejores cultivadores de novela histórica le han dedicado obras inolvidables. Doherty se suma a esta pléyade de narradores situándose en la primavera del año 334 a.C., cuando Alejandro se dispone a invadir Persia, iniciando la que hoy conocemos como la batalla del Gránico.

Alejandro Magno En La Casa DeLa Muerte — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Alejandro Magno En La Casa DeLa Muerte», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El rodio miró la carta una vez más, con lágrimas en los ojos.

– Pero, general Memnón, ¿cómo podemos confiar plenamente en ti? -susurró Arsites-. ¿Cuando incluso tu sirviente Diocles es un traidor?

Diocles se levantó con tanta violencia que tumbó la mesa. Tendió las manos, movió la boca en un inútil intento de pronunciar palabras y miró a su amo con una expresión de súplica.

– Es una carta de Alejandro de Macedonia, ¿no es así? -añadió el sátrapa-. ¡Está escrita de su puño y letra; lleva su sello! No es una falsificación. ¿Qué dice, general Memnón? Puedo citar cada una de las palabras: «Alejandro, rey de Macedonia, capitán general de toda Grecia, a Diocles, mi amigo, sirviente del traidor, saludos. La información que nos has enviado será de gran ayuda en nuestra marcha al este, como lo fue en la captura del espía persa, Leontes. Los dioses están con nosotros. Viajaré a Troya para ofrecer un sacrificio a los dioses y honrar a mis antepasados. Luego iremos en busca de tu amo. Déjalo que corra» -leyó Arsites antes de hacer una pausa-. Sí, eso es lo que dice, ¿verdad?

No hizo caso de Diocles, que en aquel momento había caído de rodillas con los brazos cruzados sobre el estómago.

– Sí-repitió Arsites-. ¿Cómo continúa? «Deja que tu amo corra. Deja que él haga nuestra tarea y lo arrase todo en la huida. Aun así, le seguiremos. Nuestro avance nos hará cada vez más fuertes. Las ciudades de Asia nos abrirán sus puertas y aclamarán al salvador que los librará del fuego y la espada. Muy pronto estaremos contigo. Hasta la vista.»

– ¿Dónde lo has conseguido? -preguntó Memnón con dificultades para hablar y la sensación de que el corazón le estallaría en cualquier momento-. ¿Cómo ha llegado a tus manos?

– Yo la traje -susurró Cleón.

– ¿Vas a decirme que entraste sin más en el pabellón del rey, buscaste entre su correspondencia y te llevaste lo que quisiste?

– Nunca he dicho tal cosa -respondió el físico con una sonrisa vanidosa-. El día, general, que tus mercenarios intentaron matar a Alejandro de Macedonia, reinó en el campamento una gran confusión. Volví a mi tienda y me acosté un rato. Sólo entonces vi una pequeña bolsa con los pergaminos. Los cogí y los leí. La carta que mi señor Arsites te acaba de dar es una de ellas. Hay otras. Es probable que con toda la confusión en el campamento macedonio ni siquiera las hayan echado en falta.

– ¿Cuántos más? -preguntó Memnón-. ¿Hay otros griegos en mi compañía?

– No -respondió Arsites sacudiendo la cabeza-. Están los nombres de los traidores en otras ciudades. No te preocupes; nos ocuparemos de ellos. Estas cartas nos ofrecen, amigo mío, una visión de lo que pasa por la mente del macedonio -proclamó el sátrapa agitando un dedo-. En ningún momento Alejandro expresa el ansia de enfrentarse con nosotros en combate. Confía en que nos retiremos. Cuenta con los traidores en nuestras ciudades para que le abran las puertas -observó Arsites antes de hacer una pausa que dejó oír los conmovedores gemidos de Diocles-. ¡No continuaré hablando hasta que no se lleven a este traidor de aquí y le den su merecido! -exclamó el persa levantándose ágilmente.

Diocles se hubiera arrastrado por el suelo, pero Arsites dio una palmada. Los guardaespaldas que estaban junto a la puerta se acercaron. Pasaron junto al diván de Cleón y levantaron sin más al criado mudo, que no dejaba de debatirse. Memnón no podía hacer otra cosa que presenciar la terrible escena con una expresión de la más absoluta incredulidad. Diocles llevaba por lo menos diez años a su servicio; había sido su hombre de confianza en la paz y en la guerra. ¿Podía dar fe a lo que decía la carta que tenía en la mano? Sacudió la cabeza.

– No es una falsificación -admitió mirando con furia a Cleón-. ¿Podría haber sido dejada en la tienda con toda intención?

El físico lo negó con vehemencia.

– El espía Naihpat las dejó en mi tienda -respondió dejando ir un suspiro-. Eso significa, mi señor, que también sabía que yo cobraba del oro de los persas. ¿Quizá me estaba dando un aviso? Después de todo, uno de mis colegas ya había sido ejecutado, probablemente traicionado por tu sirviente. Aristandro me vigilaba, y a los demás también. Si encontraban estas cartas en mi poder, me hubiese resultado muy difícil dar cualquier explicación. Así que decidí marcharme lo más rápido posible.

– ¿Nadie intentó impedir que te marcharas?

– Tal como dije, en el campamento reinaba el caos después del ataque a Alejandro. Me resultó relativamente sencillo. Ensillé mi caballo y dije que tenía unos asuntos que atender en Sestos. En cambio, seguí el camino de la costa y contraté a un pescador para que me cruzara a este lado. Y aquí estoy -manifestó separando las manos.

Diocles intentó abalanzarse sobre el físico.

– ¡Sacadlo de aquí! -ordenó Arsites.

Diocles se resistió con denuedo; una de las pequeñas mesas salió volando cuando la alcanzó con un puntapié. Uno de los guardaespaldas le golpeó en la cabeza con el plano de la espada y lo dejó inconsciente; la sangre que manaba de la herida corrió por el suelo de mármol. Las aves espantadas por los gritos se estrellaban contra los barrotes de las jaulas. Arsites gritó una orden y se llevaron a Diocles a rastras. Memnón seguía sin aceptar que la acusación pudiera ser verdad.

– Es demasiado sencillo -protestó-. ¡Un puñado de cartas dejadas sin más en una tienda! Cleón las encuentra e inmediatamente decide escapar.

Arsites volvió a sentarse en su diván.

– Mi señor, te olvidas de un detalle importante. Nuestro querido físico Cleón ha sido durante muchos meses un visitante asiduo de nuestra corte. Está a nuestro servicio, y ha trabajado con muchos riesgos, como lo hizo Leontes hasta que lo traicionaron. Si lo capturaran, Cleón ya estaría crucificado. En cualquier caso, ¿por qué iba a mentirnos?

– Quizás el propio Alejandro dejara las cartas en la tienda.

– ¿Por qué razón iba el macedonio a mencionar que viajaría a Troya directamente? ¿Por qué lo hizo? Sin duda sabía que la carta había desaparecido.

– Porque Alejandro es Alejandro -farfulló Cleón-. Es algo que le obsesiona. Ahora bien, incluso si lo hubieses sabido, general Memnón, que sólo hablas de una retirada, ¿hubieses ido a su encuentro?

– Te olvidas de las otras cartas -añadió Arsites, que palmeó el cofre-. Sabemos a cuántos hombres ha comprado Alejandro. Los suministros que necesita. La ruta que seguirá, y lo que es más importante, su estrategia. Le han recibido en Troya. No se puede permitir que las otras ciudades le cierren las puertas. Mira, mi señor, Diocles ya está muerto: su ejecución ha sido inmediata.

Memnón cerró los ojos.

– Una muerte rápida -le aseguró Arsites-. Su cabeza ya se ha separado de su cuerpo. Aceptó nuestro oro, partió el pan y comió nuestra sal. Nuestra confianza en ti, sin embargo, es inalterable. Estas mismas cartas hablan de ti de la forma más dura. Alejandro de Macedonia teme a Memnón de Rodas. Por lo tanto, le demostraremos que su miedo es acertado -proclamó el sátrapa levantando las manos-. Hemos enviado nuestras órdenes. Los ejércitos se reúnen. Nos enfrentaremos a los macedonios en el campo de batalla.

El rodio sólo le escuchaba a medias.

– General Memnón, te recomiendo que salgas unos minutos -añadió Arsites-. Recupera la calma. Supera el dolor. Luego vuelve y entre todos planearemos la venganza de la que toda Grecia será testigo.

* * *

Un grito que helaba la sangre espantó a los pastores a primera hora de la mañana. Un prolongado grito de terror que rompió el silencio de la noche y los hizo acurrucarse alrededor de la hoguera mientras los perros aullaban al cielo estrellado. El jefe de los pastores propuso que fueran a averiguar lo que había pasado, pero los demás se mostraron más cautos. Las llanuras barridas por el viento que rodeaban Troya estaban pobladas de fantasmas y la llegada de los macedonios había revivido antiguas memorias. Los pastores mantuvieron a los perros a su lado y vigilaron el cielo atentos a las primeras señales de la aurora. Se preguntaron cuál podía ser el origen de aquel horror. El ejército macedonio llevaba cinco días acampado a las puertas de Troya y nuevas tropas llegaban cada día. Para los pastores, era como ver un mar de hombres, manadas de caballos, una interminable caravana de carros cargados con armas y máquinas de guerra; enormes catapultas, gigantescos mandrones, pesados arietes… Habían visto de lejos al rey macedonio. Habían escuchado rumores, la charla de buhonero o de un calderero que hablaba de un ejército todavía mayor, un auténtico mar de soldados de caballería que avanzaba hacia el oeste para atrapar al macedonio, para plantearle batalla y destruirlo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Alejandro Magno En La Casa DeLa Muerte»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Alejandro Magno En La Casa DeLa Muerte» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Paul Doherty - The Peacock's Cry
Paul Doherty
Paul Doherty - Satan's Fire
Paul Doherty
Paul Doherty - Candle Flame
Paul Doherty
Paul Doherty - The Darkening Glass
Paul Doherty
Paul Doherty - The Poison Maiden
Paul Doherty
Paul Doherty - The Cup of Ghosts
Paul Doherty
libcat.ru: книга без обложки
Paul Doherty
Paul Doherty - The Devil's Hunt
Paul Doherty
Paul Doherty - Bloodstone
Paul Doherty
Paul Doherty - Spy in Chancery
Paul Doherty
Paul Doherty - La caza del Diablo
Paul Doherty
Отзывы о книге «Alejandro Magno En La Casa DeLa Muerte»

Обсуждение, отзывы о книге «Alejandro Magno En La Casa DeLa Muerte» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x