Andrew Gross - Código Azul

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El FBI lo llama código azul: cuando se sospecha que la identidad del testigo ha sido descubierta, cuando ha dejado la seguridad del programa, cuando no se sabe si está muerto o vivo… La vida de Kate se convierte en una pesadilla cuando descubre que su padre está involucrado en el caso judicial contra un poderoso cartel de narcos. Todos los miembros de su familia se convierten en testigos protegidos: han de dejar atrás su casa, su ciudad, sus trabajos, sus amigos… toda su vida. Kate se niega a entrar en el programa, aunque eso signifique separarse de los que más quiere. Una vez sola, comienza a descubrir que el FBI y su propio padre le están ocultando algo. Y que a veces, los que tenemos más cerca son los que más hemos de temer. Andrew Gross nos sumerge en el oscuro y peligroso mundo de los testigos protegidos, donde el engaño impregna todos los aspectos de la vida y cualquier paso en falso puede ser el último.

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– Es lo que me ha dicho su mujer antes de morir. Debo de estar perdiendo facultades; no he podido averiguar dónde.

– Da igual… -El conductor, un hombre moreno y delgado, se dio la vuelta metiendo la marcha atrás y salieron del aparcamiento desierto-. Yo sé dónde.

61

Fergus, atado a la correa, tiraba de Kate mientras se dirigían al parque.

Se había pasado toda la noche pensando en lo que Greg había dicho. No sólo en la propuesta, que Kate sabía que su marido debía aceptar, sino también en seguir adelante. Intentar dejar el pasado atrás. ¿Y qué había decidido?

La tarde anterior había llamado a Packer. Le había dicho que por fin estaba lista para volver al laboratorio. Todavía tenía el hombro bastante agarrotado; hacía un par de días que le habían quitado el cabestrillo y le esperaban varias semanas de fisioterapia. Sin embargo, aún podía serles de ayuda. Le iría bien despejar la mente. Llevaba semanas sin poder correr ni remar, y con la tensión por la muerte de Sharon y lo que Howard le había explicado, tenía el azúcar por las nubes. No obstante, Greg estaba en lo cierto: aquello la estaba matando poco a poco. Tenían que hacer frente al futuro, volver a algo parecido a una vida normal.

– Venga, pequeño -dijo tirando de Fergus-. Esta mañana sólo una vuelta cortita. Mami va a llegar tarde.

Tenía que llevar a Fergus con cuidado, sólo con la mano izquierda. Se puso en marcha con un trote suave, dejando la correa floja mientras hacía footing junto a él. Al cabo de una o dos manzanas se había quedado sin resuello. «Por Dios, Kate, estás fatal.» Soltó la correa y dejó correr a Fergus tras una ardilla. Se sentó, sacó una barrita energética, se comió un trozo y esperó hasta recuperar fuerzas. Estaría bien volver a la rutina.

Un hombre de pelo oscuro peinado hacia atrás, con chaqueta negra de cuero y gafas de sol, se sentó en el banco de enfrente.

Kate lo miró, tensa. «Vale…»

Por un instante fingió no haberse dado cuenta; pero las alarmas se le empezaron a disparar. Algo no encajaba. Kate buscó con la mirada a Fergus. Ya había experimentado antes una sensación como ésa.

El hombre levantó la vista y entonces sus miradas se encontraron. A Kate se le aceleró el pulso. ¿Dónde coño estaba Fergus? Era hora de irse.

Al levantarse, oyó una voz a su espalda.

– Kate.

Kate se volvió, con el corazón desbocado. Entonces, al ver quién era, soltó un suspiro nervioso de alivio. Gracias a Dios…

Era Barretto, el hombre de la barba con quien ya había coincidido allí. Ella era consciente de que tenía cara de haber visto un fantasma.

– No quería asustarte. -Sonrió. Iba, como siempre, vestido con la arrugada chaqueta de pana y la gorra de golf. Era de lo más comedido y educado-. Hacía tiempo que no te veía. ¿Te importa que me siente?

– La verdad es que me tengo que ir -respondió Kate, recorriendo rápidamente el sendero con los ojos hasta posar la mirada en el hombre del banco.

El anciano no pareció percatarse.

– Al menos déjame saludar a mi viejo amigo -dijo él refiriéndose a Fergus, pero ella tuvo la sensación de que intentaba que se sintiera cómoda-. Sólo un momento.

– Claro. -Kate sintió que se relajaba-. Vale.

Hablaron de todo y de nada, del trabajo y la familia de ella. A Fergus siempre había parecido caerle bien, pero esta vez todo era un poco extraño. Era como si la hubiera estado esperando.

– Te has hecho daño -le dijo él, preocupado.

Se sentó junto a ella, a una respetuosa distancia.

Pasó una madre con dos niños. Fergus llegó trotando y saludó a Barretto como a un viejo amigo.

¡ Fergus! -El anciano sonrió, dando unas palmaditas en el hocico del perro-. Cuánto tiempo.

– No es nada -dijo Kate-. Lo siento, pero llego tarde al trabajo. Hace tiempo que no me paso por allí…

– Lo sé. -El anciano la miró. Puso la mano sobre el perro-. Siento lo que le pasó a tu madre, Kate.

Kate retrocedió, con los ojos repentinamente como platos, como si no lo hubiera oído bien.

¿Cómo podía saberlo? Hacía semanas que no lo veía. Nunca le había dicho su verdadero nombre. Aunque hubiera leído la esquela en los periódicos, eso no la relacionaba con su madre.

– ¿Y cómo es que sabe usted lo de mi madre?

Entonces el hombre hizo algo que sorprendió a Kate: hizo un gesto con la cabeza en dirección al hombre que estaba sentado en el otro banco. Éste se levantó y se alejó diligentemente. A Kate se le empezó a acelerar el corazón. No sabía lo que pasaba, pero sí sabía que no era normal. Le enganchó la correa a Fergus y comenzó a levantarse. Recorrió el lugar con la mirada, en busca de la entrada del parque.

En busca de un poli. De un transeúnte.

– ¿Quién es usted? -le preguntó, con recelo.

– Por favor. -El hombre extendió la mano y le tocó el brazo con la palma-. Quédate.

– ¿Quién es usted? -volvió a preguntar Kate, en tono casi acusador.

– No tengas miedo -dijo el hombre de la barba. De repente, sus ojos azules brillaron con una intensidad de la que Kate no se había percatado antes. Tenía la voz suave, pero lo que dijo la atravesó como una sierra cortando un hueso-. Soy Óscar Mercado, Kate -respondió él.

62

A Kate se le heló la sangre en las venas.

Óscar Mercado era quien había asesinado a sangre fría a su madre ante sus ojos. El jefe de la familia de criminales Mercado. Seguramente también había matado a su padre. Kate no sabía qué hacer. Su gorila estaba a tan sólo unos metros. Tenía que salir de allí. Se aferró a Fergus con fuerza y miró fijamente los glaciales ojos azules del anciano. Quería gritar de pánico, pero no le salía la voz.

– Kate, por favor. -Él le tendió dulcemente la mano, pero ésta fue a dar en el banco-. No tienes nada que temer de mí. Te lo prometo, soy yo quien debería tener miedo. Soy yo quien tiene algo que temer de ti.

Kate se levantó.

Fue presa de una repugnancia casi incontrolable y deseó matar a ese hombre… a ese hombre que había asesinado a su madre. Que estaba tras el intento de matarla a ella en el río. Su cártel, su fraternidad, era responsable de todas las desgracias que había sufrido su familia.

– Tu padre… -empezó a explicar el anciano.

– ¿Mi padre qué? -Kate lo fulminó con la mirada-. Mi padre está muerto. Usted…

– No, Kate -dijo Mercado con tono inofensivo sacudiendo la cabeza. Sus pupilas azules brillaban como ópalos en sus ojos caídos-. Tu padre no está muerto. Está vivo. De hecho, es tu padre quien me persigue a mí.

– ¿Qué? No le creo. -Sus ojos se inundaron de rabia-. Es mentira.

Cerró los puños como si fuera a golpearlo, pero algo la retuvo. Él se quedó allí sentado; no hizo ademán de ir a defenderse de la rabia de ella. En el semblante de aquel hombre, Kate vio reflejada la destrucción de todo aquello en lo que una vez había creído y confiado. Sin embargo, de repente no sentía miedo, sólo incertidumbre e indignación. Las palabras de él resonaban en su interior.

– ¿Qué quiere decir con que lo persigue?

– Por eso lo organizó todo para que hicieran una redada en su empresa, Kate. Por eso orquestó su propia detención. Por eso consiguió que lo incluyeran en el Programa de Protección de Testigos… Creo que ya sabes estas cosas, ¿no, Kate?

Ella se quedó hipnotizada por la mirada de él, incapaz de apartar los ojos.

– ¿De qué coño habla? ¿Que mi padre destrozó su vida, destrozó nuestras vidas, sólo para que lo metieran en el programa?

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