Andrew Gross - Código Azul

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El FBI lo llama código azul: cuando se sospecha que la identidad del testigo ha sido descubierta, cuando ha dejado la seguridad del programa, cuando no se sabe si está muerto o vivo… La vida de Kate se convierte en una pesadilla cuando descubre que su padre está involucrado en el caso judicial contra un poderoso cartel de narcos. Todos los miembros de su familia se convierten en testigos protegidos: han de dejar atrás su casa, su ciudad, sus trabajos, sus amigos… toda su vida. Kate se niega a entrar en el programa, aunque eso signifique separarse de los que más quiere. Una vez sola, comienza a descubrir que el FBI y su propio padre le están ocultando algo. Y que a veces, los que tenemos más cerca son los que más hemos de temer. Andrew Gross nos sumerge en el oscuro y peligroso mundo de los testigos protegidos, donde el engaño impregna todos los aspectos de la vida y cualquier paso en falso puede ser el último.

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– No para que lo protegieran, Kate. -El hombre sonrió-. Para infiltrarse en él.

¿Infiltrarse? No tenía sentido. Pero había algo en lo que decía que se le antojaba muy próximo a la verdad.

– ¿Por qué? ¿Por qué me cuenta esto? Dice que mi padre está vivo. ¿Por qué habría de creerlo? Usted asesinó a mi madre. ¡Yo estaba allí! ¿Por qué habría de creer nada de lo que usted dijera?

– Porque tu padre y yo teníamos la misma agente, Kate. Margaret Seymour. Porque ambos pertenecíamos a la misma sección del WITSEC, especializada en informantes relacionados con drogas. -Alargó la mano y le tocó el brazo. Esta vez ella no se lo impidió-. Ya hace veinte años -levantó los ojos para mirarla- que yo también estoy en el programa.

Kate lo miró: esa alimaña cuyo nombre ya era por sí mismo sinónimo de violencia y muerte, el hombre por el que su padre hubiera ido a juicio, para hacerlo caer. Tenía los ojos claros, azules y limpios.

– No. -Le apartó el brazo. Era un asesino, un delincuente fugado-. Usted es Mercado. El FBI dijo que era usted quien quería matar a mi padre. Sólo trata de utilizarme para encontrarlo.

– Kate… -dijo él sacudiendo la cabeza-. El FBI dice muchas cosas para mantener mi tapadera. No soy yo quien ha dirigido el cártel de los Mercado durante todos estos años. He estado delatándolos. He estado dentro del programa de testigos. El cártel me quiere muerto, Kate, igual que tú crees que quieren matar a tu padre. Margaret Seymour era la agente de mi caso; conocía mi paradero, mi identidad. Por eso tu padre desapareció: para encontrarme, Kate. Para perseguirme, por haberlos delatado. Y puedo demostrártelo. Te lo puedo demostrar; es tan cierto como que estoy delante de ti, Kate Raab.

Al oírle decir su nombre fue como si le dieran un puñetazo en plena boca del estómago. ¿Cómo lo sabía? ¿Cómo sabía lo de su padre? Nunca lo había divulgado. Le escudriñó el rostro, los pómulos pronunciados, la barbilla redonda oculta bajo la barba, la expresión resoluta y lúcida de sus ojos azules.

«Oh, Dios mío…»

De pronto, se dio cuenta. Fue como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo. Lo miró fijamente, petrificada, sin aliento, apenas capaz de hablar.

– Yo lo conozco. Usted es quien sale con él en la foto. Los dos, de pie bajo una puerta.

– En Cármenes. -El rostro del hombre se iluminó mientras asentía con la cabeza.

Kate contuvo el aliento.

– ¿Quién es usted? ¿Cómo sabe todo esto? ¿De qué conoce a mi padre?

Los ojos del anciano lanzaron un destello.

– Benjamín Raab es mi hermano, Kate.

63

A Kate le fallaron las rodillas y tuvo que agarrarse enseguida al respaldo del banco para no caerse.

Sus ojos se clavaron en el rostro de aquel hombre, examinaron sus pómulos prominentes, su boca curvada, las familiares arrugas de su padre en la barbilla. De pronto, todo el miedo que le inspiraba se esfumó y lo único que quedó fue la certidumbre de que lo que decía era verdad.

– ¿Cómo? ¿Cómo que es su hermano? -Sacudió la cabeza, perpleja.

– Kate… siéntate.

Mercado le tendió la mano, y ella se sentó.

– ¿Por qué? ¿Por qué ahora, después de todos estos años?

– Acaba de morir un anciano, Kate -respondió-. En Colombia, en el sitio que ya conoces, Cármenes. Ese hombre era mi padre, Kate. Tu abuelo.

– No. -Kate volvió a sacudir la cabeza-. Mi abuelo está muerto. Murió hace años. En España.

– No, el padre de tu padre siempre ha estado vivo, Kate -dijo Mercado-. Durante los últimos veinte años, ha sido mi protector.

Kate parpadeó, sin comprender.

– ¿Su protector?

– Ya te lo explicaré -respondió Mercado, volviendo a ponerle delicadamente la mano en el brazo-. Ya ves que no tienes nada que temer de mí. Te han ocultado muchas cosas. Al fallecer el anciano, todo ha cambiado. Durante todos estos años mantuvo a raya a los que hubieran ido a por mí, pero los viejos compromisos ya no cuentan.

– ¿Qué compromisos? ¿De qué habla?

– ¿Has oído hablar de la fraternidad [8] ? -preguntó Óscar Mercado.

Kate asintió con recelo.

– Ya sé que esta palabra no te inspira más que miedo, pero para nosotros es un vínculo de honor. Es una obligación más fuerte que el amor, Kate. ¿Puedes entenderlo? Incluso más fuerte que el amor que un padre pueda sentir por su hija.

Ella lo atravesó con la mirada. ¿Qué diablos le estaba diciendo?

– No.

Mercado se humedeció los labios.

– Tu padre lleva años manejando dinero para la fraternidad. Ése era su trabajo, Kate; su deber. Pero le quedaba una deuda por saldar, más urgente y hasta más real que la cómoda vida que se había construido. Incluso después de veinte años. Incluso después de que aparecieras tú, Kate… y Emily y Justin. Entiendo esta deuda. Yo haría lo mismo en su lugar. Es cosa de sangre, Kate; es más fuerte que el amor. La deuda era yo.

– ¿Usted?

– Yo fui quien los delató, Kate. Él haría cualquier cosa, cualquier cosa que esté a su alcance, para vengar ese agravio.

– ¿Me está diciendo… que está vivo? -preguntó Kate, con la voz entrecortada-. ¿Que era parte de esa fraternidad, de esa familia?

– Ya lo creo que está vivo. De hecho, puede que ahora nos esté observando.

Kate recorrió el lugar con la mirada. La repentina idea de que estuviera ahí fuera, no muerto sino observándolos, le resultaba aterradora. Si estaba vivo, ¿por qué no intentaba contactar con ella? Sharon estaba muerta. La propia Kate había resultado herida. Emily y Justin lo necesitaban. Aceptar todo aquello era demasiado.

Ella era su hija. Fuera cual fuera esa deuda, aquel juramento que lo obligaba, era imposible que ninguna idea retorcida sobre los lazos de sangre pudiera haberlo llevado a olvidar eso o a ser tan cruel.

– Es mentira. -Volvió a levantarse-. Me está utilizando para atraerlo hacia usted. Mi madre está muerta; su gente la mató. Ustedes acribillaron nuestra casa a balazos. Lo vi; estaba allí. Y ahora va y me cuenta lo de esa ridícula fraternidad y que cuanto había en mi vida no era más que una especie de tapadera. ¡Es todo mentira, joder!

– Lo sabes -dijo Óscar Mercado en voz baja-. Viste la fotografía, Kate.

Ella no quería creerlo, pero la mirada solemne de aquel hombre era limpia y resuelta, y Kate podía reconocer en aquellos ojos al hombre que salía en la fotografía, bajo aquella puerta, rodeando a su padre con el brazo. Su hermano.

– Pero no me basta -dijo-. Conozco a mi padre. Sé lo que yo sentía. Me ha dicho que podía demostrármelo, así que hágalo. ¿Cómo?

– Con esto, espero.

El anciano se llevó la mano a la chaqueta arrugada, sacó algo envuelto en un pañuelo y se lo entregó a Kate.

Al desenvolverlo, su mundo volvió a transformarse. Supo que él decía la verdad y que lo sabía todo de ella. Se quedó allí de pie, mirándolo, mientras los ojos se le llenaban de pronto de lágrimas.

Era la otra mitad del sol roto que le había dado su madre.

64

En aquel momento, el mundo de Kate se vino abajo.

Un terremoto interior la sacudió con tanta virulencia que sintió como si la estuviera partiendo en dos. Se quitó la cadena que llevaba al cuello con el mismo medio sol roto. Sostuvo en la palma de la mano el de Mercado y el suyo, uno junto al otro.

Encajaban perfectamente.

– ¿Conocía a mi madre? -le preguntó observándolo detenidamente, clavando la mirada en sus ojos azul claro.

– Más que eso, Kate. Éramos familia.

– ¿Familia…?

Él asintió. La tomó de la mano. Esta vez Kate no se estremeció. Tenía las manos duras, pero en ellas había ternura. Entonces le explicó una parte de su propia historia que Kate nunca había conocido.

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