Nunca llegó a entender cómo no perdió el conocimiento ante lo que vio…
Y después, ¿qué queda después?
El último año antes de que Hans Olofson dejara atrás la pesada extensión de abetos y abandonara a su padre, Erik Olofson, soñando con un mar lejano que lo llama desde su interior.
El último año que Janine aún vive…
Un sábado por la mañana temprano, en marzo de 1962, Janine se pone en la esquina de la ferretería y La Casa del Pueblo. Es el cruce más importante, una esquina que nadie puede evitar. A esas horas tan tempranas sostiene por encima de su cabeza un cartel, con un texto en letras negras que ella ha escrito la tarde anterior…
Va a ocurrir algo terrible. Un rumor crece y se convierte en una rotunda convicción. Hay una minoría que se atreve a insinuar que Janine y su cartel solitario expresan el sentido común del que carecen desde hace demasiado tiempo. Pero sus voces se desvanecen en el helado viento de marzo.
Los que piensan razonablemente se movilizan… ¿Una persona que ni siquiera conserva su nariz, acaso se habían pensado que iba a descansar tranquila y segura en brazos de Hurrapelle? Pero ahí la tienen, a la que debería pasar inadvertida y esconder su fea cara. Janine conoce esa forma de pensar, que corre como la pólvora.
De todos modos, ha aprendido algo de las monótonas reprimendas de Hurrapelle. Sabe lo que es estar en contra cuando cambia el sentido del viento y hay que buscar a tientas un asidero para la fe…
Ese día, por la mañana temprano, lleva una pancarta en medio del gentío adormecido. La gente se apresura por la calle, con los abrigos aleteando sobre sus piernas al andar, y se detienen para leer lo que ha escrito ella. Luego continúan, a paso rápido, tratando de atrapar a la persona más cercana y pedirle un momento para que conteste qué supone que quiere decir esa loca. ¿Va a decirnos una mujer sin nariz lo que debemos pensar? ¿Quién le ha pedido que levante esa barricada ambulante?
Los viejos salen tambaleándose de la cervecería para contemplar la parafernalia con sus propios ojos. No les importa el destino del mundo, y sin embargo se convierten en sus mudos partidarios. Tienen una necesidad de venganza ilimitada. Quien lleva una pancarta en el centro del hormiguero se merece todo el apoyo que se pueda tener… Guiñando los ojos por el reflejo de la luz salen dando tropezones del oscuro local. Notan con satisfacción que esa mañana es distinta de las demás. Inmediatamente se dan cuenta de que Janine necesita todo el apoyo que le puedan dar, y algún osado se acerca a ella vacilante para invitarla a una cerveza, que ella rechaza con amabilidad.
En ese mismo momento llega Hurrapelle derrapando con su coche recién comprado, a quien un feligrés ya ha puesto al tanto de todo después de haberlo despertado por teléfono. Hace lo que puede para detenerla. Suplica, suplica todo lo que puede. Pero ella sólo sacude la cabeza. Va a quedarse. Cuando ve que su decisión es inamovible, acude a la iglesia para discutir con su dios sobre este fastidioso asunto.
En la comisaría de policía buscan en los textos legales. En alguna parte debe de estar el artículo que permita una intervención. Pero no creen que se pueda denominar «delito», ni siquiera «disturbio», o «que portaba armas peligrosas». Mientras los policías suspiran sobre los huecos textos legales buscando febrilmente en el grueso libro, Janine continúa en su puesto de la esquina…
De repente alguien se acuerda de Rudin, que algunos años antes se había prendido fuego. ¡Ahí puede estar la solución! Hacerse cargo de una persona que no está en situación de hacerlo por sí misma. Siguen pasando las páginas con dedos sudorosos y finalmente se disponen a intervenir.
Pero cuando los policías se acercan y el gentío espera ávido lo que va a ocurrir, Janine baja su pancarta tranquilamente y se aleja de allí. Los policías se quedan boquiabiertos, la muchedumbre refunfuña y los viejos de la cervecería aplauden con satisfacción.
Cuando todo se ha calmado se puede razonar sobre lo que ella ha escrito en su insolente pancarta: NO A LA BOMBA ATÓMICA. UNA SOLA TIERRA. ¿Pero quién quiere tener una bomba en la cabeza? ¿Y a qué se refiere con «una sola tierra»? ¿Podría haber más? Si la verdad se va a predicar así, rehúsan que lo haga cualquiera que se sienta con ganas de hacerlo, y menos aún si es una mujer a la que le falta la nariz…
Janine se aleja con la cabeza alta, aunque, como de costumbre, va a contracorriente. El próximo sábado se colocará de nuevo en aquella esquina y nadie podrá pararla. Con toda discreción, lejos de los escenarios en los que se desarrolla el mundo en serio, va a hacer su aportación según sus posibilidades. Se dirige al puente, se suelta el pelo y tararea A Night in Tunisia. Bajo sus pies bailan los primeros témpanos de hielo de la primavera. Se ha atrevido a dar la cara por sí misma. Hay alguien a quien desea intensamente. Aunque todo tiene que terminar alguna vez, ha vivido esos momentos de liberación en los que ha logrado vencer al dolor…
Durante el último año que Hans Olofson vive todavía junto al río se produce un movimiento en sus vidas. Como un desplazamiento lento del eje de la tierra, un movimiento tan débil que al principio es casi imperceptible. Pero incluso en este alejado rincón, las olas encrespadas hablan de una forma de vida que ya no se conforma con el destierro en una inmensa oscuridad. La perspectiva ha empezado a desplazarse, el temblor de lejanas guerras de independencia y la insurrección traspasan las murallas de los bosques de abetos.
Están sentados juntos en la cocina de Janine aprendiéndose los nombres de las nuevas naciones. Y perciben el movimiento, la vibración de los lejanos continentes donde las personas se ponen en pie. Con asombro no exento de angustia, ven cómo cambia el mundo. Un mundo viejo que se está desintegrando, donde los dobles fondos podridos se vienen abajo dejando al descubierto una miseria increíble, injusticia, atrocidad. Hans Olofson empieza a entender que el mundo en el que pronto se adentrará va a ser distinto al de su padre. Y piensa que hay que descubrir todo de nuevo, revisar la carta de navegación, sustituir los nombres de antes por los nuevos.
Trata de hablar con su padre de lo que está experimentando. Lo incita a que deje el hacha clavada en un tronco y regrese al mar. A menudo la conversación termina antes de que empiece siquiera. Erik Olofson se defiende, no quiere acordarse.
Pero una vez ocurre algo inesperado…
– Voy a viajar a Estocolmo -anuncia Erik Olofson mientras están comiendo.
– ¿Por qué? -pregunta Hans Olofson.
– Tengo que hacer un recado en la capital.
– ¡Pero si no conoces a nadie en Estocolmo!
– He recibido contestación a mi carta.
– ¿Qué carta?
– La carta que escribí.
– Tú nunca escribes cartas.
– Si no me crees, no hablamos más de esto.
– ¿Qué carta?
– De la compañía Vaxholm.
– ¿La compañía Vaxholm?
– Sí, la compañía Vaxholm.
– ¿Y eso qué es?
– Una empresa de navegación. Se encargan del transporte marítimo en el archipiélago de Estocolmo.
– ¿Para qué te quieren?
– He visto un anuncio en algún sitio. Necesitan marineros. Pensé que podía ser algo para mí. Puertos nacionales y tráfico costero en las aguas interiores.
– ¿Has buscado trabajo?
– ¿No oyes lo que estoy diciendo?
– ¿Qué te escriben?
– Quieren que vaya a Estocolmo para verme.
– ¿Y así pueden saber si eres un buen marinero?
– No. Pero pueden hacerme preguntas.
– ¿Sobre qué?
– Por ejemplo, por qué no he navegado durante tantos años.
– ¿Qué contestas tú?
– Que los hijos han crecido y pueden arreglárselas solos.
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