Minette Walters - Las fuerzas del mal

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En el bello paisaje de la campiña inglesa, una adinerada familia debe enfrentarse a un destino que parece condenarla a la extinción. El viejo ha perdido a su mujer, mientras sus hijos Leo, un ludópata redomado, y Elizabeth, una promiscua alcohólica condenada al fracaso, apenas son una mácula dentro de la genealogía familiar. Deprimido y con el único apoyo de su fiel abogado Mark Ankerton, Lockyer-Fox también debe hacer frente a las habladurías de sus convecinos, que le acusan del supuesto asesinato de su esposa. Se avecinan tiempos difíciles para el coronel quien, además, ha decidido destapar un viejo secreto y encomendar a Mark la tarea de encontrar a una nieta entregada en adopción apenas nacer. Una lejana vergüenza que la familia Lockyer-Fox ocultó a cal y canto, para proteger la ya maltrecha reputación de Elizabeth.
En tanto, en las tierras que lindan con la propiedad del coronel se instala un grupo de nómadas con el objetivo de asentarse por un tiempo indefinido. A la cabeza del movimiento se encuentra un siniestro personaje a quien todos conocen como Fox Evil, un individuo capaz de hundir aún más si cabe los ánimos del coronel. Sólo la providencial visita de su nieta, convertida por los avatares de la vida en una joven capitana del ejército inglés, le ayudará a encarar el avispero emocional en el que vive su agotado corazón.

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Otro hombre habló, era una voz más suave, más vieja.

– Algo parecido a lo que están intentando esas personas. Toma lo que puedas sin tener en cuenta las prácticas establecidas de la comunidad que existe en el lugar. ¿No es interesante? Sobre todo porque es probable que se consideren a sí mismos indios nómadas en sintonía con la tierra y no vaqueros violentos que intentan explotarla.

– ¿Podrán salirse con la suya? -preguntó la mujer.

– No veo cómo -dijo el anciano-. Ailsa registró el Soto como lugar de interés científico cuando Dick Weldon trató de anexionarlo a sus propiedades, por lo que cualquier intento de talar los árboles hará que la policía acuda con mayor diligencia que si hubieran acampado en mi césped. Ella temía que Dick hiciera lo mismo que sus predecesores y destruyera un antiguo habitat natural a fin de adquirir media hectárea más de tierra de labranza. Cuando yo era pequeño, ese bosque se extendía casi un kilómetro hacia el oeste. Ahora eso parece increíble.

– James tiene razón -dijo el otro hombre-. Casi todo el mundo en este pueblo, hasta los que vienen los fines de semana, puede demostrar que la tierra se utilizó antes de que apareciera ese grupo ahí. Quizá tardemos en echarlos y el escándalo sea mayúsculo… pero a corto plazo podremos impedirles que derriben los árboles.

– No creo que sea eso lo que estén haciendo -dijo la mujer-. Por lo que he podido ver están serrando la madera muerta que hay sobre el terreno… o lo seguirán haciendo si la sierra no se les ha roto. -Hizo una pausa-. Me pregunto cómo supieron que podía valer la pena intentarlo con esa parcela. Si la propiedad de Hyde Park estuviera en disputa, eso sería noticia… pero ¿Shenstead? ¿Quién ha oído mencionar el lugar?

– Aquí viene mucha gente a pasar los fines de semana -dijo el anciano-. Algunos vienen año tras año. Quizás alguno de esos individuos vino aquí cuando era niño.

Hubo un largo silencio antes de que el primer hombre volviera a hablar.

– Eleanor Bartlett dijo que sabían los nombres de todos… al parecer hasta el mío. Eso sugiere una investigación muy meticulosa o alguien de aquí que los ayuda pasándoles información. Ella estaba muy molesta ignoro por qué razón, y por eso no estoy seguro de en qué medida debo creerla, pero estaba convencida de que han estado haciendo averiguaciones sobre el pueblo.

– Eso tendría sentido -dijo la mujer-. Hay que ser idiota para no reconocer antes un lugar que se va a invadir. ¿Ha visto a extraños por aquí, James? Ese bosquecillo es un escondite perfecto, sobre todo la elevación a la derecha. Con un buen par de binoculares es probable que se pueda ver la mayor parte del pueblo.

Apercibido de que Fox estaba concentrado en lo que decían, Wolfie volvió con cuidado la cabeza para cerciorarse de que no se perdía nada. Algunas de las palabras eran demasiado complicadas para su comprensión, pero le gustaban las voces. Incluso la del asesino. Parecían actores, igual que Fox, pero le gustaba más la voz de la dama porque había en ella una suave cadencia que le recordaba a la de su madre.

– Sabe, Nancy, creo que he sido un tonto -dijo después el anciano-. Pensé que mis enemigos estaban muy cerca de mi casa… pero me pregunto si tiene usted razón… me pregunto si son ellos los que han mutilado a los zorros de Ailsa con esa crueldad exacerbada. Es algo enfermizo: hocicos aplastados y colas cortadas mientras los pobrecillos aún estaban vi…

Por alguna razón incomprensible para él, el mundo de Wolfie estalló de repente en un torbellino de movimientos. Unas manos le taparon los oídos dejándolo sordo antes de que lo levantaran cabeza abajo y fuera a parar al hombro de Fox. Desorientado, sollozando de miedo, se lo llevaron corriendo a través del bosque y lo lanzaron al suelo frente a una hoguera. La boca de Fox se pegó a su rostro, mascullando palabras que sólo podía oír parcialmente.

– ¿Has… observando? Esa mujer… ¿cuándo… aquí? ¿…qué dijeron? ¿Quién es Nancy?

Wolfie no tenía idea de cuál era la causa del cabreo de Fox, pero sus ojos se abrieron cuando lo vio buscar la navaja en el bolsillo.

– ¿Qué demonios estás haciendo? -exigió Bella airada, empujando a Fox y agachándose al lado del niño aterrorizado-. Por Dios, es un niño. Míralo, está fuera de sí.

– Lo pesqué tratando de colarse en la mansión.

– ¿Y qué?

– No quiero que nos jorobe.

– ¡Dios mío! -gruñó la mujer-. ¡Y crees que la manera de hacerlo es metiéndole miedo en el cuerpo! Ven aquí, cariño -dijo, tomando a Wolfie en sus brazos y poniéndose de pie-. Este niño es un saco de piel y huesos -acusó a Fox-. No lo alimentas bien.

– La culpa es de su madre por abandonarlo -dijo Fox con indiferencia, sacando del bolsillo un billete de veinte libras-. Aliméntalo tú. Yo no estoy para esas cosas. Con esto bastará por un tiempo.

Fox metió el billete entre el brazo de la mujer y el cuerpo del niño.

Bella lo miró con suspicacia.

– ¿Cómo es que de repente tienes tanto dinero?

– Eso no es de tu incumbencia. Y tú -dijo, agitando un dedo bajo la nariz de Wolfie-, si vuelvo a verte cerca de ese lugar desearás no haber nacido.

– Yo no quería hacer nada malo -gimió el niño-. Sólo estaba buscando a mamá y al Cachorro. Tienen que estar en alguna parte, Fox. Tienen que estar en alguna parte…

Bella mandó callar a sus tres niñas mientras ponía delante de cada una un plato de espagueti a la boloñesa.

– Quiero hablar con Wolfie -dijo, sentándose al lado del chico y alentándolo a comer.

Sus hijas contemplaron solemnemente al extraño antes de inclinarse obedientes sobre su comida. Una parecía mayor que Wolfie pero las otras dos tenían más o menos su edad y eso hacía que sintiera vergüenza de estar entre ellas porque se daba cuenta de lo sucio que estaba.

– ¿Qué le pasó a tu mamá? -preguntó Bella.

– No sé -musitó mirando su plato.

Ella tomó el tenedor y la cuchara y los puso en las manos del niño.

– Vamos, come. No es una limosna, Wolfie. Fox lo pagó, no lo olvides, y se pondrá rabioso como un hurón si no recibe lo que ha pagado. Buen chico -le dijo con aprobación-, tienes que crecer mucho. ¿Cuántos años tienes?

– Diez.

Bella se horrorizó. Su hija mayor tenía nueve años y tanto la estatura como el peso de Wolfie estaban muy por debajo de los de ella. La última vez que lo vio, en verano, en Barton Edge, Wolfie y su hermanito casi nunca salían de debajo de las faldas de su madre. Bella creyó que su timidez se debía a la edad, calculando que Wolfie tendría seis o siete años y su hermanito tres. La madre era tímida, sin duda, pero Bella no podía recordar en este momento cómo se llamaba en caso de que alguna vez lo hubiera sabido.

Contempló cómo el niño se llevaba el alimento hacia la boca como si no hubiera comido nada en semanas.

– ¿El Cachorro es tu hermano?

– Sí.

– ¿Cuántos años tiene?

– Seis.

¡Cristo bendito! Quería preguntarle si lo habían pesado alguna vez, pero no deseaba asustarlo.

– ¿Alguno de vosotros ha ido a la escuela, Wolfie? ¿O los maestros nómadas se ocupaban de vosotros?

Bajó la cuchara y el tenedor y sacudió la cabeza.

– Fox dijo que no tenía sentido. Mamá nos enseñó a leer y escribir. A veces íbamos a bibliotecas -contó-. Me gustan los ordenadores. Mamá me enseñó a navegar en la red. He aprendido muchas cosas ahí.

– ¿Y el médico? ¿Habéis ido alguna vez al médico?

– No. Nunca están enfermos. -Hizo una pausa-. Nunca hemos estado enfermos -se corrigió.

Bella se preguntó si tendría una partida de nacimiento, si las autoridades conocían su existencia.

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