Minette Walters - Las fuerzas del mal

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En el bello paisaje de la campiña inglesa, una adinerada familia debe enfrentarse a un destino que parece condenarla a la extinción. El viejo ha perdido a su mujer, mientras sus hijos Leo, un ludópata redomado, y Elizabeth, una promiscua alcohólica condenada al fracaso, apenas son una mácula dentro de la genealogía familiar. Deprimido y con el único apoyo de su fiel abogado Mark Ankerton, Lockyer-Fox también debe hacer frente a las habladurías de sus convecinos, que le acusan del supuesto asesinato de su esposa. Se avecinan tiempos difíciles para el coronel quien, además, ha decidido destapar un viejo secreto y encomendar a Mark la tarea de encontrar a una nieta entregada en adopción apenas nacer. Una lejana vergüenza que la familia Lockyer-Fox ocultó a cal y canto, para proteger la ya maltrecha reputación de Elizabeth.
En tanto, en las tierras que lindan con la propiedad del coronel se instala un grupo de nómadas con el objetivo de asentarse por un tiempo indefinido. A la cabeza del movimiento se encuentra un siniestro personaje a quien todos conocen como Fox Evil, un individuo capaz de hundir aún más si cabe los ánimos del coronel. Sólo la providencial visita de su nieta, convertida por los avatares de la vida en una joven capitana del ejército inglés, le ayudará a encarar el avispero emocional en el que vive su agotado corazón.

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– ¿Está preparada?

Nancy no estaba segura. Su confianza se debilitó en cuanto detectó los binoculares y pudo distinguir la figura que los sostenía. ¿Estaría preparada alguna vez? En cuanto Mark Ankerton abriera la puerta su plan había fracasado. Su esperanza era mantener una conversación a solas con el coronel que seguiría una agenda dictada por ella, pero eso había sido antes de que hubiera visto su aflicción o se diera cuenta de cuán aislado estaba. En su ingenuidad había creído poder mantenerse distanciada emocionalmente, al menos en un primer encuentro, pero la vacilación de Mark le había instado a defender la causa de aquel anciano sin siquiera conocerlo o saber si esa causa valía la pena. De repente sintió miedo de que no le gustara.

Quizá Mark lo había leído en sus ojos porque sacó su gorro del bolsillo y se lo devolvió.

– La casa Usher cayó porque no había por allí alguien como usted -dijo.

– Es usted un romántico ingenuo.

– Lo sé. Es asqueroso.

Nancy sonrió.

– Creo que ya ha adivinado quién soy, probablemente por el adhesivo sobre ganado Herefordshire en mi parabrisas; en caso contrario no habría abierto las puertas de la terraza. A no ser que me parezca a Elizabeth y me haya confundido con ella.

– Nada de eso -dijo Mark, manteniendo el brazo detrás de su espalda para alentarla a seguir adelante-. Créame… nadie la confundiría con Elizabeth ni en un millón de años.

Eleanor comenzó por el vestidor de Julian, buscando en los bolsillos de sus chaquetas y removiendo sus cajones. De allí fue a su estudio, revolvió todos sus archivadores y revisó su escritorio. Antes incluso de que encendiera su ordenador y revisara su correo electrónico -Julian era demasiado displicente para utilizar una contraseña-, las pruebas de una traición eran abrumadoras. Ni siquiera se había molestado en pretender mantenerlo en secreto. Había un número de teléfono móvil en un pedazo de papel metido en una de sus chaquetas, una bufanda de seda en el fondo del cajón donde guardaba sus pañuelos, facturas de hoteles y restaurantes en el escritorio y docenas de correos electrónicos firmados con las iniciales GS.

Querido J. ¿Qué hay del martes? Estoy libre desde las 6.00…

¿Puedes hacer un seguimiento del Newton durante todo el recorrido? Yo monto a Monkey Business a las 3.30…

No te olvides de que me prometiste uno de los grandes para pagar las facturas del veterinario de MB…

¿Vienes a la reunión anual de cazadores…?

¿Es verdad lo que me dijiste del remolque nuevo para el caballo? TE AMO hasta la locura…

Reúnete conmigo en el caminito detrás de la granja. Estaré allí en torno a las diez…

Siento lo de la pata de Bouncer. Dale un beso para que se ponga bien, de su dama favorita…

Con el corazón en un puño, Eleanor revisó los «mensajes enviados», buscando los que Julian había dirigido a GS.

Thelma se lleva a Louise de compras el viernes. ¿En el lugar de siempre, a la hora de siempre…?

T y L están jugando al golf, 19 de septiembre…

T se va a Londres la próxima semana, de martes a viernes. ¡Tres días enteros de libertad! ¿Hay alguna posibilidad…?

T es una imbécil. Creerá cualquier cosa…

¿Crees que T puede haber encontrado un amante joven? Sigue intentando encontrarla por teléfono. Ella cuelga de inmediato…

Sin duda, T está metida en algo. Se las pasa susurrando con L en la cocina…

¿Qué probabilidades hay de que a Dick y a mí nos den la patada al mismo tiempo? ¿Crees que ha ocurrido algún milagro y que las dos han encontrado amantes jóvenes?

El súbito timbrazo del teléfono sobre el escritorio hizo que Eleanor diera un respingo de culpabilidad. El sonido estridente, un recordatorio de que había vida más allá de los asquerosos secretos en pantalla, le puso los nervios de punta en el silencio de la habitación. Se hundió de nuevo en el asiento con el corazón latiendo como un martillo de vapor, mientras en sus entrañas la ira y el miedo pugnaban entre sí produciéndole náuseas. ¿Quién era esa mujer? ¿Quién lo sabía? La gente se reiría de ella. Se jactarían de saberlo. Dirían que se lo merecía.

Cuatro segundos después, la línea se conectó con el contestador y la voz irritada de Prue se escuchó a través del altavoz.

– ¿Estás ahí, Ellie? Prometiste llamarme después de hablar con el abogado. No sé por qué tardas tanto… además, Dick se niega a coger el móvil, así que no sé dónde está ni si querrá comer. -Suspiró con enojo-. Tiene un comportamiento tan infantil… Me hubiera gustado que me echara una mano antes de que lleguen Jack y Belinda… y ahora estropeará la velada con su mal humor. No tardes en llamar. Hubiera querido saber qué está pasando antes de que regrese o tendremos otra puñetera discusión sobre el maldito abogado de James.

Eleanor esperó a que Prue colgara y después pulsó el botón «borrar» para eliminar el mensaje. Sacó del bolsillo de la blusa el trozo de papel donde había anotado un número de móvil, levantó el teléfono y marcó. Lo que hacía no tenía base alguna. Quizás el hábito de acusar a James y las tímidas reacciones del coronel a las llamadas le había enseñado que ésa era la manera de tratar a los transgresores. De todos modos tuvo que intentarlo dos veces antes de lograr escuchar la señal de llamada, pues los dedos le temblaban tanto que erraban al buscar las teclas. No hubo respuesta alguna, sólo unos segundos de silencio antes de que la llamada fuera desviada al buzón de voz. Eleanor escuchó las peticiones de que dejara un mensaje y después colgó, dándose cuenta demasiado tarde de que ése podía no ser el teléfono de GS.

De todas maneras, ¿qué hubiera dicho? ¿Gritar, chillar y exigir que le devolvieran a su marido? ¿Llamar puta a la mujer? Ante ella se abrió el horrible abismo del divorcio. No podía volver a quedarse sola, con sesenta años no. La gente la evitaría, de la misma manera que cuando su primer marido la había abandonado por la mujer que había dejado embarazada. En aquel entonces había mostrado su desesperación de manera ostensible, pero al menos era joven y aún tenía posibilidades de conseguir trabajo. Julian había sido su última carta, un romance de oficina que finalmente acabó en boda. No podía pasar por todo aquello una segunda vez. Perdería la casa, su situación, se vería obligada a comenzar de nuevo en alguna otra parte…

Con cuidado, para que Julian no se enterara de que había descubierto los correos electrónicos, salió de Windows y apagó el ordenador antes de cerrar los cajones del escritorio y volver a colocar la silla en su sitio. Eso estaba mejor. Comenzaba a pensar correctamente. Como había dicho Scarlett O'Hara: «Mañana será otro día». Mientras GS siguiera siendo un secreto, no se había perdido nada. Julian odiaba comprometerse. La única razón por la que Eleanor había podido manejarlo veinte años atrás era porque se había asegurado de que su primera mujer se enterara de su existencia.

Sería una estúpida si dejaba que GS le hiciera lo mismo a ella.

Con renovada confianza volvió a subir las escaleras y lo acomodó todo con cuidado en el vestidor de Julian; después se sentó ante el espejo y se dedicó a trabajar su rostro. Para una mujer con una mente tan superficial el hecho de que no le gustara su marido y de que ella no le gustara a él no tenía la menor importancia. Se trataba, como el asunto de la posesión hostil en el Soto, de un problema de propiedad.

Lo que Eleanor había pasado por alto por carecer de teléfono móvil propio era que había puesto en funcionamiento una bomba de relojería que estaba a punto de estallar. En la pantalla del teléfono apareció la señal de «llamada perdida», junto al número de quien había llamado, y Gemma Squires, que cabalgaba a Monkey Business al lado de Bouncer después de abandonada la cacería, estaba a punto de mostrar a Julian que su teléfono fijo aparecía en la pantalla del móvil señalando una llamada efectuada diez minutos antes.

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