Minette Walters - Las fuerzas del mal

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En el bello paisaje de la campiña inglesa, una adinerada familia debe enfrentarse a un destino que parece condenarla a la extinción. El viejo ha perdido a su mujer, mientras sus hijos Leo, un ludópata redomado, y Elizabeth, una promiscua alcohólica condenada al fracaso, apenas son una mácula dentro de la genealogía familiar. Deprimido y con el único apoyo de su fiel abogado Mark Ankerton, Lockyer-Fox también debe hacer frente a las habladurías de sus convecinos, que le acusan del supuesto asesinato de su esposa. Se avecinan tiempos difíciles para el coronel quien, además, ha decidido destapar un viejo secreto y encomendar a Mark la tarea de encontrar a una nieta entregada en adopción apenas nacer. Una lejana vergüenza que la familia Lockyer-Fox ocultó a cal y canto, para proteger la ya maltrecha reputación de Elizabeth.
En tanto, en las tierras que lindan con la propiedad del coronel se instala un grupo de nómadas con el objetivo de asentarse por un tiempo indefinido. A la cabeza del movimiento se encuentra un siniestro personaje a quien todos conocen como Fox Evil, un individuo capaz de hundir aún más si cabe los ánimos del coronel. Sólo la providencial visita de su nieta, convertida por los avatares de la vida en una joven capitana del ejército inglés, le ayudará a encarar el avispero emocional en el que vive su agotado corazón.

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Mark bajó la cabeza hasta esconderla entre las manos y se dio un masaje en los ojos cansados. Apenas había dormido en las dos noches anteriores y sus reservas de energía estaban agotadas.

– Sin duda, James es el sospechoso en este caso -dijo a Nancy-, aunque sólo Dios sabe por qué. En lo que respecta a la policía y al juez de instrucción, no hay caso por el que deba responder. Parece cosa de locos. Le pido constantemente que ponga en entredicho los rumores que circulan por todas partes, pero él dice que no tiene sentido… que se acallarán por sí solos.

– Quizá tiene razón.

– Yo también lo creí al principio, pero ahora ya no. -Se pasó una mano por el cabello en un gesto de preocupación-. Ha recibido llamadas amenazadoras y algunas son malévolas. Las ha grabado todas en un contestador; lo acusan de matar a Ailsa. Eso lo está destruyendo física y mentalmente.

Nancy arrancó una hoja de hierba que crecía entre sus pies.

– ¿Por qué no se aceptan las causas naturales? ¿Por qué aún hay sospechas?

Mark no respondió de inmediato y ella volvió la cabeza para ver cómo se frotaba los ojos con los nudillos de una manera que sugería falta de sueño. Se preguntó cuántas veces había sonado el teléfono la noche anterior.

– Porque, en su momento, todas las pruebas indicaban una muerte no debida a causas naturales -dijo con cansancio-. Hasta James aceptó que la habían asesinado. El hecho de que Ailsa saliera de la casa en plena noche… la sangre en el suelo… su salud, habitualmente buena. Fue él quien azuzó a la policía para que buscara pruebas relativas a un robo y, cuando no pudieron encontrar nada, lo convirtieron en el centro de atención. Es el procedimiento habitual: los maridos son siempre los primeros en la línea de fuego, pero eso lo enojó muchísimo. Cuando llegué, estaba acusando a Leo de haberla matado… lo que no ayudó en nada.

Guardó silencio.

– ¿Por qué no?

– Demasiadas acusaciones absurdas. Primero un ladrón, después su hijo. Rezumaba desesperación, pues él era el único que estaba aquí. Sólo se necesitaban pruebas de un altercado para que él pareciera doblemente culpable. Lo exprimieron para que aclarara la naturaleza de su relación con Ailsa. ¿Se llevaban bien? ¿Tenía él por costumbre golpearla? La policía lo acusó de dejarla a la intemperie tras mantener una discusión, hasta que él les preguntó por qué no había roto el vidrio de una ventana, o no había ido al chalé de Vera y Bob en busca de ayuda. Cuando todo acabó estaba horrorizado.

– Pero todo eso tuvo lugar, supuestamente, en la comisaría… ¿Cómo se explica entonces la sospecha continuada?

– Todo el mundo sabía que lo estaban interrogando. Se lo llevaron en un coche policial, estuvo dos días fuera y es imposible mantener en secreto cosas como ésa. La policía se retractó cuando las investigaciones post mortem dieron resultados negativos y la sangre del suelo resultó ser la de un animal, pero eso no detuvo a los que propagan los rumores. -Mark suspiró-. Si los patólogos hubieran especificado la causa de la muerte con más detalle… Si sus hijos no se hubieran mostrado distanciados en el funeral… Si él y Ailsa hubieran sido más sinceros sobre los problemas de la familia en lugar de hacer como si no existieran… Si la señora Weldon no estuviese tan ofendida por su arrogancia… -Se interrumpió-. Sigo comparándolo con la teoría del caos. Una leve inseguridad provoca una cadena de eventos que termina en el caos.

– ¿Quién es la señora Weldon?

Él señaló al poniente con un dedo.

– Es la mujer del granjero de allí. La que asegura que oyó a James y Ailsa discutir. Ésa es la acusación que le hace más daño. Dijo que Ailsa lo había acusado de destruir su vida, por lo que él la había llamado zorra y la había golpeado. Ahora se le tilda de maltratador de mujeres, y de cualquier otra cosa.

– ¿Y la señora Weldon los vio discutir?

– No, y ésa es la razón por la que la policía y el juez de instrucción rechazaron su declaración… pero ella se mantiene en sus trece en que eso fue lo que oyó.

Nancy frunció el ceño.

– Esa mujer ha visto demasiadas películas. No se puede identificar un golpe por el sonido… al menos, cuando golpean a una persona. Cuero sobre cuero, una palmada… pudo haber sido cualquier cosa.

– James niega que esa discusión tuviera lugar.

– ¿Por qué mentiría la señora Weldon?

Mark se encogió de hombros.

– Nunca he hablado con ella, pero sin duda parece el tipo de persona que inventa o exagera una historia para ganar prestigio. James dice que Ailsa estaba muy enojada por culpa de sus chismes. Al parecer se pasaba la vida alertando a James para que cuidara sus palabras cuando ella estuviera presente, porque lo usaría contra él a la primera oportunidad. -Se acarició la barbilla con preocupación-. Y eso es exactamente lo que ha hecho. Mientras más distancia hay entre ella y el suceso, más segura se muestra con respecto a quién y qué oyó.

– ¿Qué cree usted que ocurrió?

Reflexionó sobre la pregunta e hilvanó lo que parecía una respuesta previamente ensayada.

– James tiene artritis y no durmió bien esa semana. El médico pudo confirmar que él había extendido una receta de somníferos el día de la muerte de Ailsa, y que faltaban dos comprimidos del frasco. En su sangre aún había restos del medicamento cuando insistió en que la policía tomara una muestra para probar que estaba inconsciente a la hora en que supuestamente tuvo lugar la riña. Por supuesto, eso no satisfizo a sus difamadores, quienes insisten en que tomó los comprimidos después de que Ailsa estuviera muerta, pero sí satisfizo al juez de instrucción. -Hizo una breve pausa que Nancy no se atrevió a romper-. No hubiera resultado así en caso de que hubieran hallado pruebas de que la habían asesinado, pero como no se encontraron…

No se molestó en terminar.

– Su teoría del caos parece más o menos correcta -dijo ella, comprensiva.

Mark soltó una risa ahogada.

– Francamente, es un absoluto embrollo. Hasta el hecho de que tomara somníferos se considera sospechoso. ¿Por qué ese día? ¿Por qué dos comprimidos? ¿Por qué insistir en que la policía le tomara una muestra de sangre? Aún dicen que necesitaba una coartada.

– ¿Ése es el contenido de las llamadas telefónicas de las que me habló?

– Umm. He revisado las grabaciones… y en lugar de mejorar son cada vez peores. Usted pregunta si ocurrió algo entre octubre y noviembre… bueno, esas llamadas, por ejemplo. Recibió la primera en verano, nada desagradable, sólo largos silencios, pero después hubo un cambio abrupto en noviembre cuando la frecuencia aumentó hasta dos o tres por semana. -Se detuvo sopesando claramente cuánto podría contarle-. Es insoportable -dijo con brusquedad-. Ahora son cinco cada noche y no creo que él haya dormido durante semanas… y ésa es probablemente la causa por la que permanece sentado en la terraza. Le sugerí que cambiara el número, pero dice que de ninguna manera dejará que lo consideren un cobarde. Dice que las llamadas maliciosas son un tipo de terrorismo y él se niega a rendirse a ellas.

Nancy simpatizaba con ese punto de vista.

– ¿Quién las realiza?

Otro encogimiento de hombros.

– No lo sabemos. La mayoría proceden de uno o varios números de identificación oculta… probablemente porque quien llama marca el 141 para eludir el reconocimiento del número. James ha logrado rastrear algunas marcando el 1471, devolución de llamada, pero no son muchas. Tiene una lista, pero el principal infractor -hizo una pausa-, o infractores, es difícil saber si se trata siempre de la misma persona, no es tan estúpido para darse a conocer.

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