Minette Walters - Las fuerzas del mal

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En el bello paisaje de la campiña inglesa, una adinerada familia debe enfrentarse a un destino que parece condenarla a la extinción. El viejo ha perdido a su mujer, mientras sus hijos Leo, un ludópata redomado, y Elizabeth, una promiscua alcohólica condenada al fracaso, apenas son una mácula dentro de la genealogía familiar. Deprimido y con el único apoyo de su fiel abogado Mark Ankerton, Lockyer-Fox también debe hacer frente a las habladurías de sus convecinos, que le acusan del supuesto asesinato de su esposa. Se avecinan tiempos difíciles para el coronel quien, además, ha decidido destapar un viejo secreto y encomendar a Mark la tarea de encontrar a una nieta entregada en adopción apenas nacer. Una lejana vergüenza que la familia Lockyer-Fox ocultó a cal y canto, para proteger la ya maltrecha reputación de Elizabeth.
En tanto, en las tierras que lindan con la propiedad del coronel se instala un grupo de nómadas con el objetivo de asentarse por un tiempo indefinido. A la cabeza del movimiento se encuentra un siniestro personaje a quien todos conocen como Fox Evil, un individuo capaz de hundir aún más si cabe los ánimos del coronel. Sólo la providencial visita de su nieta, convertida por los avatares de la vida en una joven capitana del ejército inglés, le ayudará a encarar el avispero emocional en el que vive su agotado corazón.

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– Obedeced las reglas y confiaré. Infringidlas y no lo haré. Primera regla: todo el mundo cumplirá la rotación y nadie eludirá su turno. Segunda: nadie folla con la gente de aquí. Tercera: nadie abandona este campamento después de la puesta del sol…

Wolfie se arrastró fuera de su escondite cuando oyó cerrarse la puerta del autocar y fue de puntillas hasta una de las ventanas que daba a la entrada al Soto. Tenía colas de zorro a guisa de cortina, y las echó a un lado para observar cómo su padre tomaba posición tras la barrera de cuerda. Había muchas cosas que no comprendía. ¿Quiénes eran todos esos de los demás autocares? ¿Dónde los había encontrado Fox? ¿Qué estaban haciendo allí? ¿Por qué su madre y su hermano no estaban con ellos? ¿Por qué iban a construir una fortaleza?

Pegó la frente al vidrio e intentó encontrar un sentido a lo que había escuchado. Sabía que el nombre completo de Fox era Fox Evil. Una vez le había preguntado a su madre si eso quería decir que Evil era también su apellido, pero ella se echó a reír y le dijo que no, que era solamente Wolfie. Sólo Fox era Evil. De ahí en adelante, Wolfie cambió de sitio las palabras y pensó que su padre se llamaba Evil Fox. Para la mente del niño, que siempre buscaba equilibrio y respuestas, eso tenía más sentido que Fox Evil [11], y de inmediato Fox asumió las virtudes de un apellido.

Pero ¿quién era ese anciano llamado Lucky Fox [12]? ¿Y cómo era posible que su padre no lo conociera si tenían el mismo apellido? El miedo y la excitación pugnaban en el corazón del niño. Excitación porque Lucky Fox podía ser pariente suyo… quizás hasta supiera dónde estaba su madre; miedo, a un asesino…

Mark retrocedió, cerrando con tranquilidad la puerta del salón a sus espaldas. Se volvió hacia la visitante con una sonrisa de disculpa.

– ¿Le importaría que la anuncie dentro de un rato? James está… eh… -se interrumpió-. Mire, sé que va estar encantado de verla, pero en este momento está durmiendo.

Nancy había visto más de lo que Mark hubiera pretendido y asintió de inmediato.

– ¿No sería mejor que volviera después de comer? Tengo que presentarme en el Campamento Militar de Bovington a las cinco de la tarde… pero no hay nada que me impida presentarme ahora. Puedo regresar más tarde. -Esto era mucho más embarazoso de lo que ella había imaginado. No se le había ocurrido que Mark Ankerton pudiera estar allí-. Debí haber telefoneado -concluyó, sin mucha convicción.

Mark se preguntó por qué no lo había hecho. El número figuraba en la guía.

– De eso nada -dijo, y se interpuso entre ella y la puerta principal, como si temiera que Nancy saliera corriendo-. No se marche, por favor. James se sentiría desconsolado. -Hizo un gesto hacia un pasillo a la derecha, y habló con rapidez para que se sintiera bienvenida-. Vamos a la cocina. Allí hace calor. Puedo prepararle una taza de café mientras aguardamos a que despierte. No tendrá que esperar más de diez minutos.

Ella dejó que la guiaran.

– Me acobardé en el último minuto -admitió Nancy, en respuesta a la pregunta que él aún no había formulado-. Fue un impulso y no creí que a él le hubiera gustado recibir una llamada a las tantas de la noche o a primera hora de esta mañana. Imaginé un montón de inconvenientes si él no se daba cuenta enseguida de quién llamaba. Pensé que sería más fácil si venía personalmente.

– No es ningún problema -le aseguró Mark, abriendo la puerta de la cocina-. Es el mejor regalo de Navidad que podían hacerle.

¿Lo era de verdad? Mark esperaba que su ansiedad no se trasluciera porque no tenía la menor idea de cómo reaccionaría James. ¿Se sentiría complacido? ¿Sentiría miedo? ¿Qué mostraría una prueba de ADN? La situación era complicada. Podía coger un cabello del hombro de Nancy y ella ni se daría cuenta. La sonrisa se congeló en su rostro cuando la miró a los ojos. ¡Dios, se parecían tanto a los de James!

Incómoda ante su mirada, Nancy se quitó su gorro de lana y se ahuecó el cabello oscuro con la punta de los dedos. Era un gesto femenino que traicionaba la ropa masculina que vestía: gruesa chaqueta de vellón sobre un pichi con cuello de polo, pantalones de trabajo remetidos en unas botas pesadas, todo de color negro. Era una elección interesante, sobre todo porque visitaba a un anciano cuyos gustos y opiniones sobre la ropa tenderían a ser conservadores.

Mark pensaba que era un reto deliberado a la disposición de James a aceptarla, como si dijera que no había compromisos. Acéptame como soy o no lo hagas. Si una mujer de aspecto hombruno no se acomodaba a los moldes de los Lockyer-Fox, entonces a la mierda. Si esperabas que te cautivara con mi encanto femenino es mejor que te lo pienses. Si esperabas una nieta manipulable, olvídalo. La ironía era que ella se presentaba, de modo inconsciente, como la antítesis de su madre.

– He sido asignada temporalmente a Bovington como instructor de operaciones de campo en Kosovo -dijo al abogado-, y cuando busqué en el mapa… bueno… pensé que si salía al alba podía aprovechar el día… -calló y, desconcertada, se encogió de hombros-. No se me ocurrió que tuviera invitados. Si hubiera visto algún coche en el camino de acceso, no hubiera llamado al timbre, pero como no había…

Mark trató de agarrarse a la frase.

– Mi coche está al fondo, y las únicas personas que hay aquí somos él y yo. Realmente, capitana Smith, esto es… -buscó una palabra que pudiera tranquilizarla-, brillante. En realidad, no tiene idea de cuán brillante es. Desde la muerte de Ailsa es su primera Navidad. Finge no darle importancia, pero invitar para las fiestas a un abogado no ayuda a reemplazar a una esposa. -Sacó una silla para ella-. Por favor. ¿Cómo le gusta el café?

La habitación estaba caldeada por una cocina Aga, y Nancy se dio cuenta que el calor la hacía ruborizarse. Su incomodidad aumentó. No hubiera podido elegir un momento peor para aparecer sin anunciarse antes. Se imaginó la vergüenza del coronel si entraba allí buscando a Mark, todavía con lágrimas en los ojos, y la encontraba sentada a la mesa.

– En realidad, no creo que esto sea una buena idea -dijo de repente-. Lo vi por encima de su hombro y no está durmiendo. Suponga que lo está buscando. Se sentirá acongojado si me ve aquí. -Miró hacia una puerta en una esquina-. Si se puede salir por ahí, podría marcharme en silencio y él nunca sabría que he estado aquí.

Quizá también Mark se lo estaba pensando mejor, porque miró indeciso hacia el pasillo.

– Está pasando por un mal momento -dijo-. No creo que duerma mucho.

Ella volvió a ponerse el gorro.

– Volveré dentro de dos horas, pero antes llamaré para darle tiempo a que se serene. Eso es lo que debí haber hecho.

Por un momento, Mark la buscó con la mirada.

– No -dijo, tomándola con suavidad por el brazo y haciéndola volverse hacia el pasillo-. No estoy seguro de que no cambie de idea. Mi abrigo y mis botas impermeables están en la trascocina, y allí hay una puerta que nos llevará al lado contrario del dormitorio de James. Podemos dar un paseo y sacudirnos las telarañas después de su largo viaje. Podemos echar una mirada discreta dentro de media hora por las ventanas del salón para ver qué tal le va a James. ¿Qué le parece?

Ella se relajó de inmediato.

– Bien -dijo-. Soy mejor paseando que enfrentándome a situaciones sociales incómodas.

Él se echó a reír.

– Yo también. Acompáñeme por aquí.

Giró a la derecha y la condujo a una habitación que tenía a un lado un viejo fregadero de piedra y al otro un montón de botas, mantas para caballos, impermeables y capotes de lana. El suelo estaba cubierto por pedazos de fango que se habían desprendido de las suelas de goma, y el polvo y el tizne se habían acumulado en el fregadero, en el escurridor y en los antepechos de las ventanas.

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