Cooper despertó a la vida y su voz tronó.
– Pero la grabación está llena de mentiras, en particular por lo que se relaciona con el tío y el esposo de ella. La señora Gillespie insinúa que fue víctima de ambos, pero la señora Marriott cuenta una historia muy distinta. Describe a una mujer que era lo bastante despiadada como para hacer chantaje y asesinar cuando le convenía. Así que, ¿cuál de las dos es la verdadera?
Jack se volvió para mirarlo.
– No lo sé. Ambas, probablemente. No sería ella la primera víctima que devuelve el golpe.
– ¿Qué hay de ese asunto de la debilidad mental del tío de ella? En la grabación lo describe como un bruto borracho que la violó cuando ella tenía trece años, y sin embargo la señora Marriott dice que era bastante patético. Explíqueme eso.
– No puedo. Mathilda nunca habló conmigo de eso. Lo único que sé es que tenía un profundo miedo de su incapacidad para sentir afecto, y que cuando le presenté el retrato con las cicatrices dejadas por la mordaza, ella estalló en lágrimas y dijo que yo era la primera persona que le manifestaba compasión. Yo preferí interpretar eso en el sentido de que era la primera persona que la veía como una víctima, pero podría haberme equivocado. Eso tendrá que decidirlo usted mismo.
– No tendríamos que hacerlo si pudiéramos encontrar los diarios de ella -dijo Cooper.
Jack no dijo nada y la habitación quedó en silencio, donde sólo el girar de la cinta magnetofónica alteraba la completa perplejidad que al menos dos de los presentes estaban experimentando. Jones, que había abordado esta entrevista con la confiada expectativa de que Jack Blakeney pasaría la noche en una celda de la policía, estaba cayendo presa de la misma ambivalencia discapacitadora que siempre había sentido Cooper hacia este hombre.
– ¿Por qué le dijo esta mañana a la señora Lascelles que había asesinado a su madre, si ya tenía una coartada para la noche en que murió la señora Gillespie? -preguntó al fin, mientras revolvía los papeles que tenía delante.
– No lo hice.
– En este informe ella dice que sí.
– No lo hice.
– Ella dice que sí.
– Ella dijo lo que creyó. Eso es por completo diferente.
Jones meditó durante un momento. Tenía la desagradable sensación de que recibiría una respuesta casi tan concisa a su siguiente pregunta, pero la formuló de todas formas.
– ¿Por qué intentó asesinar a la señora Lascelles?
– No lo hice.
– Ella dice, y cito sus palabras: «Jack Blakeney me empujó contra la pared y comenzó a estrangularme. Si Violet no lo hubiese interrumpido, me habría matado». ¿Está mintiendo?
– No. Está diciendo lo que cree.
– Pero no es verdad.
– No.
– ¿Usted no estaba intentando estrangularla?
– No.
– Tengo que decirle, señor Blakeney, que, según este informe, ella tenía marcas de estrangulamiento en el cuello cuando llegó a Cedar House el coche que respondió a la llamada del nueve-nueve-nueve. Por lo tanto, alguien intentó estrangularla, y ella dice que ese alguien era usted. -Hizo una pausa, invitando a Jack a responder. Cuando no lo hizo, intentó un ángulo diferente-. ¿Se encontraba usted en Cedar House a aproximadamente las diez y media de esta mañana?
– Sí.
– ¿Puso la mano en torno a la garganta de la señora Lascelles?
– Sí.
– ¿Está justificada la creencia de ella de que usted estaba intentando estrangularla?
– Sí.
– ¿Estaba intentando usted estrangularla?
– No.
– Entonces, explíqueme. ¿Qué demonios estaba haciendo?
– Demostrándoles a todos ustedes en qué habían estado equivocándose otra vez. Se lo advierto, no es la cosa más sensata que he hecho en mi vida, pero no la habría hecho si no me hubiera sacado de quicio ese imbécil de inspector de la noche pasada. -Sus ojos se entrecerraron con enojo ante el recuerdo-. Me importa un comino mi propia persona, de hecho casi espero que decida procesarme y concederme mi día de gloria en el tribunal, pero sí que me importa Sarah, y me importa muchísimo Ruth, en este momento. Las trató a las dos como si fueran mierda y yo decidí que ya era suficiente. Joanna ya no puede salvarse, por lo que sospecho, pero su hija sí, y quiero que la pobre cría quede en libertad para poner todo este jodido enredo horrible a sus espaldas. -Respiró con enojo-. Así que anoche me senté e hice lo que deberían de haber hecho ustedes, averigüé quién había matado a Mathilda y por qué. Y créame, no resultó difícil.
Charlie sí le creía. Al igual que Cooper, comenzaba e encontrar irresistible a Jack.
– La señora Lascelles -dijo con convicción-. Ella siempre ha sido la primera de la lista.
– No, y esta mañana me convencí de eso. Estoy de acuerdo en que es muy capaz de hacerlo. Tenía una personalidad casi idéntica a la de su madre, y si Mathilda podía asesinar para conseguir lo que quería, entonces Joanna también podía. Uno no crece en una atmósfera de trastornos extremos y emerge normal al final de ello. Pero la relación de Joanna con Mathilda era muy ambivalente. A pesar de todo, sospecho que en realidad se tenían bastante cariño. Tal vez, cosa bastante sencilla, su cariño se fundaba en el mutuo entendimiento, el diablo conocido es mejor que el diablo por conocer.
– De acuerdo -dijo Charlie, patético-. Entonces, ¿quién mató a la señora Gillespie?
– No puedo demostrarlo, eso es trabajo de ustedes. Lo único que puedo hacer es llevarlos a través del razonamiento que hice anoche. -Se tomó un momento para organizar sus pensamientos-. Ustedes se han concentrado por completo sobre Sarah, yo, Joanna y Ruth -dijo-, y todo por causa del testamento. Cosa que no deja de ser razonable, dadas las circunstancias… pero si nos sacan de la ecuación el equilibrio de probabilidades cambia. Así que supongamos que no la mataron por dinero y continuemos a partir de eso. Bien, tampoco creo que la mataran por enojo. El enojo es una emoción violenta, vehemente, y su muerte fue demasiado bien planeada y demasiado meticulosa. Demasiado simbólica. Quienquiera que la matara, bien podría estar enfadado o enfadada con ella, pero no lo hizo porque se le acabara finalmente la paciencia. -Miró a Jones, que asintió con la cabeza-. ¿Todo lo cual nos deja con qué? ¿Odio? Ciertamente, había mucha gente que le tenía antipatía, pero como ninguno de ellos la había matado antes, ¿por qué iban a decidir hacerlo entonces? ¿Celos? -Se encogió de hombros con un gesto elocuente-. ¿De qué podía sentirse celos? Prácticamente era una reclusa, y no puedo creer que Jane Marriott haya guardado sus celos durante años para que hicieran erupción de pronto el pasado noviembre. Así que, a riesgo de decir lo que es obvio, Mathilda tiene que haber sido asesinada porque alguien quería quitarla de en medio.
Jones tuvo dificultades para que el sarcasmo no aflorara a su voz.
– Creo que podemos estar de acuerdo en eso -dijo.
Jack lo miró con fijeza durante un momento.
– Sí pero, ¿por qué? ¿Por qué ese alguien quería quitarla de en medio? ¿Qué había hecho o qué iba a hacer que motivara que había que matarla? Ésa es la pregunta que ustedes nunca hicieron, fuera del contexto del testamento.
– Porque a mí no me resulta tan fácil, como al parecer se lo resulta a usted, hacer caso omiso del mismo.
– Pero es sólo un testamento. Millares de personas los hacen cada semana, y millares de personas mueren cada semana. El hecho de que el de Mathilda fuera insólitamente radical se vuelve por completo irrelevante si nos absuelve a Joanna, a Ruth, a Sarah y a mí de su muerte. Nadie más resulta afectado por la forma que escogió ella de legar su dinero.
Cooper se aclaró la garganta.
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